¿DEBEMOS TOMARNOS LA JUSTICIA POR NUESTRA MANO?

TEXTO BÍBLICO: ROMANOS 12:19-21

INTRODUCCIÓN

Hoy quisiera confesar algo. Algo que formó parte de mi infancia y que, gracias a Dios se superó justo en la adolescencia. Yo tuve el infortunio de ser el objeto del bullying de casi toda mi clase de EGB. No sé qué vieron en mí los matones de mi clase, si fueron mis gafotas, o que conocía las respuestas a las preguntas de mis profesores antes que ellos, o que, simplemente, era un desgarbado y flaco ejemplar de friki o empollón que tenía todos los números para ser apalizado. Me salvaba que, si les hacía los deberes antes de entrar a clase, o les dejaba mis libretas con las soluciones a los problemas que nos ponía el profesor de Mates, el maltrato se espaciaba y podía vivir un poco más tranquilo.

¿Sabéis? Cuando alguien que está padeciendo toda clase de abusos verbales, físicos y psicológicos durante un periodo prolongado, pueden pasar dos cosas: o que el afectado coja una depresión de caballo y llegue a pensar incluso en el suicidio, o que, harto ya de tantas palizas y burlas, se dedique a elaborar un plan de venganza al estilo del Conde de Montecristo. Los dos caminos son terribles.

Yo opté por no hundirme. Gracias a Dios tenía una familia que me quería, y unos amigos que no eran de mi clase que me aceptaban y que hacían que me lo pasara genial fuera del entorno escolar. Pero sí que llegaron a sacarme de mis casillas, y aunque no hice como hacen algunos que ya están psicológicamente mal en algunos centros educativos de Estados Unidos, y que se lían a tiros contra sus compañeros, profesores y contra quiénes se pongan en medio, la verdad es que necesitaba que se enterasen de una vez por todas que donde las dan, las toman. Sabía que, si me vengaba de ellos, seguramente me iban a linchar, pero había algo dentro de mí que decía que ya era suficiente, que hasta aquí hemos llegado, y que mis compañeros abusones debían recibir una lección humillante y vergonzosa.

Como ya os dije, los gamberros y demás seguidores siempre se copiaban mis deberes. Un día, alguien robó el examen que un profesor nos iba a poner un par de días después, y le hizo una fotocopia. La gran idea que se les pasó por la mente, que no era precisamente estudiar, era que me pasaran el examen, que yo contestara a todas las preguntas, que todos se hicieran copia de las respuestas, y así solamente tenían que memorizarlas, en lugar de hincar los codos o hacerse chuletas, lo cual les costaba un gran trabajo hacer.

¿Qué iba a hacer yo ante la presión de mis “queridos” y descerebrados compañeros de clase? Decidí que este era mi momento de ejecutar mi venganza. En lugar de contestar a las preguntas de forma correcta, me inventé las respuestas. Los cenutrios de mis compañeros ni siquiera echaron un vistazo al libro de texto para cotejar las respuestas con la información del libro, imaginaos. Así pues, todos se aprendieron de memoria las contestaciones, pensando alegremente que iban a sacar una matricula de honor de primera categoría. El día llegó, todos hicimos el examen, y lo entregamos al profesor. Claro está, yo sí contesté a las preguntas correctamente, así que cuando el maestro corrigiese los ejercicios, tendría un solo sobresaliente, el mío, y veintitantos suspensos de cero patatero. En ese instante yo estaba feliz como una perdiz. Al fin había consumado mi venganza, había hecho justicia, y esto les enseñaría a no menospreciarme.

El día de la entrega de notas llegó. Cuando el profesor dijo a toda la clase, que no solamente habían suspendido todos, menos un servidor, sino que todos, fijaos lo cortitos que eran, habían escrito exactamente las mismas respuestas equivocadas, las caras de los presentes se quedaron más blancas que una pared de cal a causa de la sorpresa. De la blancura se pasó al color rojo subido de aquellos que habían entendido por fin que habían sido burlados por mí, y yo, a pesar de que me estaba partiendo de la risa en ese preciso momento, entendí que en cuanto sonase el timbre de fin de clase, tenía que correr más rápido que Usain Bolt, si no quería que una jauría de matones me zurrase hasta decir basta.

En ese episodio, aprendí que, aunque la venganza y el ánimo de ejercer la justicia que se me había quitado eran sensaciones que dan un subidón de aúpa, y que te hacen sentir bien después de tantos padecimientos, la situación de bullying no iba precisamente a desaparecer, sino que iba a empeorar. Y así fue hasta que empecé a ir al instituto, y allí ya no me tropecé con ninguno de esos merluzos.

  1. THE PUNISHER

Esta es una historia que le pasa a muchos chicos y chicas durante su tiempo en la escuela y el instituto. Y aunque lo que nos pida el cuerpo es devolver mal por mal, si pensamos con la suficiente cabeza fría, entenderemos que lo único que estaremos haciendo es perpetuar una situación que solo tiene un final, y que no es precisamente agradable o apetecible: una multa, una expulsión, un castigo, una serie de cargos judiciales o, sí, incluso la muerte. La verdadera justicia no es la que impartimos nosotros al estilo Frank Castle en la serie The Punisher, donde un hombre ve impotente cómo matan a su esposa y a su hijo, y decide poner punto final a la vida de aquellos que le arrebataron lo que más quería. En el transcurso de la venganza, los daños colaterales pueden ser enormes. Querer tomarse la justicia por su propia mano, lo margina del resto de seres humanos, lo aísla de una sociedad que no es perfecta, y endurece tanto su corazón, que ya le es difícil amar o siquiera distinguir entre lo que está bien y lo que está mal.

Y es que, para vengarse, no solamente es necesario tener una actitud obsesiva, una rabia interna que impulse cada paso que das hacia la destrucción del que te ha herido. También necesitas ser capaz de comprender y asumir que el ciclo de la venganza nunca acabará contigo o con la persona a la que dañes. Los que te aprecian se enfrentarán a pecho descubierto contra los que apreciaban al objeto de tu ira y de tu vendetta. Y así hasta que solo existan tumbas, heridas sin cicatrizar y almas rotas. Así actúa la justicia que nosotros creemos que es la que se debe aplicar. Es como si dijéramos a Dios que no necesitamos que nos eche un cable al respecto. Es como si pensáramos que nosotros podemos ser juez, jurado y verdugo en el mismo pack. Es como si desplazáramos a Dios de nuestro radio de acción, porque nosotros sí que sabemos cómo juzgar a los demás, ya que somos perfectos y completamente objetivos.

¿Has visto alguna vez de qué manera se representa la justicia? Se la simboliza con una mujer que tiene los ojos vendados mientras sostiene una balanza en la que se pesan las acciones buenas y malas de los acusados. Y tiene los ojos tapados porque la justicia no fía su acción a los sentimientos, a las emociones o a los caprichos subjetivos, sino que es absolutamente objetiva, y no quiere sentenciar a nadie con un castigo que no se merezca, o con una pena que sea desproporcionada con respecto al delito cometido.

Sé que has visto como personajes e individuos que conoces personalmente o que han aparecido en los medios de comunicación, perpetran acciones injustas y cometen crímenes realmente abominables, y, sin embargo, al comparecer delante de la justicia, son puestos en libertad sin cargos, o se les condena a cumplir una serie de penas que dan pena y risa a la vez. Seguro que dentro de ti te harás la misma pregunta que todos podemos llegar a hacernos ante esta triste realidad: ¿No hay justicia en este mundo? ¿No habrá alguna manera de que esta gentuza pague por sus delitos y crímenes en esta vida?

Lamentablemente, existen personas que son culpables de atrocidades y que viven a todo tren, y que además se ríen de nosotros, de la sociedad, en la cara. ¿Y qué harás tú al respecto? ¿Armarte con una ametralladora al estilo Liam Neesson y convertirte en un justiciero que acabe con el mal que hay sobre la faz de la tierra? ¿Crees que esa es la solución? Que yo sepa, existen tres secuelas a la película “Venganza,” así que, creo que esta no es la forma de resolver esta clase de circunstancias.

  1. LA VENGANZA Y LA JUSTICIA SON COSA DE DIOS

Muchas veces creemos que todos los seres humanos que perpetran un crimen deben pagar sus deudas en vida. Carecemos de una visión más amplia de la existencia y de la historia humana. Nos enfocamos únicamente en el presente, en el ahora, y no estamos dispuestos a que pase el tiempo sin que el criminal reciba su merecido. No obstante, desde la óptica cristiana, nuestra comprensión de la justicia debe abarcar también la eternidad. Nuestra idea de un juicio para los que consideramos malvados se limita al ya, sin tener en cuenta que la dimensión terrenal es solo una milésima de segundo de toda una eternidad que aguarda a todos los seres humanos de todas las épocas. Por eso, haríamos bien en escuchar al apóstol Pablo cuando dijo lo siguiente: “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.” (v. 19) Básicamente, lo que Pablo quiere decirnos es que la labor de juzgar y vengar no nos pertenece, sino que es trabajo de Dios.

Si nos vengamos nosotros mismos corremos el riesgo de dejar que nuestras emociones desbocadas conviertan un acto de justicia en una auténtica escabechina. Si nos tomamos la justicia por nuestra mano, podemos llegar a infligir mucho más daño del que los que son juzgados han infligido. Si decidimos vengarnos, es muy fácil dejarse llevar por nuestro afán de destrucción y aniquilación, traspasando la frontera que existe entre la justicia y el encarnizamiento. Dejemos que sea Dios quien se encargue. Vengarse es una actividad cuyos resultados van a permanecer en nuestras mentes, en nuestros sueños y en nuestras almas durante toda una vida, impidiéndonos ser felices. Pero si permitimos que Dios asuma este rol, tenemos la certeza de que irse de rositas solo es una cuestión de tiempo, ya que cuando Dios juzgue a esa persona, ésta será condenada eternamente, recibiendo exactamente el merecido de sus venenosos actos. Dios pagará en su momento justo, ni un segundo antes ni un segundo después, y todos seremos testigos de ese castigo cuando comparezcamos delante del tribunal de Dios.

  1. NUESTRO PAPEL MIENTRAS LA JUSTICIA DIVINA LLEGA

Si no debemos dar cabida a la venganza, ¿qué podemos hacer? Pablo vuelve a darnos la clave, aunque nos pueda desconcertar en principio: “Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza.” (v. 20) Habiendo puesto en manos de Dios la cuestión de la justicia y de la venganza, nuestra práctica ética debe ser antagónica al comportamiento de los que nos ofenden. Sé que puede parecer complicado dar de comer a aquel que en un momento dado te ha hecho la vida imposible. Sé que es duro tener que dar agua a aquella persona que te ha despreciado, insultado y golpeado. Pero es lo que demanda ser como Jesús.

Esto es lo que debe hacerse, no desde nuestras propias fuerzas o desde nuestra voluntad tendente a dejar que se muera de hambre y de sed nuestro adversario, sino desde la transformación que obra en nosotros Dios por medio del Espíritu Santo. Tú, por ti mismo, por mucho que lo intentes, seguirás pensando que al enemigo ni agua. Pero con la ayuda de Dios podemos cambiar nuestro odio en amor, nuestra ira en amabilidad, nuestra rabia en auxilio, y nuestras ganas de escamochar a alguien por lo que nos hizo, en un deseo sincero de no rebajarnos a su altura moral, y en un anhelo por no dejar que el enojo cause mayores males.

Esta conducta, que va contra la corriente de lo que nos dicta el resto del mundo, supone dos cosas: la primera, que tú habrás hecho lo correcto conforme a la voluntad de Dios, algo que será recompensado en la eternidad; y la segunda, que habrás enseñado una lección valiosa a aquellos que, en un momento dado, querían tu ruina, y es que, les harás recapacitar sobre el por qué de haberte hecho daño, y se avergonzarán de sus malas artes. Si devuelves golpe por golpe, la violencia no cesará. Pero si devuelves bien por mal, en su sorpresa, tal vez encuentren a un auténtico amigo con el que reconciliarse.

¡Cuántas historias y relatos no se conocen de personas que eran enemigas a muerte, y que, ante el gesto amable de una de ellas, se han convertido en amigos inseparables! La diferencia la marca el amor sincero, ese amor que solamente puede crecer en nosotros, si dejamos que Cristo tome las riendas de nuestra vida precisamente en esos episodios de nuestra vida en las que reclamamos poder vengarnos. Lo dicho: es difícil de entenderlo, y complejo practicarlo, pero cuando probamos seguir esta vía, podemos llegar a encontrarnos con sorprendentes resultados.

CONCLUSIÓN

Nuestra reacción natural ante el ataque de nuestros enemigos, debe ser dejar que Dios nos defienda a su tiempo. Mientras tanto, aun a pesar de seguir sufriendo el acoso y derribo de nuestros adversarios, debemos interiorizar las palabras de Pablo en nosotros, siempre teniendo en mente el ejemplo de Jesús, el cual fue tratado peor que a un perro, y encima injustamente, pero que nunca vomitó amenazas, insultos y maldiciones contra sus verdugos. La eternidad pondrá a cada quién en su lugar, no lo olvides. Por eso, procura que tu lugar esté del lado de aquel que promueve y consuma la justicia de forma absoluta y definitiva.