MALAS COMPAÑÍAS EN LA JUVENTUD


TEXTO BÍBLICO: PROVERBIOS 1:8-19


INTRODUCCIÓN


El apóstol Pablo sabía de qué hablaba cuando un día comentó que las malas compañías corrompen las buenas costumbres. Es una verdad como un templo. ¿A cuántas personas, que fueron educadas esmeradamente por sus padres, matriculadas en los mejores colegios, institutos y universidades, y rodeadas de todo lo necesario para vivir holgada y sosegadamente, no les ha pasado que, al juntarse con determinadas amistades, han echado a perder por completo su futuro? ¿Cuántos individuos no han dinamitado sus propias vidas a causa de abominar de los consejos familiares y entregarse en brazos de compañías dañinas, tóxicas y peligrosas? ¿Cuántos hijos e hijas no han caído en lo más profundo de las fosas de la autodestrucción y de la adicción por seguir la corriente de la presión grupal de sus iguales? ¿Cuántas vidas no se han truncado por andar con personajes de mala ralea y peores intenciones para con la sociedad?

Conocemos, seguro, a jóvenes impresionables que, con tal de no desentonar en el contexto de la pandilla, se han olvidado por completo de la seguridad y protección de la consejería paterna o materna, y han comenzado a juguetear con cosas ilegales, ponzoñosas y esclavizantes. Aquel chico o aquella chica que parecía que iba a llegar lejos, da con sus huesos en la cárcel, en un callejón oscuro repleto de drogadictos, en un basurero recogiendo algo con que seguir pagando su dosis, o en un internado para delincuentes psicológicamente antisociales.


Es lamentable tener que contemplar cómo un hijo o una hija se desliza peligrosamente hacia el lado oscuro de la vida, cómo opta por hacer caso de sus pares en lugar de obedecer las directrices de quienes más los aman, cómo hace oídos sordos a las reconvenciones y amonestaciones de personas sabias y experimentadas en quebrantos. Es preocupante observar que las relaciones familiares se quiebran en mil pedazos cuando el criterio de un imberbe e inexperto adolescente o joven se valora por encima del de los progenitores. Es triste comprobar cómo la juventud se deja llevar por energúmenos egoístas y hedonistas que se alegran de poder corromper la vida de otros de sus semejantes.

Los padres siempre tememos el momento en el que nuestros hijos e hijas comienzan a despuntar en la adolescencia, y rogamos al Señor que no se involucren relacionalmente con cuadrillas inmoralmente irresponsables y con juntas que pueden provocar daño a personas inocentes de nuestro entorno.

EL ROL DE LOS PADRES EN LA CRIANZA DE SUS HIJOS


Salomón también conocía los riesgos y amenazas que pueden surgir en los tiempos de la mocedad del ser humano. Sabía a ciencia cierta que muchas veces el potencial esplendoroso que se adivinaba en un muchacho o una muchacha podía desvanecerse a causa de una mala elección de compañías. Por eso, el rey sabio desea que todo ser humano entienda que no existe mejor lugar para aprender sabiduría y llenar el corazón de sensatez y prudencia que la familia. El papel de los padres en la educación y crianza de los hijos es fundamental aquí. Todo empieza en el hogar.

Si los padres se involucran plenamente en la construcción de unos cimientos firmes y asentados en la Palabra de Dios, y si se desviven por modelar para sus hijos vidas felices y consagradas al Señor, será mucho menos probable que los hijos caigan en las redes de compañías perniciosas para ellos. Si, por otra parte, los padres son negligentes a la hora de inculcarles principios rectores de la vida desde las Escrituras, la posibilidad de que éstos entren en barrena cuando el grupo de amistades les propongan realizar machadas de índole delictiva, es enorme.


Es interesante descubrir desde el texto que hoy nos ocupa, que Salomón cree necesario que, tanto el padre como la madre, se muestren unánimes en cuanto a la educación y consejo de sus criaturas. No es una función que solamente lleva a término uno de los dos. Para que la crianza según las estipulaciones bíblicas logre su objetivo de manera eficaz y óptima, ambos deben participar de esta labor nuclear: “Escucha, hijo mío, la instrucción de tu padre y no abandones la enseñanza de tu madre, porque adorno de gracia serán en tu cabeza, y collares en tu cuello.” (vv. 8-9)

El mejor consejo que un hijo o hija pueda recibir en la vida es que escuchen con atención y concentración la enseñanza de sus padres. Llega un momento en la adolescencia en la que nuestros hijos se desayunan con una realidad implacable: sus padres no son un modelo perfecto y no lo saben todo sobre todo. Comienzan a prestar oídos a lo que sus iguales les transmiten, a lo que los medios de comunicación les predican, y a lo que sus profesores les enseñan, y se dan cuenta de que ellos también pueden incluso dar lecciones a sus padres. Ahí es donde entra esa actitud chulesca que casi todos hemos tenido en nuestra adolescencia de creer que lo sabíamos todo, o que al menos teníamos un nivel de cultura superior al de aquellos que nos dieron la vida.


El problema de este talante ufano y presuntuoso de la adolescencia, es que cualquier conocimiento, dato o información recibidos, no se corresponde con una experiencia vital que solamente detentan los padres. Saber cosas no significa que sepamos qué hacer con ese conocimiento. Y ahí es donde muchos meten la pata y donde muchos jóvenes rompen definitivamente con el ejemplo y la asesoría vital de sus padres, para escuchar a otros como ellos, con ideas completamente distintas a las que había recibido en su hogar, y con perspectivas inmaduras que llevan a corto plazo a la miseria.

Justo cuando se dan el batacazo padre, cuando se ven frustrados y recapacitan sobre sus caminos errados, entonces comprenden que apenas han salido del cascarón, y que sus acciones no han ido acompañadas con una auténtica sabiduría que procede de Dios y que es canalizada a través de la piedad y la santidad de los padres.

Cuando un hijo o hija sigue la instrucción de sus padres desde la base de la Palabra de Dios, verá más pronto que tarde que todas esas enseñanzas tiernas y coherentes que ha recibido le permiten caminar por la vida con confianza y rectitud. Del mismo modo que los adornos, las joyas y los collares son hermosos, valiosos y deseados, así es la sabiduría que brota de los corazones de los padres, sin importar la edad que ellos tengan, sin importar la edad que nosotros tengamos.

ALERTA CONTRA LAS MALAS COMPAÑÍAS


El consejo de Salomón a cualquier hijo de vecino en cuanto a las compañías parte de la idea de que es inevitable que nuestros vástagos se relacionen con otras personas de forma social. Los muchachos y muchachas se encuentran para divertirse juntos, para compartir aficiones y gustos, para disfrutar de la compañía mutua y para construir lazos que, con el tiempo, pueden derivar en otros más férreos, comprometidos y duraderos, como la amistad o el noviazgo. En todo esto no hay nada malo, todo lo contrario. Todos hemos pasado por esta etapa y, en mayor o menor medida, hemos celebrado este tiempo de la mejor manera posible, y hemos intentado edificar una red de relaciones que duran incluso hasta el día de hoy.

Si todo esto se hace dentro de los parámetros de lo bíblicamente aceptable, nada hemos de temer al respecto. El auténtico problema aparece cuando esto no es así, y cuando un joven recibe la invitación de un grupo de amigotes para tramar hechos delictivos: “Hijo mío, si los pecadores intentan engañarte, no lo consientas. Si te dicen: “Ven con nosotros, pongamos asechanzas para derramar sangre, acechemos sin motivo al inocente; los tragaremos vivos, como el seol, y enteros, como los que caen en la fosa; hallaremos toda clase de riquezas, llenaremos nuestras casas con el botín. Ven, une tu suerte a la nuestra y hagamos una bolsa común entre todos”, tú, hijo mío, no vayas en el camino con ellos, sino aparta tu pie de sus veredas, porque sus pies corren hacia el mal, se apresuran a derramar sangre.” (vv. 10-16)


Lo primero que advierte el padre y la madre a un hijo o hija que comienza su andadura en términos sociales o de amistades es que tenga cuidado con determinadas personas, consideradas de dudosa catadura moral. Cuando era hijo mis padres lo hacían conmigo, y yo lo hago con mis hijas a riesgo de ser más pesado que un matrimonio a la fuerza. Un padre no se cansa nunca de repetir hasta la saciedad que cuando jóvenes de mala fama y peor suerte te propongan ser sus amigos, te niegues en redondo. “Pero es que son muy guays,” “pero es que tienen la cuadrilla más molona,” “pero es que, si quiero ser famoso o famosa en mi barrio, o en el insti, hay que juntarse con ellos porque la fiesta que montan es genial,” “pero es que…” Ni peros, ni nada.

El consejo, oh joven, es que cuando vengan a ti para reclutarte en su elitista grupo súperultramegachachi, digas no, no para ser un seco, o un soso, o un estrecho mental; es para la supervivencia de tu porvenir y para la paz de tu espíritu. “Venga, que te lo vas a pasar súperbien,” “Vamos, no te hagas de rogar, que no pasa nada, si tus viejos no se enteran,” “Va, no seas así, fluye con la corriente…” No es no. Lo que puede parecer un ofrecimiento incluso de carácter privilegiado se puede convertir en la tumba de tu futuro como persona.


Porque las intenciones de una pandilla tóxica no son las de involucrarse culturalmente en temas de música o arte, las de colaborar con la sociedad con un espíritu crítico y activista, o las de participar en competiciones deportivas. Las metas de estas bandas son las de hacer daño o herir a todo lo que se mueve, las de ir a las discotecas a armarla por cualquier chorrada, las de quedar para pegarse palizas con bates de beisbol o con navajas, y las de marcar el territorio para realizar sus chanchullos y negocios ilegales. Sus objetivos son las personas que solo pasan por ahí, sin saber que son la diana de las frustraciones personales de unos malnacidos.

Limpian los bolsillos y las carteras de los pobres trabajadores, esperan a las personas jubiladas que salen del banco tras cobrar sus pequeñas pensiones, violan a muchachas en cualquier portal para demostrar lo machotes que son, matan si es necesario para después enorgullecerse de sus sangrientas y abyectas hazañas. Solo buscan arrebatar, rapiñar y despojar a cualquiera para gastar ese dinero en drogas, alcohol, ropas y zapatillas caras, y demás utensilios que puedan emplearse para seguir esquilmando y atemorizando a sus conciudadanos. Se unen en una tropa porque saben que solos no son nadie, que pueden ser vencidos fácilmente, pero que si se alían pueden llegar a tener el poder sobre la vida o la muerte de cualquier viandante al que aborden violentamente.


Es incomprensible e inconcebible, al menos para mí, que todavía existan jóvenes y adolescentes que incluso sigan, alaben o glorifiquen a este tipo de grupos. La conciencia cauterizada que ya tienen muchos mozalbetes lleva a convertirse en ejemplares insensibles de la escoria humana. El otro día apalizan hasta la muerte a uno de sus compañeros de estudios, y en lugar de echar una mano, la echan, pero para grabar la agonía y la tortura a la que fue sometido este chico. Se citan después del instituto para golpearse y darse tundas barriobajeras por la mirada que me has tirado, porque no me has dejado el típex, porque me caes mal y punto, o porque soy un maltratador que disfruta de vapulear a otros que son más débiles que yo.

¿Dónde están los jóvenes de Dios que se sienten indignados ante estas circunstancias y prácticas? ¿En qué lugar podemos encontrar a muchachos y muchachas que busquen la armonía, la paz y los valores éticos del Reino de los cielos? Los padres, tras presentar la locura de entrar a formar parte de estos colectivos juveniles de baja estofa, conminan a sus hijos a que pasen de esta clase de personas. La idea es que no se ven inmiscuidos en problemas con la ley, con sustancias estupefacientes adictivas, con complicidades delictivas o con la frialdad de un corazón que considera a cualquier ser humano como alguien al que hay que amenazar y extorsionar.


No serás el más cool, el más guay, el que tenga más likes o el que más lo pete en las fiestas del pueblo o del barrio. Pero podrás transitar por la vida sin unas cargas que sí tendrán que acarrear aquellos que infligieron heridas a sus prójimos, que padecerán los resultados de sus desvaríos y abusos con el alcohol y las drogas, que arrastrarán un historial delictivo que no les permitirá ser considerados para trabajos y oficios, aunque se rediman ante la ley y la sociedad, y que vivirán, el tiempo que les deje vivir su venenosa trayectoria, con la culpa y los remordimientos de haber cometido crímenes de lesa humanidad.

El joven hoy no se da cuenta de lo feliz, tranquila y serenamente que se puede vivir al margen de grupúsculos vandálicos, de tropas agresivas y violentas, y de presuntas amistades que te pueden hundir la existencia. Escurre el bulto, aléjate de las malas compañías, huye de las tentaciones que puedan presentarte, y presenta tu vida delante de Dios para ver colmadas tus esperanzas y cumplidos tus sueños de un futuro equilibrado, controlado por el Señor y guiado por el Espíritu Santo.

EL DESTINO DE LAS MALAS COMPAÑÍAS


A veces, escucho por parte de pedagogos, psicólogos y demás estudiosos de cómo debemos criar a nuestros hijos, que los padres debemos evitar en lo posible traumatizar a nuestras criaturas con imágenes negativas de lo que supone tomar una serie de decisiones equivocadas. No podemos turbar la mente de nuestros pequeños con retratos de la miseria que conlleva seguir caminos tortuosos y malvados, porque si no, se traumatizan de por vida, y eso sí que no. Sin embargo, Salomón recomienda lo contrario. Tus hijos deben saber a qué se enfrentan si escogen abrazar la maldad, la violencia y la depravación: “En vano es tender una red ante los ojos del ave, pero ellos a su propia sangre ponen asechanzas, contra sí mismos tienden la trampa. Así son las sendas de todo el que es dado a la codicia, la cual quita la vida de sus poseedores.” (vv. 17-19)


Lo que ignoran todos aquellos que eligen formar parte del reducto de malhechores y delincuentes habituales que existe en medio de cualquier ciudad o localidad, es que ellos se están tendiendo la trampa contra sí mismos. Mucho jiji y mucho jaja, cuando despluman a alguien de sus pocos ahorros, o cuando van a trescientos por hora por la carretera con sus cochazos con riesgo de provocar un accidente mortal de necesidad, o cuando graban con sus móviles a una muchacha mientras la violentan, cuando matan a golpes a un mendigo que duerme en la calle, o cuando prenden fuego a un sintecho en un cajero bancario. Ahí se enorgullecen y presumen de sus asquerosos hechos, lo publican en las redes sociales y en Youtube, lo difunden entre el resto de sus afines, creyendo, en su estulticia e idiotez supina, que no recibirán el pago por sus acciones deleznables.

Pero justo es Dios, y breve es la vida terrenal, para que un día sea el lloro y crujir de dientes a causa de su sentencia de muerte eterna. Tal vez en esta vida algunos no lleguen a pagarlo, pero en el día del Juicio, a menos que se arrepientan y sienten la cabeza mientras piden perdón a Dios y a aquellos a los que amedrentaron y agraviaron, sufrirán la peor de las suertes y de los destinos habidos y por haber, el infierno que consumirá su ser perpetuamente.


Las cárceles están llenas de personas que en su juventud tomaron malas decisiones y que se juntaron con quienes no debían. La huella de sus perversas acciones quedarán grabadas a fuego en las mentes y memorias de la sociedad. El recuerdo de sus malignos hechos echará para atrás a cuantos se encuentren con ellos en el camino de la vida. Las repercusiones de juntarse con individuos e individuas tóxicos son más graves de lo que podemos llegar a imaginarnos.

Ya lo dice el refrán: “Dime con quién andas, y te diré quién eres.” Y aunque este adagio popular, producto de la experiencia tradicional, no siempre puede emplearse para generalizar, lo cierto es que uno debe cuidar qué clase de relaciones tiene con otras personas, y habilitar la capacidad de mantenerse al margen de cualquier actuación de perfil delictivo que pueda proponerse en un momento dado desde la presión grupal.


CONCLUSIÓN


Alguien podrá decir que Jesús se juntaba con pecadores y ladrones, para justificar su relación con bandas criminales o de tendencia agresiva. Jesús sí tuvo relación con estos grupos de personas marginalizadas, pero no para unirse a sus contubernios delictivos, o para ejercer de coartada para malhechores. Jesús no se unió a ellos, sino que trató por todos los medios sacarlos de esa realidad terrible y desastrosa en la que vivían, logrando en bastantes casos, que personas perversas cambiasen sus vidas y retornasen lo robado a los agraviados.

Una cosa es tener amistades que han equivocado su camino, y otra es colaborar en sus propuestas ilegales. Podemos socializar con personajes de corte violento o agresivo, pero solo desde la madurez espiritual, y para presentarles el evangelio de Cristo, y para ser ese paño de lágrimas cuando, tras consumar sus planes delictivos, está ahí para guiarlos al conocimiento de Jesús. Más allá de esto sería una imprudencia.


En nuestras manos está que nuestros adolescentes, niños y jóvenes escojan vivir de acuerdo a la voluntad de Dios. Con el paso del tiempo se va haciendo más difícil y complicado, pero fiel es el Señor que nos dará la sabiduría necesaria y oportuna para criar y conducir a nuestros hijos en las sendas de Cristo. Roguemos por su seguridad y porque, en el instante conveniente, sepan discriminar entre el bien y el mal en sus propias vidas.