SELFIE

Llegas a un lugar, te parece bonito y mecánicamente, casi por inercia, levantas el móvil para hacerte un “selfie” y postearlo en tus redes sociales.  Este acto que hoy es tan común, en el pasado era la excepción de la regla. Entonces solíamos pedirle a la persona más cercana que nos sacase una foto porque hacérsela uno mismo era la última opción, a la que casi nadie quería recurrir. Sin embargo, hoy los “selfies” están de moda, son tendencia. 

Así, podemos encontrar “selfies” de gente caminando, comiendo, compartiendo con sus amigos, mirando algo “interesante”, acabadas de levantar, a punto de irse a dormir… Y una infinita serie de puntos suspensivos… No obstante, ¿te has preguntado cómo los “selfies” pueden cambiar tu vida y qué dicen sobre ti? Debemos tener en cuenta que la tecnología no se limita a hacer las cosas por nosotros, hace las cosas en nuestro lugar y, como resultado, no solo cambia lo que hacemos sino también lo que somos.

Los “selfies”, al igual que cualquier otra foto, interrumpe la experiencia que estamos viviendo, sobre todo si empleamos un tiempo adicional para subirlos a las redes sociales. El “selfie” implica ponernos “en pausa” y a veces también significa poner en “stand by” a quienes nos rodean, por el afán de documentar nuestras vidas.

Por supuesto, el deseo de inmortalizar determinados momentos de nuestra existencia siempre ha existido. El problema radica en que ahora las cámaras digitales nos acompañan allá donde vamos, por lo que también son mucho más invasivas que antaño. Por eso, hay personas que han comenzado a ver el mundo a través del ojo digital, olvidando cómo se disfruta la experiencia.

Un estudio realizado recientemente por investigadores de la Universidad Estatal de Ohio ha desvelado que los que publican más “selfies” en sus redes sociales también tienen rasgos narcisistas y psicopáticos. Por supuesto, no es sorprendente que los que publican más “selfies” y pasan más tiempo editando sus imágenes tengan una vena narcisista, pero esta es la primera vez que se ha confirmado a través de un estudio científico. Y vale aclarar que, aunque la investigación se realizó en hombres, sus resultados bien podrían aplicarse a las mujeres.

En ese estudio también se pudo apreciar que editar las fotos estaba relacionado con elevados niveles de auto-objetivación, un concepto que hace referencia a aquellas personas que se valoran a sí mismas predominantemente por su apariencia física, más que por rasgos de su personalidad o por sus habilidades y logros. En otras palabras, muchas de las personas que solían publicar en sus redes sociales “selfies” editados, basaban su autoestima en su físico. En este punto se cierra un círculo vicioso que puede llegar a ser muy dañino. Las personas que tienen una tendencia a la auto-objetivación suben más “selfies” a las redes sociales y, al recibir comentarios positivos sobre su aspecto físico, estos refuerzan su conducta. A la larga, se trata de una autoestima artificialmente elevada, que no tiene en cuenta otros factores de su personalidad.

De hecho, otro estudio realizado en la Universidad de Buffalo desveló que las personas que más fotos comparten en sus redes sociales son aquellas cuya autoestima se basa principalmente en las opiniones de los demás. Esto significa que están muy expuestas a la valoración de los otros, que su estado emocional depende en gran medida del nivel de aceptación que tengan sus fotos.

Uno de los estudios más interesantes sobre el fenómeno de los “selfies” fue realizado en la Universidad de Birmingham. Estos psicólogos descubrieron que mientras más “selfies” se hacen, más se afectan las relaciones interpersonales. ¿Por qué? En primer lugar, porque las personas que están a tu alrededor pueden sentirse acomplejadas o relegadas a un segundo plano, mientras pones el énfasis en ti mismo. En segundo lugar, porque están sometidos a la tensión de tener que estar listos en todo momento para sonreír a la cámara pues no saben cuándo puede llegar el próximo flash. Esa tensión desemboca, irremediablemente, en irritabilidad. En tercer lugar, porque se genera una sensación de competencia entre amigos, que no es beneficiosa para ganar en intimidad.

No se trata de que los “selfies” sean malos en sí mismos. De hecho, existen desde hace varias décadas. El problema radica en que hoy son la expresión de una sociedad obsesionada con la imagen que ha abrazado el narcisismo. Por tanto, es importante aprender a disfrutar de cada uno de los momentos y dosificar el uso de la tecnología. Nos lo agradecerán las personas que se encuentran a nuestro alrededor y nuestro equilibrio psicológico se beneficiará. Recuerda que a veces es más importante disfrutar de la experiencia que inmortalizarla en una imagen. La imagen probablemente se perderá entre miles de fotos más, pero las experiencias y las emociones que vivas se quedarán para siempre en tu memoria.

Aunque Jesús no tenía un móvil con cámara o una aplicación social como Instagram, el hecho de identificarse a sí mismo de maneras muy ilustrativas y gráficas era algo recurrente durante su estancia en el planeta tierra como ser de carne y hueso. De algún modo, un “selfie” es un autorretrato en el que cada posado es una manera de comunicar al mundo quién es uno, al menos desde lo puramente aparente, físico y superficial. Sin embargo, los “selfies” que Jesús hacía de sí mismo, sin filtros ni ediciones posteriores, y sin palo “selfie” con que inmortalizar visualmente su aspecto físico, eran “selfies” que señalaban facetas de su vida interior, de su alma y de su propósito al aterrizar en nuestro mundo. La palabra “selfie” proviene del inglés que traducimos por “yo mismo”, y en varias ocasiones puntuales Jesús dejó conocer de sí mismo a los demás, características que hablaban a la perfección de su vida y de sus metas.

Por poner algunos ejemplos de “selfies” cristológicos, señalaremos tres de ellos que aparecen en el evangelio según Juan (Juan 14:6). La vida es un auténtico viaje que muchos de vosotros simplemente estáis iniciando. Es un viaje repleto de certezas e incertidumbres y lleno de paisajes hermosos así como de horizontes tenebrosos. Cuando vamos a planificar unas vacaciones o una escapada, es preciso escoger cuidadosamente la ruta por la que queremos conducir nuestro vehículo, salvando los atascos y carreteras problemáticas, y eligiendo las vías amplias y rápidas que nos lleven a nuestro lugar de destino lo antes posible y con el menor número de imprevistos. Metemos en el maletero aquellas cosas indispensables e imprescindibles para que nuestro tiempo de descanso sea lo más placentero posible, revisamos con detalle nuestro vehículo en previsión de averías y procuramos hacer que nuestro viaje sea lo más llevadero posible.

La vida también tiene un principio y un fin. El trayecto que queda entre nuestro nacimiento y nuestra muerte es un recorrido de tiempos y espacios en los que es preciso escoger la mejor ruta, en los que es necesario viajar ligeros de equipaje y en los que deberíamos prevenir antes que lamentar. Desgraciadamente, no todos los seres humanos de este mundo optan por la mejor ruta, aquella que puede salvarles de sinsabores y que es capaz de brindarles la oportunidad de vivir una vida auténticamente plena y satisfactoria.

El poeta Antonio Machado ya lo dijo con especiales y sencillas estrofas: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar.” Mientras andamos y transitamos por esta vida, las elecciones y las decisiones llenan cada uno de nuestros pasos. No hay metro de nuestro recorrido vital en el que no tengamos que escoger entre varias opciones. La cuestión entonces es saber decidir qué sendas son las que mejor nos convienen y qué caminos nos conducen al abismo de la desesperación. Nuestra ruta que es la vida está plagada de cruces, atajos y bifurcaciones, y si nos dejamos guiar por nuestro instinto, por nuestros deseos y por nuestra visión distorsionada de la realidad y de lo que es importante, lo más probable es que nos despeñemos por el acantilado de la ignorancia y el engaño. No todas las señales que aparezcan en la carretera por la que conducimos serán lo que parecen, sino que a menudo las promesas de atajos solo harán que nos perdamos más y más en los caminos de cabras de Satanás.

Cristo se convierte de este modo en aquel que puede marcarnos la ruta correcta que lleva a la salvación de nuestras almas, a la bendición en nuestras vidas y a la presencia eterna de Dios, la cual es nuestro destino deseado donde descansar de los sufrimientos, el desespero y el dolor que como seres humanos nos causamos mutuamente. ¿Deseas llegar a tu verdadero hogar siguiendo la ruta más segura y confiable? Entonces Cristo es la solución, porque no solo muestra el camino al Padre, sino que él mismo es ese camino de santidad. Tomás se hizo una pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez en la vida: ¿Cómo sabemos dónde está el camino de salvación que nos acerca a Dios?

A. CRISTO ES EL CAMINO

Jesús le dijo: Yo soy el camino… Nadie viene al Padre, sino por mí.”

¿Qué es un camino? La definición oficial de camino es la siguiente: “Franja de terreno utilizada o dispuesta para caminar o ir de un lugar a otro; en especial la que no está asfaltada.” De este concepto podemos entender que un camino surge para conectar a dos personas o seres que desean encontrarse en un momento dado. Los antiguos caminos solían aparecer en el terreno cuando el tránsito de personas apisonaba la tierra hasta crear un sendero reconocible. Con el paso del tiempo este camino era pavimentado, ensanchado, señalizado y asfaltado, a fin de que los viajes se hiciesen más cómodos y rápidos. Un camino no existe en tanto en cuanto no exista el deseo de que alguien quiera conectar con otro u otros, y por lo tanto, esta idea apunta, en términos vitales, al deseo de Dios porque el ser humano se relacione con Él. El camino que Dios ha provisto para que hagamos un viaje de descubrimiento y de experiencia es su Hijo Jesucristo. Cristo se convierte así en mediador entre Dios y los seres humanos, el camino necesario, excepcional y único que nos enlaza con Dios y con nuestra redención.

La declaración de Jesús de ser Dios mismo, que podemos ver recogida en el uso del “selfie” o del “Yo soy” propio del nombre de Dios, nos indica claramente que Jesús no era un maestro espiritual o un gurú profético que solo venía a marcar el camino a la plenitud humana en Dios. Jesús no era solamente alguien que con su mensaje y enseñanzas estaba revelando el camino a Dios. Él mismo era y es el Camino con mayúsculas. Es el camino y no un camino. Esto quiere decir que cualquier intento por proponer otros caminos a Dios son solo inútiles movimientos por construir autopistas engañosas que persigan alcanzar la salvación o a Dios a través de los esfuerzos humanos. A lo largo de la historia ha habido caminos que han tratado de ocupar el lugar de Cristo. Hoy mucha gente predica evangelios en los que “todos los caminos llevan a Roma”, y en los que se pregona que no importa a qué Dios adores, si Alá, la Madre Tierra o Maradona, o qué camino a la realización personal sigas, puesto que un día todos seremos salvados por amor.

Solo existe una ruta para la salvación y ésta es Cristo. Nadie puede llegar a relacionarse con el Padre si primeramente no se ha relacionado con el Hijo. No existen atajos ni vericuetos que acorten la ruta o que faciliten el viaje. De hecho, todos aquellos que hemos aceptado que Cristo es el único camino a Dios, sabemos por experiencia que el camino es angosto, estrecho y repleto de baches: “Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.” (Mateo 7:13-14). La vida cristiana no es una autovía espaciosa a la que ir a toda velocidad pagando con obras los peajes que nos encontremos hasta destino. La ruta de la vida para el creyente está erizada de inconvenientes, accidentes, incidentes y percances, y nuestro vehículo a veces se averiará por no cambiar el aceite cuando toca, se verá envuelto en situaciones rocambolescas que demandarán de nuestra pericia al volante y gastaremos mucho dinero en cambiar ruedas pinchadas. No podría ser de otro modo sabiendo que nuestra existencia, por causa del pecado y de nuestra mala cabeza, se va a ver afectada negativamente, aunque por fin lleguemos a puerto sanos y salvos. Conocer a Cristo por medio de este “selfie” es conocer a Dios, y transitar por el camino por excelencia que es Jesús solo puede darnos la seguridad de que seremos salvos por gracia y de que disfrutaremos de Dios por toda la eternidad.

B. CRISTO ES LA VERDAD

Yo soy… la verdad.”

¿Qué es la verdad?, se preguntaba Poncio Pilatos cuando vio a Jesús cara a cara durante su juicio. Esta es una pregunta que todo ser humano que se precie de ser mínimamente inteligente se ha hecho alguna vez en la vida. ¿Dónde puedo encontrar certezas y absoluta seguridad? En los tiempos que nos toca vivir la verdad ha dejado de existir en detrimento de las verdades. Lo que para mí es cierto, no tiene porqué serlo para ti y viceversa. La verdad se ha volatilizado y relativizado de tal manera que determinadas afirmaciones y aseveraciones son verdad únicamente por el hecho del efecto que causan en la persona. Una verdad es valiosa si aporta felicidad, libertad de acción y satisfacción a los sentidos. Hoy más que nunca recibiremos, si queremos hablar de las verdades absolutas reveladas en la Biblia a alguien, el comentario de que todo es del color del cristal con el que miras. He escuchado incluso que la mentira aporta más que la verdad cuando se dice en el contexto de evitar problemas y eludir responsabilidades futuras. Por lo tanto, esa pregunta de Poncio Pilatos ya está dejando de tener peso en la mentalidad del mundo en el que vivimos. Tu verdad, mi verdad, y lo importante es ser feliz con ellas.

Sin embargo, esta percepción de lo que es la verdad es lo que puede llevar a muchísima gente a caminar por rutas en las que prefiere ser dirigida por espejismos, promesas falsas y erróneas transcripciones de lo que es el bien y el mal. El respeto por la opinión y las presuntas experiencias de los demás siempre debe estar presente en nuestra predicación del verdadero camino que puede llevar a Dios al incrédulo. No podemos aporrear con la Biblia a todo aquel que no piensa como nosotros o que no comulga con nuestra fe e ideas. Solo hemos de exponer con extraordinaria sencillez y sinceridad que existe una verdad absoluta, superior y transformadora la cual es Cristo. Esta verdad “selfie” que está encarnada en Cristo y que revela a Dios Padre nos lleva a recibir una libertad auténtica y muy alejada de esa pretendida libertad que nos quieren vender de hacer lo que mejor nos plazca. Esta verdad ha sido manifestada en Jesús. “Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz.” (Juan 18:37).

C. CRISTO ES LA VIDA

Yo soy… la vida.”

¿Qué es la vida? ¿Es simplemente existir, respirar, pasarlo en grande sin pensar en las consecuencias, amar? La vida, tal y como la entiende este mundo, es aquel intervalo de tiempo que existe entre el nacimiento y la muerte y que debe ser exprimido y disfrutado a tope. Si preguntásemos a alguien qué es la vida, seguramente nos hablaría de trabajo, dinero, familia, diversión, descanso y un largo etcétera de actividades en las que emplear el tiempo de esa vida. No obstante, ese sueño que todo ser humano persigue de poder saborear la vida suele estar acompañado de una caprichosa visión de lo que es vivir realmente. De algún modo perverso, se ha estructurado una concepción de vida basada en el materialismo, de tal manera que vives en tanto en cuanto consumes y adquieres cosas para ser feliz. De ahí que las expresiones “vivir la vida”, “tú si que vives bien”, “vivir a todo tren” y “la dolce vita”, tengan más que ver con vivirla sin sobresaltos económicos y disfrutándola entre lujos y comodidades. ¿Pero eso es vivir plenamente? Lo dudo. Si existe una sola vida que merezca la pena vivirla y que sea digna de ser llamada vida, esa es la que Cristo nos regala si elegimos hacer nuestro su “selfie”. Tenerlo todo y perder el alma supone conducir el vehículo por la autopista de la condenación eterna, tal vez encontrando placer y diversión momentáneos durante el trayecto, pero que al final desembocarán en las fauces rugientes del infierno.

Cristo no ha venido solamente a traernos vida, sino que él mismo es la Vida. En él podemos encontrar el sentido y propósito de nuestra existencia, en él podemos saciar nuestra sed espiritual, en él adquirimos nuestra verdadera esencia: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” (Juan 10:10). Nuestra mera existencia física presente importa poco en comparación con toda una vida eterna que comienza en el preciso momento en el que nos detenemos en un área de descanso al lado de la carretera, y reflexionamos sobre nuestro destino final, y escogemos creer en Cristo como nuestro Señor y Salvador. Él se convierte desde ese instante en nuestro guía y maestro, en nuestro GPS espiritual que siempre tiene cobertura satelital y que nos re-direcciona cuando metemos la pata siguiendo la señalización mentirosa que Satanás coloca en nuestro camino. A veces es conveniente hacer un stop en nuestro camino para verificar si la vida que queremos es la que estamos viviendo o la que Cristo nos ofrece por medio de su sacrificio en la cruz del Calvario.

CONCLUSIÓN

Considerando y analizando estos “selfies” de Jesús, nos damos cuenta de que solo hay un camino que nos acerca a Dios para entablar una relación que nos transformará y salvará. Solo hay una senda, poco transitada por la juventud, que promete verdad, libertad y vida. Solo existe un camino a la felicidad, al perdón de tus pecados y a gozar de toda una fiesta en los cielos que celebra tu llegada. Ese camino de sentido único es Cristo, un “selfie” inolvidable que siempre recordarás. Dale al “Me gusta” de los “selfies” de Jesús que hoy hemos visto, y todo tu mundo cambiará para siempre.

IGLESIAS INTERGENERACIONALES SOSTENIBLES Y RENOVABLES

Portrait of a diversity Mixed Age and Multi-generation Family embracing and standing together. [url=http://www.istockphoto.com/search/lightbox/9786738][img]http://dl.dropbox.com/u/40117171/group.jpg[/img][/url]

TEXTO BÍBLICO: 1 PEDRO 5:1-5, 10

INTRODUCCIÓN

Sostenibilidad, energías renovables, eficiencia energética o impacto ambiental son términos que, hoy más que nunca, se emplean para hablar de la lucha contra el calentamiento global o la conservación del medio ambiente. La ecología está siendo uno de los trending topics más empleados en los últimos tiempos, y más si cabe, cuando una nueva edición de la cumbre mundial del clima se está preparando en nuestro país. Más allá de Gretas Thunbergs surcando los mares en un catamarán para no dejar huella energética, de bulos y fake news sobre lo que piensan detractores y defensores acerca del cambio climático, y de intereses globalizadores que buscan hacer su agosto de los recursos naturales, ya bastante esquilmados y exhaustos en la actualidad, lo cierto es que vivimos tiempos en los que hemos de trasladar las inquietudes de las nuevas generaciones a las no tan nuevas a todos los niveles.

De manera más concreta y específica, y siempre con la mente puesta en la debida y saludable administración de la creación de Dios, en lo que atañe a la iglesia de Jesucristo, también hemos de prestar oídos a las sugerencias serias y argumentadas que muchos de nuestros jóvenes proponen a la comunidad de fe. Sin menoscabo de las estructuras ya fraguadas con el paso de los años y las décadas, sin minar la autoridad que brinda la experiencia y la madurez de los creyentes que llevan un bagaje reseñable a sus espaldas, y sin desdeñar la asesoría y los consejos de aquellos que han luchado a brazo partido para lograr ser lo que se es hoy, no cabe duda de que la voz de los jóvenes debe ser escuchada en orden a lograr una más excelente y contemporánea manera de entender el cuerpo de Cristo. Por supuesto, no hablamos de la reconversión de nuestra base doctrinal o de una reinterpretación actualizada de la Palabra de Dios que se ajuste y adapte a las tendencias culturales, sociales y políticas de nuestro entorno. Eso sería un terrible error por nuestra parte. Tal vez se trate más de una relectura litúrgica, de una revisión formal y ritual, o de una reorganización institucional en la que la visión de todos los creyentes, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, tamizada por la voluntad de Dios expresada en su revelación especial, impulse la misión evangelizadora, discipuladora y pedagógica de la iglesia.

1. SOMOS UNA IGLESIA INTERGENERACIONAL

Sé que puede sonar a Perogrullo, pero hemos de ser conscientes, hoy más que nunca, de que somos una iglesia intergeneracional. Nuestros jóvenes, más allá del grado de madurez espiritual, emocional y mental que posean, están más preparados que nunca para asumir un rol determinante que desemboque en un impulso motivador para toda la comunidad de fe. Del mismo modo que hablamos de sostenibilidad en términos energéticos, también hemos de hablar de sostenibilidad ministerial en la congregación de los santos. Una comunidad sostenible es aquella que coloca a la Palabra de Dios como centro de su cultura, de su práctica, de su exposición didáctica, de su evangelización y de su predicación. Y dentro de estas diversas áreas en las que las Escrituras son nucleares, nuestros jóvenes deben participar innovadora y creativamente. Mientras los adultos y ancianos de la iglesia contribuyen con su sabiduría, con su saber estar y hacer, y con su espíritu de lucha incansable, nuestros jóvenes pueden traer un renovado y fresco interés por emplear las nuevas tecnologías, redes sociales y mecanismos de comunicación modernos a fin de alcanzar a una nueva generación que no sabe nada, prácticamente nada, de Jesús, del evangelio o de la misión y propósito de la iglesia.

Yo sé que muchos adultos y ancianos de nuestras congregaciones se sienten jóvenes espiritualmente, que su ánimo es indestructible y que sus ansias de seguir trabajando para la causa de Cristo son inextinguibles. Me consta, y es un acicate ideal para que los que pertenecen a nuevas hornadas de creyentes más jóvenes se empleen a fondo. Pero también sabemos y conocemos de la energía y potencia que exhiben nuestros adolescentes y jóvenes. Tal vez necesiten ser encauzados, enseñados y capacitados para emplear esta energía y creatividad de forma adecuada y conformada a los estándares bíblicos, y es ahí donde, tanto unos como otros, podemos lograr, desde la preocupación y cuidado mutuos, desde la facultad de saber sobrellevarse los unos a los otros, y desde el consuelo y la exhortación saludables, renovar nuestras fuerzas y bríos, regenerar nuestro deseo de forjar un trabajo en equipo ejemplar, y ocupar nichos de actuación eclesial que se habían quedado en el olvido, pero que ofrecen nuevas oportunidades de servir y ministrar dentro y fuera de nuestra comunidad de fe.

La coordinación en los programas, una perspectiva transversal que permita el encuentro y la colaboración entre los diferentes ámbitos ministeriales en los que trabaja la iglesia, y la siempre necesaria comprensión, crítica constructiva y timing a la hora de asignar responsabilidades y tareas, proporcionarán a la iglesia un marco en el que, tanto jóvenes que desean implicarse y comprometerse lealmente al buen funcionamiento de los mecanismos eclesiales, como adultos y ancianos que llevan años y años batiéndose el cobre para sacar adelante a la iglesia, encontrarán la armonía y la unanimidad que les aproxime a la guía del Espíritu Santo y a la meta por excelencia de la iglesia: la misión.

En mi experiencia personal, yo mismo tuve la oportunidad y ocasión de formar parte de este tipo de estrategias de conexión intergeneracional y de transición generacional. El papel que juega el pastor es sumamente importante en la senda de preparar el relevo, sin descontar la relevancia de los responsables de ministerios y diaconías. En mis años mozos, concretamente en mis 16 años, tuve el magnífico y bendito placer de ser respaldado por mi pastor a la hora de acometer tareas, tanto en la enseñanza de los más pequeños, como en la predicación bíblica. Y cuando uno recibe un espaldarazo de confianza por parte de la iglesia para desarrollar sus dones y talentos, no cabe duda de que se empeña y esfuerza por ser parte de la renovación energética de tu comunidad de fe.

Ahora, si como hacen muchas congregaciones, vetamos, entorpecemos o demoramos la entrada de nuestros jóvenes en ministerios que tarde o temprano necesitarán energías renovadas e ilusionadas con el proyecto eclesial, estaremos disparándonos un tiro en el pie y perderemos la inestimable oportunidad de concebir la iglesia como una comunidad de fe que piensa a largo plazo. Yo sigo agradecido al que fue mi pastor, puesto que nuestra juventud necesita, sin lugar a dudas, un lugar en su iglesia, un rol que desarrollar para la gloria de Dios y para el servicio de sus semejantes.

2. UNA IGLESIA EN PLENO CALENTAMIENTO GLOBAL ESPIRITUAL

La iglesia ha de ser consciente de que existe un calentamiento global espiritual bastante evidente. El deterioro de la sociedad en la que se haya enclavada la iglesia es una realidad palpable y lamentable. El estallido de la violencia y de la agresividad, la carestía de valores morales, la relatividad en los principios rectores de la vida, la exaltación del hedonismo, la confusión ideológica y de género, la erosión paulatina del modelo familiar bíblico, y muchos otros más retos y desafíos que debe, y tiene, que enfrentar la iglesia en el día a día requiere que ésta disponga de todos sus efectivos bien pertrechados y equipados. Es menester que jóvenes y adultos se hallen unidos en esta batalla espiritual, así como que ambos rangos de edad se complementen para encontrar la mejor estrategia para capear temporales y vencer bajo la égida de Cristo. Conocer a la generación Y, o millennial, y a la generación Z, o iGeneration, es vital para dar a conocer el mensaje del evangelio a incipientes y futuros adultos caracterizados por atributos que cambian a la velocidad del rayo. La desactualización de nuestros métodos misioneros y evangelísticos precisamente aparece cuando nuestros jóvenes, los cuales saben de qué pie calza su generación, no son tenidos en cuenta para su administración, creación o planificación.

La paciencia debe ser aquí una virtud que cultivar. Paciencia de los más mayores hacia los más jóvenes, mientras éstos últimos ajustan y precisan sus conocimientos, dones, talentos y valores a la visión eclesial; y paciencia de los más jóvenes para con los más mayores, en orden a comprender que los cambios no siempre pueden ser llevados de forma radical, espontánea e inmediata. Conjugar estas dos paciencias, empastar estas dos voces, aunar experiencia con pasión, y compenetrar sabiduría con creatividad y apertura de mente, producirá en nuestras comunidades de fe el efecto imprescindible para salir al mundo y proclamar las buenas nuevas de salvación en Cristo. Soy sabedor de que estos buenos deseos y estas propuestas no son fáciles de implementar en muchas iglesias. Doy gracias a Dios porque en algunas de ellas ha sido posible cumplir esta estabilidad y este equilibrio intergeneracional a todos los niveles de servicio y ministerio eclesial. El fruto que están dando es generoso y relevante en medio de un medio ambiente hostil al evangelio.

3. SUJECIÓN, SOMETIMIENTO Y HUMILDAD INTERGENERACIONAL

El apóstol Pedro nos ofrece en su primera epístola universal un retrato de la clase de relaciones que deben imperar en la comunidad de fe cristiana, de tal modo que ésta pueda alcanzar su máximo potencial dentro de un escenario de humildad y unidad: Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo, anciano también con ellos y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria. Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad, porque «Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.»” (1 Pedro 5:1-5)

Sujeción y sometimiento mutuos. Dos vocablos que en la actualidad suenan para muchos idearios como una amenaza a la libertad individual. Sujetarse y someterse implican, para algunas personas, la renuncia a su capacidad decisoria y la desaparición del criterio propio. Nada más lejos de la realidad. No es posible apacentar, guiar o dirigir un grupo humano si no existe un compromiso mutuo de aceptación de la autoridad y del liderazgo, bien sea pastoral o presbiterial. No es posible gestionar un rebaño si no existe una motivación superior, como la es el señorío de Cristo, que impulse al anciano o al pastor a velar por las necesidades de cada oveja. Es absolutamente inviable considerar a la grey de Dios, entre la cual se hallan los jóvenes y adolescentes, si primero los más maduros en la fe, los que se supone que poseen una trayectoria testimonial de lealtad a Cristo, no provocan a sus hermanos a mimetizar su tesón, su entrega y su consagración a Dios.

El joven que asiste regularmente a la iglesia, tanto el que todavía no ha dado el paso de depositar su fe en Cristo, como el que lo ha hecho, pero todavía se lo piensa, como el que ya ha sido bautizado y está siendo discipulado, o como aquel que ya hace tiempo que entregó su vida al señorío salvador de Cristo, necesita posar sus ojos en el modelo de sus mayores. No nos damos cuenta, pero nuestros niños, adolescentes y jóvenes perciben mejor de lo que pensamos el clima que se genera dentro de la iglesia, observan con más interés del que nos imaginamos la conducta de unos y de otros en los tiempos comunitarios de adoración y enseñanza, y valoran y analizan si de verdad se encarnan los principios y valores del Reino de Dios de forma práctica en aquellos que presiden y sirven en las distintas áreas de la iglesia. Si existe una coherencia y una consistencia en el ejemplo y modelo de las personas que detentan las responsabilidades esenciales dentro de la congregación, entonces los jóvenes encuentran en estas personas el atractivo oportuno para desear dedicarse en cuerpo y alma en las diversas maneras de trabajar en el seno de la comunidad de fe cristiana.

Y algo muy importante, algo que nunca debe faltar en el entendimiento de una iglesia intergeneracional, es la humildad. Como bien dice el apóstol Pedro, la autoridad no debe supeditarse al “porque lo digo yo” o al “aquí mando yo.” La autoridad, dentro de la iglesia, es un privilegio, un placer, pero también una responsabilidad de la que se debe rendir cuentas delante de Dios. La humildad debe impregnar por completo las relaciones entre los ancianos y los jóvenes. La manera de hablar, de recibir las sugerencias, de asumir los roles, de proponer nuevas formas de mirar la realidad, de lograr consensos y compromisos intergeneracionales, ha de subordinarse inequívocamente a la humildad global de la iglesia. El empleo de argumentos válidos, el debate abierto dentro de un orden o la exposición de ideas en un marco de valoración, examen y análisis serio y detallado, propician un ambiente más proclive a poder sacar del cofre de la sabiduría, enfoques nuevos y prometedores en la evangelización, la educación, la obra social, la adoración musical, la oración y la exposición homilética, y enfoques ancestrales que templen y consoliden las renovadas concepciones de cómo trabajar en la iglesia y de cómo alcanzar a nuestros vecinos.

4. UNA META INTERGENERACIONAL GESTIONADA POR DIOS

Pedro termina su primera epístola con un anhelo en su corazón para con la iglesia universal y local: “Pero el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca. A él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.” (v.10) Hay innumerables maneras de entender la iglesia, pero concebirla sin prestar atención a todos los estratos de edad que en ella hay, dando participación a cada uno de ellos bajo el liderazgo de los ancianos y pastores, es un error gravísimo que es muy difícil de solventar más adelante. Conozco iglesias en las que, a causa de poner el énfasis en un grupo generacional concreto, y siendo negligentes en las demás líneas de edad, ha tenido que transitar por el desierto agrietado y seco de una generación desaparecida de sus atrios y capillas. Con el paso del tiempo, este lastre ha desembocado en la ausencia de liderazgo, en la carencia de referentes propios y autóctonos, y en la desesperación de importar modelos congregacionales de discutible factura para no tener que cerrar las puertas del templo. Dramáticos y trágicos finales para comunidades de fe antaño florecientes e influyentes. No vayamos por este camino, la senda de la decadencia y el declive de iglesias prácticamente en vías de desaparición.

Pedro aboga por el entendimiento y la comunión humilde entre hermanos, sean unos jóvenes y los otros ancianos. Y quiere que todos ellos busquen con todo su corazón que Dios sea el que vaya puliendo aristas, cincelando las imperfecciones, y modelando el corazón de cada creyente con independencia de su edad, género y extracción social y étnica. Desea con toda su alma que, en ese proceso, en el que habrá altibajos y diferencias de criterio secundarias, la iglesia sea afirmada sobre los cimientos de Cristo y de su evangelio, consolidando la armonía y sinfonía de toda la comunidad de fe. Pedro anhela que Dios fortalezca las voluntades, el fervor, el ánimo y las energías de un pueblo instalado en reforzar los lazos de amor intergeneracional. En definitiva, el apóstol espera que el Señor establezca en la constancia, la perseverancia y la permanencia esa humildad que cada creyente debe exhibir en sus interrelaciones eclesiales. Reconociéndonos todos como instrumentos santos y apartados para el servicio de Dios, hallaremos su favor y su bendición.

CONCLUSIÓN

Como hemos podido comprender, todos somos válidos delante de los ojos del Señor. Todos hemos de limar asperezas, de clarificar posiciones a la hora de servir a Dios y al prójimo, de erradicar prejuicios y preconceptos relacionados con las edades, y de ejercer un discernimiento espiritual que permita la edificación, fortalecimiento, establecimiento y perfeccionamiento de la iglesia. Desde Juventud UEBE, desde los diferentes campos que se abren en cada ministerio troncal de la UEBE, desde las representaciones regionales de nuestra juventud bautista, y desde las instancias formativas y pastorales, es nuestro deseo poder capacitar y habilitar a aquellos jóvenes que no se conforman con verlas pasar, que no se ciñen únicamente a criticar y comentar lo que se hace en su iglesia, sino que prefieren pasar a la acción y formar parte del cambio generacional que nuestras congregaciones van necesitando con cada vez mayor urgencia. Necesitamos sostenibilidad eclesial, energías renovables dentro del espectro de edad de nuestras iglesias, ser eficientes en la administración y gestión de estas energías apasionadas, y buscar impactar cristocéntricamente en nuestro medio ambiente social, político, religioso e ideológico.

Y todo esto, y mucho más que pueden ofrecer nuestros jóvenes y adolescentes, ha de realizarse, tal y como Pedro se encarga de enseñarnos, para la gloria y el imperio de nuestro Dios y Señor.

¿DEBEMOS TOMARNOS LA JUSTICIA POR NUESTRA MANO?

TEXTO BÍBLICO: ROMANOS 12:19-21

INTRODUCCIÓN

Hoy quisiera confesar algo. Algo que formó parte de mi infancia y que, gracias a Dios se superó justo en la adolescencia. Yo tuve el infortunio de ser el objeto del bullying de casi toda mi clase de EGB. No sé qué vieron en mí los matones de mi clase, si fueron mis gafotas, o que conocía las respuestas a las preguntas de mis profesores antes que ellos, o que, simplemente, era un desgarbado y flaco ejemplar de friki o empollón que tenía todos los números para ser apalizado. Me salvaba que, si les hacía los deberes antes de entrar a clase, o les dejaba mis libretas con las soluciones a los problemas que nos ponía el profesor de Mates, el maltrato se espaciaba y podía vivir un poco más tranquilo.

¿Sabéis? Cuando alguien que está padeciendo toda clase de abusos verbales, físicos y psicológicos durante un periodo prolongado, pueden pasar dos cosas: o que el afectado coja una depresión de caballo y llegue a pensar incluso en el suicidio, o que, harto ya de tantas palizas y burlas, se dedique a elaborar un plan de venganza al estilo del Conde de Montecristo. Los dos caminos son terribles.

Yo opté por no hundirme. Gracias a Dios tenía una familia que me quería, y unos amigos que no eran de mi clase que me aceptaban y que hacían que me lo pasara genial fuera del entorno escolar. Pero sí que llegaron a sacarme de mis casillas, y aunque no hice como hacen algunos que ya están psicológicamente mal en algunos centros educativos de Estados Unidos, y que se lían a tiros contra sus compañeros, profesores y contra quiénes se pongan en medio, la verdad es que necesitaba que se enterasen de una vez por todas que donde las dan, las toman. Sabía que, si me vengaba de ellos, seguramente me iban a linchar, pero había algo dentro de mí que decía que ya era suficiente, que hasta aquí hemos llegado, y que mis compañeros abusones debían recibir una lección humillante y vergonzosa.

Como ya os dije, los gamberros y demás seguidores siempre se copiaban mis deberes. Un día, alguien robó el examen que un profesor nos iba a poner un par de días después, y le hizo una fotocopia. La gran idea que se les pasó por la mente, que no era precisamente estudiar, era que me pasaran el examen, que yo contestara a todas las preguntas, que todos se hicieran copia de las respuestas, y así solamente tenían que memorizarlas, en lugar de hincar los codos o hacerse chuletas, lo cual les costaba un gran trabajo hacer.

¿Qué iba a hacer yo ante la presión de mis “queridos” y descerebrados compañeros de clase? Decidí que este era mi momento de ejecutar mi venganza. En lugar de contestar a las preguntas de forma correcta, me inventé las respuestas. Los cenutrios de mis compañeros ni siquiera echaron un vistazo al libro de texto para cotejar las respuestas con la información del libro, imaginaos. Así pues, todos se aprendieron de memoria las contestaciones, pensando alegremente que iban a sacar una matricula de honor de primera categoría. El día llegó, todos hicimos el examen, y lo entregamos al profesor. Claro está, yo sí contesté a las preguntas correctamente, así que cuando el maestro corrigiese los ejercicios, tendría un solo sobresaliente, el mío, y veintitantos suspensos de cero patatero. En ese instante yo estaba feliz como una perdiz. Al fin había consumado mi venganza, había hecho justicia, y esto les enseñaría a no menospreciarme.

El día de la entrega de notas llegó. Cuando el profesor dijo a toda la clase, que no solamente habían suspendido todos, menos un servidor, sino que todos, fijaos lo cortitos que eran, habían escrito exactamente las mismas respuestas equivocadas, las caras de los presentes se quedaron más blancas que una pared de cal a causa de la sorpresa. De la blancura se pasó al color rojo subido de aquellos que habían entendido por fin que habían sido burlados por mí, y yo, a pesar de que me estaba partiendo de la risa en ese preciso momento, entendí que en cuanto sonase el timbre de fin de clase, tenía que correr más rápido que Usain Bolt, si no quería que una jauría de matones me zurrase hasta decir basta.

En ese episodio, aprendí que, aunque la venganza y el ánimo de ejercer la justicia que se me había quitado eran sensaciones que dan un subidón de aúpa, y que te hacen sentir bien después de tantos padecimientos, la situación de bullying no iba precisamente a desaparecer, sino que iba a empeorar. Y así fue hasta que empecé a ir al instituto, y allí ya no me tropecé con ninguno de esos merluzos.

  1. THE PUNISHER

Esta es una historia que le pasa a muchos chicos y chicas durante su tiempo en la escuela y el instituto. Y aunque lo que nos pida el cuerpo es devolver mal por mal, si pensamos con la suficiente cabeza fría, entenderemos que lo único que estaremos haciendo es perpetuar una situación que solo tiene un final, y que no es precisamente agradable o apetecible: una multa, una expulsión, un castigo, una serie de cargos judiciales o, sí, incluso la muerte. La verdadera justicia no es la que impartimos nosotros al estilo Frank Castle en la serie The Punisher, donde un hombre ve impotente cómo matan a su esposa y a su hijo, y decide poner punto final a la vida de aquellos que le arrebataron lo que más quería. En el transcurso de la venganza, los daños colaterales pueden ser enormes. Querer tomarse la justicia por su propia mano, lo margina del resto de seres humanos, lo aísla de una sociedad que no es perfecta, y endurece tanto su corazón, que ya le es difícil amar o siquiera distinguir entre lo que está bien y lo que está mal.

Y es que, para vengarse, no solamente es necesario tener una actitud obsesiva, una rabia interna que impulse cada paso que das hacia la destrucción del que te ha herido. También necesitas ser capaz de comprender y asumir que el ciclo de la venganza nunca acabará contigo o con la persona a la que dañes. Los que te aprecian se enfrentarán a pecho descubierto contra los que apreciaban al objeto de tu ira y de tu vendetta. Y así hasta que solo existan tumbas, heridas sin cicatrizar y almas rotas. Así actúa la justicia que nosotros creemos que es la que se debe aplicar. Es como si dijéramos a Dios que no necesitamos que nos eche un cable al respecto. Es como si pensáramos que nosotros podemos ser juez, jurado y verdugo en el mismo pack. Es como si desplazáramos a Dios de nuestro radio de acción, porque nosotros sí que sabemos cómo juzgar a los demás, ya que somos perfectos y completamente objetivos.

¿Has visto alguna vez de qué manera se representa la justicia? Se la simboliza con una mujer que tiene los ojos vendados mientras sostiene una balanza en la que se pesan las acciones buenas y malas de los acusados. Y tiene los ojos tapados porque la justicia no fía su acción a los sentimientos, a las emociones o a los caprichos subjetivos, sino que es absolutamente objetiva, y no quiere sentenciar a nadie con un castigo que no se merezca, o con una pena que sea desproporcionada con respecto al delito cometido.

Sé que has visto como personajes e individuos que conoces personalmente o que han aparecido en los medios de comunicación, perpetran acciones injustas y cometen crímenes realmente abominables, y, sin embargo, al comparecer delante de la justicia, son puestos en libertad sin cargos, o se les condena a cumplir una serie de penas que dan pena y risa a la vez. Seguro que dentro de ti te harás la misma pregunta que todos podemos llegar a hacernos ante esta triste realidad: ¿No hay justicia en este mundo? ¿No habrá alguna manera de que esta gentuza pague por sus delitos y crímenes en esta vida?

Lamentablemente, existen personas que son culpables de atrocidades y que viven a todo tren, y que además se ríen de nosotros, de la sociedad, en la cara. ¿Y qué harás tú al respecto? ¿Armarte con una ametralladora al estilo Liam Neesson y convertirte en un justiciero que acabe con el mal que hay sobre la faz de la tierra? ¿Crees que esa es la solución? Que yo sepa, existen tres secuelas a la película “Venganza,” así que, creo que esta no es la forma de resolver esta clase de circunstancias.

  1. LA VENGANZA Y LA JUSTICIA SON COSA DE DIOS

Muchas veces creemos que todos los seres humanos que perpetran un crimen deben pagar sus deudas en vida. Carecemos de una visión más amplia de la existencia y de la historia humana. Nos enfocamos únicamente en el presente, en el ahora, y no estamos dispuestos a que pase el tiempo sin que el criminal reciba su merecido. No obstante, desde la óptica cristiana, nuestra comprensión de la justicia debe abarcar también la eternidad. Nuestra idea de un juicio para los que consideramos malvados se limita al ya, sin tener en cuenta que la dimensión terrenal es solo una milésima de segundo de toda una eternidad que aguarda a todos los seres humanos de todas las épocas. Por eso, haríamos bien en escuchar al apóstol Pablo cuando dijo lo siguiente: “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.” (v. 19) Básicamente, lo que Pablo quiere decirnos es que la labor de juzgar y vengar no nos pertenece, sino que es trabajo de Dios.

Si nos vengamos nosotros mismos corremos el riesgo de dejar que nuestras emociones desbocadas conviertan un acto de justicia en una auténtica escabechina. Si nos tomamos la justicia por nuestra mano, podemos llegar a infligir mucho más daño del que los que son juzgados han infligido. Si decidimos vengarnos, es muy fácil dejarse llevar por nuestro afán de destrucción y aniquilación, traspasando la frontera que existe entre la justicia y el encarnizamiento. Dejemos que sea Dios quien se encargue. Vengarse es una actividad cuyos resultados van a permanecer en nuestras mentes, en nuestros sueños y en nuestras almas durante toda una vida, impidiéndonos ser felices. Pero si permitimos que Dios asuma este rol, tenemos la certeza de que irse de rositas solo es una cuestión de tiempo, ya que cuando Dios juzgue a esa persona, ésta será condenada eternamente, recibiendo exactamente el merecido de sus venenosos actos. Dios pagará en su momento justo, ni un segundo antes ni un segundo después, y todos seremos testigos de ese castigo cuando comparezcamos delante del tribunal de Dios.

  1. NUESTRO PAPEL MIENTRAS LA JUSTICIA DIVINA LLEGA

Si no debemos dar cabida a la venganza, ¿qué podemos hacer? Pablo vuelve a darnos la clave, aunque nos pueda desconcertar en principio: “Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza.” (v. 20) Habiendo puesto en manos de Dios la cuestión de la justicia y de la venganza, nuestra práctica ética debe ser antagónica al comportamiento de los que nos ofenden. Sé que puede parecer complicado dar de comer a aquel que en un momento dado te ha hecho la vida imposible. Sé que es duro tener que dar agua a aquella persona que te ha despreciado, insultado y golpeado. Pero es lo que demanda ser como Jesús.

Esto es lo que debe hacerse, no desde nuestras propias fuerzas o desde nuestra voluntad tendente a dejar que se muera de hambre y de sed nuestro adversario, sino desde la transformación que obra en nosotros Dios por medio del Espíritu Santo. Tú, por ti mismo, por mucho que lo intentes, seguirás pensando que al enemigo ni agua. Pero con la ayuda de Dios podemos cambiar nuestro odio en amor, nuestra ira en amabilidad, nuestra rabia en auxilio, y nuestras ganas de escamochar a alguien por lo que nos hizo, en un deseo sincero de no rebajarnos a su altura moral, y en un anhelo por no dejar que el enojo cause mayores males.

Esta conducta, que va contra la corriente de lo que nos dicta el resto del mundo, supone dos cosas: la primera, que tú habrás hecho lo correcto conforme a la voluntad de Dios, algo que será recompensado en la eternidad; y la segunda, que habrás enseñado una lección valiosa a aquellos que, en un momento dado, querían tu ruina, y es que, les harás recapacitar sobre el por qué de haberte hecho daño, y se avergonzarán de sus malas artes. Si devuelves golpe por golpe, la violencia no cesará. Pero si devuelves bien por mal, en su sorpresa, tal vez encuentren a un auténtico amigo con el que reconciliarse.

¡Cuántas historias y relatos no se conocen de personas que eran enemigas a muerte, y que, ante el gesto amable de una de ellas, se han convertido en amigos inseparables! La diferencia la marca el amor sincero, ese amor que solamente puede crecer en nosotros, si dejamos que Cristo tome las riendas de nuestra vida precisamente en esos episodios de nuestra vida en las que reclamamos poder vengarnos. Lo dicho: es difícil de entenderlo, y complejo practicarlo, pero cuando probamos seguir esta vía, podemos llegar a encontrarnos con sorprendentes resultados.

CONCLUSIÓN

Nuestra reacción natural ante el ataque de nuestros enemigos, debe ser dejar que Dios nos defienda a su tiempo. Mientras tanto, aun a pesar de seguir sufriendo el acoso y derribo de nuestros adversarios, debemos interiorizar las palabras de Pablo en nosotros, siempre teniendo en mente el ejemplo de Jesús, el cual fue tratado peor que a un perro, y encima injustamente, pero que nunca vomitó amenazas, insultos y maldiciones contra sus verdugos. La eternidad pondrá a cada quién en su lugar, no lo olvides. Por eso, procura que tu lugar esté del lado de aquel que promueve y consuma la justicia de forma absoluta y definitiva.

La honra de ser clavo en el mundo de la política


TEXTO BÍBLICO: ISAÍAS 22:15-25


VERSÍCULO CLAVE: “Y lo hincaré como clavo en lugar firme; y será por asiento de honra a la casa de su padre.” (v. 23)


       Enfrascados como estamos en una serie de procesos políticos que comprenden desde lo nacional (rupturas internas de partidos, desmarques de comunidades autonómicas hacia el independentismo, pactos nacionales, etc.), a lo europeo (Brexit, gestión de refugiados provenientes de Siria, etc.), y a lo internacional (Trump, China y Rusia pugnando por aferrarse al monopolio del poder económico y militar, terrorismos integristas de toda procedencia e índole, crisis humanitarias del Tercer Mundo y Latinoamérica, etc.), la verdad es que nos espera un periodo de tiempo movidito en lo que a la consecución de una estabilidad global se refiere. Y todo esto sin hablar de las diferentes iniciativas ideológicas que intentarán coartar el respeto, dignidad y validez de la fe cristiana, que a buen seguro tratarán de desplazar esa fe en beneficio de una serie de valores indefinidos, injustos y de discutible moralidad. 


    Más que nunca en este mundo, y en la sociedad en la que nos toca vivir, necesitamos clavos y estacas firmes que están ancladas en la voluntad de Dios, en el servicio a los demás y en el restablecimiento de principios virtuosos. Esos clavos y estacas son hombres y mujeres que han sido clavados y enclavados en lugares de responsabilidad y compromiso social para hacer justo lo que se espera de ellos. Aquellos que se sumergen en el mundo de la política para hacer su agosto a costa de los contribuyentes y votantes, son como ese Sebna, el tesorero real y mayordomo general de la nación, que emplea su posición para medrar a costillas del ciudadano.

El carácter de los politicastros que no tienen escrúpulos para llevárselo crudo siempre que pueden se ve reflejado en este Sebna que labra un auténtico mausoleo donde dejar fama de su nombre a pesar de ser un ministro negligente, prevaricador y ladrón. Las mansiones que yo he visto construir con el dinero sudado de miles de conciudadanos, al aprovechar el hecho de constituirse en partido bisagra en el ayuntamiento… Son clavos torcidos y enclenques en los que la carga de las responsabilidades para con sus semejantes cae por su propio peso. Tal vez parezca que se vayan de rositas, pero lo cierto es que el Señor arrojará y empujará en justicia a los quebrantadores de lo público. Lo lamentable sigue siendo que la ciudadanía no quiera tomar cartas en el asunto o que se convierta en cómplice de las malas artes que manchan la carrera política.        

En vista de estos herrumbrosos clavos y estacas que no aguantan la inspección y el control de calidad del material con el que están hechos, hemos de rogar al Señor que nos envíe y proporcione políticos que asuman su compromiso de lograr que el bienestar se extienda a todos los estratos de la sociedad. En Eliaquim, por un instante podemos comprobar qué clase de políticos, gestores del erario público o administradores de los programas sociales necesitamos urgentemente si no queremos que este nuevo año volvamos a enfurecernos con cada debate de analistas políticos televisivos y nos mesemos los cabellos despotricando contra todo ministro, consejero o diputado que se mueva.

El llamamiento de Eliaquim es prerrogativa de Dios. La primera de las características que el servidor público debe reunir es la de ser como un padre para sus conciudadanos. No hablamos aquí de un paternalismo condescendiente, propio de los políticos actuales, sino de un espíritu de entrega, sacrificio y buena voluntad para aquellos a los que debe dar cuentas. Ser padre político deriva en buscar y lograr el mayor índice de bienestar, justicia, igualdad y dignidad para todos. Es ser cercano y estar a disposición de las sugerencias, reclamaciones y propuestas del pueblo.


    En segundo lugar, este clavo o estaca bien afirmado en la pared de la realidad social y cultural de los pueblos, debe ser responsable de abrir y cerrar con una llave especial, esto es, de gestionar y administrar con sabiduría lo que es común patrimonio de todos. El erario público debe destinarse para la consecución de los fines de bienestar social que se hayan pactado o que se hayan prometido en el programa electoral. No vale decir “donde dije digo, digo Diego”. La coherencia, el discernimiento y la misericordia deben primar por encima de los favoritismos, el descontrol presupuestario y la rigidez de un conjunto de normas frías y demasiado estrictas. La flexibilidad para pactar, la disposición para escuchar consejos de la experiencia y una mente que se centra en las necesidades del ciudadano, son imprescindibles para saber abrir y cerrar el grifo de manera cabal y oportuna.


    Por último, debe ser un clavo o estaca de honra. Que cuando acabe su labor política pueda retirarse a su cuartel de invierno con la conciencia tranquila y el corazón limpio de delitos fiscales. Que cuando las nieves del paso del tiempo comiencen a cubrir la vida de esta persona, pueda recibir de las nuevas generaciones, de su propia familia y estirpe, y de toda la ciudadanía, los honores de una trayectoria impecable y honesta. No hay medalla o condecoración de mayor valor que hacer justamente lo que debía hacerse y vivir la política desde el aprecio por los principios rectores de la justicia, la compasión y la comprensión. Por mucha carga que se coloque en este clavo, ésta se mantendrá segura y fuerte, y a disposición de los que han de tomar el testigo de lo público. 


      Sin embargo, el profeta Isaías advierte que hasta aquellos clavos que parecen más férreamente incrustados en el muro, pueden sucumbir a la tentación de enriquecerse del trabajo ajeno. Supliquemos al Señor que en estos próximos días que nos aguardan, podamos descubrir que no todo está perdido en cuanto a la política se refiere, y ayudemos y respaldemos a aquellos políticos que de verdad se esmeran en ser servidores sin dobleces ni ánimos lucrativos.

Liga de la Justicia vs. Vengadores

TEXTO BÍBLICO: MATEO 5:38-42

INTRODUCCIÓN

Lo reconozco. Sí, yo fui un friki de los cómics y los tebeos. Sí, guardaba la paga que me daban mis padres para ir semanalmente al kiosko de mi ciudad para ver si ya había llegado el nuevo número de mis superhéroes favoritos. Sí, confieso que me encantaba Marvel, pero que tampoco le hacía ascos a leer algún que otro ejemplar de DC Comics. Y sí, habéis acertado, también creaba mis propios comics y mis propios personajes. Lo que pasa es que, aquello que en los años 90 era propio de “nerds” y de “frikis,” ahora es lo más de lo más. Taquillazos y éxitos, ventas de merchandising, productos relacionados con los superhéroes más famosos de las dos franquicias hasta en las galletas y la perfumería, son solo algunos ejemplos de cómo se ha sabido sacar partido a unas historietas fantásticas y coloridas que casi nadie leía en España hace solo unas décadas.

Dos grupos de superhéroes sobresalen por encima del resto, y que reúnen lo mejorcito de cada casa: Los Vengadores de Marvel y La Liga de la Justicia de DC Comics. Los Vengadores fueron creados en 1963 por los recientemente fallecidos Stan Lee y Jack Kirby. Sus primeros miembros fueron Ant-Man, Hulk, Iron Man, Thor y La Avispa, aunque cuatro números después todos ellos descubren a un Capitán América congelado y criogenizado dentro de un témpano de hielo desde la época de la Segunda Guerra Mundial, lo reviven y entra a engrosar las filas de Los Vengadores. Siempre me pregunté el por qué de este nombre. Y aunque he intentado averiguar la razón por la que sus creadores los llamaron así, al final entendí que solamente obedecía a una cuestión puramente estética y de márketing. El caso es que este equipo de superhéroes apareció para poder enfrentarse a enemigos de la Tierra y del bienestar de la humanidad contra los que no podían luchar de manera independiente.

¿Y La Liga de la Justicia? La Liga de la Justicia fue creada tres años antes que Los Vengadores, en 1960, por Gardner Fox, con la finalidad de repeler coordinadamente y uniendo sus fuerzas, la invasión alienígena de un tal Starro, al cual era imposible vencer si no era a través de una coalición de superpoderes. A este grupo de seres sobrehumanos pertenecieron originalmente Aquaman, Batman, Flash, Linterna Verde, el Detective Marciano, Superman y Wonder Woman. De igual manera que Los Vengadores, su misión era la de proteger y liberar a la humanidad de seres malvados y perversos que intentaban quebrantar la justicia y el orden establecido por las leyes humanas.

Si tuvieras que escoger, más allá de lo espectaculares que son sus trajes y poderes, ¿qué serías? ¿Un justiciero o un vengador? O pongámoslo de otra manera: ¿Qué diferencia existe entre hacer justicia y vengarse? Hacer justicia implica “reconocer lo que corresponde a una persona por sus méritos o valores”, sean estos positivos o negativos, mientras que vengarse o tomarse la justicia por su mano es “aplicar, una persona, un castigo a alguien que considera culpable de una acción, sin recurrir a la justicia ordinaria”. En principio, puede parecer que no existe mucha diferencia entre ambas definiciones y acciones. Al fin y al cabo, la distinción “solamente” estriba en los cauces en los que se lleva a cabo dar el merecido a una persona que ha cometido un abuso, un crimen o un delito. “¿Solamente?,” podrías preguntarte. Si existe una realidad que a lo largo de la historia se ha podido constatar es que no es lo mismo establecer un castigo o pena contra un criminal desde las instancias judiciales y legales que desde la fiereza, el odio y el ensañamiento del agraviado.

Normalmente, si dejamos que una persona ejerza la justicia sobre otro individuo, ésta se verá distorsionada y pervertida por la ira ciega y el ansia de sangre, provocando que la violencia engendre mayor violencia. Si dejamos que sea el juez y los funcionarios judiciales elaboren un juicio con todas las garantías, será mucho más fácil conocer la responsabilidad y las medidas de castigo que serán ejercidas sobre el infractor o el delincuente. Por supuesto, no olvidemos que la justicia humana fue, es y seguirá siendo imperfecta, y que, en muchos casos, el agresor se ha ido de rositas, y que el agraviado ha visto decepcionado e impotente cómo el peso de la ley ha sido demasiado ligero con el que ha provocado dolor y aflicción en su vida. Estoy seguro que la primera reacción de muchos de nosotros ante un delito flagrante y espantoso contra nuestra integridad física o psicológica, o contra la de nuestros seres queridos, sería la de destruir y fulminar completamente al bribón que nos ha roto la existencia. Veremos que ese no es el camino del evangelio, la senda del seguidor de Jesús.

Jesús no quiere quitar hierro al asunto de la venganza o de la reacción puramente humana ante el agravio criminal que puede padecer cualquier ser humano. De hecho, el maestro de Nazaret vuelve a remachar la idea recurrente de que no ha venido al mundo a rechazar, cambiar o trastocar la ley de Dios dada a sus antepasados: “Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente.” (v. 38). Esta normativa contra la venganza personal que regulaba el ejercicio de la justicia real y pública en medio del pueblo de Israel, evitando males mayores y episodios de vendettas interminables entre familias y tribus, se encuentra en Éxodo 21:23-25: “Mas si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe.”

¿Es esto verdadera justicia? Pudiera parecer que sí, pero como conocemos la imperfecta naturaleza, tanto de acusados, como de acusadores y de jueces, la verdad es que la justicia perfecta se convierte en algo prácticamente imposible. ¿Quién, aun en nuestros días, podría asegurar que la administración judicial es absolutamente perfecta en sus sentencias, penas y resoluciones? Esta era la ley del talión, la del que la hace, la paga, la de la represalia vengativa. Era el modo en el que Dios decía al ser humano que no les estaba permitido cebarse en el agresor, que se les prohibía ser presa de un acceso visceral de ira y de odio cuando de dar el merecido a otra persona se trataba.

Dios mismo nos muestra en su Palabra que la venganza solo es cosa suya. Lo que pasa es que nosotros queremos erigirnos en jueces que sentencien al infractor con el veredicto de culpabilidad, sin saber, ni de lejos, que la justicia de Dios es perfecta y que conoce todas las motivaciones, circunstancias y situaciones que rodean un caso de agresión criminal. Ya nos lo advierten las Escrituras al adjudicar a Dios el poder de la venganza y la justicia total: “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, el Señor.” (Levítico 19:18). No está ni en ti ni en mí poder ser equitativos y perfectos a la hora de ejercer la justicia, pero sí puede estar en nosotros el deseo de amar al prójimo, incluso al enemigo, al que nos ha hecho daño, tal como nos amamos a nosotros mismos. Esta es la vía de la pacificación del corazón, del dominio propio de nuestras reacciones y emociones, de la soberanía de Cristo sobre cada uno de nuestros deseos de venganza a causa de una injusticia.

Los judíos de la época de Jesús empleaban esta ley del talión de manera tendenciosa e interesada, juzgando y sentenciando según lo que les iba en el asunto. No hay nada nuevo bajo el sol. Pero lo que Jesús propone a sus discípulos sí que marca un punto diferencial en el mensaje de odio y venganza que se predicaba y se practicaba en la sociedad judía. A los ojos de los escribas, maestros de la ley o los fariseos, Jesús estaba hablando en chino cuando comienza su comparación entre la reacción furiosa y despiadada del corazón encendido por el resarcimiento a base de sangre, y la reacción pacífica y amorosa del espíritu cristiano inflamado por el ejemplo de Jesús y la personalidad misericordiosa de Dios: “Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra…” (v. 39).

Jesús, ¿qué me estás contando? Vamos a ver, ¿de verdad crees lo que dices? ¿Es que no sabes cómo es el ser humano cuando se encabezona? ¿Poner la otra mejilla después de pegarte un bofetón de campeonato? Eso solo es síntoma y evidencia de ser un pusilánime, un cobarde, un débil de carácter. A mí me sueltan un guantazo, y el otro no se va a ir a casa con frío. ¿Cómo voy a dejar que me humillen públicamente? ¿Cómo voy a permitir que me escupan a la cara, que me insulten, que mancillen mi nombre y reputación, y encima que les anime a que me crucen la otra mejilla? Que no, que no, que a mí, si me dan, yo devuelvo, y con creces.” ¿Te suena esta reflexión y este razonamiento?

La primera reacción que sale de nuestras entrañas cuando nos insultan gravemente, porque eso era que te dieran un manoplazo en la cara en la cultura judía, no es plantarnos como pasmarotes esperando el segundo golpe. Reconozcámoslo. Si nos dan, nosotros damos, y si podemos aprovechar para acabar con el agresor, mejor que mejor, porque muerto el perro, se acabó la rabia. Sin embargo, Jesús opta por predicar en palabra y obra no recurrir a la violencia cuando somos violentados de algún modo. Él mismo fue avergonzado, insultado, menospreciado, azotado y malherido en su pasión, y no deseó con rabia e indignación que todos sus detractores fuesen fulminados y destruidos en un abrir y cerrar de ojos, cosa que podía hacer con un chasquido de dedos. Sus palabras fueron de amor y perdón, en vez de enojo y furia.

Reprimir nuestras ganas de zurrarle la pandereta al matón de turno, que es parte de nuestra naturaleza descontrolada e inclinada a hacer el mal, es lo que nos pide Jesús. ¿Esto es fácil, sencillo, simple? Por supuesto que no. Pero es que, pensémoslo bien: si nos enzarzamos en una trifulca, ¿las cosas van a ir a mejor? ¿Vamos a solucionar algo dándonos una tunda en medio de la calle? ¿Nos vamos a sentir de maravilla perdiendo los papeles y perpetrando algo más que un moratón y un número indefinido de puntos de sutura? Jesús decide que la violencia termina con la no agresión. Y que el Espíritu Santo es el que nos da la fuerza y la firmeza necesarias como para no caer en el juego de la provocación. Hemos de solicitar a Dios que nos permita cambiar nuestro odio y rencor en amor y reconciliación, porque como alguien dijo: “Ojo por ojo, y todo el mundo se quedó tuerto.”

Pero esto no se queda simplemente aquí. Jesús sigue aconsejando a sus seguidores sobre sus reacciones ante la injusticia que pudiesen recibir en un momento dado: “Y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa.” (v. 40)

Pero bueno, Jesús, lo de antes ya era una absoluta locura, ¿y sigues insistiendo en que ahora tenemos que permanecer tranquilos cuando alguien pretende despojarnos hasta de la camisa, y que encima, debemos darle la capa con la que nos abrigamos en las noches frías de Palestina? Si nos lo quitan todo, si nos dejan con una mano delante y otra detrás, si nos arrebatan hasta el sustento, ¿cómo sobreviviremos? Yo para seguir tirando adelante, no me voy a dejar acobardar por pleitos y demandas judiciales. Antes soy yo, que la avaricia del enemigo o del acreedor.”

Que nos lo quiten todo, casa, propiedades, ropa, sueldo, comida, familia, no es la mejor sensación que podamos experimentar en la vida. Nos resistimos a ver comprometido todo lo que es nuestro y nos aferramos a lo que consideramos que es nuestro, aun a pesar de que sabemos que debemos algo a alguien. No obstante, Jesús nos llama a entregarlo todo para saldar la deuda, y aún ofrecer lo único que en buena ley no nos pueden quitar del todo, nuestra capa, el último vestigio de propiedad del pobre. Enfrentarse a un juicio supone en la mayoría de los casos perder mucho más que unas propiedades, ya que implica también perder la dignidad, la honorabilidad y la coherencia responsable por los actos cometidos. Además, el Señor nos promete que nunca dejará a un justo desamparado, ya que su provisión se hará entonces real y su gracia nos ayudará a empezar desde cero, pero ya con la deuda saldada y la conciencia tranquila. No vale la pena enredarse en litigios y procesos judiciales costosos que no podremos pagar.

Para rizar el rizo, Jesús ya no solo habla de nuestros amigachos, de nuestros vecinos o de nuestros compañeros en términos de cómo afrontar situaciones agresivas y conflictivas. Ahora, toca la fibra sensible del judío, al proponer a sus discípulos lo siguiente: “Y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos.” (v. 41)

¡Vamos, vamos! Eso no se lo cree nadie. Jesús reconociendo el poder y el gobierno de nuestros opresores… Lo que nos faltaba. Ahora resulta que, si un soldado romano nos exige llevar un fardo pesado durante un kilómetro y medio, no solo hemos de obedecer sin rechistar, sino que, además, debemos llevar ese pesado equipaje otro kilómetro y medio más. ¡Para morirse! Pero si son nuestros más acérrimos enemigos, unos paganos de tomo y lomo, unos abusones de categoría suprema… Que no, que no. Mejor me hago zelote, que esos sí que son unos patriotas, luchando contra la dominación romana.”

Si había alguien en la sociedad judía al que más rencor y odio se les tenía, era a los romanos. Éstos tenían carta blanca para obligar a cualquier judío a realizar servicios de transporte durante una distancia estipulada, en su caso, una milla. Simón de Cirene, el que portó por un intervalo de tiempo la cruz de Jesús camino al Gólgota, es un ejemplo muy claro de ello. Y este deber era bastante enojoso y humillante para el que le tocaba la china. Lo normal solía ser hacer de mala gana la distancia establecida legalmente y luego marcharse. Pero Jesús amplía la distancia a recorrer al doble, y con una sonrisa en la cara. No es fácil tener que acatar una orden producto de la imposición y de la dictadura de otros, pero incluso en estos casos, Jesús nos anima a manifestar nuestro amor para con el prójimo en un buen y excelente trabajo que dé testimonio de nuestra fe.

Por último, Jesús ofrece dos consejos sobre el hecho de dar y prestar al que necesita de nosotros: “Al que te pida, dale, y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.” (v. 42) Este versículo es una especie de conclusión final que nos ayuda a comprender que si entregamos nuestra vida a servir y obedecer a Jesús, todos nuestros actos, nuestras palabras y nuestras actitudes deben beber del amor y la gracia, antes que de la fuente del odio, la violencia o el egoísmo. Mucha gente da para después poder recibir, y mucha gente presta, para lograr después intereses usureros por ese préstamo. Pocas personas dan desinteresadamente, de manera generosa y desprendida. Pocas instituciones prestan sin requerir a cambio lo prestado más una cantidad en concepto de intereses. Dar y darse es la práctica activa de amar. Sacar partido de los demás y despojarles de todo es la práctica activa del egoísmo. Nuestra recompensa no estará en recibir un favor por el favor prestado, ni en acumular intereses en el préstamo dado, sino en hacer la voluntad de Dios según el ejemplo y la motivación pura que nos mostró Jesús mientras anduvo entre los hombres. Como dijo Jesús una vez: “Mas bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35).

CONCLUSIÓN

A pesar de lo difícil que es reaccionar de manera distinta a como nos pide el cuerpo cuando somos dañados, heridos, atacados y acosados vergonzosamente, el creyente no debe darse por vencido, ya que las fuerzas para vivir por encima de la norma en este sentido, no proceden de nosotros, sino del Espíritu Santo, el cual nos permite vivir en paz y en armonía, incluso con aquellos que nos provocan y buscan nuestro mal.

Ni ser justiciero como Batman, ni ser vengador como Iron Man, es la solución a los problemas de injusticia de nuestra sociedad. El amor es el camino, y ese camino es Jesús, el único que entiende lo que es la auténtica y genuina justicia. Imitadle aunque sepas que es duro tener que ir en contra de la tendencia que nos marca el resto.