UN CANTO AL LIBRE ALBEDRÍO

TEXTO BÍBLICO: JOSUÉ 24:1-18

Una de las cualidades que el ser humano más atesora y a la vez más malinterpreta es el libre albedrío. Desde una óptica bíblica, poder decidir libremente ante un abanico de posibilidades y opciones, es parte de la imagen y semejanza de Dios que Él dio al ser humano en el preciso instante en el que se le sopló el hálito de vida para convertirse, de una escultura de barro en un ente viviente capaz de tomar sus propias decisiones. Este don comunicable de Dios confiere a todo hombre y mujer poder elegir su propio destino, ya que sus elecciones determinarán en gran medida el transcurso de su existencia.

Desde los albores de la creación de la humanidad, todos los seres humanos pueden escoger entre el bien y el mal, entre vivir o morir, entre actuar o detenerse, entre hablar o callar. El libre albedrío, bien entendido a la luz de las Escrituras y en correlación con la voluntad divina, procura al ser humano, y especialmente al joven, un estado de plenitud que logra su culminación en su encuentro con el Señor Jesucristo.

Sin embargo, cuando la libertad de decidir y elegir se supedita a los deseos desordenados y egoístas del ser humano, el caos toma el relevo del orden, la violencia ocupa el lugar del amor y la paz, y el pecado se enseñorea del alma humana, esclavizándola y exponiéndola a nuevos errores de apreciación en lo que al libre albedrío se refiere. Si se toman decisiones contrarias a los designios divinos, hay que tener en cuenta que será responsabilidad del ser humano el asumir las consecuencias de sus actos o palabras. Cuando contemplamos el estado lamentable en el que se encuentra nuestra sociedad, no podemos por menos que asimilar que la libertad de elección ha sido empleada de manera torcida para liberar males y libertinajes a diestro y siniestro.

Se cacarea desde determinadas instancias que cada uno es dueño de su propia vida, y que nada ni nadie debe inmiscuirse en sus asuntos decisorios, erradicando completamente a Dios de la ecuación de sus existencias. Este craso error al entender el libre albedrío ha llevado a prácticamente toda la humanidad a celebrar el individualismo más egocéntrico en detrimento de la concordia fraternal, a festejar el relativismo más irracional en detrimento de los valores absolutos que personifica Dios mismo, y a refocilarse en la decadencia moral y ética más depravadas en detrimento de vidas enfocadas y cimentadas en principios bíblicos y en la persona de Cristo.

Visto este panorama en el que nos encontramos inmersos como jóvenes y seres sociales que somos, nuestro papel de sal y luz como elementos simbólicos que hemos elegido encarnar tras convertirnos en discípulos de Cristo, se torna urgentemente relevante.

En el texto bíblico que nos ocupa ahora, Josué ha llegado a la meta para la cual fue llamado por Dios. Durante años ha liderado con vigor y firmeza a todo un pueblo sin tierra ni patria hasta conquistar los territorios de Canaán, la Tierra Prometida desde tiempos ancestrales. Como subalterno de Moisés ha tenido que lidiar con la obstinación y la tozudez de un pueblo todavía anclado a su idolatría y a su historia. No ha sido fácil para él tener que dictar normas y leyes, juzgar delitos y pleitos entre hermanos y dar aliento en tiempos de necesidad y temor.

Tras cruzar el Jordán y vencer a todos los oponentes que les salían al paso, por fin había una tierra a la que llamar hogar. Cientos de batallas y escaramuzas, murallas inexpugnables derribadas, proezas de Dios en forma de victorias sobrenaturales y mil y una experiencias sobre el poder de Dios entre toda una nueva nación se amontonan en su mente, justo cuando tiene algo importante que decir y comunicar a las tribus de Israel.

Después de enumerar las grandiosas y gloriosas hazañas de Dios a lo largo del peregrinaje a la Tierra Prometida de los hebreos, Josué desea apelar a la memoria de todas estas circunstancias del pasado para proponer una toma de decisiones en cuanto a su futuro. Josué no desea instaurar una teocracia. No es su intención obligar a toda una nación a aceptar obligatoriamente someterse bajo el señorío de Dios. No va a emplear su posición de liderazgo para imponer su criterio sobre las filias y fobias de Israel. Simplemente quiere exponer una opción de vida repleta de bendiciones, de prosperidad y de eternidad. Solo anhela presentar a Dios como el verdadero camino por el que toda la nación hebrea debería transitar para encontrar el verdadero sentido y propósito de su formación y existencia.

Al igual que en el relato bíblico, también ante nosotros alguien colocó una disyuntiva, una encrucijada ante la cual tuvimos que decidir qué hacer como jóvenes. Por eso, refrescar nuestra memoria en cuanto a ese momento decisivo de nuestra trayectoria vital, resultará en nosotros una oportunidad de analizar y valorar hasta qué punto esa decisión ha cambiado nuestras vidas y ha sido consecuente con nuestra manera de entender a Dios, al prójimo y a nosotros mismos. Josué quiere hablarnos desde los ecos del tiempo para aconsejarnos aquello que él mismo iba a elegir: “Yo y mi casa serviremos a Jehová.” (v. 15)

A. ELEGIR A DIOS SUPONE SER REVERENTES EN SU PRESENCIA

“Ahora, pues, temed a Jehová.” (v. 14)

Uno de los aspectos de la eclesiología cristiana que siempre me ha preocupado es la reverencia debida a Dios. Ese carácter especial y respetuoso que antaño hubo en los creyentes de acudir a la casa de Dios sabiéndose en la mismísima presencia del Creador del universo, lamentablemente ha ido diluyéndose en una especie de improvisación caótica mal denominada “espontaneidad santa”. La intensidad y el fervor en la participación del creyente en el culto se desvanecen en favor de fórmulas más pasivas y propias más de un espectador que de un participante activo.

El recogimiento y la meditación antes y después del culto, acompañado por los exquisitos acordes musicales de un instrumento, ha dado paso al murmullo inevitable del que ya está deseando salir del Templo para ocuparse de sus quehaceres dominicales. La unidad en la adoración como un solo pueblo que clama y confiesa a Dios se ha convertido en una discordante alabanza repleta de falta de interés por lo que se dice o canta. Se da la bienvenida a cultos y servicios religiosos en los que la preparación, el ensayo o el orden son eclipsados por el desorden y la improvisación más patética.

Estoy seguro de que Josué sabía lo que era permanecer reverentemente ante Dios. Tengo la certeza de que Josué no estaba aquí hablando de tenerle miedo a Dios o de una rigidez ritual a la hora de adorar a Dios. Pondría la mano en el fuego al decir que Josué, cuando participaba del culto debido a Dios, ni lo tuteaba ni menospreciaba el hecho de que la presencia directa, real y poderosa de Dios se hacía patente en medio del pueblo. El temor a Dios significa reconocer nuestro lugar como criaturas, confesar nuestra dependencia de Dios en todos los aspectos y entregar con reverencia y respeto nuestro ser en adoración y alabanza.

Sé que muchos jóvenes podrán decir que Dios en Cristo ha roto con ese tipo de barreras ceremoniales, acercándose al ser humano en la sencillez y en la proximidad. Pero yo digo que Dios es un Dios de orden que no renuncia a ser tratado en nuestra relación comunitaria e individual, como lo que es, el Rey de Reyes y Señor de Señores, único digno de adoración y gloria por los siglos de los siglos.

B. ESCOGER A DIOS SUPONE SERVIRLE ÍNTEGRA Y SINCERAMENTE

“Y servidle con integridad y en verdad… Y servid a Jehová.” (v. 14)

Escoger a Dios no se trata únicamente de sobrecogernos ante su admirable y formidable presencia en medio de la iglesia y en nuestra juventud. Si simplemente nos quedamos en una especie de arrobo o de contemplación mística de Dios, mostrándonos asombrados ante la magnificencia y majestad de su persona, y no ponemos por obra sus mandamientos y deseos, seremos simplemente como aquellos ermitaños que se aíslan en una peña alejada del mundanal ruido para pasarse las horas y los días reflexionando sobre lo maravilloso y perfecto de la divinidad. Escoger a Dios también implica arremangarse bien, poner por obra la voluntad de Dios en nuestros actos y palabras, y servirle sin dobleces ni quejas.

El servicio al que Josué apela aquí tiene dos características básicas. El servicio, esto es, la entrega y la obediencia debidas a Dios y al prójimo, debe estar presidido por una actitud de integridad. Dios no quiere siervos que hoy obedezcan y mañana se rebelen. Dios no busca siervos que solamente entreguen determinadas parcelas de su vida, para hacer con el resto lo que mejor les parezca. Dios no desea que alguien sirva interesadamente, buscando el aplauso y la alabanza de los demás.

Dios solo se agrada en aquellos jóvenes siervos que lo entregan todo a Cristo, que son capaces de sacrificar su comodidad en pro de cumplir los objetivos de Dios para su iglesia, que no dudan en ofrecer su ayuda y su auxilio a los que más lo necesitan y, en definitiva, que obedezcan la voz de Dios cuando se les requiere.

La otra característica que define el servicio a Dios es la sinceridad. El joven siervo ha de mostrarse completamente cautivado por su Señor. El joven siervo debe amar a su Señor y en gratitud por sus millones de gracias y dones, ha de trabajar con esmero y diligencia en la obra de Cristo. El verdadero discípulo y siervo de Dios es leal al cien por cien a Dios, siendo fiel hasta la muerte si es necesario. Ninguna otra motivación ha de impulsar al verdadero siervo de Dios. Ni la obligación, ni la imposición, ni la tradición, ni el mérito aplaudido. No nos servimos a nosotros mismos, sino solo a Dios. Solo existe una motivación para el cristiano que desea escoger servir a Dios: el amor pleno y sincero.

C. ESCOGER A DIOS IMPLICA QUITAR DE NUESTRAS VIDAS AQUELLOS DIOSES A LOS QUE ANTES SERVÍAMOS Y AQUELLOS A LOS QUE PODAMOS ESTAR SIRVIENDO HOY

“Y quitad de entre vosotros los dioses a los cuales sirvieron vuestros padres al otro lado del río, y en Egipto… Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quien sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otra lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis.” (v. 14)

Como jóvenes, no podemos servir a Dios con diligencia y sinceras intenciones, ni podemos mostrar reverencia y respeto a Dios, si a nuestro temor de Dios y a nuestro servicio fiel no le añadimos la erradicación completa de cualquier ídolo o dios que pueda tener influencia en nuestras vidas. Es menester arrancar de cuajo cualquier vestigio de servidumbre bajo los dictados tiránicos de vicios, pensamientos recurrentes, conductas desviadas y prácticas infames, que pudieran albergar nuestros corazones.

Tal vez no tengamos la tentación de erigir para nosotros dioses de talla o ídolos esculpidos en metales preciosos, pero sí que solemos sucumbir ante determinados diosecillos que nos apartan de la voluntad de Dios, que levantan una barrera entre Cristo y nosotros, y que minan día tras día la correcta y profunda comunión que debería haber entre nuestro Padre celestial y nosotros. Estos dioses adquieren múltiples formas, e incluso adoptan un aspecto aparentemente atractivo y bueno, pero lo único que logran es fomentar el abandono de las disciplinas espirituales y el olvido de lo que es verdaderamente importante y nuclear: Cristo.

Los componentes del pueblo de Israel todavía seguían añorando los dioses de Egipto a los que llegaron a adorar tras generaciones más jóvenes que se fueron olvidando del Dios que les llevó a Egipto de mano de José. Si leemos el Éxodo nos daremos cuenta de hasta qué punto estaban todavía aferrados a los ídolos que dejaron atrás, renegando de Dios y prefiriendo servir a becerros de oro.

Pero el peligro no estaba solamente en los ídolos de Egipto. También estaba en los dioses de las tierras en las que iban a vivir de ahora en adelante. Aunque prometieron servir a Dios ante Josué, ¿cuánto tardaron en apropiarse y adherirse a los cultos paganos de los habitantes de Canaán? Del mismo modo, nosotros, como jóvenes, podemos vernos tentados a considerar que el dinero, la posición, el sexo o el entretenimiento son valores que se hallan por encima de nuestro amor por Dios en Cristo. Sé que es difícil y duro poder deshacerse de dioses que incluso nosotros creamos, pero con la ayuda de Dios, el poder del amor de Cristo y la guía inestimable del Espíritu Santo, podremos limpiar de ídolos el camino que nos conduce a una relación íntima, comunitaria, joven y preciosa con nuestro Señor y Salvador.

CONCLUSIÓN

Josué lo tenía meridianamente claro. Sabía lo que quería porque también era consciente de que era lo mejor para él y para su familia. Es por ello que dispone un cruce de caminos ante todo un pueblo, y da ejemplo de sensatez y discernimiento espiritual dirigido por Dios, al emplear su libre albedrío en servir y temer a Dios hasta el final de sus días.

Joven, Dios hoy también coloca ante ti esta disyuntiva crucial y definitiva: ¿A quién escogerás? ¿A los dioses mudos y engañosos que no te podrán salvar en el día postrero del juicio de Dios? ¿O al Dios eterno y santo que derramará sobre ti su Espíritu para nacer de nuevo y disfrutar de la salvación en su presencia desde la preciosa etapa de la juventud?

Toma tu decisión en conciencia. Yo ya tomé la mía: “Yo y mi casa serviremos a Jehová”.

CUANDO LAS RELACIONES COLISIONAN

NUEVO MATERIAL PARA REUNIONES DE JÓVENES

A veces, gestionar aquellos roces y conflictos que surgen de la interrelación con otras personas no es fácil. Sin embargo, la Palabra de Dios nos ofrece ejemplos y estrategias reales que podemos implementar en nuestra manera de relacionarnos. Este nuevo material desea primordialmente que nuestras nuevas generaciones resuelvan sus encontronazos dialécticos desde la sabiduría bíblica. Esperamos que sea de utilidad para vuestras reuniones juveniles.

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¡ESE ERES TÚ!

TEXTO BÍBLICO: 2 SAMUEL 11:26-12:13

Esta es la historia de dos hombres muy distintos. Aunque vivían en la misma localidad y eran convecinos, nadie hubiera dicho que pudiesen tener algo en común. Felipe era un magnate de las finanzas, un tiburón de la bolsa, y residía en una gran mansión en la que celebraba fiestas y saraos hasta bien entrada la noche. Lo tenía todo y aún quería más. No se conformaba con ser una de las personas más acaudaladas de la ciudad, y siempre trataba de conseguir incluso aquello que pudiese resistírsele.

Martín era un humilde trabajador que repartía propaganda por los buzones y que de vez en cuando podía aspirar a conseguir unas horitas limpiando un bar cercano tras su cierre. Su casita de una planta se hallaba justo en la parcela anexa a la de Felipe, por lo que el contraste entre la riqueza y la pobreza se hacía más patente. Solía escuchar el jolgorio y la algarabía de las fiestas de postín de Felipe, aunque no le envidiaba. Su pasión era poder pasar el poco tiempo que tenía junto a su querida y hermosa hija. Para él, su joven hija lo era todo, y sería capaz de quitarse el pan de la boca para dárselo a ella. Era una bella joven, inteligente, obediente y llena de virtudes. Martín había quedado viudo dos años atrás y no le quedó más remedio que luchar a brazo partido cada día para conseguir que su única y amada hija pudiese acceder a estudiar en la universidad.

El trato que había entre Felipe y Martín era inexistente, aunque cada uno conocía bien al otro. Un día Felipe recibió una visita muy importante a su mansión. Se trataba del presidente ejecutivo de un conglomerado industrial con muchísimo poder e influencia en el mercado financiero. Felipe lo agasajó con todos los caprichos habidos y por haber, pero la visita quería algo diferente para saciar sus deseos más lujuriosos. Deseaba que Felipe le consiguiese una chica virgen con la que tener relaciones sexuales. Felipe, sabiendo que de la satisfacción de este ejecutivo dependía mucho dinero en el futuro, se acordó de la hija de su vecino.

Aprovechando que Martín se hallaba trabajando, Felipe engatusó a la bella joven con promesas vacías, y entre mentira y mentira, consiguió llevarla a su mansión. Cuando la hija de Martín quiso darse cuenta de las intenciones de Felipe, fue demasiado tarde. Con gran violencia, el ejecutivo la golpeó hasta desmayarla y así consumar uno de los más deplorables y abyectos actos que un hombre puede hacer con una mujer indefensa: la violación.

Medio muerta y con el rostro entumecido por los golpes furiosos del ejecutivo, la hija de Martín logró escapar de la mansión para refugiarse en su pequeña casita mientras sollozaba desconsoladamente ante su injusta suerte. ¿Cuál ha sido tu reacción ante un caso tan espeluznante? ¿No te has sentido capaz de vengar el ultraje cometido contra la hija de Martín? ¿No te hierve la sangre ante tamaño crimen? Seguro que sí. Si permaneces impasible ante una historia así, o tu sangre es horchata, o has visto demasiadas cosas en la vida real que han endurecido tu alma.

Este relato ficticio es una realidad en muchos lugares de este mundo. El débil es pisoteado sin misericordia por el poderoso, el pobre es acogotado por el rico, la mujer es despreciada como carne de consumo sexual y el menesteroso recibe las burlas de los ladrones de guante blanco. ¿Cómo no habríamos de indignarnos ante casos de violencia flagrante y de destrucción de la dignidad del ser humano?

A. INJUSTICIA AJENA Y PROPIA (vv. 1-6)

Esta historia no es más que una adaptación contemporánea de un relato que el profeta Natán narró al rey David. Es una historia inolvidable porque toca la fibra más sensible de nuestra conciencia y de nuestro sentido de la justicia. Es una historia que nos recuerda que todos podemos llegar a cometer injusticias contra los demás. Es una historia que desenmascara a un rey, despojando a sus actos pecaminosos de su capa de racionalización. Es una historia que habla directamente al corazón de nuestra inclinación a hacer el mal por razones peregrinas y caprichosas. Es una historia que de algún modo nos ha retratado, trayendo a nuestra memoria ocasiones en las que hemos desobedecido a Dios manipulando al prójimo. Es, en definitiva, tu historia y mi historia.

Al igual que Natán dejó que David juzgase cuál debía ser la sentencia condenatoria para el hombre rico que se apropió de lo que no era suyo, arrebatando lo que más quería otro ser humano, esta historia nos habla de nosotros robando sin compasión la felicidad de los demás.

Es muy fácil acusar a los demás de ser injustos. Es muy sencillo escuchar una historia como la que Natán cuenta a David y señalar con el dedo acusador a otros. Resulta un ejercicio muy interesado percibir la injusticia en terceros en vez de notarla en nosotros mismos. Me gusta cómo Natán reacciona inmediatamente ante la sarta de penas y castigos que David quisiera aplicar al rico de la historia. Le dice con rotundidad aquello que David nunca querría escuchar: “¡Ese hombre eres tú!” (v. 7).

Lo que el profeta de Dios quiere conseguir es que David, después de un año y pico de desobediencia abierta a la voluntad del Señor, recapacite y se dé cuenta de la mentira en la que está viviendo.

¿Estás tú viviendo una mentira? ¿Existen en tu vida pecados no confesados o prácticas que no son agradables a los ojos de Dios, pero que excusas con argumentos que ni tú mismo te crees? ¿Hay en tu corazón un peso que no deja que tengas una comunión feliz y completa con Dios? Si es así, no esperes a que un profeta de Dios venga a contarte una historia que tú ya conoces.

Desembarázate del pecado que te asedia arrepintiéndote del tiempo y de las consecuencias que éste ha causado y sigue causando en tu vida y en la vida de otros. Confiesa abierta y sinceramente tu desobediencia y rebeldía ante Cristo para que él pueda perdonarte y librarte de la maldición que conlleva el pecado no confesado.

B. BENDECIDOS Y DESAGRADECIDOS (vv. 5-12)

Natán no solo recrimina a David exponiendo la oscuridad de su corazón, sino que le recuerda que Él le había dado todo, y que su conducta pecaminosa en relación con Betsabé iba a traer cola. Su familia iba a sufrir el precio de sus actos. Sus hijos se sublevarían contra él, el hijo que esperaba de Betsabé moriría, y el ejemplo de su lascivia, adulterio y asesinato sería una mancha que nunca se borraría del comportamiento de sus descendientes.

El pecado que se guarda en lo profundo del alma corrompe y pudre el espíritu. Cuando cometes una acción contraria a los designios de Dios y no solicitas inmediatamente su perdón con arrepentimiento genuino, ese pecado va creando una especie de costra pétrea en nuestra conciencia. Esta dura capa justificará cada acto pecaminoso como necesario o con una importancia relativa según el momento y la ocasión. Esto es justamente lo que había pasado con David. En vez de presentarse contrito ante Dios por su cúmulo de errores y crímenes, decide casarse con la viuda de Urías, Betsabé. En lugar de reconocer su metedura de pata, decide vivir como si aquí no hubiese pasado nada.

Dios había bendecido enormemente a David, y sin embargo, éste había optado por desear más de lo que debía tener. A nosotros nos pasa exactamente lo mismo. El Señor nos colma con aquello que necesitamos, pero esto no nos basta; queremos beber de cisternas rotas y llenas de arena, anhelamos satisfacer los deseos concupiscentes de nuestra carne y deseamos ir más allá de lo que Dios permite en su Palabra santa. Así luego pasa lo que pasa.

Las consecuencias de nuestros pecados nos alcanzan y los efectos de nuestras equivocadas acciones pueden llegar a acabar con la felicidad y la vida de los que nos rodean. Todo por no confiar en la provisión de Dios y por no contentarnos con las grandes y abundantes bendiciones que el Señor nos ofrece día tras día.

C. CONFESIÓN Y ARREPENTIMIENTO

Como hemos podido comprobar en la Palabra de Dios, cualquier historia personal que en ella es contenida, habla más de nosotros de lo que podríamos imaginarnos. David era aquel hombre injusto y merecedor de la muerte. Tú y yo también lo somos si en nuestras vidas todavía existen pecados que creímos enterrados en el olvido, pero que suelen emerger a la superficie para recordarnos que sus consecuencias aún siguen vivitas y coleando.

Como al final hizo el rey David (v. 13), examina tu corazón en este instante y no seas remiso a confesar cualquier transgresión o iniquidad que pudiese estar obstaculizando tu comunión con Dios y tu relación con alguien que conoces y que está sufriendo por causa de éstas.

Desahógate ante Dios en este momento y expón sin temor ese pecado que no te deja descansar, que hace que te remuerda la conciencia, y no dudes en tratar de arreglar aquello que pudo haberse roto por razón de ese pecado que decidiste tragar y ocultar en el abismo de tu corazón.

Arrepiéntete y confiesa tu pecado, para que el Señor enjugue tus lágrimas, perdone tu delito, ponga paz en tu alma, y te ayude a no volver a tropezar de nuevo con la misma piedra.

BECAS CONVENCIÓN UEBE 2020

Como hemos hecho en estos últimos años desde el Ministerio de Juventud UEBE, así queremos hacer en este año 2020: ofertar becas para aquellos delegados de iglesia de entre 16 y 30 años de edad que vayan a asistir a la Convención UEBE 2020. Somos conscientes de la necesidad que existe en nuestras iglesias de incidir en la idea de comunidades de fe intergeneracionales y en la apuesta por nuevas generaciones que pueden y deben ayudar a sus congregaciones a crecer en todos los sentidos. Deseamos hacer escuchar nuestro parecer en relación a temas eclesiales nucleares, y qué mejor forma de hacerlo que expresarnos en un foro como es la Convención UEBE 2020.

Con este propósito en mente, desde Juventud UEBE queremos ofertar una serie de becas a jóvenes, pero sobradamente preparados, que porten la voz de sus iglesias respectivas. Para los delegados jóvenes inscritos en régimen de pensión completa, disponemos de 50 euros de beca. Para que podáis ser beneficiarios de esta ayuda será necesario que nos envíes a la siguiente dirección de email (juventud@uebe.org), el formulario habilitado en la sección de registro para la Convención UEBE en la página www.uebe.org. La fecha tope es el 14 de septiembre de 2020, aunque os avisamos de que tenemos un presupuesto limitado y que las solicitudes se asignarán en estricto orden de llegada.

También os animamos a que también asistáis como visitantes o delegados sin alojamiento en el hotel. En estos casos, si necesitáis ayuda, deberéis ser pacientes y esperar al día 15 de septiembre para verificar si todavía quedan fondos para ello. En consideración hacia las iglesias más distantes como Canarias, Ceuta, Melilla, Galicia, Asturias y Extremadura, éstas tendrán prioridad.

Para solicitar las becas es menester seguir las siguientes instrucciones:

  1. La beca para delegados jóvenes deberán ser solicitadas por el pastor o responsable de la iglesia que los envía.
  2. Una vez enviado y confirmado el formulario nos pondremos en contacto con el pastor o responsable de la iglesia para comunicar la aceptación de la solicitud.
  3. A continuación, deberás cumplimentar el formulario de inscripción a la Convención UEBE 2020 seleccionando la opción «Delegado con beca YA CONCEDIDA del Ministerio de Juventud.»

Si tenéis cualquier duda o pregunta, podéis escribir a nuestro email (juventud@uebe.org) o enviar un Whatsapp al 653243131.

We want you!!!

AGRADANDO COMO CRISTO

TEXTO: ROMANOS 15:1-3

No siempre podemos agradar a todo el mundo. No siempre podemos actuar como los demás desean, ni hemos de asentir ante cualquier comentario que se nos haga. No podemos consentir la injusticia o la mentira por mucho que amemos a una persona, así como no podemos tolerar actos de terceros que menoscaben nuestra fe y nuestros principios. Por desgracia, en múltiples ocasiones preferimos agradar a los demás para tener la fiesta en paz. Transigimos para evitar males mayores o para no enfadar al amigo. Intentamos agradar a los demás para hallar su aceptación, para poder unirnos a un grupo determinado que nos gusta o para demostrar nuestra admiración a alguien.

Agradar en estos días que corren se ha convertido en sinónimo de hipocresía. Muchas de las cosas que llevamos a cabo para agradar a alguien tienen un interés o un motivo. Para alcanzar determinadas cosas, somos capaces de dejar a un lado nuestra ética cristiana. Con el objetivo de lograr nuevas aspiraciones en la vida, preferimos, por desgracia, despojarnos de nuestra vestidura de verdad y sinceridad. Agradar por tanto, se convierte en una actuación momentánea y efímera que persigue el “por el interés te quiero, Andrés.”

Cuando llevamos el agradar a alguien al escenario de la comunión fraternal de la iglesia, muchas cuestiones surgen en nuestras mentes: “¿A quién debo agradar? ¿Y cómo debo hacerlo sin parecer un hipócrita? ¿Cuál ha de ser mi modelo a la hora de agradar?”

Pablo conocía las respuestas a estas preguntas, ya que él mismo era un gran observador de la naturaleza humana en acción, sobre todo cuando examinaba la realidad de la iglesia de Cristo a la que pertenecemos tú y yo. Temas de conciencia como comer la carne ofrecida a los ídolos, prejuzgar al hermano o cumplir con las festividades del calendario judío, eran asuntos que provocaban diferencias y debates en la iglesia primitiva, y ante los cuales Pablo manda una serie de exhortaciones y consejos prácticos.

A. AGRADARNOS A NOSOTROS MISMOS (v. 1)

“Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos.”

¿Acaso agradarse a uno mismo es malo? ¿Poder disfrutar personalmente de la vida y todo lo que nos ofrece es un acto negativo? Por supuesto que no. Resultaría algo incongruente pensar que no debemos agradarnos a nosotros mismos. Como jóvenes creyentes buscamos seguir creciendo en la fe de Cristo, así como ejercitar la libertad que él conquistó para nosotros en términos de conciencia. Velar por nuestras necesidades, practicar aquello que nos gusta o cuidarnos espiritual y materialmente no debe ser un problema. Pablo, hablando de la comida y de las observancias religiosas, pide al creyente maduro que no menosprecie al hermano más débil por no alimentarse de la carne ofrecida a los ídolos. El cristiano maduro sabe que “nada es inmundo en sí mismo” (Romanos 14:14), pero ofende al que cree que sí es así cuando intenta imponer su criterio particular.

Convertimos el agradarnos a nosotros mismos en algo malvado cuando entorpecemos con nuestro testimonio a otros hermanos que están comenzando a gatear en el camino de Cristo. Para unos bailar y disfrutar de un tiempo de diversión mesurada es algo bueno, que no desagrada a Dios y que permite que el gozo y la alegría fluyan tras una semana de duro y arduo trabajo y estudio. Sin embargo, para otros hermanos a los que amamos, esto les puede suponer un problema de conciencia. A estos, Pablo les dice: “El que no come, no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido.” (Romanos 14:3) Es decir, que ni el creyente firme en la fe debe menospreciar al más débil, ni el débil ha de obligar al cristiano más fuerte que él a hacer lo que él desee: “De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí.” (Romanos 14:12)

El creyente con mayor trayectoria espiritual tiene una gran responsabilidad para con el más débil. En su amplio conocimiento del amor de Dios y del amor que debe mostrar para con sus hermanos, ha de soportar las flaquezas de los débiles: “No hagas que por la comida tuya se pierda aquel por quien Cristo murió.” (Romanos 14:15b)

Esto no quiere decir que hemos de renunciar a hacer un uso razonable de nuestra libertad de conciencia y que los débiles se llevan el gato al agua. Lo que quiere decir es que agradarnos a nosotros mismos implica que no hemos de entrar en vanas disputas que no llevan a ningún lado, enseñando a los más débiles a crecer y fortalecerse en Cristo para que lleguen a discernir correctamente lo que implica la libertad que Cristo nos dio. Los que llevamos más años en la fe hemos de recordar siempre que no siempre fuimos fuertes y que también pasamos por tiempos de debilidad y endeblez en nuestro peregrinaje personal.

B. AGRADAR A LOS DEMÁS (v. 2)

“Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación.”

Agradar a los demás también es algo bueno en gran manera. Provocar una sonrisa, aplaudir un logro personal o ayudar a nuestro prójimo en aquello que necesite son maneras muy positivas de agradar a nuestro semejante. Apoyar a un hermano que se encuentra en dificultades, alentarlos cuando se quedan sin fuerzas o interceder ante Dios por ellos son formas de agradar a aquellos que comparten nuestra fe y nuestra esperanza. Sin embargo, Pablo desea que nuestro modo de agradar a los demás esté bien dirigido. No nos dice que agrademos al prójimo en todo. Sabemos que no podemos ni debemos agradar al hermano en cualquier cosa: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano.” (Mateo 18:15)

A menudo, muchos de nuestros jóvenes acuden a nosotros para que confirmemos y justifiquemos actos que no agradan a Dios. Otras veces, desean de nosotros que les digamos justamente lo que quieren oír. Intentan que estemos de su parte incluso en circunstancias de dudosa calidad o que participemos de actividades que estimamos no son las más propias de un creyente en Cristo.

Pablo nos exhorta a agradar a nuestro semejante en lo que es bueno. No podemos ser cómplices de conductas perversas ni convertirnos en testigos mudos de prácticas totalmente contrarias a lo establecido por Dios en Su Palabra. Él mismo tuvo sus más y sus menos con el propio Pedro: “Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar… Cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?” (Gálatas 2:11,14)

No debemos encogernos de hombros y dejar que nuestros hermanos más débiles y jóvenes se vean arrastrados por la desobediencia o la dejadez. Como hijos de Dios y hermanos en Cristo que somos, solo podemos auxiliar y actuar en consecuencia con aquello que es bueno, y no con cosas que atentan contra el buen nombre de la iglesia y de Dios.

Pablo afina aún más en su percepción de lo que significa agradar al hermano, ya que habla de hacerlo para edificación del prójimo. No solo agradamos en lo bueno, sino que además lo hacemos para fortalecer, afirmar y cimentar la vida de nuestro querido hermano. Por tanto, todo aquello que no redunde en un beneficio espiritual para la vida del hermano, o todo aquello que impida e imposibilite que el hermano crezca saludable en Cristo, debe ser rechazado. Cualquier consejo que demos a nuestros hermanos más jóvenes siempre debe dirigirse a que ellos lleguen a ser como Cristo. ¡Qué mejor modo de agradarles que acompañarlos día tras día hasta su madurez en el evangelio!

C. AGRADAR COMO CRISTO AGRADÓ (v. 3)

“Porque ni aún Cristo se agradó a sí mismo; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que te vituperaban, cayeron sobre mí.”

¿Qué modelo es el más apropiado para hallar el equilibrio entre agradarme a mí mismo y agradar a los demás? Sin duda, este modelo es Cristo: “Haya, pues, este mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Filipenses 2:5-8)

Cristo es nuestro ejemplo claro sobre lo que significa agradar, ya que no agradó únicamente a Su Padre Celestial al que amaba, sino que agradó sin condiciones a pecadores irredentos como nosotros. No se fijó en la mancha de pecado que nos había cubierto, sino que en su increíble amor, dio su vida para perdonar y limpiar la nauseabunda oscuridad que anidaba en nuestro interior.

Los insultos y las provocaciones de los que somos objeto recayeron por completo en Cristo, y en ese mismo espíritu de sacrificio y amor, Dios desea que agrademos a los demás: “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; quién llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.” (1 Pedro 2:21-24)

Nuestra manera de agradar a los demás según el estándar de Cristo radica en seguir “lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación.” (Romanos 14:19) Agradar como Cristo agradó, en definitiva, supone agradar a Dios en obediencia y servicio, “porque el que en esto sirve a Cristo, agrada a Dios, y es aprobado por los hombres.” (Romanos 14:18)

Cristo no se alineó con los hipócritas y los que pretendían agradar a Dios con sus públicas expresiones de piedad y religiosidad. Nunca toleró la maldad que supuraba de los corazones podridos de los que ansiaban el poder y la autojusticia. Nunca dejó de agradar a Dios, de cumplir Su voluntad en su vida por agradar artificialmente a los poderosos e influyentes líderes religiosos de la época: “Porque el que me envió conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada.” (Juan 8:29)

CONCLUSIÓN

Joven, atiende al ejemplo que Cristo te brinda en aquello que se relaciona con agradar a tu prójimo y a Dios. Agrada amando, pero siempre colocando tu mirada en las instrucciones bíblicas.

Agrada a tu hermano para que crezca en el conocimiento de Dios, y así tú también te agradarás a ti mismo sin sombra de egoísmo, por cuanto recibirás recompensas espirituales que surgirán del gozo de ver como este hermano madura y se afirma en las verdades de Dios.

Agrada a Dios antes que a los hombres, y podrás constatar que a pesar de lo difícil que esto puede llegar a ser, y más en la época de la juventud, abundantes beneficios y bendiciones recibirás de tu Padre que se goza al ver que obedientemente cumples con Su voluntad. Agrada a Dios, y Él nunca se separará de tu lado.

CONFERENCIA ANUAL DE LA EUROPEAN BAPTIST FEDERATION YOUTH AND CHILDREN “CONNECT 2020” EN TALLINN, ESTONIA

      Como está siendo la tónica de estos últimos años, nuestro Ministerio de Juventud UEBE ha estado presente en una nueva edición de la Conferencia EBF Youth and Children, cuyo nombre hacía honor al propósito de la misma, esto es, la de conectar cada una de las uniones juveniles de veinte países europeos en torno a la comunión fraternal, el trabajo en equipo desde principios bíblicos prácticos y la adoración a Dios. Desde el jueves 16 al domingo 19, responsables de las áreas de juventud e infancia de toda Europa hemos podido participar de un hermoso y fantástico tiempo de aprendizaje, conocimiento mutuo y conexión.  

      La recepción y bienvenida de nuestros anfitriones fue realmente exquisita. No nos faltó de nada y todos los detalles fueron cuidados al milímetro. En nuestra reunión de apertura pudimos presentarnos y tuvimos intervenciones tanto del presidente como del secretario general de la EBF. El lugar en el que se llevaron a cabo nuestros encuentros fue la facultad de teología bautista en Tallinn, y su rectora también nos trasladó sus mejores deseos para la conferencia. El espacio invitaba a volver a saludar a hermanos y hermanas conocidos de otros años y a entablar nuevas conexiones con personas que asistían por primera vez a estas conferencias. 

      Ya entrados directamente en la materia que iba a tratarse a lo largo de los siguientes días como tema central, tuvimos la visita de Lucy Moore, representante de un proyecto de discipulado e iglesia conocido como “Messy Church”, algo así como “Iglesia Desastre”. Básicamente se trata de una idea más abierta de lo que es la iglesia formal, dado que se busca tener un encuentro mensual fuera de los servicios religiosos habituales, en el que se promueva la conexión intergeneracional y la invitación a personas no creyentes, por medio de actividades lúdicas, creativas y musicales. Más tarde, como mentor de Horizontes EBF, compartí unas breves palabras de ánimo e ilusión con el resto de representantes europeos acerca de este programa de liderazgo juvenil que hay que seguir potenciando y publicitando. También se nos informó de otro proyecto llamado “Vienna Project” en el que se ofrece la posibilidad de que jóvenes interesados en la misión puedan pasar un año entero en Viena a fin de completar un seminario que abarca numerosas asignaturas de teología. 

Lucy Moore y «Messy Church»

     El sábado tuvimos la ocasión de conocer mejor el modo en el que la unión estonia aborda asuntos como la misión, el discipulado y el trabajo juvenil. Después de comer nos dirigimos a la Ciudad Vieja de Tallinn para pasear bajo la lluvia y el frío por sus medievales callejuelas. Fuimos unos privilegiados al poder subir a la torre de la Iglesia de San Olaf, ya que normalmente solo abre de mayo a octubre, cosa que entendimos cuando llegamos a la cúspide de la misma. El viento, la lluvia y el frío eran casi irresistibles, pero las vistas merecieron la pena. Para rematar el día, se nos propuso cenar en un lugar espectacular, pudiendo seguir conociéndonos, estableciendo conexiones para futuros proyectos de intercambio.  

     El domingo nos dejó ver un poco de sol entre tanto nubarrón. Nos dispusimos a celebrar el día del Señor en una iglesia de las afueras de Tallinn, una experiencia encantadora e inspiradora que sigue manifestando que, más allá de nuestras distinciones culturales e idiomáticas, somos un solo cuerpo en Cristo. Ya volviendo a la Facultad Bautista, los delegados de cada unión juvenil votamos el informe anual de finanzas y elegimos a un nuevo miembro de la Junta Directiva de EBF Youth and Children, Samantha Post, procedente de Alemania. A lo largo de las conferencias, no dejó de haber instantes y personas que nos rogaran que próximamente pudiéramos albergar en nuestro país un encuentro de estas características.  

       Para despedirnos, disfrutamos de una Santa Cena muy especial a cargo de Tony Peck, el cual, magistralmente, nos guio en la Palabra de Dios sobre el significado de esta ordenanza cristiana. Con algo de tristeza en el corazón, nos fuimos saludando sabiendo que, si Dios así lo permite, el próximo año podremos encontrarnos en Sofía, Bulgaria. En resumen, el Señor nos volvió a mostrar lo valioso de considerarnos en la unidad y el amor por nuestra juventud europea. 

Culto de Adoración en la capilla de una iglesia a las afueras de Tallinn

GESTIONANDO LAS PALABRAS


TEXTO BÍBLICO: SANTIAGO 3:1-12

INTRODUCCIÓN

En muchas ocasiones hemos escuchado que el amor al dinero es la raíz de todos los males. Sin embargo, existe algo en todo ser humano que si se desmanda y descontrola es capaz de provocar los daños y perjuicios más grandes que se puedan dar en el mundo. Un órgano tan pequeño en relación al resto de nuestros cuerpos como es la lengua puede causar destrucción y dolor así como sanidad y alegría. En la actualidad, ya no solamente la lengua es el vehículo de nuestra expresión, ya que contamos con medios como el Whatsapp o las redes sociales para sacar a pasear lo primero que nos viene a la mente.

Como seres sociales que somos todos los habitantes de esta tierra, poseemos la capacidad de relacionarnos y comunicarnos con los demás de manera oral y audible. Nuestra lengua ha sido diseñada originalmente como un instrumento muy útil en el objetivo de hallar comunión con Dios y con otros seres humanos. Lo ideal sería que nuestras palabras pudiesen ser empleadas como expresión del amor, de la adoración a Dios o como vehículo de enseñanza y diálogo edificador. A través de nuestra lengua tenemos la posibilidad de comunicar experiencias, de demostrar aprecio, de resaltar las virtudes de los demás y de verbalizar la verdad.

El escritor de esta epístola, Santiago, seguramente había tenido la oportunidad de visitar varias iglesias del primer siglo después de Cristo. En ese periplo de visitas, pudo haberse hecho una idea de la importancia positiva y negativa que la lengua, como símbolo de la expresión de pensamientos, ideas e intenciones, tenía en el seno de la iglesia primitiva. Tras recabar información y experiencia suficiente al respecto escribe estas líneas en las que hoy nos centramos, para enfatizar el papel benigno o malévolo de las palabras.

Desde el primer versículo de este capítulo, Santiago nos introduce a una realidad que por lo visto era bastante común en muchas de las comunidades de fe que visitaba: el ministerio de la educación cristiana era el preferido por muchos, hasta el punto de que se descuidaban otras esferas del servicio cristiano mientras los que aspiraban a ser maestros se enzarzaban en conflictos y disputas en las que todos intentaban demostrar que tenían las credenciales ideales y oportunas para enseñar en la congregación.

Aunque parezca bueno que muchos creyentes quisieran ser maestros, algo que hoy día supondría una bendición viendo la necesidad y carencia de los mismos en muchas iglesias, no lo era tanto. El problema surgía cuando personas extrañas al evangelio aprovechaban este ministerio educativo para diseminar sus erróneas y falsas lecciones.

Santiago quiere que muchos de estos pretendidos maestros se quiten de la cabeza el serlo, y por ello apela a la grandísima responsabilidad que el maestro tiene al enseñar e inculcar el conocimiento correcto de Dios a sus alumnos. Una enseñanza torcida podía llevar a sus oyentes a creer cosas distintas a las que el verdadero evangelio de Cristo enseñaba. Los maestros un día serían juzgados por Dios, ante el cual todas las cosas son expuestas a la luz de la verdad.

Ser maestro no es una cosa cualquiera, y Santiago, como maestro que era, lo sabía: de ellos depende que la sana doctrina extraída de las Escrituras bajo el auspicio del Espíritu Santo, sea conocida entre el pueblo de Dios: «Hermanos míos, no ambicionéis todos llegar a ser maestros; debéis saber que nosotros, los maestros, seremos juzgados con mayor severidad.» (v. 1)

Ante este panorama problemático, Santiago desea realizar un contraste somero en el marco del asunto de la gestión de la lengua en la comunidad de fe. Para ello, comparte con los destinatarios de esta epístola y con nosotros hoy, tres puntos importantes para administrar eficaz y efectivamente nuestras palabras y discursos expresados tanto verbalmente como a través de nuestros dispositivos móviles y demás parafernalia relacionada con la tecnología de la comunicación:

A. BENEFICIOS DE LA LENGUA

«Todos, en efecto, pecamos con frecuencia. Ahora bien, quien no sufre ningún desliz al hablar, es persona cabal, capaz de mantener a raya todo su cuerpo. Y si no, ved cómo conseguimos que nos obedezcan los caballos: poniéndoles un freno en la boca, somos capaces de dirigir todo su cuerpo. Lo mismo los barcos: incluso los más grandes y en momentos de recio temporal, son gobernados a voluntad del piloto por un timón muy pequeño. Así es la lengua: un miembro pequeño, pero de insospechable potencia. ¿No veis también cómo una chispa insignificante es capaz de incendiar un bosque inmenso?» (vv. 2-5)

Santiago comienza con una confesión que muchos tendríamos que realizar antes de hablar. Somos pecadores y solemos cometer errores continuamente. Si nuestro pecado sigue estando ante nosotros, y vemos cómo aquello que parece más puro e inocente se convierte por obra y gracia de nuestra insensatez y rebeldía en algo malvado y oscuro, ¿cómo no va a suceder lo mismo con la lengua?

Pablo señala en una de sus epístolas que nada es malo en sí mismo, por lo que podemos colegir que la lengua en sí misma y empleada según las directrices de Dios es una herramienta bendita y beneficiosa. ¿Cómo sino podemos cantar alabanzas a Dios, predicar el evangelio a los incrédulos, enseñar la verdad a los ignorantes o denunciar las injusticias que se ceban con la raza humana? La lengua es útil para entablar nexos de respeto, amor y sabiduría entre los seres humanos.

Por eso Santiago nos emplaza a que cada palabra que pueda salir de nuestras bocas o de nuestros móviles muestre que hemos sido cuidadosos con ellas, a no propiciar deslices que desemboquen en malas interpretaciones y discusiones. Nuestras bocas, muros de publicación y mensajes han de ser el receptáculo de la discreción y del decoro. Si por un instante se nos escapa un exabrupto, un comentario ominoso o un juicio de valor que menosprecie a otra persona, estaremos entrando en el terreno cenagoso de las disputas interminables.

No solo hemos de ser discretos, de no decir algo que no debemos decir porque alguien nos ha confiado algo de palabra, sino que también hemos de ser cabales. La cabalidad se demuestra en la reflexión profunda de una idea antes de expresarla. Pensar bien lo que se va a decir o escribir puede evitarnos muchos males, muchas contiendas y muchas heridas. A veces es mejor permanecer en silencio, no publicar nada o decir a la otra persona que no le puede dar una respuesta o un consejo de manera espontánea o inmediata, que hablar precipitadamente y sin medida de lo que se dice.

La sabiduría en el hablar y en el expresarse no reside en las muchas palabras o en vocablos hermosos y bien construidos, sino que se halla precisamente en saber callar, saber escuchar y saber meditar las respuestas.

Además Santiago nos da pistas de cómo podemos pecar menos, de cómo podemos controlar nuestro cuerpo y sus deseos carnales. Si somos capaces de controlar nuestras palabras tendremos la habilidad de dominar todo nuestro ser. Esto es harto difícil como sabréis bien. No es sencillo poder contestar con educación a quien nos insulta. No es fácil pensar bien las cosas en situaciones límite. No es un ejercicio simple atemperar nuestras palabras cuando la ira y la indignación se adueñan de nuestro corazón.

No obstante, Santiago utiliza dos ejemplos claros de que es posible, con la ayuda de Dios, el ejemplo de Cristo y la guía del Espíritu Santo, hablar y comunicarnos correcta y oportunamente. Primero emplea la imagen del caballo y el freno que se coloca en su boca. Es una imagen muy gráfica y reconocible, y procura en nosotros el poder afirmar que el jinete dirige a este noble animal a su antojo tirando y aflojando las riendas.

Muchas veces nosotros también necesitamos un freno en la boca y en los dedos. Cuando nos descontrolamos por la razón que sea solemos decir y escribir auténticas sandeces y estupideces. Dejamos salir lo más oscuro de nosotros y en esa acción hemos podido herir a otras personas. Con el freno de la Palabra de Dios en nuestras bocas y cerebros podemos transformar cualquier expresión o palabra descontrolada en palabras de paz y bendición.

En segundo lugar, Santiago nos habla del timón de cualquier barco, el cual puede llevar a buen puerto a bajíos de gran envergadura a pesar de las borrascosas condiciones del clima. En el preciso instante en el que las borrascas emocionales, sentimentales y espirituales se apoderan de nosotros, la ira y el enojo causan en nuestras palabras un efecto demoledor. Los reproches, las críticas destructivas y los menosprecios surcan las olas que la tormenta produce hasta hacer estragos en todo aquello que se le acerca.

¿Cuántas veces no hemos dicho cosas, de las que luego nos arrepentimos, tras comprobar el daño tan grande que hemos infligido a personas a las que queríamos? ¿En cuántas ocasiones el odio y la envidia no han dado a luz insultos, gritos y amenazas? Para no volver a caer en las mismas situaciones es preciso tener un timón, al Espíritu Santo que por medio de la conciencia y la prudencia, pueda aquietar nuestro rugido y suavizar nuestro carácter traicionero.

Santiago conoce muy bien el poder insospechado e inusitado que la lengua tiene, tanto para bien como para mal, y la compara esta vez con una chispa que incendia un gran bosque. El evangelio del Reino de Dios, cuando fue predicado por los apóstoles que Jesús había escogido, se extendió como la pólvora por todas partes, incendiando las costumbres paganas, las actitudes idolátricas y las enseñanzas mentirosas de aquellos que lo escucharon. Aquí la palabra tuvo gran poder para salvación y redención.

Sin embargo, también esta palabra tiene la potencia suficiente como para dividir iglesias, destruir vidas y lograr que la obra de Dios sea denostada por causa de los enfrentamientos existentes en la iglesia cuyo origen fueron chismes, difamaciones, burlas y murmuraciones. Las palabras, aun cuando son mentirosas o son fake news, pueden calar profundamente en el corazón del ser humano, propiciando que el fanatismo y el integrismo surjan de en medio de un fuego devorador.

B. PERJUICIOS DE LA LENGUA

«Pues bien, la lengua es fuego con una fuerza inmensa para el mal: instalada en medio de nuestros miembros, puede contaminar a la persona entera y, atizada por los poderes del infierno, es capaz de arrasar el curso entero de la existencia. El ser humano ha domado y sigue domando a toda clase de fieras, aves, reptiles y animales marinos. Sin embargo, es incapaz de domeñar su lengua, que es incontrolable, dañina y está repleta de veneno mortal.» (vv. 6-8)

Como dijimos anteriormente, la lengua posee un poder incalculable para hacer el mal. No tener cuidado con lo que se dice o escribe, cómo se dice, cuándo se dice, a quién se dice y porqué se dice, puede llevarnos a una suerte de infierno en la tierra.

Me figuro que ya habréis pasado por este trance en alguna ocasión, bien como ofensores o bien como ofendidos. En el preciso instante en el que nos pierde la sinhueso, podemos echar por tierra toda una vida de testimonio, toda una trayectoria de honradez y educación, y todo un estilo de vida sensato y prudente. Solo una palabra dicha o publicada de mala manera, con displicencia, con disgusto, con mala cara, con retintín, con ironía dañina o con la intención de poner el dedo en la llaga, es capaz de asesinar emocional y espiritualmente a una persona.

El propio Jesús habla acerca de esto en los evangelios cuando se refiere al homicidio interior, al emplear expresiones e insultos como «fatuo», «donnadie» o «traidor» para apuñalar la autoestima y la dignidad del prójimo: «El que se enemiste con su hermano, será llevado a juicio; el que lo insulte será llevado ante el Consejo Supremo, y el que lo injurie gravemente se hará merecedor del fuego de la gehena.» (Mateo 5:22).

Arrancarnos la lengua no servirá de nada o amputarnos los pulgares y los índices, pero sí tal vez mordérnosla alguna vez que otra para no incurrir en desatar los poderes infernales en la tierra o en la iglesia, o meter las manos en los bolsillos para contar hasta cien y calmar nuestro corazón desbocado.

Las palabras, al fin y al cabo, son la verbalización sonora o escrita de aquello que hay en nuestro interior, en nuestra alma y corazón. Ya lo dijo Jesús, que de la abundancia del corazón habla la boca (Mateo 12:34), y dependiendo de si esa abundancia es positiva o negativa, sabremos que las palabras dichas son solo el resultado de la contaminación interior que el pecado ha propiciado. Si hay avaricia, así hablaremos egoístamente. Si hay codicia, hablaremos con envidia y malicia. Si existe odio, nuestras palabras serán mazos contundentes y navajas afiladas.

Nuestras palabras suelen decir mucho de nosotros mismos, de aquello en lo que realmente depositamos nuestra fe y entrega. Las palabras y la lengua mal gestionadas al margen de lo que la Biblia señala al respecto son un peligro y una amenaza a la paz, la felicidad y la concordia en cualquier entorno, sociedad y cultura.

A pesar de que el ser humano tiene la habilidad y técnica como para domar a los animales salvajes, sin embargo no puede con el poder de una lengua sacada a pasear sin ton ni son. Cuando la lengua no está bajo el control férreo y sensato del Espíritu Santo, ésta se convierte en una lengua ponzoñosa y altamente problemática, hasta el punto de provocar la muerte, bien sea física o espiritual del prójimo.

¿O no recordamos episodios de bullying y ciberbullying en colegios e institutos que han llevado a jóvenes y adolescentes a suicidarse por causa de insultos, improperios y vejaciones psicológicas? ¿O no nos vienen a la mente situaciones dramáticas de violencia de género en las que la presión de las palabras venenosas ha desembocado en tragedias sangrientas? Hay palabras que hacen mucho daño, más del que quisiéramos admitir. De ahí que Santiago nos ponga en guardia ante el abuso de la lengua en todos los contextos, y más aún en el entorno de la iglesia de Cristo.

C. COHERENCIA CON LA LENGUA

«Con ella bendecimos a nuestro Padre y Señor, y con ella maldecimos a los seres humanos a quienes Dios creó a su propia imagen. De la misma boca salen bendición y maldición. Pero esto no puede ser así, hermanos míos. ¿Acaso en la fuente sale agua dulce y salobre por el mismo caño? Hermanos míos, ¿puede la higuera dar aceitunas o higos la vid? Pues tampoco lo que es salado puede producir agua dulce.» (vv. 9-12)

Después de constatar los beneficios y los perjuicios de la lengua y las palabras, Santiago desea desenmascarar la hipocresía. El autor describe de forma magistral e ilustrativa el grado de hipocresía que existía entre los creyentes de las primeras iglesias cristianas. Tal como en nuestros días, seguramente habría personas que se enorgullecían de su superespiritualidad, haciendo ostentación pública y clamorosa de su supuesta santidad y unción, pero que luego donde dije digo, dije Diego.

Estos maestros del fingimiento eran verdaderos actores que aparentaban una cosa con sus palabras dirigidas a Dios en el culto de adoración, pero que cuando se trataba de ayudar al hermano, de arrimar el hombro en el servicio o de cuidar de su semejante, si te he visto no me acuerdo. Nuestro prójimo debe ser tratado del mismo modo en el que tratamos a Dios, con amor. Jesús lo dejó muy claro: «Os aseguro que todo lo que hayáis hecho a favor del más pequeño de mis hermanos, a mí me lo habéis hecho. Os aseguro que cuanto no hicisteis a favor de estos pequeños, tampoco conmigo lo hicisteis.» (Mateo 25:40, 45).

Santiago dice que la hipocresía no tiene cabida en la iglesia, y que por supuesto, es abominación delante de Dios: «Esto no puede ser así, hermanos.» ¿Cómo vamos a engañarle con nuestros ritos y apariencias de piedad mientras pasamos olímpicamente de nuestros deberes para con nuestros hermanos? Seríamos demasiado estúpidos como para creer que Dios va a escuchar nuestras palabras cuando nos hacemos los suecos con los gritos de auxilio de nuestro prójimo.

CONCLUSIÓN

Si somos inteligentes y sinceros con nosotros mismos, sabremos que necesitamos gestionar correctamente a la luz de la Palabra de Dios, tanto el contenido como las formas de aquello que decimos.

Sabemos por experiencia el quilombo que podemos montar cuando nos equivocamos al hablar sin pensar. Sabemos por experiencia lo mucho que duele cuando nos insultan, cuando se burlan de nosotros y cuando nos menosprecian y nos agreden verbalmente y a través de medios digitales.

Si sabemos a qué atenernos en cada ocasión, no dudemos en solicitar de Dios la fuerza necesaria para resistir el impulso de decir o escribir barbaridades, de Cristo el ejemplo oportuno para aprender de los errores pasados, y la dirección del Espíritu Santo para que nos asesore puntualmente en la administración de nuestra lengua y de nuestro whatsapp y demás redes sociales.

SALVADAS POR EL ACEITE

TEXTO BÍBLICO: MATEO 25:1-13

A lo largo de la historia, muchos han sido los grupos que han proclamado y profetizado el fin del mundo. Todos y cada uno de ellos han intentado advertir de manera patética y vociferante que en una determinada fecha todo se acabaría para dar paso al Juicio Final. En sus discursos apocalípticos se han señalado días y años en los que se produciría la consumación cósmica y cataclísmica de la historia, interpretando las evidencias que se derivan de la política, la economía, las catástrofes naturales y las guerras y rumores de guerras. Sectas peligrosas han ido cambiando sus previsiones conforme sus revelaciones de la segunda venida de Cristo se han visto contradichas por un día más de vida y realidad.

En definitiva, todo lo que tiene que ver con los últimos días o con lecturas escatológicas de los acontecimientos pasados y presentes, sigue adquiriendo su interés en publicaciones, vaticinios y teorías de la conspiración.

Para los jóvenes creyentes este interés ha ido menguando con el paso del tiempo. En muy contadas ocasiones se nos habla, enseña y predica sobre la segunda venida de Cristo, sobre los destinos eternos y sobre aquellos indicios que nos llevan a pensar en el fin del mundo tal y como lo conocemos. Vivimos como si nunca fuese a regresar Cristo y decidimos comportarnos como si fuese un asunto demasiado confuso o difuso como para asentar sobre este hecho nuestro estilo de vida. Solamente nos acordamos de pasada de este tema cuando tomamos la Santa Cena o cuando contemplamos horrorizados el estado lamentable y depravado de este mundo. Entonces entonamos un maranatha, más producto de la indignación que nos provoca la maldad humana, que de un verdadero deseo.

Muchos denominados cristianos se han aferrado tanto a este mundo y lo que este les ofrece, que ante la pregunta de si anhela el regreso de Cristo, seguramente respondería con un “todavía no, que me quedan muchas cosas que hacer, experimentar y ver en esta vida” o con un “prefiero que tarde aún un poco más porque no he disfrutado de aquello por lo que he luchado y trabajado”. Otros se escudan erróneamente en pensar que el cielo es posible hallarlo en este plano de la realidad, que la prosperidad verdadera Dios la da aquí y ahora, y que la segunda venida de Cristo solo es un modo que Dios tiene de mantenernos firmes en el evangelio, pero que nunca sucederá realmente.

Ante todo este conjunto de pensamientos, ¿qué nos dice Jesús acerca de ese día final? ¿Llegará o no llegará? ¿Cuáles son los signos que nos permiten conocer este acontecimiento? ¿Cómo debemos vivir mientras tanto desde nuestra juventud?

Jesús también era consciente de que este asunto tenía una gran importancia en el pensamiento judío. En un contexto de sometimiento bajo la bota romana, muchos deseaban fervientemente que Dios enviase a su Mesías para acabar con tamaña injusticia. Otros preferían ayudar a que el hecho del juicio final se llevase a cabo lo antes posible como buscaban los zelotes. Sin embargo, Jesús marca tres pautas fundamentales para entender su segundo advenimiento en gloria y juicio. Esto lo lleva a cabo a través de una parábola muy sencilla y repleta de lógica que esclarecería lo tocante a nuestra visión de su segunda venida.

A. LA CERTEZA DEL REGRESO DE CRISTO

“El reino de los cielos puede compararse a diez muchachas que en una boda tomaron
sendas lámparas de aceite y salieron a recibir al novio… A eso de la medianoche se oyó
gritar: ¡Ya viene el novio! ¡Salid a recibirlo!… Llegó el novio… Estad, pues, muy atentos
porque no sabéis ni el día ni la hora de la venida del Hijo del hombre.” (vv. 1, 6, 10, 13).

La historia de estas diez muchachas es también nuestra historia. Es la historia de una
certeza, de una seguridad. El papel que cumplen estas doncellas es el de recibir al novio antes de contraer matrimonio con su consorte. Su labor y sus acciones dependen en gran medida de un hecho real y seguro: el novio había de venir. No hay dudas al respecto en estas muchachas, y por ello toman las lámparas de aceite en previsión de que la llegada de tan importante personaje llegase más tarde de lo esperado. Mientras esperan deseosas a que esto ocurra, no dejan su puesto para dedicarse a otras labores. Simplemente esperan con una confianza fuera de toda vacilación a que el novio haga acto de presencia.

Cuando comienzan a escuchar los gritos que anuncian la llegada del novio, son
conscientes de que no es una falsa alarma, o que están burlándose de ellas para que se
mantengan despiertas. Los heraldos que preceden a la comitiva que acompaña al novio no suelen bromear con una ceremonia tan especial y solemne. Por eso, se ponen en pie y tratan de prepararse del mejor modo posible para este encuentro. Por fin llega el novio y toda su comitiva y entra en el aposento en el que se ha de celebrar la boda. El nerviosismo causado por la espera se ve recompensado por su llegada. Todos son testigos de una realidad y todos se gozan de este momento tan feliz.

El creyente no debe nunca dudar ni por asomo del hecho del regreso de Cristo, el novio
de la iglesia. Otro cantar es saber en qué momento lo hará, o en qué forma se manifestará o de qué modo seremos capaces de saber que ha vuelto. Pero que volverá, eso está más claro que el agua. La Palabra de Dios nos da una y mil seguridades al respecto. Mateo nos clarifica esta certeza con una pregunta que los discípulos hacían a Jesús: “Dinos, ¿cuándo sucederá esto? ¿Cómo sabremos que tu venida está cerca y que el fin del mundo se aproxima?… Pues como un relámpago brilla en oriente y su resplandor se deja ver hasta occidente, así será la venida del Hijo del hombre.” (Mateo 24:3, 27).

Si los discípulos no supiesen que Jesús iba a regresar, no sería muy lógico que le preguntasen esto. Santiago habla a la iglesia primitiva con esta misma claridad: “Tened paciencia y buen ánimo, porque está próxima la venida gloriosa del Señor.” (Santiago 5:8).

B. CÓMO NO HEMOS DE VIVIR HASTA ENTONCES

“Cinco de aquellas muchachas eran descuidadas… y sucedió que las descuidadas llevaron sus lámparas, pero olvidaron tomar el aceite necesario… Las descuidadas, dirigiéndose a las previsoras, les dijeron: Nuestras lámparas se están apagando. Dadnos un poco de vuestro aceite… mientras estaban comprándolo (el aceite), llegó el novio, y la puerta se cerró. Más tarde llegaron las otras muchachas y se pusieron a llamar: ¡Señor, señor, ábrenos! Pero él les contestó: Os aseguro que no sé quiénes sois.” (vv. 2, 3, 8, 10-12).

Ya dijimos que todas las muchachas estaban advertidas de la llegada del novio. No sabían la hora exacta de su llegada, pero sabían que cuando se trataba de viajar muchos percances e imprevistos podían darse para la comitiva nupcial. Todas iban provistas de su lámpara de aceite, pero el contraste que presenta Jesús en su historia es el de dos clases de muchachas: descuidadas y prudentes.

Las descuidadas creyeron que el novio no se demoraría demasiado, por lo que creyeron que iba a ser un despilfarro tener que comprar más aceite para sus lámparas. Se fiaron de su conocimiento de estas festividades y determinaron tener solo lo justo e imprescindible para unas pocas horas. Confiaron en su buen hacer, sin pensar en que el novio pudiese demorarse por el camino. El tiempo pasaba y el aceite se iba consumiendo en las lámparas. El atardecer dio paso al anochecer, y este a la oscura noche, y el aceite de las lámparas se fue acabando entre los ronquidos cansados de todas las doncellas.

Repentinamente, unas voces alertan a todos de la llegada del novio. Las muchachas sobresaltadas se levantan de su letargo y se dan cuenta de que ya es medianoche y que en sus lámparas ya no brilla la luz que ha de acompañar al novio hasta el lugar en el que se celebrará la ceremonia matrimonial. Las descuidadas comprueban con gran desconcierto que el aceite de sus lámparas se ha acabado y ruegan a sus compañeras más avezadas que les presten un poco de aceite para poder participar de la
fiesta.

La respuesta es un no rotundo, puesto que a las prudentes nada les sobraba del aceite que en previsión de una espera larga habían guardado. A sugerencia de las muchachas más sensatas, las cinco doncellas descuidadas vuelan a buscar aceite donde sea, porque no entra en sus cálculos no participar de esta boda. Cuando, tras mucho correr y suplicar, logran el aceite necesario, ya es demasiado tarde. Las puertas de la boda están cerradas a cal y a canto. Desesperadas, llaman al novio hasta la extenuación y entre lágrimas lamentan su falta de sensatez. Cuando por fin el novio se asoma por la cancela de la puerta, la extrañeza se adueña de su rostro y recrimina a estas muchachas que dejen de alborotar, que ellas no son parte invitada de la gran ceremonia porque no sabe quiénes son.

Muchos pretendidos cristianos se hallarán en esta tesitura tan dramática y terrible. Aquellos que viven la vida de manera hedonista, entregándose a los placeres que nublan la mente y el espíritu, dejarán que la gracia y el tiempo que se les ha dado para aceptar la invitación a las bodas del Cordero, se agote. Entonces ya no habrá más oportunidades ni más justificaciones. Por más que llamen a la puerta de la salvación, en el día del juicio de Dios, serán contados como condenados al infierno. Por más que muestren sus candiles apagados o que enseñen sus ropajes de boda, Cristo no los conocerá.

Dejaron que el mundo los enredase en sus atractivos y encantos, se permitieron el lujo de rechazar la vida eterna y abundante para cultivar su culto a ídolos muertos, y pensaron que lo tenían todo controlado, que con decir una oración de fe o con asistir los domingos al servicio religioso sería suficiente. Son como el mal criado que piensa en su interior que el Señor se demora y comienza a golpear y maltratar a sus colegas y se une en botellones y borracheras con los malvados. En el instante en el que Cristo venga en poder y victoria, de manera instantánea y repentina, se darán cuenta de que les falta el aceite del Espíritu Santo, y que ni sus obras caritativas ni sus acciones piadosas podrán franquearles el paso a la fiesta eterna del enlace entre Cristo y su iglesia.

Serán castigados severamente dándoles un lugar entre los hipócritas mientras el sonido de sus sollozos se une al rechinar de sus dientes (Mateo 24:48-51). Son seres humanos descuidados que tendrán que hacer frente a su responsabilidad personal, ya que nadie, ni siquiera los sensatos podrán transferir esa salvación a los que fueron negligentes con la oportunidad de recibir a Cristo como su Señor y Salvador.

C. CÓMO HEMOS DE VIVIR HASTA ENTONCES

“Las otras eran previsoras… Las previsoras, junto con sus lámparas, llevaron también llevaron alcuzas de aceite… Las previsoras contestaron (a las descuidadas): No podemos, porque entonces tampoco nosotras tendríamos bastante. Mejor es que acudáis a quienes lo venden y lo compréis… Las que lo tenían todo a punto entraron con él (con el novio) a la fiesta nupcial, y luego la puerta se cerró.” (vv. 2, 4, 9, 10)

Las muchachas precavidas son aquellas que hacen honor al refrán “persona prevenida,
vale por dos”. Saben que su misión es estar listas cuando llegue el novio. No les importa
comprar aceite demás, porque saben que el gasto lo vale, ya que serán recompensadas con la inclusión y participación de un gran honor en la boda. Su concentración está colocada completamente en cumplir con su objetivo: escoltar al novio al lugar en el que se celebraría la ceremonia. No les duele tener que cargar con una alcuza ahora, para después tener que alabar su buen sentido cuando la emergencia surge.

En la tardanza del novio, ellas duermen por efecto del cansancio de la espera al igual que las descuidadas, pero lo hacen con el conocimiento de que el toro no les va a pillar. El aceite podrá consumirse, pero siempre tendrán un suministro inmediato para paliar esta circunstancia. Cuando el novio llega, sin prisas pero sin pausa, las sensatas preparan sus lámparas, dando gracias al cielo por su acertada decisión de ser previsoras.

De repente, las otras cinco muchachas descuidadas les piden algo de aceite. Algunos piensan que las sensatas fueron poco misericordiosas o poco generosas. Nada de eso. Simplemente estaban constatando un hecho, y es que su salvación era intransferible y que cada uno debe apechugar con sus propios errores de cálculo. ¡Qué injusto hubiese sido dejar que las insensatas hubiesen entrado a la boda después de la ligereza y desidia de sus decisiones! ¡Qué injusto hubiese sido que por culpa de ellas, tampoco las prudentes hubiesen podido tener suficiente aceite! Lo único que pueden hacer es aconsejarlas para que se busquen la vida, ya que no están dispuestas a renunciar a acompañar al séquito nupcial por su culpa. Una vez el novio llega, un suspiro de alivio y de felicidad surge de las doncellas sensatas, puesto que hicieron precisamente aquello que se esperaba de ellas.

El verdadero cristiano sabe que Dios se ha hecho presente en su vida a través del Espíritu Santo. Sabe que su lámpara debe estar llena de este aceite santo, y para ello debe ser consciente de que esperar al novio no es cualquier cosa, sino que es un privilegio, un deber y un placer. Pablo exhorta al cristiano al respecto: “Vosotros, hermanos, no vivís en las tinieblas. Por eso, el día del Señor no debe sorprenderos como si fuera un ladrón. Todos vosotros, en efecto, pertenecéis a la luz y al día, no a las tinieblas o a la noche. Por lo tanto, no estemos dormidos, como están otros; vigilemos y vivamos sobriamente.” (1 Tesalonicenses 5:4-6). Podrá dormitar en el transcurso de su vida por el efecto de mil vicisitudes y circunstancias, pero siempre estará preparado para ser recibido en la presencia de Dios sin temor ni miedo.

Nada puede el creyente hacer para facilitar la entrada en el Reino de los cielos a terceros. Podemos predicarles, asesorarles y aconsejarles, pero nunca podemos infundirles el aceite de la unción del Espíritu Santo. Eso es cosa de ellos, ya que deben confesar y aceptar de motu proprio su deseo de servir a Cristo y de participar del banquete de la vida eterna. El cristiano debe velar en su estilo de vida para que no tenga de qué avergonzarse cuando Cristo regrese, ya que el novio puede volver en cualquier instante de nuestras vidas: “Estad, pues, vigilantes ya que no sabéis en qué día vendrá nuestro Señor… Así, pues, estad también vosotros preparados, porque
cuando menos penséis, vendrá el hijo del hombre.” (Mateo 24:42, 44).

Esta espera y expectación no debe ser vivida con miedo, sino con la esperanza y el anhelo de que este regreso sea lo más pronto posible mientras clamamos “Maranatha”, “Cristo vuelve pronto”.

El novio está en camino aun cuando no sepamos cuándo llegará. A todos nos ha sido dada una lámpara de aceite de gracia. ¿Apreciarás esta lámpara y su aceite como aquello que simboliza tu salvación? ¿O despreciarás la utilidad de este candil siendo rácano y descuidado con su suministro? Procura que cuando Cristo vuelva terrible y glorioso a la vez, te halle con una resplandeciente lámpara que ilumine tu camino a las bodas del Cordero de Dios.

PROPÓSITOS DE AÑO NUEVO


TEXTO BÍBLICO: COLOSENSES 3:12-14

Cuando terminamos un año y comenzamos a andar en el siguiente, surge en nosotros un espíritu de renovación, de empezar desde cero, de corregir nuestros errores, y de situar cronológicamente el momento desde el que haremos esa serie de ajustes que nos hagan mejores personas. Esta actitud, tal vez innata o tal vez generada por la costumbre social, hace que en estos primeros días del año nuevo expresemos un conjunto de deseos que poder hacer realidad en nuestras vidas: aprender nuevos idiomas, adelgazar, dejar algún vicio malsano, amar a nuestro prójimo con más énfasis en lo práctico, diezmar diligentemente… Lo cierto es que muchos de estos propósitos son muy legítimos. Somos conscientes de las torpezas que hemos cometido en el año anterior y pretendemos encauzar y arreglar nuestros hábitos para ser personas productivas y amables.

El problema surge cuando nuestros buenos deseos dependen de nuestras fuerzas, de nuestra voluntad y de nuestras energías. ¿Cuántos propósitos o cuántas promesas de principio de año se han quedado en agua de borrajas por causa de nuestra intemperancia? ¿Cuántos planes de dieta han sido dejados en el olvido en el transcurso del primer mes? ¿Cuántas metas se han dejado de incumplir al poner nuestra confianza en nuestro esfuerzo personal? El resultado tan pésimo de nuestra inoperancia ha llegado incluso a sentirnos frustrados y a comenzar a hablar de nosotros mismos como de auténticos desastres.

Todo esto sucede por una única razón, y es que cuando tomamos la determinación de llevar a cabo un ajuste en nuestras vidas, nos olvidamos de lo que Dios quiere para nosotros. Nuestros propósitos a menudo chocan con los propósitos de Dios porque nos afanamos en lograr objetivos en nuestras vidas a base de obras y acciones propias, sin contar con la buena voluntad de Dios.

Pablo, en su epístola a los Colosenses, deja muy claro que como hijos de Dios y como pueblo escogido del Señor, hemos de pretender ser parte de una serie de propósitos divinos que van a redundar en un año lleno de bendiciones por la gracia de Dios y para que el nombre de Cristo sea glorificado: “Sois elegidos de Dios; él os ha consagrado y os ha otorgado Su amor.” (v. 12). Esta lista de propósitos no solo tienen en cuenta nuestra capacidad volitiva, nuestra voluntad, sino que también aspira a que nos consideremos canales de los dones benditos de nuestro Padre celestial.

A. PRIMERA RESOLUCIÓN: TENDRÉ COMPASIÓN DE LOS DEMÁS

“Sed, pues, profundamente compasivos…” (v. 12)

La palabra compasión ha dejado de considerarse una virtud para convertirse en un vestigio del limosneo y de rostros tristes que con voz impostada dicen: “¡Ay,
pobrecillo, qué mal lo estará pasando!” Si nos detenemos a pensar en este hecho, nos
damos cuenta de que hoy día, la compasión se mide en términos de dinero. Es un modo
de aplacar las conciencias momentáneamente con una cantidad monetaria y de procurar sentirse bien ofreciendo, a menudo, las migajas de nuestras vidas. Esta no es la compasión o la misericordia que hemos de transmitir al mundo como creyentes.

No solo es dar; es darse. No solo es sentirnos compungidos por aquellos que sufren a nuestro alrededor o más allá de nuestras fronteras; es arremangarnos para llegar a ellos. No es simplemente echar una lagrimilla de emoción al ver las imágenes del escándalo del hambre y de las epidemias; es luchar a brazo partido por prevenir ese tipo de situaciones en nuestro contexto más inmediato.

Esta compasión surge del alma, no como una respuesta egoísta de autosatisfacción
por haber hecho el bien a otros, sino como una bendición genuina que brota de la fuente primigenia de esta misericordia: Dios. El ejemplo de Jesús debería acompañarnos en esta resolución de año nuevo. Cuando tocaba la llaga purulenta del leproso, cuando se acercaba al ciego, cuando sanaba paralíticos y expulsaba demonios de cuerpos maltrechos, no lo hacía para dárselas de gran hombre o de sanador internacional. Es más, en muchas ocasiones hallamos a Jesús diciendo a estos hombres y mujeres, restablecidos en su salud y dignidad, que nada dijeran o contaran a nadie.

Su misericordia le hizo derramar lágrimas ante Jerusalén y su compasión por la humanidad le llevó a morir vergonzosamente en la cruz fatídica. Su compasión no tenía límites, al igual que hoy. Su misericordia radicaba en colocarse en el pellejo de la persona necesitada y solventar su aflicción, llorando con los que lloraban, y riendo con los que estaban alegres. Esta es la compasión entrañable y profunda que debes manifestar al mundo: a tu familia, a tus hermanos en Cristo, a tus compañeros de trabajo, e incluso a tus enemigos.

Ama de modo tan sincero a cada alma que Dios colocará en tu camino en este año, que
puedas ver el milagro de vidas transformadas por esa piedad y esa clemencia que Dios
derrama en ti para compartirla con los demás.

B. SEGUNDA RESOLUCIÓN: SERÉ BONDADOSO CON LOS DEMÁS

“Sed, pues, benignos…” (v. 12)

Al igual que la compasión, la bondad ha sido arrinconada por este sistema social. Ser
bueno ha devenido en ser tonto de capirote. Hacer el bien supone tantos sinsabores,
tantas traiciones, tantas decepciones y tantos embrollos, que casi nadie hace el bien sin mirar a quién. Para hacer algo bueno por los demás, primero observamos su apariencia externa, olisqueamos a la persona por si es alguien que se lo va a gastar en bebida, sopesamos la cantidad oportuna de monedas que dar, y luego, pasamos a gran velocidad lanzando la limosna en el sombrero para que no se nos pegue algo.

¿No habéis escuchado a alguien decir a otra persona: “Es que eres demasiado buena. De tan buena, pareces tonta”? ¿Se puede ser demasiado bueno en este mundo?

Imaginaos a Dios. ¿Dios es demasiado bueno como parecer que le estamos tomando el pelo? La bondad verdadera no ha de tener límites y la auténtica generosidad no mirará
condiciones ni se arrepentirá de realizar actos benevolentes hacia los demás. Ser bondadosos no solo significa desear lo bueno para los demás. Eso es muy fácil de llevar a cabo. Esa es la forma más cómoda de decir: “Yo en mi casa, y Dios en la de
todos.” Ser benevolente implica actuar y vivir de acuerdo a todo lo bueno que
representa Dios.

De nuevo, Jesús es nuestro prototipo. Jesús no mandó a las grandes multitudes a sus hogares para que ellos mismos obtuviesen su propia comida. No le dijo al maestresala de las bodas de Caná que debería haber sido más avispado o prudente en su administración del vino. Ni siquiera rechazó a aquellos que pretendían echarle la zancadilla con sus comentarios ofensivos y perversos. Simplemente fue generoso con
ellos a pesar de que él no tenía la obligación de resolver sus desaguisados o de escuchar sus sandeces. Caminó por la vida repartiendo gracia, amor y bondad a manos llenas, de tal manera que nadie temía acercarse a él para solicitar un favor o una merced.

Esta es la bondad que hemos de manifestar al mundo en este año. Sé que cuesta hacer favores o prestar o dar algo a determinados individuos. Pero si quieres en este nuevo año ser más como Cristo, despójate de los prejuicios y de las malas experiencias pasadas, y sé bueno incluso con aquellos que no lo merecen.

C. TERCERA RESOLUCIÓN: SERÉ HUMILDE EN EL DÍA A DÍA

“Sed, pues, humildes…” (v. 12)

La humildad no es precisamente lo que más se predica desde los púlpitos de las empresas, los partidos políticos o la curia romana. La soberbia, el orgullo del lujo, la vanagloria y el autobombo, son algunas de las expresiones sociales que más calan en el
alma del ser humano. Ser humildes, para muchos, significa claudicar, bajar la cabeza,
dejarse pisotear por todos, someterse, ser cobarde… Y sin embargo, es uno de los
propósitos de año nuevo que hemos de anhelar que se cumpla en nosotros, ya que es lo que más se necesita en este mundo: personas humildes, honradas y gentiles.

Yo sigo pensando que la humildad es la que mueve el mundo. Personas que son capaces de entregarse por los demás sin esperar premios, recompensas y galardones;
seres humanos que no dan importancia al valor de sus actos y que no miden sus
acciones en términos de rangos o credenciales; todas ellas hacen que este mundo herido no muera por sobredosis de orgullo y prepotencia. Ser humilde implica reconocer que todo lo que somos y tenemos no es nuestro. Significa entender que somos lo que somos por la gracia de Dios.

No es dejarnos llevar por los caprichos de la gente, ni ser los tontos que no reclaman sus derechos. Ser humildes es ser como Jesús. Nació en un establo, trabajó junto a su padre en la carpintería, caminó entre los marginados de la sociedad, se acercó a la tan denostada figura femenina para romper moldes y barreras, y murió sin enviar legiones de ángeles para salvar su integridad física. ¿Quién hubo, hay o habrá tan humilde como Jesús? Dejó la gloria celestial que le correspondía para mezclarse con nosotros, malvados y orgullosos, y darnos una salvación que no merecíamos.

Sé, pues, humilde en este año nuevo que se presenta duro, aunque lleno de esperanza. Eres un hijo de Dios, elegido por el Altísimo, pero no uses este privilegio para menospreciar a nadie. Transita por las sendas de este año dando ejemplo de humildad, estimando todo lo que se presente en 2020 como un acicate para ser honrado, cabal y honesto con tu prójimo.

D. CUARTA RESOLUCIÓN: MOSTRARÉ PACIENCIA CON TODO EL MUNDO

“Sed, pues, pacientes y comprensivos…” (v. 12)

Qué difícil resulta cultivar la paciencia en este mundo instantáneo e inmediato. El stress y la ansiedad son males que acucian al ser humano por causa de su afán
desmedido por lograr las cosas” ya mismo”. Colas kilométricas para realizar gestiones
y trámites, horarios cerrados e inflexibles y vidas perfectamente programadas hacen de la existencia un mar de circunstancias verdaderamente asfixiantes. Esperar con
paciencia se ha convertido, por la inercia de la vorágine social, en una misión poco
menos que imposible.

Si esto sucede en las cuestiones más terrenales, qué podríamos decir de las espirituales. Deseamos respuestas concretas y rápidas de Dios en nuestras oraciones whatssap, pretendemos que el Señor nos conteste ipso facto y queremos ver el
fruto de nuestro trabajo en la iglesia inmediatamente. Incluso muchos cultos que se dan a Dios, se convierten en cultos express, en los que la adoración se circunscribe a un
horario tan inflexible, que a menudo la gente confunde ese tiempo tan especial con
cualquier otro tiempo de la semana.

Pablo nos dice qué hemos de hacer con esa paciencia: “Soportaos mutuamente y,
así como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros, cuando alguno tenga
quejas contra otro.” (v. 13) La paciencia ya no es lo que era. Antes se ejercitaba la
paciencia aguantando a los demás. Se soportaban, no como si de un infierno se tratara,
sino apelando a la puesta en práctica del amor. Con amabilidad y dulzura podías amonestar a un hermano que estaba yendo por mal camino; ahora ya tienes suerte si no te pega un bofetón, te pone una querella o te dice que te metas en tus asuntos.

En ese acto de soportar, eras capaz de darte cuenta de la riqueza y la diversidad de temperamentos y caracteres de las que Dios ha dotado a Su pueblo; ahora, si un hermano no comulga con tu manera de ver las cosas, dejas de hablarle. Dentro de esa
paciencia también está el hecho de perdonar. Y qué difíciles se tornan las cosas cuando
el perdón no es dado o recibido en el seno de la iglesia. La paciencia generará perdón en tanto en cuanto aceptemos que nosotros no estamos exentos de pecar, de herir o de maltratar a nuestro hermano.

Jesús tenía una paciencia a prueba de pesados. Siendo Dios encarnado y viendo tanta
injusticia, tanta maldad y tanta hipocresía, no dijo: “Esto lo arreglo yo en un periquete
mandando al infierno a todo quisque.” ¿Podía haber transformado un mundo podrido
en un vergel lleno de paz y amor? Podría. ¿Podía haberse sentado en el trono que le ofrecía Satanás para gobernar al mundo? Podría. Pero es que Jesús sabía que cada cosa tenía su tiempo, que no había que apresurar los acontecimientos. Debía ser paciente hasta la consumación de su misión entre nosotros.

Aguantó a Pedro y su carácter impetuoso e imprudente; soportó a Juan y a Santiago, y a su madre, por proponerlos como vicepresidentes del Reino de los cielos; enmudeció su boca ante los insultos y blasfemias de la multitud que lo acompañaban al monte Calvario para crucificarlo. Con paciencia, aún hoy, está demorando su segunda venida por amor de aquellos que todavía pueden aceptarle como Señor y Salvador de sus vidas.

En este nuevo año que abre sus puertas ante nosotros, debemos ser más como Cristo
en este sentido. Hemos de ser pacientes y contar hasta mil si es necesario antes de
airarnos con los demás. Debemos soportar a nuestros hermanos para que otros también nos soporten. Perdonemos a aquellos que nos hacen la pascua, a aquellos que nos quieren mal, a aquellos que sin querer nos hacen la vida un yogur. Pacientemente,
esperemos que Dios haga Su obra en nosotros a Su tiempo y no al nuestro, sin afanarnos ni enfermar de ansiedad y stress.

CONCLUSIÓN

Poder cumplir con estas resoluciones no es fácil, pero no es imposible. Si damos a Dios el lugar que le corresponde en nuestras vidas, podremos llevar a término todos y cada uno de los propósitos que la Palabra de Dios nos señala. Si somos fieles en lograrlos, podremos ser testigos de la mayor maravilla que pueda verse hoy en día: el amor de Dios que todo lo vuelve perfecto (v. 14)

CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO: RECORDANDO LA MISIÓN MÁS IMPORTANTE DE NUESTRAS VIDAS

TEXTO BÍBLICO: LUCAS 4:16-21

INTRODUCCIÓN

No podríamos concluir esta serie de posts de Adviento sin reconocer en el niño recién nacido de Belén, al Cristo que tiene una misión vital y suprema en el devenir de la historia y en la inauguración del Reino de los cielos. Tras haber recordado a Jesús como el enviado de Dios al mundo, como el que pone una nueva canción de salvación en el alma de todo ser humano que desea seguirle cada día como discípulo, y como aquel que trae perdón a los que se arrepienten de sus pecados y confiesan su necesidad de salvación, es necesario ampliar nuestra visión de la misión y propósitos del Salvador. ¿Cuál iba a ser el papel futuro de la criatura que apenas había abierto sus ojos a un mundo desolado por el pecado y la injusticia? ¿En qué proyecto eterno se habría de embarcar para dar contenido a la predicación bíblica y misionológica de su futura iglesia?

Todas estas preguntas y muchas otras más pueden resumirse en lo que ha venido en llamarse discurso programático de Jesús. En el texto evangélico al que nos vamos a referir seremos capaces de entender con absoluta nitidez el alcance de la labor terrenal de Cristo y hacia quienes iba a dirigir sus esfuerzos más importantes.

Después de ser bautizado por su primo Juan, y tras haber recibido la visita tentadora de Satanás en el desierto, Jesús da por iniciado su ministerio terrenal. A partir del capítulo 4 de Lucas podremos ver desplegados tanto su mensaje de salvación y arrepentimiento como sus actividades de sanidad, exorcismos y relaciones con el prójimo. La primera estación de su misión comienza en la aldea de Nazaret, lugar de adopción en el que transcurrirá gran parte de su niñez, adolescencia y juventud.

Lucas desea que todos aquellos que desean conocer el verdadero sentido de su narración asimilen que, precisamente las palabras que él leerá del libro de Isaías en la sinagoga de Nazaret, son un compendio resumido de todo lo que será en esencia su vida en los próximos tres años de trayectoria vital en medio de la humanidad: “Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer. Y se le dio el libro del profeta Isaías.” (vv. 16-17).

El pasaje del Antiguo Testamento que iba a leer con franqueza, contundencia y respeto a partes iguales, iba a convertirse en una profecía cumplida en su persona de manera fehaciente. A sabiendas que su declaración de intenciones final sería tachada de escandalosa y blasfema, no duda ni por un momento que las palabras leídas en ese instante se hacían carne en él mismo. ¿Qué decía la profecía de Isaías al respecto de su misión entre la raza humana, y de qué manera hoy puede afectar nuestra perspectiva de la misión de la iglesia?

A. LA UNCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO

Habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí.” (v. 17-18)

No cabe duda de que esta primera referencia al Espíritu Santo que hace Isaías en este texto profético era una realidad en Jesús. Ya en el bautismo que recibe de Juan el Bautista somos testigos de cómo Dios mismo confirma a Jesús como su Hijo en el que se complace y de cómo el Espíritu Santo en forma de paloma desciende sobre él. Dios estaba con él y en él, y por tanto había sido comisionado para comunicar el mensaje de salvación y perdón de su parte.

Jesús no iba a hablar de motu proprio, ni iba a seguir una estrategia distinta a la establecida desde el principio de los tiempos por su Padre, ni tomaría atajos para resolver situaciones de forma rápida y más eficaz. Su sujeción al Padre fue memorable y patente en sus actos, palabras y pensamientos. El Espíritu de Dios moraba en su corazón conectando todo su ser de manera misteriosa a los designios divinos para con el ser humano. Jesús sabía que se le había encomendado una misión difícil y dura, y aun así siempre se supeditó a la voluntad de Dios, llegando incluso a enfrentarse a la muerte de forma obediente.

Del mismo modo que Jesús fue comisionado por Dios para transmitir el anuncio de redención al ser humano, y de la misma forma en que el Espíritu de Dios fue derramado sobre él para llevar adelante esta misión titánica y desagradecida, los jóvenes que siguen a Cristo también ha sido escogidos por el Señor para predicar vida, arrepentimiento y perdón de los pecados a los cuatro vientos, sabiendo que no estamos solos en nuestro empeño evangelizador, sino que el Espíritu Santo nos guía en poder y capacitación carismática para superar los obstáculos y barreras que puedan presentarse en nuestra misión. Somos templos del Espíritu Santo, ungidos por su sabiduría y autoridad con el objetivo de llenar la tierra de la Palabra de Dios para salvación de los incrédulos.

B. CONSUELO DE POBRES Y EXCLUIDOS SOCIALES

Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón.” (v. 18)

Jesús vino al mundo en carne y hueso, no solo para recordar este hecho de la natividad como un evento significativo y feliz, sino que también lo hizo para convertirse en el consuelo de los pobres y excluidos sociales. En un mundo en el que el menesteroso, la viuda y el huérfano eran la carne de cañón de un sistema social injusto, en un mundo en el que el enfermo o discapacitado era rechazado y menospreciado, en un mundo en el que no se respetaba ni valoraba a la mujer como ser humano completo e indispensable para entender la familia y la sociedad, en un mundo en el que se arrinconaba de manera racista a aquellos que no comulgaban con las ideas religiosas establecidas, en un mundo en el que las apariencias eran más importantes que el contenido de un corazón, y en un mundo en el que el clasismo religioso menospreciaba a los menos letrados y preparados académicamente, Jesús nace para revolucionar un establishment sistémico que estaba a años luz de la voluntad y propósitos que Dios tenía para la humanidad.

Jesús aparece en la escena de la historia para cambiarla completa y radicalmente: los pobres reciben de él el consuelo que los soberbios no les dan, los enfermos son sanados milagrosamente para participar de la vida en toda su plenitud, las mujeres ocupan un lugar preeminente en su corazón e interés, los niños dejan de ser nada para ser el presente más valioso, los pecadores podían alcanzar misericordia y perdón tras comprobar la cercanía de Dios y la lejanía de los líderes religiosos, el cansado hallaba descanso y el humilde recibía amor y bendición sobre los altivos y orgullosos de la tierra.

Las palabras de vida de Jesús, predicando el evangelio de un Reino abierto para todos, sin clasismos, preferencias ni distinciones, es la puerta de salvación para los pobres y oprimidos que solo veían sus vidas como miserables existencias sin futuro ni luz. La sanidad que prodiga Jesús a leprosos, inválidos e incapacitados físicos solo es la muestra palpable de una realidad espiritual que se relaciona con el perdón de pecados y culpas, con el arrepentimiento de las transgresiones y con la reconciliación con Dios por intermedio de Jesús. Estas dos labores de predicación de la Palabra de vida y de la sanidad del corazón, también son empresas que la iglesia de Cristo ha de tener como suprema prioridad.

En nuestras manos está poder traer esperanza, consuelo y ánimo a los corazones rotos, a las almas heridas y a las conciencias llenas de culpabilidad. En nuestro seno, como juventud que trabaja en una comunidad de fe y amor, está la posibilidad poderosa de curar vidas y cuerpos a través de la oración de fe realizada en el nombre de Cristo. Nuestra misión es la misión de Cristo y por nada del mundo habremos de olvidarla si queremos ser obedientes a la vocación con que nos llamó el Señor de ser sal y luz al mundo quebrantado, dolorido y sufriente en el que vivimos.

C. LIBERTAD Y VISIÓN ESPIRITUALES

A pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos.” (v. 18)

Jesús nació en un pesebre en Belén, no para ser colocado como adorno del hogar en estas fechas, sino que Dios se encarnó para liberar al ser humano de la cautividad del pecado y para dar visión a los ojos muertos por causa de la tiranía de Satanás sobre todo mortal. Aunque Jesús abrió los ojos a ciegos de manera física, lo cierto es que la verdadera ceguera que sigue nublando la mirada del ser humano es la que provoca el egoísmo, la soberbia, la avaricia, el prejuicio y las malas intenciones del corazón.

Aquella cacareada libertad que cree el ser humano haber hallado siguiendo su propio camino a espaldas de Dios, solo es un signo inequívoco de la gran ceguera espiritual que sigue entenebreciendo las vidas de millones de jóvenes. Pensar que se puede vivir sin Dios ni Cristo es, sin duda alguna, una de las más erróneas evidencias de que las perspectivas y puntos de vista del hombre y la mujer de la actualidad están completamente oscurecidas por el pecado en sus múltiples manifestaciones. Creer que vivimos tiempos en los que hemos sido liberados de las ataduras de la fe y las creencias religiosas, es solo una mentira que sigue susurrando Satanás en los oídos mentales del ser humano, y que emplea arteramente para confundir la verdadera libertad en Cristo con ser capaces de hacer lo que mejor les place sin cortapisas ni una autoridad superior que regule sus actos, palabras e ideas.

Demasiados hoy día se encuentran en la cárcel de sus pecados y rebeldías, creyendo ser libres cuando en realidad sus ojos espirituales no les deja ver el panorama terrible y lamentable de estar atados y encadenados a sus propios deseos desordenados como mascotas de Satanás.

Del mismo modo en que Jesús, con sus palabras de verdad y vida quitó las cataratas de los ojos enceguecidos de muchas personas durante su ministerio terrenal, y de la misma forma en la que liberó de la prisión de sus pecados a millares a través de la misericordia, el perdón y el amor sin medida, así la iglesia de Cristo debe proclamar la verdad del evangelio para que los ciegos espirituales se den cuenta de que sus elecciones están dirigidas, no por su propia voluntad, sino por los engaños crueles del enemigo demoníaco.

Es nuestro placer y privilegio, como jóvenes, poder contemplar vidas antaño entregadas a las más absurdas y destructivas adicciones, como se entregan en alma y cuerpo a Cristo, siendo transformados y liberados de las garras de Satanás. Es nuestra misión, pues, ser como Jesús, liberadores de pecadores y agentes de Dios que abran los ojos de una sociedad inmersa en las tinieblas del pecado más negro.

D. LA GRACIA DE DIOS DISPONIBLE

A predicar el año agradable del Señor.” (v. 19)

No existe mayor manifestación y expresión de la gracia de Dios que dejar toda la gloria y esplendor del cielo para habitar en la tierra, siendo sujeto de las mismas necesidades del ser humano. Cuando recordamos la Navidad no podemos por menos que traer a la memoria que el regalo y la gracia más increíble de Dios para con todo nuestro mundo fue nacer, vivir y morir en medio nuestro. Jesús es gracia por excelencia. La era de la gracia comienza cuando el Espíritu Santo prende la vida en el vientre de María y culmina en la cruz del Calvario cuando Jesús da su vida en rescate por muchos.

La misericordia alcanza sus cotas más hermosas y poderosas en el preciso instante en el que Dios toma la iniciativa en el plan de salvación enviando a su Hijo unigénito para ofrecer la salvación a quien quisiera tomarla sincera y genuinamente. Jesús inaugura la edad de la gracia en su predicación, en sus hechos y en sus verdades. Todo es gracia y compasión para con el ser humano, todo es un regalo inmerecido para con los pecadores, y todo es un presente eterno para con aquellos que asumen su absoluta necesidad de perdón y redención a través de la obra de Cristo en su favor.

Nosotros, como jóvenes pertenecientes a comunidades de fe, también somos portadores de la gracia. Del mismo modo en el que nosotros recibimos de gracia la salvación, también debemos, en un acto de amor y piedad, regalar gracia a raudales a aquellos que la desean, e incluso a aquellos que no la merecen. Jesús dio su amor incondicionalmente, viniendo para salvar lo perdido y para arreglar lo estropeado, y del mismo modo, su iglesia, esto es, nosotros, hemos de dedicar nuestra vida a una misión de gracia para con los demás.

El perdón, la paciencia, la mansedumbre, la humildad y el respeto hacia los demás deben ser elementos irrenunciables que han de presidir nuestra actuación como cuerpo de Cristo y pueblo de Dios. Somos mensajeros de la gracia, algo que tanto se necesita en una sociedad en la que escasean las acciones de auxilio, ánimo y ternura.

CONCLUSIÓN

Y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.” (vv. 20-21)

El texto profético que había leído Jesús hace que todos contengan el aliento a la espera de su interpretación. Nadie se imaginaba que este pasaje sería el discurso programático de Jesús. En el mismo instante en el que pronuncia con firmeza y claridad que éste del que se habla en Isaías era él mismo, las cosas dejarán de ser como eran. Unos escandalizados y otros asombrados, unos incrédulos y otros creyentes, Jesús no deja a nadie indiferente.

La Navidad es un tiempo precioso en el que recordar el nacimiento, la canción celestial de salvación y la visión profética del Mesías anunciado. Pero esto no serviría de mucho sin recordar que la misión de Jesús es también nuestra misión. Unción, predicación de buenas noticias, sanidad, libertad, visión y gracia no son solo recuerdos de Jesús, sino que siguen siendo el objetivo y meta de nuestra juventud bautista hasta que el Señor así lo determine.