UN CANTO AL LIBRE ALBEDRÍO

TEXTO BÍBLICO: JOSUÉ 24:1-18

Una de las cualidades que el ser humano más atesora y a la vez más malinterpreta es el libre albedrío. Desde una óptica bíblica, poder decidir libremente ante un abanico de posibilidades y opciones, es parte de la imagen y semejanza de Dios que Él dio al ser humano en el preciso instante en el que se le sopló el hálito de vida para convertirse, de una escultura de barro en un ente viviente capaz de tomar sus propias decisiones. Este don comunicable de Dios confiere a todo hombre y mujer poder elegir su propio destino, ya que sus elecciones determinarán en gran medida el transcurso de su existencia.

Desde los albores de la creación de la humanidad, todos los seres humanos pueden escoger entre el bien y el mal, entre vivir o morir, entre actuar o detenerse, entre hablar o callar. El libre albedrío, bien entendido a la luz de las Escrituras y en correlación con la voluntad divina, procura al ser humano, y especialmente al joven, un estado de plenitud que logra su culminación en su encuentro con el Señor Jesucristo.

Sin embargo, cuando la libertad de decidir y elegir se supedita a los deseos desordenados y egoístas del ser humano, el caos toma el relevo del orden, la violencia ocupa el lugar del amor y la paz, y el pecado se enseñorea del alma humana, esclavizándola y exponiéndola a nuevos errores de apreciación en lo que al libre albedrío se refiere. Si se toman decisiones contrarias a los designios divinos, hay que tener en cuenta que será responsabilidad del ser humano el asumir las consecuencias de sus actos o palabras. Cuando contemplamos el estado lamentable en el que se encuentra nuestra sociedad, no podemos por menos que asimilar que la libertad de elección ha sido empleada de manera torcida para liberar males y libertinajes a diestro y siniestro.

Se cacarea desde determinadas instancias que cada uno es dueño de su propia vida, y que nada ni nadie debe inmiscuirse en sus asuntos decisorios, erradicando completamente a Dios de la ecuación de sus existencias. Este craso error al entender el libre albedrío ha llevado a prácticamente toda la humanidad a celebrar el individualismo más egocéntrico en detrimento de la concordia fraternal, a festejar el relativismo más irracional en detrimento de los valores absolutos que personifica Dios mismo, y a refocilarse en la decadencia moral y ética más depravadas en detrimento de vidas enfocadas y cimentadas en principios bíblicos y en la persona de Cristo.

Visto este panorama en el que nos encontramos inmersos como jóvenes y seres sociales que somos, nuestro papel de sal y luz como elementos simbólicos que hemos elegido encarnar tras convertirnos en discípulos de Cristo, se torna urgentemente relevante.

En el texto bíblico que nos ocupa ahora, Josué ha llegado a la meta para la cual fue llamado por Dios. Durante años ha liderado con vigor y firmeza a todo un pueblo sin tierra ni patria hasta conquistar los territorios de Canaán, la Tierra Prometida desde tiempos ancestrales. Como subalterno de Moisés ha tenido que lidiar con la obstinación y la tozudez de un pueblo todavía anclado a su idolatría y a su historia. No ha sido fácil para él tener que dictar normas y leyes, juzgar delitos y pleitos entre hermanos y dar aliento en tiempos de necesidad y temor.

Tras cruzar el Jordán y vencer a todos los oponentes que les salían al paso, por fin había una tierra a la que llamar hogar. Cientos de batallas y escaramuzas, murallas inexpugnables derribadas, proezas de Dios en forma de victorias sobrenaturales y mil y una experiencias sobre el poder de Dios entre toda una nueva nación se amontonan en su mente, justo cuando tiene algo importante que decir y comunicar a las tribus de Israel.

Después de enumerar las grandiosas y gloriosas hazañas de Dios a lo largo del peregrinaje a la Tierra Prometida de los hebreos, Josué desea apelar a la memoria de todas estas circunstancias del pasado para proponer una toma de decisiones en cuanto a su futuro. Josué no desea instaurar una teocracia. No es su intención obligar a toda una nación a aceptar obligatoriamente someterse bajo el señorío de Dios. No va a emplear su posición de liderazgo para imponer su criterio sobre las filias y fobias de Israel. Simplemente quiere exponer una opción de vida repleta de bendiciones, de prosperidad y de eternidad. Solo anhela presentar a Dios como el verdadero camino por el que toda la nación hebrea debería transitar para encontrar el verdadero sentido y propósito de su formación y existencia.

Al igual que en el relato bíblico, también ante nosotros alguien colocó una disyuntiva, una encrucijada ante la cual tuvimos que decidir qué hacer como jóvenes. Por eso, refrescar nuestra memoria en cuanto a ese momento decisivo de nuestra trayectoria vital, resultará en nosotros una oportunidad de analizar y valorar hasta qué punto esa decisión ha cambiado nuestras vidas y ha sido consecuente con nuestra manera de entender a Dios, al prójimo y a nosotros mismos. Josué quiere hablarnos desde los ecos del tiempo para aconsejarnos aquello que él mismo iba a elegir: “Yo y mi casa serviremos a Jehová.” (v. 15)

A. ELEGIR A DIOS SUPONE SER REVERENTES EN SU PRESENCIA

“Ahora, pues, temed a Jehová.” (v. 14)

Uno de los aspectos de la eclesiología cristiana que siempre me ha preocupado es la reverencia debida a Dios. Ese carácter especial y respetuoso que antaño hubo en los creyentes de acudir a la casa de Dios sabiéndose en la mismísima presencia del Creador del universo, lamentablemente ha ido diluyéndose en una especie de improvisación caótica mal denominada “espontaneidad santa”. La intensidad y el fervor en la participación del creyente en el culto se desvanecen en favor de fórmulas más pasivas y propias más de un espectador que de un participante activo.

El recogimiento y la meditación antes y después del culto, acompañado por los exquisitos acordes musicales de un instrumento, ha dado paso al murmullo inevitable del que ya está deseando salir del Templo para ocuparse de sus quehaceres dominicales. La unidad en la adoración como un solo pueblo que clama y confiesa a Dios se ha convertido en una discordante alabanza repleta de falta de interés por lo que se dice o canta. Se da la bienvenida a cultos y servicios religiosos en los que la preparación, el ensayo o el orden son eclipsados por el desorden y la improvisación más patética.

Estoy seguro de que Josué sabía lo que era permanecer reverentemente ante Dios. Tengo la certeza de que Josué no estaba aquí hablando de tenerle miedo a Dios o de una rigidez ritual a la hora de adorar a Dios. Pondría la mano en el fuego al decir que Josué, cuando participaba del culto debido a Dios, ni lo tuteaba ni menospreciaba el hecho de que la presencia directa, real y poderosa de Dios se hacía patente en medio del pueblo. El temor a Dios significa reconocer nuestro lugar como criaturas, confesar nuestra dependencia de Dios en todos los aspectos y entregar con reverencia y respeto nuestro ser en adoración y alabanza.

Sé que muchos jóvenes podrán decir que Dios en Cristo ha roto con ese tipo de barreras ceremoniales, acercándose al ser humano en la sencillez y en la proximidad. Pero yo digo que Dios es un Dios de orden que no renuncia a ser tratado en nuestra relación comunitaria e individual, como lo que es, el Rey de Reyes y Señor de Señores, único digno de adoración y gloria por los siglos de los siglos.

B. ESCOGER A DIOS SUPONE SERVIRLE ÍNTEGRA Y SINCERAMENTE

“Y servidle con integridad y en verdad… Y servid a Jehová.” (v. 14)

Escoger a Dios no se trata únicamente de sobrecogernos ante su admirable y formidable presencia en medio de la iglesia y en nuestra juventud. Si simplemente nos quedamos en una especie de arrobo o de contemplación mística de Dios, mostrándonos asombrados ante la magnificencia y majestad de su persona, y no ponemos por obra sus mandamientos y deseos, seremos simplemente como aquellos ermitaños que se aíslan en una peña alejada del mundanal ruido para pasarse las horas y los días reflexionando sobre lo maravilloso y perfecto de la divinidad. Escoger a Dios también implica arremangarse bien, poner por obra la voluntad de Dios en nuestros actos y palabras, y servirle sin dobleces ni quejas.

El servicio al que Josué apela aquí tiene dos características básicas. El servicio, esto es, la entrega y la obediencia debidas a Dios y al prójimo, debe estar presidido por una actitud de integridad. Dios no quiere siervos que hoy obedezcan y mañana se rebelen. Dios no busca siervos que solamente entreguen determinadas parcelas de su vida, para hacer con el resto lo que mejor les parezca. Dios no desea que alguien sirva interesadamente, buscando el aplauso y la alabanza de los demás.

Dios solo se agrada en aquellos jóvenes siervos que lo entregan todo a Cristo, que son capaces de sacrificar su comodidad en pro de cumplir los objetivos de Dios para su iglesia, que no dudan en ofrecer su ayuda y su auxilio a los que más lo necesitan y, en definitiva, que obedezcan la voz de Dios cuando se les requiere.

La otra característica que define el servicio a Dios es la sinceridad. El joven siervo ha de mostrarse completamente cautivado por su Señor. El joven siervo debe amar a su Señor y en gratitud por sus millones de gracias y dones, ha de trabajar con esmero y diligencia en la obra de Cristo. El verdadero discípulo y siervo de Dios es leal al cien por cien a Dios, siendo fiel hasta la muerte si es necesario. Ninguna otra motivación ha de impulsar al verdadero siervo de Dios. Ni la obligación, ni la imposición, ni la tradición, ni el mérito aplaudido. No nos servimos a nosotros mismos, sino solo a Dios. Solo existe una motivación para el cristiano que desea escoger servir a Dios: el amor pleno y sincero.

C. ESCOGER A DIOS IMPLICA QUITAR DE NUESTRAS VIDAS AQUELLOS DIOSES A LOS QUE ANTES SERVÍAMOS Y AQUELLOS A LOS QUE PODAMOS ESTAR SIRVIENDO HOY

“Y quitad de entre vosotros los dioses a los cuales sirvieron vuestros padres al otro lado del río, y en Egipto… Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quien sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otra lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis.” (v. 14)

Como jóvenes, no podemos servir a Dios con diligencia y sinceras intenciones, ni podemos mostrar reverencia y respeto a Dios, si a nuestro temor de Dios y a nuestro servicio fiel no le añadimos la erradicación completa de cualquier ídolo o dios que pueda tener influencia en nuestras vidas. Es menester arrancar de cuajo cualquier vestigio de servidumbre bajo los dictados tiránicos de vicios, pensamientos recurrentes, conductas desviadas y prácticas infames, que pudieran albergar nuestros corazones.

Tal vez no tengamos la tentación de erigir para nosotros dioses de talla o ídolos esculpidos en metales preciosos, pero sí que solemos sucumbir ante determinados diosecillos que nos apartan de la voluntad de Dios, que levantan una barrera entre Cristo y nosotros, y que minan día tras día la correcta y profunda comunión que debería haber entre nuestro Padre celestial y nosotros. Estos dioses adquieren múltiples formas, e incluso adoptan un aspecto aparentemente atractivo y bueno, pero lo único que logran es fomentar el abandono de las disciplinas espirituales y el olvido de lo que es verdaderamente importante y nuclear: Cristo.

Los componentes del pueblo de Israel todavía seguían añorando los dioses de Egipto a los que llegaron a adorar tras generaciones más jóvenes que se fueron olvidando del Dios que les llevó a Egipto de mano de José. Si leemos el Éxodo nos daremos cuenta de hasta qué punto estaban todavía aferrados a los ídolos que dejaron atrás, renegando de Dios y prefiriendo servir a becerros de oro.

Pero el peligro no estaba solamente en los ídolos de Egipto. También estaba en los dioses de las tierras en las que iban a vivir de ahora en adelante. Aunque prometieron servir a Dios ante Josué, ¿cuánto tardaron en apropiarse y adherirse a los cultos paganos de los habitantes de Canaán? Del mismo modo, nosotros, como jóvenes, podemos vernos tentados a considerar que el dinero, la posición, el sexo o el entretenimiento son valores que se hallan por encima de nuestro amor por Dios en Cristo. Sé que es difícil y duro poder deshacerse de dioses que incluso nosotros creamos, pero con la ayuda de Dios, el poder del amor de Cristo y la guía inestimable del Espíritu Santo, podremos limpiar de ídolos el camino que nos conduce a una relación íntima, comunitaria, joven y preciosa con nuestro Señor y Salvador.

CONCLUSIÓN

Josué lo tenía meridianamente claro. Sabía lo que quería porque también era consciente de que era lo mejor para él y para su familia. Es por ello que dispone un cruce de caminos ante todo un pueblo, y da ejemplo de sensatez y discernimiento espiritual dirigido por Dios, al emplear su libre albedrío en servir y temer a Dios hasta el final de sus días.

Joven, Dios hoy también coloca ante ti esta disyuntiva crucial y definitiva: ¿A quién escogerás? ¿A los dioses mudos y engañosos que no te podrán salvar en el día postrero del juicio de Dios? ¿O al Dios eterno y santo que derramará sobre ti su Espíritu para nacer de nuevo y disfrutar de la salvación en su presencia desde la preciosa etapa de la juventud?

Toma tu decisión en conciencia. Yo ya tomé la mía: “Yo y mi casa serviremos a Jehová”.

CUANDO LAS RELACIONES COLISIONAN

NUEVO MATERIAL PARA REUNIONES DE JÓVENES

A veces, gestionar aquellos roces y conflictos que surgen de la interrelación con otras personas no es fácil. Sin embargo, la Palabra de Dios nos ofrece ejemplos y estrategias reales que podemos implementar en nuestra manera de relacionarnos. Este nuevo material desea primordialmente que nuestras nuevas generaciones resuelvan sus encontronazos dialécticos desde la sabiduría bíblica. Esperamos que sea de utilidad para vuestras reuniones juveniles.

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¡ESE ERES TÚ!

TEXTO BÍBLICO: 2 SAMUEL 11:26-12:13

Esta es la historia de dos hombres muy distintos. Aunque vivían en la misma localidad y eran convecinos, nadie hubiera dicho que pudiesen tener algo en común. Felipe era un magnate de las finanzas, un tiburón de la bolsa, y residía en una gran mansión en la que celebraba fiestas y saraos hasta bien entrada la noche. Lo tenía todo y aún quería más. No se conformaba con ser una de las personas más acaudaladas de la ciudad, y siempre trataba de conseguir incluso aquello que pudiese resistírsele.

Martín era un humilde trabajador que repartía propaganda por los buzones y que de vez en cuando podía aspirar a conseguir unas horitas limpiando un bar cercano tras su cierre. Su casita de una planta se hallaba justo en la parcela anexa a la de Felipe, por lo que el contraste entre la riqueza y la pobreza se hacía más patente. Solía escuchar el jolgorio y la algarabía de las fiestas de postín de Felipe, aunque no le envidiaba. Su pasión era poder pasar el poco tiempo que tenía junto a su querida y hermosa hija. Para él, su joven hija lo era todo, y sería capaz de quitarse el pan de la boca para dárselo a ella. Era una bella joven, inteligente, obediente y llena de virtudes. Martín había quedado viudo dos años atrás y no le quedó más remedio que luchar a brazo partido cada día para conseguir que su única y amada hija pudiese acceder a estudiar en la universidad.

El trato que había entre Felipe y Martín era inexistente, aunque cada uno conocía bien al otro. Un día Felipe recibió una visita muy importante a su mansión. Se trataba del presidente ejecutivo de un conglomerado industrial con muchísimo poder e influencia en el mercado financiero. Felipe lo agasajó con todos los caprichos habidos y por haber, pero la visita quería algo diferente para saciar sus deseos más lujuriosos. Deseaba que Felipe le consiguiese una chica virgen con la que tener relaciones sexuales. Felipe, sabiendo que de la satisfacción de este ejecutivo dependía mucho dinero en el futuro, se acordó de la hija de su vecino.

Aprovechando que Martín se hallaba trabajando, Felipe engatusó a la bella joven con promesas vacías, y entre mentira y mentira, consiguió llevarla a su mansión. Cuando la hija de Martín quiso darse cuenta de las intenciones de Felipe, fue demasiado tarde. Con gran violencia, el ejecutivo la golpeó hasta desmayarla y así consumar uno de los más deplorables y abyectos actos que un hombre puede hacer con una mujer indefensa: la violación.

Medio muerta y con el rostro entumecido por los golpes furiosos del ejecutivo, la hija de Martín logró escapar de la mansión para refugiarse en su pequeña casita mientras sollozaba desconsoladamente ante su injusta suerte. ¿Cuál ha sido tu reacción ante un caso tan espeluznante? ¿No te has sentido capaz de vengar el ultraje cometido contra la hija de Martín? ¿No te hierve la sangre ante tamaño crimen? Seguro que sí. Si permaneces impasible ante una historia así, o tu sangre es horchata, o has visto demasiadas cosas en la vida real que han endurecido tu alma.

Este relato ficticio es una realidad en muchos lugares de este mundo. El débil es pisoteado sin misericordia por el poderoso, el pobre es acogotado por el rico, la mujer es despreciada como carne de consumo sexual y el menesteroso recibe las burlas de los ladrones de guante blanco. ¿Cómo no habríamos de indignarnos ante casos de violencia flagrante y de destrucción de la dignidad del ser humano?

A. INJUSTICIA AJENA Y PROPIA (vv. 1-6)

Esta historia no es más que una adaptación contemporánea de un relato que el profeta Natán narró al rey David. Es una historia inolvidable porque toca la fibra más sensible de nuestra conciencia y de nuestro sentido de la justicia. Es una historia que nos recuerda que todos podemos llegar a cometer injusticias contra los demás. Es una historia que desenmascara a un rey, despojando a sus actos pecaminosos de su capa de racionalización. Es una historia que habla directamente al corazón de nuestra inclinación a hacer el mal por razones peregrinas y caprichosas. Es una historia que de algún modo nos ha retratado, trayendo a nuestra memoria ocasiones en las que hemos desobedecido a Dios manipulando al prójimo. Es, en definitiva, tu historia y mi historia.

Al igual que Natán dejó que David juzgase cuál debía ser la sentencia condenatoria para el hombre rico que se apropió de lo que no era suyo, arrebatando lo que más quería otro ser humano, esta historia nos habla de nosotros robando sin compasión la felicidad de los demás.

Es muy fácil acusar a los demás de ser injustos. Es muy sencillo escuchar una historia como la que Natán cuenta a David y señalar con el dedo acusador a otros. Resulta un ejercicio muy interesado percibir la injusticia en terceros en vez de notarla en nosotros mismos. Me gusta cómo Natán reacciona inmediatamente ante la sarta de penas y castigos que David quisiera aplicar al rico de la historia. Le dice con rotundidad aquello que David nunca querría escuchar: “¡Ese hombre eres tú!” (v. 7).

Lo que el profeta de Dios quiere conseguir es que David, después de un año y pico de desobediencia abierta a la voluntad del Señor, recapacite y se dé cuenta de la mentira en la que está viviendo.

¿Estás tú viviendo una mentira? ¿Existen en tu vida pecados no confesados o prácticas que no son agradables a los ojos de Dios, pero que excusas con argumentos que ni tú mismo te crees? ¿Hay en tu corazón un peso que no deja que tengas una comunión feliz y completa con Dios? Si es así, no esperes a que un profeta de Dios venga a contarte una historia que tú ya conoces.

Desembarázate del pecado que te asedia arrepintiéndote del tiempo y de las consecuencias que éste ha causado y sigue causando en tu vida y en la vida de otros. Confiesa abierta y sinceramente tu desobediencia y rebeldía ante Cristo para que él pueda perdonarte y librarte de la maldición que conlleva el pecado no confesado.

B. BENDECIDOS Y DESAGRADECIDOS (vv. 5-12)

Natán no solo recrimina a David exponiendo la oscuridad de su corazón, sino que le recuerda que Él le había dado todo, y que su conducta pecaminosa en relación con Betsabé iba a traer cola. Su familia iba a sufrir el precio de sus actos. Sus hijos se sublevarían contra él, el hijo que esperaba de Betsabé moriría, y el ejemplo de su lascivia, adulterio y asesinato sería una mancha que nunca se borraría del comportamiento de sus descendientes.

El pecado que se guarda en lo profundo del alma corrompe y pudre el espíritu. Cuando cometes una acción contraria a los designios de Dios y no solicitas inmediatamente su perdón con arrepentimiento genuino, ese pecado va creando una especie de costra pétrea en nuestra conciencia. Esta dura capa justificará cada acto pecaminoso como necesario o con una importancia relativa según el momento y la ocasión. Esto es justamente lo que había pasado con David. En vez de presentarse contrito ante Dios por su cúmulo de errores y crímenes, decide casarse con la viuda de Urías, Betsabé. En lugar de reconocer su metedura de pata, decide vivir como si aquí no hubiese pasado nada.

Dios había bendecido enormemente a David, y sin embargo, éste había optado por desear más de lo que debía tener. A nosotros nos pasa exactamente lo mismo. El Señor nos colma con aquello que necesitamos, pero esto no nos basta; queremos beber de cisternas rotas y llenas de arena, anhelamos satisfacer los deseos concupiscentes de nuestra carne y deseamos ir más allá de lo que Dios permite en su Palabra santa. Así luego pasa lo que pasa.

Las consecuencias de nuestros pecados nos alcanzan y los efectos de nuestras equivocadas acciones pueden llegar a acabar con la felicidad y la vida de los que nos rodean. Todo por no confiar en la provisión de Dios y por no contentarnos con las grandes y abundantes bendiciones que el Señor nos ofrece día tras día.

C. CONFESIÓN Y ARREPENTIMIENTO

Como hemos podido comprobar en la Palabra de Dios, cualquier historia personal que en ella es contenida, habla más de nosotros de lo que podríamos imaginarnos. David era aquel hombre injusto y merecedor de la muerte. Tú y yo también lo somos si en nuestras vidas todavía existen pecados que creímos enterrados en el olvido, pero que suelen emerger a la superficie para recordarnos que sus consecuencias aún siguen vivitas y coleando.

Como al final hizo el rey David (v. 13), examina tu corazón en este instante y no seas remiso a confesar cualquier transgresión o iniquidad que pudiese estar obstaculizando tu comunión con Dios y tu relación con alguien que conoces y que está sufriendo por causa de éstas.

Desahógate ante Dios en este momento y expón sin temor ese pecado que no te deja descansar, que hace que te remuerda la conciencia, y no dudes en tratar de arreglar aquello que pudo haberse roto por razón de ese pecado que decidiste tragar y ocultar en el abismo de tu corazón.

Arrepiéntete y confiesa tu pecado, para que el Señor enjugue tus lágrimas, perdone tu delito, ponga paz en tu alma, y te ayude a no volver a tropezar de nuevo con la misma piedra.

BECAS CONVENCIÓN UEBE 2020

Como hemos hecho en estos últimos años desde el Ministerio de Juventud UEBE, así queremos hacer en este año 2020: ofertar becas para aquellos delegados de iglesia de entre 16 y 30 años de edad que vayan a asistir a la Convención UEBE 2020. Somos conscientes de la necesidad que existe en nuestras iglesias de incidir en la idea de comunidades de fe intergeneracionales y en la apuesta por nuevas generaciones que pueden y deben ayudar a sus congregaciones a crecer en todos los sentidos. Deseamos hacer escuchar nuestro parecer en relación a temas eclesiales nucleares, y qué mejor forma de hacerlo que expresarnos en un foro como es la Convención UEBE 2020.

Con este propósito en mente, desde Juventud UEBE queremos ofertar una serie de becas a jóvenes, pero sobradamente preparados, que porten la voz de sus iglesias respectivas. Para los delegados jóvenes inscritos en régimen de pensión completa, disponemos de 50 euros de beca. Para que podáis ser beneficiarios de esta ayuda será necesario que nos envíes a la siguiente dirección de email (juventud@uebe.org), el formulario habilitado en la sección de registro para la Convención UEBE en la página www.uebe.org. La fecha tope es el 14 de septiembre de 2020, aunque os avisamos de que tenemos un presupuesto limitado y que las solicitudes se asignarán en estricto orden de llegada.

También os animamos a que también asistáis como visitantes o delegados sin alojamiento en el hotel. En estos casos, si necesitáis ayuda, deberéis ser pacientes y esperar al día 15 de septiembre para verificar si todavía quedan fondos para ello. En consideración hacia las iglesias más distantes como Canarias, Ceuta, Melilla, Galicia, Asturias y Extremadura, éstas tendrán prioridad.

Para solicitar las becas es menester seguir las siguientes instrucciones:

  1. La beca para delegados jóvenes deberán ser solicitadas por el pastor o responsable de la iglesia que los envía.
  2. Una vez enviado y confirmado el formulario nos pondremos en contacto con el pastor o responsable de la iglesia para comunicar la aceptación de la solicitud.
  3. A continuación, deberás cumplimentar el formulario de inscripción a la Convención UEBE 2020 seleccionando la opción «Delegado con beca YA CONCEDIDA del Ministerio de Juventud.»

Si tenéis cualquier duda o pregunta, podéis escribir a nuestro email (juventud@uebe.org) o enviar un Whatsapp al 653243131.

We want you!!!

AGRADANDO COMO CRISTO

TEXTO: ROMANOS 15:1-3

No siempre podemos agradar a todo el mundo. No siempre podemos actuar como los demás desean, ni hemos de asentir ante cualquier comentario que se nos haga. No podemos consentir la injusticia o la mentira por mucho que amemos a una persona, así como no podemos tolerar actos de terceros que menoscaben nuestra fe y nuestros principios. Por desgracia, en múltiples ocasiones preferimos agradar a los demás para tener la fiesta en paz. Transigimos para evitar males mayores o para no enfadar al amigo. Intentamos agradar a los demás para hallar su aceptación, para poder unirnos a un grupo determinado que nos gusta o para demostrar nuestra admiración a alguien.

Agradar en estos días que corren se ha convertido en sinónimo de hipocresía. Muchas de las cosas que llevamos a cabo para agradar a alguien tienen un interés o un motivo. Para alcanzar determinadas cosas, somos capaces de dejar a un lado nuestra ética cristiana. Con el objetivo de lograr nuevas aspiraciones en la vida, preferimos, por desgracia, despojarnos de nuestra vestidura de verdad y sinceridad. Agradar por tanto, se convierte en una actuación momentánea y efímera que persigue el “por el interés te quiero, Andrés.”

Cuando llevamos el agradar a alguien al escenario de la comunión fraternal de la iglesia, muchas cuestiones surgen en nuestras mentes: “¿A quién debo agradar? ¿Y cómo debo hacerlo sin parecer un hipócrita? ¿Cuál ha de ser mi modelo a la hora de agradar?”

Pablo conocía las respuestas a estas preguntas, ya que él mismo era un gran observador de la naturaleza humana en acción, sobre todo cuando examinaba la realidad de la iglesia de Cristo a la que pertenecemos tú y yo. Temas de conciencia como comer la carne ofrecida a los ídolos, prejuzgar al hermano o cumplir con las festividades del calendario judío, eran asuntos que provocaban diferencias y debates en la iglesia primitiva, y ante los cuales Pablo manda una serie de exhortaciones y consejos prácticos.

A. AGRADARNOS A NOSOTROS MISMOS (v. 1)

“Así que, los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos.”

¿Acaso agradarse a uno mismo es malo? ¿Poder disfrutar personalmente de la vida y todo lo que nos ofrece es un acto negativo? Por supuesto que no. Resultaría algo incongruente pensar que no debemos agradarnos a nosotros mismos. Como jóvenes creyentes buscamos seguir creciendo en la fe de Cristo, así como ejercitar la libertad que él conquistó para nosotros en términos de conciencia. Velar por nuestras necesidades, practicar aquello que nos gusta o cuidarnos espiritual y materialmente no debe ser un problema. Pablo, hablando de la comida y de las observancias religiosas, pide al creyente maduro que no menosprecie al hermano más débil por no alimentarse de la carne ofrecida a los ídolos. El cristiano maduro sabe que “nada es inmundo en sí mismo” (Romanos 14:14), pero ofende al que cree que sí es así cuando intenta imponer su criterio particular.

Convertimos el agradarnos a nosotros mismos en algo malvado cuando entorpecemos con nuestro testimonio a otros hermanos que están comenzando a gatear en el camino de Cristo. Para unos bailar y disfrutar de un tiempo de diversión mesurada es algo bueno, que no desagrada a Dios y que permite que el gozo y la alegría fluyan tras una semana de duro y arduo trabajo y estudio. Sin embargo, para otros hermanos a los que amamos, esto les puede suponer un problema de conciencia. A estos, Pablo les dice: “El que no come, no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido.” (Romanos 14:3) Es decir, que ni el creyente firme en la fe debe menospreciar al más débil, ni el débil ha de obligar al cristiano más fuerte que él a hacer lo que él desee: “De manera que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí.” (Romanos 14:12)

El creyente con mayor trayectoria espiritual tiene una gran responsabilidad para con el más débil. En su amplio conocimiento del amor de Dios y del amor que debe mostrar para con sus hermanos, ha de soportar las flaquezas de los débiles: “No hagas que por la comida tuya se pierda aquel por quien Cristo murió.” (Romanos 14:15b)

Esto no quiere decir que hemos de renunciar a hacer un uso razonable de nuestra libertad de conciencia y que los débiles se llevan el gato al agua. Lo que quiere decir es que agradarnos a nosotros mismos implica que no hemos de entrar en vanas disputas que no llevan a ningún lado, enseñando a los más débiles a crecer y fortalecerse en Cristo para que lleguen a discernir correctamente lo que implica la libertad que Cristo nos dio. Los que llevamos más años en la fe hemos de recordar siempre que no siempre fuimos fuertes y que también pasamos por tiempos de debilidad y endeblez en nuestro peregrinaje personal.

B. AGRADAR A LOS DEMÁS (v. 2)

“Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación.”

Agradar a los demás también es algo bueno en gran manera. Provocar una sonrisa, aplaudir un logro personal o ayudar a nuestro prójimo en aquello que necesite son maneras muy positivas de agradar a nuestro semejante. Apoyar a un hermano que se encuentra en dificultades, alentarlos cuando se quedan sin fuerzas o interceder ante Dios por ellos son formas de agradar a aquellos que comparten nuestra fe y nuestra esperanza. Sin embargo, Pablo desea que nuestro modo de agradar a los demás esté bien dirigido. No nos dice que agrademos al prójimo en todo. Sabemos que no podemos ni debemos agradar al hermano en cualquier cosa: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano.” (Mateo 18:15)

A menudo, muchos de nuestros jóvenes acuden a nosotros para que confirmemos y justifiquemos actos que no agradan a Dios. Otras veces, desean de nosotros que les digamos justamente lo que quieren oír. Intentan que estemos de su parte incluso en circunstancias de dudosa calidad o que participemos de actividades que estimamos no son las más propias de un creyente en Cristo.

Pablo nos exhorta a agradar a nuestro semejante en lo que es bueno. No podemos ser cómplices de conductas perversas ni convertirnos en testigos mudos de prácticas totalmente contrarias a lo establecido por Dios en Su Palabra. Él mismo tuvo sus más y sus menos con el propio Pedro: “Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar… Cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos: Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?” (Gálatas 2:11,14)

No debemos encogernos de hombros y dejar que nuestros hermanos más débiles y jóvenes se vean arrastrados por la desobediencia o la dejadez. Como hijos de Dios y hermanos en Cristo que somos, solo podemos auxiliar y actuar en consecuencia con aquello que es bueno, y no con cosas que atentan contra el buen nombre de la iglesia y de Dios.

Pablo afina aún más en su percepción de lo que significa agradar al hermano, ya que habla de hacerlo para edificación del prójimo. No solo agradamos en lo bueno, sino que además lo hacemos para fortalecer, afirmar y cimentar la vida de nuestro querido hermano. Por tanto, todo aquello que no redunde en un beneficio espiritual para la vida del hermano, o todo aquello que impida e imposibilite que el hermano crezca saludable en Cristo, debe ser rechazado. Cualquier consejo que demos a nuestros hermanos más jóvenes siempre debe dirigirse a que ellos lleguen a ser como Cristo. ¡Qué mejor modo de agradarles que acompañarlos día tras día hasta su madurez en el evangelio!

C. AGRADAR COMO CRISTO AGRADÓ (v. 3)

“Porque ni aún Cristo se agradó a sí mismo; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que te vituperaban, cayeron sobre mí.”

¿Qué modelo es el más apropiado para hallar el equilibrio entre agradarme a mí mismo y agradar a los demás? Sin duda, este modelo es Cristo: “Haya, pues, este mismo sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Filipenses 2:5-8)

Cristo es nuestro ejemplo claro sobre lo que significa agradar, ya que no agradó únicamente a Su Padre Celestial al que amaba, sino que agradó sin condiciones a pecadores irredentos como nosotros. No se fijó en la mancha de pecado que nos había cubierto, sino que en su increíble amor, dio su vida para perdonar y limpiar la nauseabunda oscuridad que anidaba en nuestro interior.

Los insultos y las provocaciones de los que somos objeto recayeron por completo en Cristo, y en ese mismo espíritu de sacrificio y amor, Dios desea que agrademos a los demás: “Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; quién llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.” (1 Pedro 2:21-24)

Nuestra manera de agradar a los demás según el estándar de Cristo radica en seguir “lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación.” (Romanos 14:19) Agradar como Cristo agradó, en definitiva, supone agradar a Dios en obediencia y servicio, “porque el que en esto sirve a Cristo, agrada a Dios, y es aprobado por los hombres.” (Romanos 14:18)

Cristo no se alineó con los hipócritas y los que pretendían agradar a Dios con sus públicas expresiones de piedad y religiosidad. Nunca toleró la maldad que supuraba de los corazones podridos de los que ansiaban el poder y la autojusticia. Nunca dejó de agradar a Dios, de cumplir Su voluntad en su vida por agradar artificialmente a los poderosos e influyentes líderes religiosos de la época: “Porque el que me envió conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada.” (Juan 8:29)

CONCLUSIÓN

Joven, atiende al ejemplo que Cristo te brinda en aquello que se relaciona con agradar a tu prójimo y a Dios. Agrada amando, pero siempre colocando tu mirada en las instrucciones bíblicas.

Agrada a tu hermano para que crezca en el conocimiento de Dios, y así tú también te agradarás a ti mismo sin sombra de egoísmo, por cuanto recibirás recompensas espirituales que surgirán del gozo de ver como este hermano madura y se afirma en las verdades de Dios.

Agrada a Dios antes que a los hombres, y podrás constatar que a pesar de lo difícil que esto puede llegar a ser, y más en la época de la juventud, abundantes beneficios y bendiciones recibirás de tu Padre que se goza al ver que obedientemente cumples con Su voluntad. Agrada a Dios, y Él nunca se separará de tu lado.

CONSEJOS DE UN PADRE A SU JOVEN HIJO

TEXTO BÍBLICO: PROVERBIOS 4:1-15

Martinet Lanzó su mochila en el vestíbulo visiblemente afectado por algo. Tenía un humor de perros y no dejaba de mascullar por lo bajini una sarta de amargas quejas e improperios. Su padre, Martín, sentado una de las butacas del salón contempló impertérrito cómo su hijo pasaba como una exhalación cerca de él, sin que éste lo saludase ni hiciese el menor gesto de haberlo visto. “¿Qué mosca le habrá picado?”, se preguntó el padre. “Normalmente viene contento de pasar tiempo con los amigos después de clase,” pensó para sus adentros. Un portazo sonó estridente en el pasillo y hasta los cuadros temblaron en sus colgaduras. Preocupado, Martín decidió que, tras unos minutos de gracia, debía hablar con su vástago. Fuese cual fuese el problema que estaba transformando a su hijo de alguien amable y educado en una furia mitológica, Martín se veía en la obligación de ayudar a superarlo o solventarlo, dependiendo de la cuestión que le plantease su hijo. Después de un rato razonable, se acercó a la puerta de la habitación de Martinet, y llamó con un par de golpes.

Martinet, ¿ocurre algo?,” preguntó Martín. Silencio. Martín volvió a insistir: “Sabes que puedes contar conmigo para intentar solucionar lo que quiera que te esté avinagrando el carácter.” La única respuesta que se oyó desde el fondo de la habitación fue un “déjame tranquilo” apagado y sollozante. Martín se tomó la libertad de abrir un poco la puerta y echar un vistazo. Allí estaba Martinet: tumbado boca abajo en su cama, tapado con el edredón e inmóvil. El padre se sentó suavemente en la silla del escritorio atestado de papeles, tazas del desayuno de esa mañana y bolsas vacías de patatas fritas. Apoyó su mano en lo que se suponía era la cabeza de su hijo y lo acarició un par de minutos. Al fin, el pelo despeinado de Martinet hizo acto de aparición junto con un rostro enrojecido por las lágrimas. “Martinet, ¿qué te pasa? ¿Ha sucedido algo grave con tus amigos o en clase?,” inquirió su padre. Con voz temblorosa por la rabia y el desconcierto, Martinet le respondió: “La vida no es justa. Todo lo malo me pasa a mí. Ya no puedes confiar en nada ni en nadie.” Con el ceño fruncido, Martín quiso conocer con más detalle el motivo de la indignación que brotaba del pecho de su amado hijo.

A unos cuantos de la cuadrilla se les ha ocurrido entrar en el hipermercado a robar bebidas, y a pesar de que algunos hemos intentado quitarles la idea de la cabeza, al final nos han convencido de que no pasaría nada, que tenían un método infalible para quitar el sensor, y que lo importante era poder divertirse, hacer que la adrenalina circulase por la sangre, pasarlo bien. El plan parecía perfecto, de verdad, papá. Y justo cuando íbamos a salirnos con la nuestra, el guardia de seguridad nos ha cogido a mí y a Fulano, y el resto ha salido corriendo dejándonos tirados. Te lo estoy contando porque pronto recibirás una notificación de la policía, y prefiero decírtelo ahora. Estoy avergonzado y siento haber metido la pata de esta manera. ¿Podrás perdonarme? Eso sí, en cuanto pille a los fugitivos de la cuadrilla les voy a dar su merecido…,” contó Martinet entre hipidos. Otra clase de padre hubiese cogido de una oreja a Martinet y le hubiera echado una bronca de campeonato. Lo hubiera castigado a cadena perpetua sin paga ni móvil ni salidas con los amigos. Sin embargo, Martín, valorando la sinceridad y la contrición de su hijo, decidió darle una nueva oportunidad.

Mira, hijo, debes recordar todo lo que te he ido enseñando a lo largo de tu joven vida. Sabes que sirvo a Dios y que mi existencia está dirigida por valores y principios regidos por la voluntad de Dios expresada en su Palabra. No voy a castigarte ni a abroncarte. No creas; ganas no me faltan. Pero creo que has aprendido la lección más básica del mundo: los malos caminos nunca llevan a buenos destinos. No obstante, quisiera compartir contigo unas palabras que te van a ayudar a pensártelo dos veces antes de involucrarte en pendencias, delitos y travesuras.” Martín buscó en la estantería de la habitación de su hijo y cogió un ejemplar de las Sagradas Escrituras que le había regalado hacía ya varios años. Quitándole el polvo de un soplido, Martín abrió la Biblia por el libro de Proverbios, concretamente en el capítulo cuatro. Martinet se sentó rodilla con rodilla con su padre, y retirando con el dorso de su mano un lagrimón de su mejilla, prestó atención a los consejos que su padre le iba a dar.

Escuchad, hijos, la enseñanza de un padre; estad atentos, para adquirir cordura. Yo os doy buena enseñanza; por eso, no descuidéis mi instrucción. Yo también fui un hijo para mi padre, delicado y único a los ojos de mi madre. Él me enseñaba, diciendo: “Retén mis razones en tu corazón, guarda mis mandamientos y vivirás.”” (vv. 1-4) Martín, alzando su mirada de estas palabras, observó a su hijo, a la carne de su carne y sangre de su sangre. Era su viva imagen cuando él mismo era joven e intrépido. Por supuesto, sus ojos eran de su madre, y la forma de su barbilla le recordaba siempre a ella. Martín recordaba también aquellos tiempos en los que se entregaba a la presión de grupo, en los que se unía invariablemente a los proyectos de dudosa moralidad que se proponía en la cuadrilla. A su memoria venían recuerdos de fechorías y díscolas actividades, y de cómo en una de estas transgresiones de la ley uno de sus amigos había perdido la vida a causa de su mala cabeza. También rememoraba ahora el modo en el que su padre lo había cogido por banda para hacerle entrar en razón y para hacerle ver que estaba cometiendo errores que tendrían consecuencias para su futuro.

Debes escucharme, Martinet. No voy a echarte el sermón para amargarte el día, ni para hundirte más en la miseria, ni para cumplir mi expediente como padre. Solo quiero aconsejarte, del mismo modo que hicieron mis padres cuando la tontería se saldó con un precio demasiado alto para ser pagado. Presta atención a mis palabras y atesóralas en tu corazón. No hagas lo del “predícame padre, que por uno me entra y por el otro me sale.” Si ahora te digo estas cosas es porque te quiero, y deseo con toda mi alma que tomes en consideración la vía de madurar y de pensar las cosas desde la óptica de Jesús, en vez de lanzarse al fango sin ton ni son. Lo que intento decirte es que entiendas que lo que la Palabra de Dios te transmite en cuanto a tomar decisiones sabias y sensatas, en lugar de dejarte llevar por lo que otras personas te digan.”

Yo también fui joven como tú, y mis padres trabajaron para inculcarme valores cristianos y enseñanzas útiles para mi formación como persona de bien. Algunas veces les hice caso, y otras preferí seguir la corriente de mis amistades. Cuando puse en práctica los consejos de ambos, las cosas me fueron bien. Cuando creí que podía hacer lo que me viniera en gana junto a mis iguales, entonces cometí errores que siguen estando en mi mente como cicatrices de una gran tragedia.”

Mis padres me amaban,” prosiguió Martín. “Me querían hasta el delirio. Incluso cuando me equivocaba y optaba por tomar decisiones erradas, ellos estaban ahí para ayudarme y para tratar de sacarme de los atolladeros en los que me metía por voluntad propia. Y no cesaban de manifestar su cariño incondicional a través de las meditaciones, los devocionales y las lecturas de la Palabra de Dios. Yo no quiero que llegue el momento en el que algo más que un furtivo episodio de robo llame a la puerta de este hogar. Y por eso quiero transmitirte lo mismo que mis padres me ofrecieron: la impagable y maravillosa sabiduría de vida que surge de la reflexión bíblica y del aprendizaje espiritual. Mi padre siempre me decía que debía retener y entretejer las enseñanzas de las Escrituras en mi manera de pensar, de actuar y de hablar. Si quería tener una vida provechosa, feliz y satisfactoria más allá de la locura de la juventud, debía hacer mías cada una de las palabras escritas en la Biblia.”

Martinet asintió, todavía cabizbajo a causa del peso de su problema. “Lo sé, papá. Dentro de mí sé que no debía haberme dejado embaucar y engañar por mis supuestos amigos. Pero, es que, si uno quiere encajar dentro del grupo, ha de demostrar que se está dispuesto a arriesgarse a la hora de impresionar a los demás.” Martín, lo miró de hito en hito, y respondió: “Hijo, hay algunas acciones que te pueden marcar de por vida. Y has de saber que el tiempo para impresionar a tus iguales pasará, y deberás construir tu vida sobre decisiones acertadas y dirigidas por Dios si quieres prosperar.” “Lo sé,” acertó a decir Martinet mientras aguzaba el oído ante los consejos de su padre.

Martín siguió leyendo Proverbios 4: “Adquiere sabiduría, adquiere inteligencia, no te olvides de ella ni te apartes de las razones de mi boca; no la abandones, y ella te guardará; ámala, y te protegerá. Sabiduría, ante todo, ¡adquiere sabiduría! Sobre todo lo que posees, ¡adquiere inteligencia! Engrandécela, y ella te engrandecerá; te honrará, si tú la abrazas. Un adorno de gracia pondrá en tu cabeza; una corona de belleza te entregará.” (vv. 5-9)

Sé que el impulso juvenil a veces nos ha hecho dar coces contra el aguijón infinitud de veces, hijo. A menudo hemos creído que lo sabíamos todo de la vida, que nadie, ni siquiera nuestros padres nos podrían enseñar algo nuevo. Cuando llegamos a la adolescencia pareciera que nos vamos a comer el mundo, y cuando comienzan a asediarnos los problemas y las adversidades, entonces aprendemos que el mundo es el que se nos come a nosotros. A fin de evitar este tipo de situaciones ahora en tu juventud, procura siempre rodearte de personas sabias, que saben lo que se hacen, que tienen experiencia y han vivido lo que tú estás todavía empezando a experimentar. No dejes de leer la Palabra de Dios en todo tiempo, para que tus días se llenen de disfrute y deleite y así no se trunquen por los deseos impetuosos de la juventud. Busca ser sabio, no en tu propia opinión, sino procura empaparte de las enseñanzas espirituales que se despliegan ante ti en la Biblia. No le des la espalda a las lecciones que Dios quiere plantar en tu corazón, porque, lamentablemente, y te lo digo, hijo, por propia experiencia, habrás de probar la hiel amarga de las consecuencias,” explicó Martín a su vástago mientras ponía una de sus manos en su hombro.

Pensativo, Martín retomó el hilo de sus argumentos: “Mira, hijo. En esta vida se nos intenta vender la burra de que lo material lo es todo, de que el consumismo y el capitalismo es lo que da verdadero valor a un ser humano. Te verás tentado por toda clase de atractivos que ofrece este mundo gobernado por Satanás. Pero si algo has de tener de sobra siempre, en cada ocasión y circunstancia, es sabiduría de lo alto, es temor de Dios. Así podrás vencer las artimañas del maligno, evitarás unirte a las infracciones que tus amigos cometen con la excusa de la diversión, y tu nombre será reconocido como el nombre de alguien en quien se puede confiar, que tiene un estilo de vida íntegro y que antepone siempre a Dios por delante de todas las cosas. Cuando camines por el mundo, nadie tendrá nada que reprocharte o echarte en cara, y la hermosura de un testimonio digno de Cristo te abrirá muchas puertas, puertas que te conducirán a la felicidad y a la gloria. Tal vez ahora que eres joven no des importancia al valor de ser apreciado por ser honesto y honrado, pero llegará un día en el que comprenderás la relevancia de vivir coherentemente con tu fe en Dios.”

Papá, yo te considero un ejemplo real de lo que Dios puede hacer en la vida de cualquiera que le busca. Yo mismo quisiera tener la fe que tú tienes. Aún tengo muchas cosas que comprender, cosas a las que les estoy dando vueltas desde hace algún tiempo. Y duele saber que no puedes confiar en aquellos que quieres creer que nunca te dejarán en la estacada. Todo es tan confuso y tan difícil de asimilar…,” musitó Martinet con un deje de enojo. Martín, comprendiendo su frustración, no quiso dejar pasar la oportunidad de clarificar lo que es la vida para cualquier persona, y para cualquier joven en particular. Volviendo al texto de Proverbios 4, siguió leyendo: “Escucha, hijo mío, recibe mis razones y se te multiplicarán los años de tu vida. Por el camino de la sabiduría te he encaminado, por veredas derechas te he hecho andar. Cuando andes, no se acortarán tus pasos; si corres, no tropezarás. Aférrate a la instrucción, no la dejes; guárdala, porque ella es tu vida. No entres en la vereda de los impíos ni vayas por el camino de los malos. Déjala, no pases por ella; apártate de ella, pasa de largo.” (vv. 10-15)

Martín puso en las manos de su hijo la Biblia: “En la vida solamente hay dos caminos. Que nadie te engañe diciéndote que hay tantos caminos como personas hay en el mundo. Eso no es cierto. Claro, todos tenemos nuestra historia, nuestras circunstancias y nuestro contexto. Pero todos paseamos por esta dimensión terrenal por dos clases de sendas. Si quieres ver cómo tu vida se va por el retrete, si deseas que tu futuro sea un revoltijo magmático de desdichas y miserias, y si ansías contemplar cómo todos tus sueños y proyectos se van a pique, solo tienes que escoger el camino de los perversos y de los delincuentes. Si quieres observar cómo tu familia se derrumba, cómo tu salud se deteriora a ojos vista y cómo la muerte viene a buscar lo que más quiere para arrebatártelo sin compasión, únicamente debes dejarte llevar por la corriente inmoral y depravada de este mundo. Roba, miente, sé infiel, engaña, codicia, arrebata y déjate esclavizar por sustancias estupefacientes y vicios infames. Este camino va cuesta abajo, no debes esforzarte para nada, y su pavimento es suave y llevadero. El problema es que te llevará directamente al infierno, a la condenación eterna, a la perdición espiritual y carnal. ¿Quieres engrosar la gran cantidad de personas que escogen esta autopista, y malgastar tu vida, Martinet?”

Martinet se quedó mirando a su padre con la boca bien abierta y los ojos como platos. “Papá, nunca te había visto tan serio y jamás te había escuchado decir estas cosas con tanta rotundidad y preocupación,” comentó Martinet. “Eso es,” replicó su padre, “porque nunca me habías dado motivos como para presentarte la realidad de los dos destinos eternos de esta forma tan lisa y llanamente. Te quiero con todas mis entrañas, hijo. Y por nada del mundo quisiera tener que verte recorriendo todos los tugurios de la ciudad rogando por unas monedas con las que calmar tu adicción a la bebida. No soportaría tener que recogerte en un callejón infecto bañándote en tu propio vómito. No deseo imaginarte dando bandazos en esta vida, sin propósito ni sentido, cayendo una y otra vez en los mismos errores, cometiendo los mismos pecados y enfrentándote a la cárcel o con la misma muerte.”

Un atisbo de lágrima pugnaba por saltar de sus ojos vidriosos, algo que no pasó desapercibido para su hijo. Martinet, dejando a un lado la Biblia, tomó de las manos a su padre: “No sabía que mis actos podrían afectarte tanto, papá.” Martín, sus ojos arrasados ya en llanto, confirmaba este afecto inefable, no sin acabar de dar una lección a su hijo sobre la sabiduría que procede de Dios: “Hijo, yo a la verdad me entristezco con solo pensar en lo que sería tu vida sin Cristo y sin inteligencia espiritual. Pero hay alguien con mayúsculas al que se le encoge el corazón cada vez que tú y yo no hacemos aquello que es correcto, bueno y agradable a sus ojos: a Dios.”

Recomponiéndose un poco, Martín concluyó su charla paterno-filial del siguiente modo: “Si la certeza de que hay un camino que destruye vidas y descompone semblantes no te mueve a meditar en la Palabra de Dios, si el temor a ver en el arroyo todos tus planes y proyectos a causa del egoísmo y el orgullo, quiero también que sepas que hay otro camino, un camino más excelente y que hará que tu vida valga la pena ser vivida. Ese camino es Cristo, el camino de la sabiduría y del discernimiento espiritual. Si transitas por esta vía, una senda tortuosa, sacrificada y estrecha, no exenta de amenazas y peligros, y sembrada de pruebas y tentaciones, y lo haces cogido de la mano de Dios, tu vida será como Dios diseñó que fuese desde el principio de todas las cosas. ¿Tendrás luchas internas? Seguro. ¿Albergarás alguna que otra duda? Te lo garantizo. Pero descubrirás que vivir según la sabiduría de Dios te facilitará ser feliz, cuidar de tu familia, tener un trabajo que realices con gozo para la gloria de Dios y disfrutarás de cada instante sin el sobresalto de las trágicas consecuencias de tu pasado.”

Este es el camino por el que intento andar cada día, pidiendo al Espíritu Santo que me guíe y que me transforme a la imagen de Cristo. ¿Soy perfecto? Sé que no lo soy, pero aspiro a serlo mientras obedezco y asumo los valores y principios que brotan de la Palabra de Dios. Nada me haría más feliz que aceptases voluntaria y personalmente la salvación y el señorío de Cristo, lo sabes. Pero es una decisión que tú mismo has de tomar. Espero que no haya sido demasiado pesado. Comprende de nuevo que anhelo por encima de todo tu bienestar físico, mental, emocional, y de manera sobresaliente, tu bienestar espiritual. Dame un abrazo, hijo.”

Martinet se lanzó a los brazos cálidos y tiernos de su padre, y los dos lloraron como solo saben llorar los padres junto a sus hijos. La pelota estaba en el tejado de Martinet, y ahora él, y solo él, tenía la última palabra sobre sus amigos, sobre sus acciones y sobre el evangelio de salvación de Cristo.

¿Has tomado ya tu decisión? ¿Has hablado a tus hijos de la inmensa alegría que te llevarías al verlos a los pies de Cristo? ¿Les has explicado con sencillez y profundidad la realidad de los dos caminos, el de la sabiduría y el temor de Dios, y el de la impiedad y el pecado? No tardes mucho en hacerlo, porque el porvenir eterno de nuestros descendientes está en juego.

Nuevos recursos para reuniones de jóvenes

Os presentamos un nuevo material diseñado para reuniones
de jóvenes en el que lo que prima es el estudio bíblico, el
espacio para la reflexión sobre temas de actualidad y una
plataforma desde la que compartir el modo en el que Dios
trabaja en nosotros y a través de nosotros como jóvenes
cristianos.


Este recurso irá saliendo cada mes y medio, y aquí os
dejamos el primer enlace en Onedrive para que podáis
descargarlo gratuitamente en vuestros dispositivos móviles,
ordenadores, o para que tengáis la posibilidad de
imprimirlos y tenerlos físicamente entre vuestras manos.


Esperamos que os guste y os animamos como jóvenes a
seguir profundizando en la Palabra de Dios.


Enlace «Alegría: Aprendiendo en Filipenses»:

https://1drv.ms/b/s!Agge5yhOStEtm1_OGiaxnQITAJT-?e=R8mFRj

CONFERENCIA ANUAL DE LA EUROPEAN BAPTIST FEDERATION YOUTH AND CHILDREN “CONNECT 2020” EN TALLINN, ESTONIA

      Como está siendo la tónica de estos últimos años, nuestro Ministerio de Juventud UEBE ha estado presente en una nueva edición de la Conferencia EBF Youth and Children, cuyo nombre hacía honor al propósito de la misma, esto es, la de conectar cada una de las uniones juveniles de veinte países europeos en torno a la comunión fraternal, el trabajo en equipo desde principios bíblicos prácticos y la adoración a Dios. Desde el jueves 16 al domingo 19, responsables de las áreas de juventud e infancia de toda Europa hemos podido participar de un hermoso y fantástico tiempo de aprendizaje, conocimiento mutuo y conexión.  

      La recepción y bienvenida de nuestros anfitriones fue realmente exquisita. No nos faltó de nada y todos los detalles fueron cuidados al milímetro. En nuestra reunión de apertura pudimos presentarnos y tuvimos intervenciones tanto del presidente como del secretario general de la EBF. El lugar en el que se llevaron a cabo nuestros encuentros fue la facultad de teología bautista en Tallinn, y su rectora también nos trasladó sus mejores deseos para la conferencia. El espacio invitaba a volver a saludar a hermanos y hermanas conocidos de otros años y a entablar nuevas conexiones con personas que asistían por primera vez a estas conferencias. 

      Ya entrados directamente en la materia que iba a tratarse a lo largo de los siguientes días como tema central, tuvimos la visita de Lucy Moore, representante de un proyecto de discipulado e iglesia conocido como “Messy Church”, algo así como “Iglesia Desastre”. Básicamente se trata de una idea más abierta de lo que es la iglesia formal, dado que se busca tener un encuentro mensual fuera de los servicios religiosos habituales, en el que se promueva la conexión intergeneracional y la invitación a personas no creyentes, por medio de actividades lúdicas, creativas y musicales. Más tarde, como mentor de Horizontes EBF, compartí unas breves palabras de ánimo e ilusión con el resto de representantes europeos acerca de este programa de liderazgo juvenil que hay que seguir potenciando y publicitando. También se nos informó de otro proyecto llamado “Vienna Project” en el que se ofrece la posibilidad de que jóvenes interesados en la misión puedan pasar un año entero en Viena a fin de completar un seminario que abarca numerosas asignaturas de teología. 

Lucy Moore y «Messy Church»

     El sábado tuvimos la ocasión de conocer mejor el modo en el que la unión estonia aborda asuntos como la misión, el discipulado y el trabajo juvenil. Después de comer nos dirigimos a la Ciudad Vieja de Tallinn para pasear bajo la lluvia y el frío por sus medievales callejuelas. Fuimos unos privilegiados al poder subir a la torre de la Iglesia de San Olaf, ya que normalmente solo abre de mayo a octubre, cosa que entendimos cuando llegamos a la cúspide de la misma. El viento, la lluvia y el frío eran casi irresistibles, pero las vistas merecieron la pena. Para rematar el día, se nos propuso cenar en un lugar espectacular, pudiendo seguir conociéndonos, estableciendo conexiones para futuros proyectos de intercambio.  

     El domingo nos dejó ver un poco de sol entre tanto nubarrón. Nos dispusimos a celebrar el día del Señor en una iglesia de las afueras de Tallinn, una experiencia encantadora e inspiradora que sigue manifestando que, más allá de nuestras distinciones culturales e idiomáticas, somos un solo cuerpo en Cristo. Ya volviendo a la Facultad Bautista, los delegados de cada unión juvenil votamos el informe anual de finanzas y elegimos a un nuevo miembro de la Junta Directiva de EBF Youth and Children, Samantha Post, procedente de Alemania. A lo largo de las conferencias, no dejó de haber instantes y personas que nos rogaran que próximamente pudiéramos albergar en nuestro país un encuentro de estas características.  

       Para despedirnos, disfrutamos de una Santa Cena muy especial a cargo de Tony Peck, el cual, magistralmente, nos guio en la Palabra de Dios sobre el significado de esta ordenanza cristiana. Con algo de tristeza en el corazón, nos fuimos saludando sabiendo que, si Dios así lo permite, el próximo año podremos encontrarnos en Sofía, Bulgaria. En resumen, el Señor nos volvió a mostrar lo valioso de considerarnos en la unidad y el amor por nuestra juventud europea. 

Culto de Adoración en la capilla de una iglesia a las afueras de Tallinn

GESTIONANDO LAS PALABRAS


TEXTO BÍBLICO: SANTIAGO 3:1-12

INTRODUCCIÓN

En muchas ocasiones hemos escuchado que el amor al dinero es la raíz de todos los males. Sin embargo, existe algo en todo ser humano que si se desmanda y descontrola es capaz de provocar los daños y perjuicios más grandes que se puedan dar en el mundo. Un órgano tan pequeño en relación al resto de nuestros cuerpos como es la lengua puede causar destrucción y dolor así como sanidad y alegría. En la actualidad, ya no solamente la lengua es el vehículo de nuestra expresión, ya que contamos con medios como el Whatsapp o las redes sociales para sacar a pasear lo primero que nos viene a la mente.

Como seres sociales que somos todos los habitantes de esta tierra, poseemos la capacidad de relacionarnos y comunicarnos con los demás de manera oral y audible. Nuestra lengua ha sido diseñada originalmente como un instrumento muy útil en el objetivo de hallar comunión con Dios y con otros seres humanos. Lo ideal sería que nuestras palabras pudiesen ser empleadas como expresión del amor, de la adoración a Dios o como vehículo de enseñanza y diálogo edificador. A través de nuestra lengua tenemos la posibilidad de comunicar experiencias, de demostrar aprecio, de resaltar las virtudes de los demás y de verbalizar la verdad.

El escritor de esta epístola, Santiago, seguramente había tenido la oportunidad de visitar varias iglesias del primer siglo después de Cristo. En ese periplo de visitas, pudo haberse hecho una idea de la importancia positiva y negativa que la lengua, como símbolo de la expresión de pensamientos, ideas e intenciones, tenía en el seno de la iglesia primitiva. Tras recabar información y experiencia suficiente al respecto escribe estas líneas en las que hoy nos centramos, para enfatizar el papel benigno o malévolo de las palabras.

Desde el primer versículo de este capítulo, Santiago nos introduce a una realidad que por lo visto era bastante común en muchas de las comunidades de fe que visitaba: el ministerio de la educación cristiana era el preferido por muchos, hasta el punto de que se descuidaban otras esferas del servicio cristiano mientras los que aspiraban a ser maestros se enzarzaban en conflictos y disputas en las que todos intentaban demostrar que tenían las credenciales ideales y oportunas para enseñar en la congregación.

Aunque parezca bueno que muchos creyentes quisieran ser maestros, algo que hoy día supondría una bendición viendo la necesidad y carencia de los mismos en muchas iglesias, no lo era tanto. El problema surgía cuando personas extrañas al evangelio aprovechaban este ministerio educativo para diseminar sus erróneas y falsas lecciones.

Santiago quiere que muchos de estos pretendidos maestros se quiten de la cabeza el serlo, y por ello apela a la grandísima responsabilidad que el maestro tiene al enseñar e inculcar el conocimiento correcto de Dios a sus alumnos. Una enseñanza torcida podía llevar a sus oyentes a creer cosas distintas a las que el verdadero evangelio de Cristo enseñaba. Los maestros un día serían juzgados por Dios, ante el cual todas las cosas son expuestas a la luz de la verdad.

Ser maestro no es una cosa cualquiera, y Santiago, como maestro que era, lo sabía: de ellos depende que la sana doctrina extraída de las Escrituras bajo el auspicio del Espíritu Santo, sea conocida entre el pueblo de Dios: «Hermanos míos, no ambicionéis todos llegar a ser maestros; debéis saber que nosotros, los maestros, seremos juzgados con mayor severidad.» (v. 1)

Ante este panorama problemático, Santiago desea realizar un contraste somero en el marco del asunto de la gestión de la lengua en la comunidad de fe. Para ello, comparte con los destinatarios de esta epístola y con nosotros hoy, tres puntos importantes para administrar eficaz y efectivamente nuestras palabras y discursos expresados tanto verbalmente como a través de nuestros dispositivos móviles y demás parafernalia relacionada con la tecnología de la comunicación:

A. BENEFICIOS DE LA LENGUA

«Todos, en efecto, pecamos con frecuencia. Ahora bien, quien no sufre ningún desliz al hablar, es persona cabal, capaz de mantener a raya todo su cuerpo. Y si no, ved cómo conseguimos que nos obedezcan los caballos: poniéndoles un freno en la boca, somos capaces de dirigir todo su cuerpo. Lo mismo los barcos: incluso los más grandes y en momentos de recio temporal, son gobernados a voluntad del piloto por un timón muy pequeño. Así es la lengua: un miembro pequeño, pero de insospechable potencia. ¿No veis también cómo una chispa insignificante es capaz de incendiar un bosque inmenso?» (vv. 2-5)

Santiago comienza con una confesión que muchos tendríamos que realizar antes de hablar. Somos pecadores y solemos cometer errores continuamente. Si nuestro pecado sigue estando ante nosotros, y vemos cómo aquello que parece más puro e inocente se convierte por obra y gracia de nuestra insensatez y rebeldía en algo malvado y oscuro, ¿cómo no va a suceder lo mismo con la lengua?

Pablo señala en una de sus epístolas que nada es malo en sí mismo, por lo que podemos colegir que la lengua en sí misma y empleada según las directrices de Dios es una herramienta bendita y beneficiosa. ¿Cómo sino podemos cantar alabanzas a Dios, predicar el evangelio a los incrédulos, enseñar la verdad a los ignorantes o denunciar las injusticias que se ceban con la raza humana? La lengua es útil para entablar nexos de respeto, amor y sabiduría entre los seres humanos.

Por eso Santiago nos emplaza a que cada palabra que pueda salir de nuestras bocas o de nuestros móviles muestre que hemos sido cuidadosos con ellas, a no propiciar deslices que desemboquen en malas interpretaciones y discusiones. Nuestras bocas, muros de publicación y mensajes han de ser el receptáculo de la discreción y del decoro. Si por un instante se nos escapa un exabrupto, un comentario ominoso o un juicio de valor que menosprecie a otra persona, estaremos entrando en el terreno cenagoso de las disputas interminables.

No solo hemos de ser discretos, de no decir algo que no debemos decir porque alguien nos ha confiado algo de palabra, sino que también hemos de ser cabales. La cabalidad se demuestra en la reflexión profunda de una idea antes de expresarla. Pensar bien lo que se va a decir o escribir puede evitarnos muchos males, muchas contiendas y muchas heridas. A veces es mejor permanecer en silencio, no publicar nada o decir a la otra persona que no le puede dar una respuesta o un consejo de manera espontánea o inmediata, que hablar precipitadamente y sin medida de lo que se dice.

La sabiduría en el hablar y en el expresarse no reside en las muchas palabras o en vocablos hermosos y bien construidos, sino que se halla precisamente en saber callar, saber escuchar y saber meditar las respuestas.

Además Santiago nos da pistas de cómo podemos pecar menos, de cómo podemos controlar nuestro cuerpo y sus deseos carnales. Si somos capaces de controlar nuestras palabras tendremos la habilidad de dominar todo nuestro ser. Esto es harto difícil como sabréis bien. No es sencillo poder contestar con educación a quien nos insulta. No es fácil pensar bien las cosas en situaciones límite. No es un ejercicio simple atemperar nuestras palabras cuando la ira y la indignación se adueñan de nuestro corazón.

No obstante, Santiago utiliza dos ejemplos claros de que es posible, con la ayuda de Dios, el ejemplo de Cristo y la guía del Espíritu Santo, hablar y comunicarnos correcta y oportunamente. Primero emplea la imagen del caballo y el freno que se coloca en su boca. Es una imagen muy gráfica y reconocible, y procura en nosotros el poder afirmar que el jinete dirige a este noble animal a su antojo tirando y aflojando las riendas.

Muchas veces nosotros también necesitamos un freno en la boca y en los dedos. Cuando nos descontrolamos por la razón que sea solemos decir y escribir auténticas sandeces y estupideces. Dejamos salir lo más oscuro de nosotros y en esa acción hemos podido herir a otras personas. Con el freno de la Palabra de Dios en nuestras bocas y cerebros podemos transformar cualquier expresión o palabra descontrolada en palabras de paz y bendición.

En segundo lugar, Santiago nos habla del timón de cualquier barco, el cual puede llevar a buen puerto a bajíos de gran envergadura a pesar de las borrascosas condiciones del clima. En el preciso instante en el que las borrascas emocionales, sentimentales y espirituales se apoderan de nosotros, la ira y el enojo causan en nuestras palabras un efecto demoledor. Los reproches, las críticas destructivas y los menosprecios surcan las olas que la tormenta produce hasta hacer estragos en todo aquello que se le acerca.

¿Cuántas veces no hemos dicho cosas, de las que luego nos arrepentimos, tras comprobar el daño tan grande que hemos infligido a personas a las que queríamos? ¿En cuántas ocasiones el odio y la envidia no han dado a luz insultos, gritos y amenazas? Para no volver a caer en las mismas situaciones es preciso tener un timón, al Espíritu Santo que por medio de la conciencia y la prudencia, pueda aquietar nuestro rugido y suavizar nuestro carácter traicionero.

Santiago conoce muy bien el poder insospechado e inusitado que la lengua tiene, tanto para bien como para mal, y la compara esta vez con una chispa que incendia un gran bosque. El evangelio del Reino de Dios, cuando fue predicado por los apóstoles que Jesús había escogido, se extendió como la pólvora por todas partes, incendiando las costumbres paganas, las actitudes idolátricas y las enseñanzas mentirosas de aquellos que lo escucharon. Aquí la palabra tuvo gran poder para salvación y redención.

Sin embargo, también esta palabra tiene la potencia suficiente como para dividir iglesias, destruir vidas y lograr que la obra de Dios sea denostada por causa de los enfrentamientos existentes en la iglesia cuyo origen fueron chismes, difamaciones, burlas y murmuraciones. Las palabras, aun cuando son mentirosas o son fake news, pueden calar profundamente en el corazón del ser humano, propiciando que el fanatismo y el integrismo surjan de en medio de un fuego devorador.

B. PERJUICIOS DE LA LENGUA

«Pues bien, la lengua es fuego con una fuerza inmensa para el mal: instalada en medio de nuestros miembros, puede contaminar a la persona entera y, atizada por los poderes del infierno, es capaz de arrasar el curso entero de la existencia. El ser humano ha domado y sigue domando a toda clase de fieras, aves, reptiles y animales marinos. Sin embargo, es incapaz de domeñar su lengua, que es incontrolable, dañina y está repleta de veneno mortal.» (vv. 6-8)

Como dijimos anteriormente, la lengua posee un poder incalculable para hacer el mal. No tener cuidado con lo que se dice o escribe, cómo se dice, cuándo se dice, a quién se dice y porqué se dice, puede llevarnos a una suerte de infierno en la tierra.

Me figuro que ya habréis pasado por este trance en alguna ocasión, bien como ofensores o bien como ofendidos. En el preciso instante en el que nos pierde la sinhueso, podemos echar por tierra toda una vida de testimonio, toda una trayectoria de honradez y educación, y todo un estilo de vida sensato y prudente. Solo una palabra dicha o publicada de mala manera, con displicencia, con disgusto, con mala cara, con retintín, con ironía dañina o con la intención de poner el dedo en la llaga, es capaz de asesinar emocional y espiritualmente a una persona.

El propio Jesús habla acerca de esto en los evangelios cuando se refiere al homicidio interior, al emplear expresiones e insultos como «fatuo», «donnadie» o «traidor» para apuñalar la autoestima y la dignidad del prójimo: «El que se enemiste con su hermano, será llevado a juicio; el que lo insulte será llevado ante el Consejo Supremo, y el que lo injurie gravemente se hará merecedor del fuego de la gehena.» (Mateo 5:22).

Arrancarnos la lengua no servirá de nada o amputarnos los pulgares y los índices, pero sí tal vez mordérnosla alguna vez que otra para no incurrir en desatar los poderes infernales en la tierra o en la iglesia, o meter las manos en los bolsillos para contar hasta cien y calmar nuestro corazón desbocado.

Las palabras, al fin y al cabo, son la verbalización sonora o escrita de aquello que hay en nuestro interior, en nuestra alma y corazón. Ya lo dijo Jesús, que de la abundancia del corazón habla la boca (Mateo 12:34), y dependiendo de si esa abundancia es positiva o negativa, sabremos que las palabras dichas son solo el resultado de la contaminación interior que el pecado ha propiciado. Si hay avaricia, así hablaremos egoístamente. Si hay codicia, hablaremos con envidia y malicia. Si existe odio, nuestras palabras serán mazos contundentes y navajas afiladas.

Nuestras palabras suelen decir mucho de nosotros mismos, de aquello en lo que realmente depositamos nuestra fe y entrega. Las palabras y la lengua mal gestionadas al margen de lo que la Biblia señala al respecto son un peligro y una amenaza a la paz, la felicidad y la concordia en cualquier entorno, sociedad y cultura.

A pesar de que el ser humano tiene la habilidad y técnica como para domar a los animales salvajes, sin embargo no puede con el poder de una lengua sacada a pasear sin ton ni son. Cuando la lengua no está bajo el control férreo y sensato del Espíritu Santo, ésta se convierte en una lengua ponzoñosa y altamente problemática, hasta el punto de provocar la muerte, bien sea física o espiritual del prójimo.

¿O no recordamos episodios de bullying y ciberbullying en colegios e institutos que han llevado a jóvenes y adolescentes a suicidarse por causa de insultos, improperios y vejaciones psicológicas? ¿O no nos vienen a la mente situaciones dramáticas de violencia de género en las que la presión de las palabras venenosas ha desembocado en tragedias sangrientas? Hay palabras que hacen mucho daño, más del que quisiéramos admitir. De ahí que Santiago nos ponga en guardia ante el abuso de la lengua en todos los contextos, y más aún en el entorno de la iglesia de Cristo.

C. COHERENCIA CON LA LENGUA

«Con ella bendecimos a nuestro Padre y Señor, y con ella maldecimos a los seres humanos a quienes Dios creó a su propia imagen. De la misma boca salen bendición y maldición. Pero esto no puede ser así, hermanos míos. ¿Acaso en la fuente sale agua dulce y salobre por el mismo caño? Hermanos míos, ¿puede la higuera dar aceitunas o higos la vid? Pues tampoco lo que es salado puede producir agua dulce.» (vv. 9-12)

Después de constatar los beneficios y los perjuicios de la lengua y las palabras, Santiago desea desenmascarar la hipocresía. El autor describe de forma magistral e ilustrativa el grado de hipocresía que existía entre los creyentes de las primeras iglesias cristianas. Tal como en nuestros días, seguramente habría personas que se enorgullecían de su superespiritualidad, haciendo ostentación pública y clamorosa de su supuesta santidad y unción, pero que luego donde dije digo, dije Diego.

Estos maestros del fingimiento eran verdaderos actores que aparentaban una cosa con sus palabras dirigidas a Dios en el culto de adoración, pero que cuando se trataba de ayudar al hermano, de arrimar el hombro en el servicio o de cuidar de su semejante, si te he visto no me acuerdo. Nuestro prójimo debe ser tratado del mismo modo en el que tratamos a Dios, con amor. Jesús lo dejó muy claro: «Os aseguro que todo lo que hayáis hecho a favor del más pequeño de mis hermanos, a mí me lo habéis hecho. Os aseguro que cuanto no hicisteis a favor de estos pequeños, tampoco conmigo lo hicisteis.» (Mateo 25:40, 45).

Santiago dice que la hipocresía no tiene cabida en la iglesia, y que por supuesto, es abominación delante de Dios: «Esto no puede ser así, hermanos.» ¿Cómo vamos a engañarle con nuestros ritos y apariencias de piedad mientras pasamos olímpicamente de nuestros deberes para con nuestros hermanos? Seríamos demasiado estúpidos como para creer que Dios va a escuchar nuestras palabras cuando nos hacemos los suecos con los gritos de auxilio de nuestro prójimo.

CONCLUSIÓN

Si somos inteligentes y sinceros con nosotros mismos, sabremos que necesitamos gestionar correctamente a la luz de la Palabra de Dios, tanto el contenido como las formas de aquello que decimos.

Sabemos por experiencia el quilombo que podemos montar cuando nos equivocamos al hablar sin pensar. Sabemos por experiencia lo mucho que duele cuando nos insultan, cuando se burlan de nosotros y cuando nos menosprecian y nos agreden verbalmente y a través de medios digitales.

Si sabemos a qué atenernos en cada ocasión, no dudemos en solicitar de Dios la fuerza necesaria para resistir el impulso de decir o escribir barbaridades, de Cristo el ejemplo oportuno para aprender de los errores pasados, y la dirección del Espíritu Santo para que nos asesore puntualmente en la administración de nuestra lengua y de nuestro whatsapp y demás redes sociales.

SALVADAS POR EL ACEITE

TEXTO BÍBLICO: MATEO 25:1-13

A lo largo de la historia, muchos han sido los grupos que han proclamado y profetizado el fin del mundo. Todos y cada uno de ellos han intentado advertir de manera patética y vociferante que en una determinada fecha todo se acabaría para dar paso al Juicio Final. En sus discursos apocalípticos se han señalado días y años en los que se produciría la consumación cósmica y cataclísmica de la historia, interpretando las evidencias que se derivan de la política, la economía, las catástrofes naturales y las guerras y rumores de guerras. Sectas peligrosas han ido cambiando sus previsiones conforme sus revelaciones de la segunda venida de Cristo se han visto contradichas por un día más de vida y realidad.

En definitiva, todo lo que tiene que ver con los últimos días o con lecturas escatológicas de los acontecimientos pasados y presentes, sigue adquiriendo su interés en publicaciones, vaticinios y teorías de la conspiración.

Para los jóvenes creyentes este interés ha ido menguando con el paso del tiempo. En muy contadas ocasiones se nos habla, enseña y predica sobre la segunda venida de Cristo, sobre los destinos eternos y sobre aquellos indicios que nos llevan a pensar en el fin del mundo tal y como lo conocemos. Vivimos como si nunca fuese a regresar Cristo y decidimos comportarnos como si fuese un asunto demasiado confuso o difuso como para asentar sobre este hecho nuestro estilo de vida. Solamente nos acordamos de pasada de este tema cuando tomamos la Santa Cena o cuando contemplamos horrorizados el estado lamentable y depravado de este mundo. Entonces entonamos un maranatha, más producto de la indignación que nos provoca la maldad humana, que de un verdadero deseo.

Muchos denominados cristianos se han aferrado tanto a este mundo y lo que este les ofrece, que ante la pregunta de si anhela el regreso de Cristo, seguramente respondería con un “todavía no, que me quedan muchas cosas que hacer, experimentar y ver en esta vida” o con un “prefiero que tarde aún un poco más porque no he disfrutado de aquello por lo que he luchado y trabajado”. Otros se escudan erróneamente en pensar que el cielo es posible hallarlo en este plano de la realidad, que la prosperidad verdadera Dios la da aquí y ahora, y que la segunda venida de Cristo solo es un modo que Dios tiene de mantenernos firmes en el evangelio, pero que nunca sucederá realmente.

Ante todo este conjunto de pensamientos, ¿qué nos dice Jesús acerca de ese día final? ¿Llegará o no llegará? ¿Cuáles son los signos que nos permiten conocer este acontecimiento? ¿Cómo debemos vivir mientras tanto desde nuestra juventud?

Jesús también era consciente de que este asunto tenía una gran importancia en el pensamiento judío. En un contexto de sometimiento bajo la bota romana, muchos deseaban fervientemente que Dios enviase a su Mesías para acabar con tamaña injusticia. Otros preferían ayudar a que el hecho del juicio final se llevase a cabo lo antes posible como buscaban los zelotes. Sin embargo, Jesús marca tres pautas fundamentales para entender su segundo advenimiento en gloria y juicio. Esto lo lleva a cabo a través de una parábola muy sencilla y repleta de lógica que esclarecería lo tocante a nuestra visión de su segunda venida.

A. LA CERTEZA DEL REGRESO DE CRISTO

“El reino de los cielos puede compararse a diez muchachas que en una boda tomaron
sendas lámparas de aceite y salieron a recibir al novio… A eso de la medianoche se oyó
gritar: ¡Ya viene el novio! ¡Salid a recibirlo!… Llegó el novio… Estad, pues, muy atentos
porque no sabéis ni el día ni la hora de la venida del Hijo del hombre.” (vv. 1, 6, 10, 13).

La historia de estas diez muchachas es también nuestra historia. Es la historia de una
certeza, de una seguridad. El papel que cumplen estas doncellas es el de recibir al novio antes de contraer matrimonio con su consorte. Su labor y sus acciones dependen en gran medida de un hecho real y seguro: el novio había de venir. No hay dudas al respecto en estas muchachas, y por ello toman las lámparas de aceite en previsión de que la llegada de tan importante personaje llegase más tarde de lo esperado. Mientras esperan deseosas a que esto ocurra, no dejan su puesto para dedicarse a otras labores. Simplemente esperan con una confianza fuera de toda vacilación a que el novio haga acto de presencia.

Cuando comienzan a escuchar los gritos que anuncian la llegada del novio, son
conscientes de que no es una falsa alarma, o que están burlándose de ellas para que se
mantengan despiertas. Los heraldos que preceden a la comitiva que acompaña al novio no suelen bromear con una ceremonia tan especial y solemne. Por eso, se ponen en pie y tratan de prepararse del mejor modo posible para este encuentro. Por fin llega el novio y toda su comitiva y entra en el aposento en el que se ha de celebrar la boda. El nerviosismo causado por la espera se ve recompensado por su llegada. Todos son testigos de una realidad y todos se gozan de este momento tan feliz.

El creyente no debe nunca dudar ni por asomo del hecho del regreso de Cristo, el novio
de la iglesia. Otro cantar es saber en qué momento lo hará, o en qué forma se manifestará o de qué modo seremos capaces de saber que ha vuelto. Pero que volverá, eso está más claro que el agua. La Palabra de Dios nos da una y mil seguridades al respecto. Mateo nos clarifica esta certeza con una pregunta que los discípulos hacían a Jesús: “Dinos, ¿cuándo sucederá esto? ¿Cómo sabremos que tu venida está cerca y que el fin del mundo se aproxima?… Pues como un relámpago brilla en oriente y su resplandor se deja ver hasta occidente, así será la venida del Hijo del hombre.” (Mateo 24:3, 27).

Si los discípulos no supiesen que Jesús iba a regresar, no sería muy lógico que le preguntasen esto. Santiago habla a la iglesia primitiva con esta misma claridad: “Tened paciencia y buen ánimo, porque está próxima la venida gloriosa del Señor.” (Santiago 5:8).

B. CÓMO NO HEMOS DE VIVIR HASTA ENTONCES

“Cinco de aquellas muchachas eran descuidadas… y sucedió que las descuidadas llevaron sus lámparas, pero olvidaron tomar el aceite necesario… Las descuidadas, dirigiéndose a las previsoras, les dijeron: Nuestras lámparas se están apagando. Dadnos un poco de vuestro aceite… mientras estaban comprándolo (el aceite), llegó el novio, y la puerta se cerró. Más tarde llegaron las otras muchachas y se pusieron a llamar: ¡Señor, señor, ábrenos! Pero él les contestó: Os aseguro que no sé quiénes sois.” (vv. 2, 3, 8, 10-12).

Ya dijimos que todas las muchachas estaban advertidas de la llegada del novio. No sabían la hora exacta de su llegada, pero sabían que cuando se trataba de viajar muchos percances e imprevistos podían darse para la comitiva nupcial. Todas iban provistas de su lámpara de aceite, pero el contraste que presenta Jesús en su historia es el de dos clases de muchachas: descuidadas y prudentes.

Las descuidadas creyeron que el novio no se demoraría demasiado, por lo que creyeron que iba a ser un despilfarro tener que comprar más aceite para sus lámparas. Se fiaron de su conocimiento de estas festividades y determinaron tener solo lo justo e imprescindible para unas pocas horas. Confiaron en su buen hacer, sin pensar en que el novio pudiese demorarse por el camino. El tiempo pasaba y el aceite se iba consumiendo en las lámparas. El atardecer dio paso al anochecer, y este a la oscura noche, y el aceite de las lámparas se fue acabando entre los ronquidos cansados de todas las doncellas.

Repentinamente, unas voces alertan a todos de la llegada del novio. Las muchachas sobresaltadas se levantan de su letargo y se dan cuenta de que ya es medianoche y que en sus lámparas ya no brilla la luz que ha de acompañar al novio hasta el lugar en el que se celebrará la ceremonia matrimonial. Las descuidadas comprueban con gran desconcierto que el aceite de sus lámparas se ha acabado y ruegan a sus compañeras más avezadas que les presten un poco de aceite para poder participar de la
fiesta.

La respuesta es un no rotundo, puesto que a las prudentes nada les sobraba del aceite que en previsión de una espera larga habían guardado. A sugerencia de las muchachas más sensatas, las cinco doncellas descuidadas vuelan a buscar aceite donde sea, porque no entra en sus cálculos no participar de esta boda. Cuando, tras mucho correr y suplicar, logran el aceite necesario, ya es demasiado tarde. Las puertas de la boda están cerradas a cal y a canto. Desesperadas, llaman al novio hasta la extenuación y entre lágrimas lamentan su falta de sensatez. Cuando por fin el novio se asoma por la cancela de la puerta, la extrañeza se adueña de su rostro y recrimina a estas muchachas que dejen de alborotar, que ellas no son parte invitada de la gran ceremonia porque no sabe quiénes son.

Muchos pretendidos cristianos se hallarán en esta tesitura tan dramática y terrible. Aquellos que viven la vida de manera hedonista, entregándose a los placeres que nublan la mente y el espíritu, dejarán que la gracia y el tiempo que se les ha dado para aceptar la invitación a las bodas del Cordero, se agote. Entonces ya no habrá más oportunidades ni más justificaciones. Por más que llamen a la puerta de la salvación, en el día del juicio de Dios, serán contados como condenados al infierno. Por más que muestren sus candiles apagados o que enseñen sus ropajes de boda, Cristo no los conocerá.

Dejaron que el mundo los enredase en sus atractivos y encantos, se permitieron el lujo de rechazar la vida eterna y abundante para cultivar su culto a ídolos muertos, y pensaron que lo tenían todo controlado, que con decir una oración de fe o con asistir los domingos al servicio religioso sería suficiente. Son como el mal criado que piensa en su interior que el Señor se demora y comienza a golpear y maltratar a sus colegas y se une en botellones y borracheras con los malvados. En el instante en el que Cristo venga en poder y victoria, de manera instantánea y repentina, se darán cuenta de que les falta el aceite del Espíritu Santo, y que ni sus obras caritativas ni sus acciones piadosas podrán franquearles el paso a la fiesta eterna del enlace entre Cristo y su iglesia.

Serán castigados severamente dándoles un lugar entre los hipócritas mientras el sonido de sus sollozos se une al rechinar de sus dientes (Mateo 24:48-51). Son seres humanos descuidados que tendrán que hacer frente a su responsabilidad personal, ya que nadie, ni siquiera los sensatos podrán transferir esa salvación a los que fueron negligentes con la oportunidad de recibir a Cristo como su Señor y Salvador.

C. CÓMO HEMOS DE VIVIR HASTA ENTONCES

“Las otras eran previsoras… Las previsoras, junto con sus lámparas, llevaron también llevaron alcuzas de aceite… Las previsoras contestaron (a las descuidadas): No podemos, porque entonces tampoco nosotras tendríamos bastante. Mejor es que acudáis a quienes lo venden y lo compréis… Las que lo tenían todo a punto entraron con él (con el novio) a la fiesta nupcial, y luego la puerta se cerró.” (vv. 2, 4, 9, 10)

Las muchachas precavidas son aquellas que hacen honor al refrán “persona prevenida,
vale por dos”. Saben que su misión es estar listas cuando llegue el novio. No les importa
comprar aceite demás, porque saben que el gasto lo vale, ya que serán recompensadas con la inclusión y participación de un gran honor en la boda. Su concentración está colocada completamente en cumplir con su objetivo: escoltar al novio al lugar en el que se celebraría la ceremonia. No les duele tener que cargar con una alcuza ahora, para después tener que alabar su buen sentido cuando la emergencia surge.

En la tardanza del novio, ellas duermen por efecto del cansancio de la espera al igual que las descuidadas, pero lo hacen con el conocimiento de que el toro no les va a pillar. El aceite podrá consumirse, pero siempre tendrán un suministro inmediato para paliar esta circunstancia. Cuando el novio llega, sin prisas pero sin pausa, las sensatas preparan sus lámparas, dando gracias al cielo por su acertada decisión de ser previsoras.

De repente, las otras cinco muchachas descuidadas les piden algo de aceite. Algunos piensan que las sensatas fueron poco misericordiosas o poco generosas. Nada de eso. Simplemente estaban constatando un hecho, y es que su salvación era intransferible y que cada uno debe apechugar con sus propios errores de cálculo. ¡Qué injusto hubiese sido dejar que las insensatas hubiesen entrado a la boda después de la ligereza y desidia de sus decisiones! ¡Qué injusto hubiese sido que por culpa de ellas, tampoco las prudentes hubiesen podido tener suficiente aceite! Lo único que pueden hacer es aconsejarlas para que se busquen la vida, ya que no están dispuestas a renunciar a acompañar al séquito nupcial por su culpa. Una vez el novio llega, un suspiro de alivio y de felicidad surge de las doncellas sensatas, puesto que hicieron precisamente aquello que se esperaba de ellas.

El verdadero cristiano sabe que Dios se ha hecho presente en su vida a través del Espíritu Santo. Sabe que su lámpara debe estar llena de este aceite santo, y para ello debe ser consciente de que esperar al novio no es cualquier cosa, sino que es un privilegio, un deber y un placer. Pablo exhorta al cristiano al respecto: “Vosotros, hermanos, no vivís en las tinieblas. Por eso, el día del Señor no debe sorprenderos como si fuera un ladrón. Todos vosotros, en efecto, pertenecéis a la luz y al día, no a las tinieblas o a la noche. Por lo tanto, no estemos dormidos, como están otros; vigilemos y vivamos sobriamente.” (1 Tesalonicenses 5:4-6). Podrá dormitar en el transcurso de su vida por el efecto de mil vicisitudes y circunstancias, pero siempre estará preparado para ser recibido en la presencia de Dios sin temor ni miedo.

Nada puede el creyente hacer para facilitar la entrada en el Reino de los cielos a terceros. Podemos predicarles, asesorarles y aconsejarles, pero nunca podemos infundirles el aceite de la unción del Espíritu Santo. Eso es cosa de ellos, ya que deben confesar y aceptar de motu proprio su deseo de servir a Cristo y de participar del banquete de la vida eterna. El cristiano debe velar en su estilo de vida para que no tenga de qué avergonzarse cuando Cristo regrese, ya que el novio puede volver en cualquier instante de nuestras vidas: “Estad, pues, vigilantes ya que no sabéis en qué día vendrá nuestro Señor… Así, pues, estad también vosotros preparados, porque
cuando menos penséis, vendrá el hijo del hombre.” (Mateo 24:42, 44).

Esta espera y expectación no debe ser vivida con miedo, sino con la esperanza y el anhelo de que este regreso sea lo más pronto posible mientras clamamos “Maranatha”, “Cristo vuelve pronto”.

El novio está en camino aun cuando no sepamos cuándo llegará. A todos nos ha sido dada una lámpara de aceite de gracia. ¿Apreciarás esta lámpara y su aceite como aquello que simboliza tu salvación? ¿O despreciarás la utilidad de este candil siendo rácano y descuidado con su suministro? Procura que cuando Cristo vuelva terrible y glorioso a la vez, te halle con una resplandeciente lámpara que ilumine tu camino a las bodas del Cordero de Dios.