PROPÓSITOS DE AÑO NUEVO


TEXTO BÍBLICO: COLOSENSES 3:12-14

Cuando terminamos un año y comenzamos a andar en el siguiente, surge en nosotros un espíritu de renovación, de empezar desde cero, de corregir nuestros errores, y de situar cronológicamente el momento desde el que haremos esa serie de ajustes que nos hagan mejores personas. Esta actitud, tal vez innata o tal vez generada por la costumbre social, hace que en estos primeros días del año nuevo expresemos un conjunto de deseos que poder hacer realidad en nuestras vidas: aprender nuevos idiomas, adelgazar, dejar algún vicio malsano, amar a nuestro prójimo con más énfasis en lo práctico, diezmar diligentemente… Lo cierto es que muchos de estos propósitos son muy legítimos. Somos conscientes de las torpezas que hemos cometido en el año anterior y pretendemos encauzar y arreglar nuestros hábitos para ser personas productivas y amables.

El problema surge cuando nuestros buenos deseos dependen de nuestras fuerzas, de nuestra voluntad y de nuestras energías. ¿Cuántos propósitos o cuántas promesas de principio de año se han quedado en agua de borrajas por causa de nuestra intemperancia? ¿Cuántos planes de dieta han sido dejados en el olvido en el transcurso del primer mes? ¿Cuántas metas se han dejado de incumplir al poner nuestra confianza en nuestro esfuerzo personal? El resultado tan pésimo de nuestra inoperancia ha llegado incluso a sentirnos frustrados y a comenzar a hablar de nosotros mismos como de auténticos desastres.

Todo esto sucede por una única razón, y es que cuando tomamos la determinación de llevar a cabo un ajuste en nuestras vidas, nos olvidamos de lo que Dios quiere para nosotros. Nuestros propósitos a menudo chocan con los propósitos de Dios porque nos afanamos en lograr objetivos en nuestras vidas a base de obras y acciones propias, sin contar con la buena voluntad de Dios.

Pablo, en su epístola a los Colosenses, deja muy claro que como hijos de Dios y como pueblo escogido del Señor, hemos de pretender ser parte de una serie de propósitos divinos que van a redundar en un año lleno de bendiciones por la gracia de Dios y para que el nombre de Cristo sea glorificado: “Sois elegidos de Dios; él os ha consagrado y os ha otorgado Su amor.” (v. 12). Esta lista de propósitos no solo tienen en cuenta nuestra capacidad volitiva, nuestra voluntad, sino que también aspira a que nos consideremos canales de los dones benditos de nuestro Padre celestial.

A. PRIMERA RESOLUCIÓN: TENDRÉ COMPASIÓN DE LOS DEMÁS

“Sed, pues, profundamente compasivos…” (v. 12)

La palabra compasión ha dejado de considerarse una virtud para convertirse en un vestigio del limosneo y de rostros tristes que con voz impostada dicen: “¡Ay,
pobrecillo, qué mal lo estará pasando!” Si nos detenemos a pensar en este hecho, nos
damos cuenta de que hoy día, la compasión se mide en términos de dinero. Es un modo
de aplacar las conciencias momentáneamente con una cantidad monetaria y de procurar sentirse bien ofreciendo, a menudo, las migajas de nuestras vidas. Esta no es la compasión o la misericordia que hemos de transmitir al mundo como creyentes.

No solo es dar; es darse. No solo es sentirnos compungidos por aquellos que sufren a nuestro alrededor o más allá de nuestras fronteras; es arremangarnos para llegar a ellos. No es simplemente echar una lagrimilla de emoción al ver las imágenes del escándalo del hambre y de las epidemias; es luchar a brazo partido por prevenir ese tipo de situaciones en nuestro contexto más inmediato.

Esta compasión surge del alma, no como una respuesta egoísta de autosatisfacción
por haber hecho el bien a otros, sino como una bendición genuina que brota de la fuente primigenia de esta misericordia: Dios. El ejemplo de Jesús debería acompañarnos en esta resolución de año nuevo. Cuando tocaba la llaga purulenta del leproso, cuando se acercaba al ciego, cuando sanaba paralíticos y expulsaba demonios de cuerpos maltrechos, no lo hacía para dárselas de gran hombre o de sanador internacional. Es más, en muchas ocasiones hallamos a Jesús diciendo a estos hombres y mujeres, restablecidos en su salud y dignidad, que nada dijeran o contaran a nadie.

Su misericordia le hizo derramar lágrimas ante Jerusalén y su compasión por la humanidad le llevó a morir vergonzosamente en la cruz fatídica. Su compasión no tenía límites, al igual que hoy. Su misericordia radicaba en colocarse en el pellejo de la persona necesitada y solventar su aflicción, llorando con los que lloraban, y riendo con los que estaban alegres. Esta es la compasión entrañable y profunda que debes manifestar al mundo: a tu familia, a tus hermanos en Cristo, a tus compañeros de trabajo, e incluso a tus enemigos.

Ama de modo tan sincero a cada alma que Dios colocará en tu camino en este año, que
puedas ver el milagro de vidas transformadas por esa piedad y esa clemencia que Dios
derrama en ti para compartirla con los demás.

B. SEGUNDA RESOLUCIÓN: SERÉ BONDADOSO CON LOS DEMÁS

“Sed, pues, benignos…” (v. 12)

Al igual que la compasión, la bondad ha sido arrinconada por este sistema social. Ser
bueno ha devenido en ser tonto de capirote. Hacer el bien supone tantos sinsabores,
tantas traiciones, tantas decepciones y tantos embrollos, que casi nadie hace el bien sin mirar a quién. Para hacer algo bueno por los demás, primero observamos su apariencia externa, olisqueamos a la persona por si es alguien que se lo va a gastar en bebida, sopesamos la cantidad oportuna de monedas que dar, y luego, pasamos a gran velocidad lanzando la limosna en el sombrero para que no se nos pegue algo.

¿No habéis escuchado a alguien decir a otra persona: “Es que eres demasiado buena. De tan buena, pareces tonta”? ¿Se puede ser demasiado bueno en este mundo?

Imaginaos a Dios. ¿Dios es demasiado bueno como parecer que le estamos tomando el pelo? La bondad verdadera no ha de tener límites y la auténtica generosidad no mirará
condiciones ni se arrepentirá de realizar actos benevolentes hacia los demás. Ser bondadosos no solo significa desear lo bueno para los demás. Eso es muy fácil de llevar a cabo. Esa es la forma más cómoda de decir: “Yo en mi casa, y Dios en la de
todos.” Ser benevolente implica actuar y vivir de acuerdo a todo lo bueno que
representa Dios.

De nuevo, Jesús es nuestro prototipo. Jesús no mandó a las grandes multitudes a sus hogares para que ellos mismos obtuviesen su propia comida. No le dijo al maestresala de las bodas de Caná que debería haber sido más avispado o prudente en su administración del vino. Ni siquiera rechazó a aquellos que pretendían echarle la zancadilla con sus comentarios ofensivos y perversos. Simplemente fue generoso con
ellos a pesar de que él no tenía la obligación de resolver sus desaguisados o de escuchar sus sandeces. Caminó por la vida repartiendo gracia, amor y bondad a manos llenas, de tal manera que nadie temía acercarse a él para solicitar un favor o una merced.

Esta es la bondad que hemos de manifestar al mundo en este año. Sé que cuesta hacer favores o prestar o dar algo a determinados individuos. Pero si quieres en este nuevo año ser más como Cristo, despójate de los prejuicios y de las malas experiencias pasadas, y sé bueno incluso con aquellos que no lo merecen.

C. TERCERA RESOLUCIÓN: SERÉ HUMILDE EN EL DÍA A DÍA

“Sed, pues, humildes…” (v. 12)

La humildad no es precisamente lo que más se predica desde los púlpitos de las empresas, los partidos políticos o la curia romana. La soberbia, el orgullo del lujo, la vanagloria y el autobombo, son algunas de las expresiones sociales que más calan en el
alma del ser humano. Ser humildes, para muchos, significa claudicar, bajar la cabeza,
dejarse pisotear por todos, someterse, ser cobarde… Y sin embargo, es uno de los
propósitos de año nuevo que hemos de anhelar que se cumpla en nosotros, ya que es lo que más se necesita en este mundo: personas humildes, honradas y gentiles.

Yo sigo pensando que la humildad es la que mueve el mundo. Personas que son capaces de entregarse por los demás sin esperar premios, recompensas y galardones;
seres humanos que no dan importancia al valor de sus actos y que no miden sus
acciones en términos de rangos o credenciales; todas ellas hacen que este mundo herido no muera por sobredosis de orgullo y prepotencia. Ser humilde implica reconocer que todo lo que somos y tenemos no es nuestro. Significa entender que somos lo que somos por la gracia de Dios.

No es dejarnos llevar por los caprichos de la gente, ni ser los tontos que no reclaman sus derechos. Ser humildes es ser como Jesús. Nació en un establo, trabajó junto a su padre en la carpintería, caminó entre los marginados de la sociedad, se acercó a la tan denostada figura femenina para romper moldes y barreras, y murió sin enviar legiones de ángeles para salvar su integridad física. ¿Quién hubo, hay o habrá tan humilde como Jesús? Dejó la gloria celestial que le correspondía para mezclarse con nosotros, malvados y orgullosos, y darnos una salvación que no merecíamos.

Sé, pues, humilde en este año nuevo que se presenta duro, aunque lleno de esperanza. Eres un hijo de Dios, elegido por el Altísimo, pero no uses este privilegio para menospreciar a nadie. Transita por las sendas de este año dando ejemplo de humildad, estimando todo lo que se presente en 2020 como un acicate para ser honrado, cabal y honesto con tu prójimo.

D. CUARTA RESOLUCIÓN: MOSTRARÉ PACIENCIA CON TODO EL MUNDO

“Sed, pues, pacientes y comprensivos…” (v. 12)

Qué difícil resulta cultivar la paciencia en este mundo instantáneo e inmediato. El stress y la ansiedad son males que acucian al ser humano por causa de su afán
desmedido por lograr las cosas” ya mismo”. Colas kilométricas para realizar gestiones
y trámites, horarios cerrados e inflexibles y vidas perfectamente programadas hacen de la existencia un mar de circunstancias verdaderamente asfixiantes. Esperar con
paciencia se ha convertido, por la inercia de la vorágine social, en una misión poco
menos que imposible.

Si esto sucede en las cuestiones más terrenales, qué podríamos decir de las espirituales. Deseamos respuestas concretas y rápidas de Dios en nuestras oraciones whatssap, pretendemos que el Señor nos conteste ipso facto y queremos ver el
fruto de nuestro trabajo en la iglesia inmediatamente. Incluso muchos cultos que se dan a Dios, se convierten en cultos express, en los que la adoración se circunscribe a un
horario tan inflexible, que a menudo la gente confunde ese tiempo tan especial con
cualquier otro tiempo de la semana.

Pablo nos dice qué hemos de hacer con esa paciencia: “Soportaos mutuamente y,
así como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros, cuando alguno tenga
quejas contra otro.” (v. 13) La paciencia ya no es lo que era. Antes se ejercitaba la
paciencia aguantando a los demás. Se soportaban, no como si de un infierno se tratara,
sino apelando a la puesta en práctica del amor. Con amabilidad y dulzura podías amonestar a un hermano que estaba yendo por mal camino; ahora ya tienes suerte si no te pega un bofetón, te pone una querella o te dice que te metas en tus asuntos.

En ese acto de soportar, eras capaz de darte cuenta de la riqueza y la diversidad de temperamentos y caracteres de las que Dios ha dotado a Su pueblo; ahora, si un hermano no comulga con tu manera de ver las cosas, dejas de hablarle. Dentro de esa
paciencia también está el hecho de perdonar. Y qué difíciles se tornan las cosas cuando
el perdón no es dado o recibido en el seno de la iglesia. La paciencia generará perdón en tanto en cuanto aceptemos que nosotros no estamos exentos de pecar, de herir o de maltratar a nuestro hermano.

Jesús tenía una paciencia a prueba de pesados. Siendo Dios encarnado y viendo tanta
injusticia, tanta maldad y tanta hipocresía, no dijo: “Esto lo arreglo yo en un periquete
mandando al infierno a todo quisque.” ¿Podía haber transformado un mundo podrido
en un vergel lleno de paz y amor? Podría. ¿Podía haberse sentado en el trono que le ofrecía Satanás para gobernar al mundo? Podría. Pero es que Jesús sabía que cada cosa tenía su tiempo, que no había que apresurar los acontecimientos. Debía ser paciente hasta la consumación de su misión entre nosotros.

Aguantó a Pedro y su carácter impetuoso e imprudente; soportó a Juan y a Santiago, y a su madre, por proponerlos como vicepresidentes del Reino de los cielos; enmudeció su boca ante los insultos y blasfemias de la multitud que lo acompañaban al monte Calvario para crucificarlo. Con paciencia, aún hoy, está demorando su segunda venida por amor de aquellos que todavía pueden aceptarle como Señor y Salvador de sus vidas.

En este nuevo año que abre sus puertas ante nosotros, debemos ser más como Cristo
en este sentido. Hemos de ser pacientes y contar hasta mil si es necesario antes de
airarnos con los demás. Debemos soportar a nuestros hermanos para que otros también nos soporten. Perdonemos a aquellos que nos hacen la pascua, a aquellos que nos quieren mal, a aquellos que sin querer nos hacen la vida un yogur. Pacientemente,
esperemos que Dios haga Su obra en nosotros a Su tiempo y no al nuestro, sin afanarnos ni enfermar de ansiedad y stress.

CONCLUSIÓN

Poder cumplir con estas resoluciones no es fácil, pero no es imposible. Si damos a Dios el lugar que le corresponde en nuestras vidas, podremos llevar a término todos y cada uno de los propósitos que la Palabra de Dios nos señala. Si somos fieles en lograrlos, podremos ser testigos de la mayor maravilla que pueda verse hoy en día: el amor de Dios que todo lo vuelve perfecto (v. 14)

CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO: RECORDANDO LA MISIÓN MÁS IMPORTANTE DE NUESTRAS VIDAS

TEXTO BÍBLICO: LUCAS 4:16-21

INTRODUCCIÓN

No podríamos concluir esta serie de posts de Adviento sin reconocer en el niño recién nacido de Belén, al Cristo que tiene una misión vital y suprema en el devenir de la historia y en la inauguración del Reino de los cielos. Tras haber recordado a Jesús como el enviado de Dios al mundo, como el que pone una nueva canción de salvación en el alma de todo ser humano que desea seguirle cada día como discípulo, y como aquel que trae perdón a los que se arrepienten de sus pecados y confiesan su necesidad de salvación, es necesario ampliar nuestra visión de la misión y propósitos del Salvador. ¿Cuál iba a ser el papel futuro de la criatura que apenas había abierto sus ojos a un mundo desolado por el pecado y la injusticia? ¿En qué proyecto eterno se habría de embarcar para dar contenido a la predicación bíblica y misionológica de su futura iglesia?

Todas estas preguntas y muchas otras más pueden resumirse en lo que ha venido en llamarse discurso programático de Jesús. En el texto evangélico al que nos vamos a referir seremos capaces de entender con absoluta nitidez el alcance de la labor terrenal de Cristo y hacia quienes iba a dirigir sus esfuerzos más importantes.

Después de ser bautizado por su primo Juan, y tras haber recibido la visita tentadora de Satanás en el desierto, Jesús da por iniciado su ministerio terrenal. A partir del capítulo 4 de Lucas podremos ver desplegados tanto su mensaje de salvación y arrepentimiento como sus actividades de sanidad, exorcismos y relaciones con el prójimo. La primera estación de su misión comienza en la aldea de Nazaret, lugar de adopción en el que transcurrirá gran parte de su niñez, adolescencia y juventud.

Lucas desea que todos aquellos que desean conocer el verdadero sentido de su narración asimilen que, precisamente las palabras que él leerá del libro de Isaías en la sinagoga de Nazaret, son un compendio resumido de todo lo que será en esencia su vida en los próximos tres años de trayectoria vital en medio de la humanidad: “Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer. Y se le dio el libro del profeta Isaías.” (vv. 16-17).

El pasaje del Antiguo Testamento que iba a leer con franqueza, contundencia y respeto a partes iguales, iba a convertirse en una profecía cumplida en su persona de manera fehaciente. A sabiendas que su declaración de intenciones final sería tachada de escandalosa y blasfema, no duda ni por un momento que las palabras leídas en ese instante se hacían carne en él mismo. ¿Qué decía la profecía de Isaías al respecto de su misión entre la raza humana, y de qué manera hoy puede afectar nuestra perspectiva de la misión de la iglesia?

A. LA UNCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO

Habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí.” (v. 17-18)

No cabe duda de que esta primera referencia al Espíritu Santo que hace Isaías en este texto profético era una realidad en Jesús. Ya en el bautismo que recibe de Juan el Bautista somos testigos de cómo Dios mismo confirma a Jesús como su Hijo en el que se complace y de cómo el Espíritu Santo en forma de paloma desciende sobre él. Dios estaba con él y en él, y por tanto había sido comisionado para comunicar el mensaje de salvación y perdón de su parte.

Jesús no iba a hablar de motu proprio, ni iba a seguir una estrategia distinta a la establecida desde el principio de los tiempos por su Padre, ni tomaría atajos para resolver situaciones de forma rápida y más eficaz. Su sujeción al Padre fue memorable y patente en sus actos, palabras y pensamientos. El Espíritu de Dios moraba en su corazón conectando todo su ser de manera misteriosa a los designios divinos para con el ser humano. Jesús sabía que se le había encomendado una misión difícil y dura, y aun así siempre se supeditó a la voluntad de Dios, llegando incluso a enfrentarse a la muerte de forma obediente.

Del mismo modo que Jesús fue comisionado por Dios para transmitir el anuncio de redención al ser humano, y de la misma forma en que el Espíritu de Dios fue derramado sobre él para llevar adelante esta misión titánica y desagradecida, los jóvenes que siguen a Cristo también ha sido escogidos por el Señor para predicar vida, arrepentimiento y perdón de los pecados a los cuatro vientos, sabiendo que no estamos solos en nuestro empeño evangelizador, sino que el Espíritu Santo nos guía en poder y capacitación carismática para superar los obstáculos y barreras que puedan presentarse en nuestra misión. Somos templos del Espíritu Santo, ungidos por su sabiduría y autoridad con el objetivo de llenar la tierra de la Palabra de Dios para salvación de los incrédulos.

B. CONSUELO DE POBRES Y EXCLUIDOS SOCIALES

Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón.” (v. 18)

Jesús vino al mundo en carne y hueso, no solo para recordar este hecho de la natividad como un evento significativo y feliz, sino que también lo hizo para convertirse en el consuelo de los pobres y excluidos sociales. En un mundo en el que el menesteroso, la viuda y el huérfano eran la carne de cañón de un sistema social injusto, en un mundo en el que el enfermo o discapacitado era rechazado y menospreciado, en un mundo en el que no se respetaba ni valoraba a la mujer como ser humano completo e indispensable para entender la familia y la sociedad, en un mundo en el que se arrinconaba de manera racista a aquellos que no comulgaban con las ideas religiosas establecidas, en un mundo en el que las apariencias eran más importantes que el contenido de un corazón, y en un mundo en el que el clasismo religioso menospreciaba a los menos letrados y preparados académicamente, Jesús nace para revolucionar un establishment sistémico que estaba a años luz de la voluntad y propósitos que Dios tenía para la humanidad.

Jesús aparece en la escena de la historia para cambiarla completa y radicalmente: los pobres reciben de él el consuelo que los soberbios no les dan, los enfermos son sanados milagrosamente para participar de la vida en toda su plenitud, las mujeres ocupan un lugar preeminente en su corazón e interés, los niños dejan de ser nada para ser el presente más valioso, los pecadores podían alcanzar misericordia y perdón tras comprobar la cercanía de Dios y la lejanía de los líderes religiosos, el cansado hallaba descanso y el humilde recibía amor y bendición sobre los altivos y orgullosos de la tierra.

Las palabras de vida de Jesús, predicando el evangelio de un Reino abierto para todos, sin clasismos, preferencias ni distinciones, es la puerta de salvación para los pobres y oprimidos que solo veían sus vidas como miserables existencias sin futuro ni luz. La sanidad que prodiga Jesús a leprosos, inválidos e incapacitados físicos solo es la muestra palpable de una realidad espiritual que se relaciona con el perdón de pecados y culpas, con el arrepentimiento de las transgresiones y con la reconciliación con Dios por intermedio de Jesús. Estas dos labores de predicación de la Palabra de vida y de la sanidad del corazón, también son empresas que la iglesia de Cristo ha de tener como suprema prioridad.

En nuestras manos está poder traer esperanza, consuelo y ánimo a los corazones rotos, a las almas heridas y a las conciencias llenas de culpabilidad. En nuestro seno, como juventud que trabaja en una comunidad de fe y amor, está la posibilidad poderosa de curar vidas y cuerpos a través de la oración de fe realizada en el nombre de Cristo. Nuestra misión es la misión de Cristo y por nada del mundo habremos de olvidarla si queremos ser obedientes a la vocación con que nos llamó el Señor de ser sal y luz al mundo quebrantado, dolorido y sufriente en el que vivimos.

C. LIBERTAD Y VISIÓN ESPIRITUALES

A pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos.” (v. 18)

Jesús nació en un pesebre en Belén, no para ser colocado como adorno del hogar en estas fechas, sino que Dios se encarnó para liberar al ser humano de la cautividad del pecado y para dar visión a los ojos muertos por causa de la tiranía de Satanás sobre todo mortal. Aunque Jesús abrió los ojos a ciegos de manera física, lo cierto es que la verdadera ceguera que sigue nublando la mirada del ser humano es la que provoca el egoísmo, la soberbia, la avaricia, el prejuicio y las malas intenciones del corazón.

Aquella cacareada libertad que cree el ser humano haber hallado siguiendo su propio camino a espaldas de Dios, solo es un signo inequívoco de la gran ceguera espiritual que sigue entenebreciendo las vidas de millones de jóvenes. Pensar que se puede vivir sin Dios ni Cristo es, sin duda alguna, una de las más erróneas evidencias de que las perspectivas y puntos de vista del hombre y la mujer de la actualidad están completamente oscurecidas por el pecado en sus múltiples manifestaciones. Creer que vivimos tiempos en los que hemos sido liberados de las ataduras de la fe y las creencias religiosas, es solo una mentira que sigue susurrando Satanás en los oídos mentales del ser humano, y que emplea arteramente para confundir la verdadera libertad en Cristo con ser capaces de hacer lo que mejor les place sin cortapisas ni una autoridad superior que regule sus actos, palabras e ideas.

Demasiados hoy día se encuentran en la cárcel de sus pecados y rebeldías, creyendo ser libres cuando en realidad sus ojos espirituales no les deja ver el panorama terrible y lamentable de estar atados y encadenados a sus propios deseos desordenados como mascotas de Satanás.

Del mismo modo en que Jesús, con sus palabras de verdad y vida quitó las cataratas de los ojos enceguecidos de muchas personas durante su ministerio terrenal, y de la misma forma en la que liberó de la prisión de sus pecados a millares a través de la misericordia, el perdón y el amor sin medida, así la iglesia de Cristo debe proclamar la verdad del evangelio para que los ciegos espirituales se den cuenta de que sus elecciones están dirigidas, no por su propia voluntad, sino por los engaños crueles del enemigo demoníaco.

Es nuestro placer y privilegio, como jóvenes, poder contemplar vidas antaño entregadas a las más absurdas y destructivas adicciones, como se entregan en alma y cuerpo a Cristo, siendo transformados y liberados de las garras de Satanás. Es nuestra misión, pues, ser como Jesús, liberadores de pecadores y agentes de Dios que abran los ojos de una sociedad inmersa en las tinieblas del pecado más negro.

D. LA GRACIA DE DIOS DISPONIBLE

A predicar el año agradable del Señor.” (v. 19)

No existe mayor manifestación y expresión de la gracia de Dios que dejar toda la gloria y esplendor del cielo para habitar en la tierra, siendo sujeto de las mismas necesidades del ser humano. Cuando recordamos la Navidad no podemos por menos que traer a la memoria que el regalo y la gracia más increíble de Dios para con todo nuestro mundo fue nacer, vivir y morir en medio nuestro. Jesús es gracia por excelencia. La era de la gracia comienza cuando el Espíritu Santo prende la vida en el vientre de María y culmina en la cruz del Calvario cuando Jesús da su vida en rescate por muchos.

La misericordia alcanza sus cotas más hermosas y poderosas en el preciso instante en el que Dios toma la iniciativa en el plan de salvación enviando a su Hijo unigénito para ofrecer la salvación a quien quisiera tomarla sincera y genuinamente. Jesús inaugura la edad de la gracia en su predicación, en sus hechos y en sus verdades. Todo es gracia y compasión para con el ser humano, todo es un regalo inmerecido para con los pecadores, y todo es un presente eterno para con aquellos que asumen su absoluta necesidad de perdón y redención a través de la obra de Cristo en su favor.

Nosotros, como jóvenes pertenecientes a comunidades de fe, también somos portadores de la gracia. Del mismo modo en el que nosotros recibimos de gracia la salvación, también debemos, en un acto de amor y piedad, regalar gracia a raudales a aquellos que la desean, e incluso a aquellos que no la merecen. Jesús dio su amor incondicionalmente, viniendo para salvar lo perdido y para arreglar lo estropeado, y del mismo modo, su iglesia, esto es, nosotros, hemos de dedicar nuestra vida a una misión de gracia para con los demás.

El perdón, la paciencia, la mansedumbre, la humildad y el respeto hacia los demás deben ser elementos irrenunciables que han de presidir nuestra actuación como cuerpo de Cristo y pueblo de Dios. Somos mensajeros de la gracia, algo que tanto se necesita en una sociedad en la que escasean las acciones de auxilio, ánimo y ternura.

CONCLUSIÓN

Y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.” (vv. 20-21)

El texto profético que había leído Jesús hace que todos contengan el aliento a la espera de su interpretación. Nadie se imaginaba que este pasaje sería el discurso programático de Jesús. En el mismo instante en el que pronuncia con firmeza y claridad que éste del que se habla en Isaías era él mismo, las cosas dejarán de ser como eran. Unos escandalizados y otros asombrados, unos incrédulos y otros creyentes, Jesús no deja a nadie indiferente.

La Navidad es un tiempo precioso en el que recordar el nacimiento, la canción celestial de salvación y la visión profética del Mesías anunciado. Pero esto no serviría de mucho sin recordar que la misión de Jesús es también nuestra misión. Unción, predicación de buenas noticias, sanidad, libertad, visión y gracia no son solo recuerdos de Jesús, sino que siguen siendo el objetivo y meta de nuestra juventud bautista hasta que el Señor así lo determine.

EL JOVEN Y EL ESPÍRITU SANTO (PRIMERA PARTE)

TEXTO BÍBLICO: 1 CORINTIOS 2:4-16; 3:16, 17; 6:17-20; 12:4-13

INTRODUCCIÓN

Cuando tratamos de hablar acerca del Espíritu Santo, nos damos cuenta de la gran cantidad de falacias que se han vertido en torno a su persona. Su enigmática labor y su etérea presencia lleva a muchas personas a interpretar su acción y su naturaleza en términos de una fuerza o energía espiritual que puede ser manejada, manipulada y utilizada para lograr una serie de intereses perversos en el seno de la iglesia. Mientras que un determinado grupo religioso ha arrinconado al Espíritu de Dios como si se tratase de una influencia susceptible de ser sometida a los dictados de confesiones, declaraciones y sortilegios varios, otro ha desequilibrado la balanza atribuyendo al Espíritu de Dios capacidades que no le corresponden o una eminencia excesiva en la adoración y en la oración.

El Espíritu Santo es Dios. Es una de las personas de la Trinidad, y por eso se le conoce por diferentes nombre que atestiguan esta realidad: Espíritu Santo, Espíritu de Dios, Espíritu de Cristo y Espíritu de verdad. Es uno con el Padre y con el Hijo, y por tanto, nuestra comunión con el Espíritu Santo debe ser identificada en ordena a reconocer en él la mismísima presencia de Dios.

Hemos de cultivar una relación estrecha con el Espíritu, pues este es exactamente un lazo inquebrantable e indivisible que nos une con el Dios Trino. Por eso Pablo, en su primera epístola a los corintios, cree necesario que la iglesia debe dar al Espíritu Santo el lugar que le corresponde, destruyendo la imagen parcial y utilitarista de éste y de sus dones. Este post es el primero de una serie de tres que tratará de acercarnos a un conocimiento más cercano y profundo del papel, obra y carácter del Espíritu Santo en la vida del joven.

A. EL ESPÍRITU SANTO NOS GUÍA A LA VERDADERA SABIDURÍA

El Espíritu Santo es poderoso para convencer al ser humano (vv. 4, 5)

“Mi predicación y mensaje no se apoyaban en una elocuencia inteligente y persuasiva; era el Espíritu con su poder quien os convencía, de modo que vuestra fe no es fruto de la sabiduría humana, sino del poder de Dios.”

Pablo no se enorgullecía de su oratoria y de su capacidad de convencimiento. No hacía como muchos hoy día, que se vanaglorian de su habilidad para reunir en torno a sí a multitudes. Estas multitudes se hallan hechizadas por una serie de técnicas demagógicas que han sido bien estudiadas para provocar la admiración de manera inmediata. El predicador se ocupa de poner por obra estrategias de dudoso origen para atraer al mayor número de personas con un mensaje atractivo y fácil de asimilar. Transforman la profundidad del evangelio en una serie de discursos superficiales y carentes de raíces y cimientos. Su empeño es agrandar su imagen a costa de un evangelio ligero y vacío de contenido.

En la actualidad, miles de estos charlatanes doran la píldora de la autoestima humana para llenarse los bolsillos de ganancias deshonestas. Sus peroratas, preñadas de
chistes e ilustraciones banales, e incluso de anécdotas de mal gusto, simplemente acarician el corazón del pecador, sin apelar a un arrepentimiento sincero delante de Dios.

El apóstol no pretendía imponer su altura teológica y su amplitud de conocimientos bíblicos. Simplemente deseaba que el Espíritu Santo hablase a través de él sin cortapisas ni obstáculos. Solamente anhelaba que el Espíritu de Dios colocase las palabras necesarias y oportunas, sin recurrir a las técnicas griegas de la retórica y la oratoria, sin matizar ni suavizar la verdad para que entrase sin herir susceptibilidades.

Pablo sabía que la verdad y la sabiduría no conocen de medias tintas, de subterfugios o de eufemismos. Por ello, su predicación y su mensaje evangélico no provenían de una pose afectada e hipócrita que subrayase sus dotes personales, sino que atribuía por completo su eficacia a la obra poderosa del Espíritu Santo.

Solo el Espíritu de Dios es capaz de convencer genuinamente al ser humano de su naturaleza pecadora. Nosotros podemos argumentar, afirmar y comunicar en el proceso de llevar a cabo nuestra misión como cristianos de anunciar el evangelio, pero no somos quienes para convencer a una persona de que tome una decisión tan importante y personal. Todos aquellos que ya hemos pasado por ese momento tan especial en el que el Espíritu Santo nos habló con claridad al corazón y nos persuadió de detenernos en el camino incorrecto por el que transitábamos, para continuar por la senda de la vida eterna en Cristo, sabemos que no fuimos engañados ni embaucados por otro ser humano.

El Espíritu de Dios manifestó su poder inmenso en nosotros de tal modo que, irresistiblemente, no nos quedó más remedio que aceptar la verdad de nuestra condición y el regalo de su salvación.

El Espíritu es nuestro maestro en la asignatura de Dios (vv. 6, 7, 9-11)

“Sin embargo, también nosotros disponemos de una sabiduría para los formados en la fe; una sabiduría que no pertenece a este mundo ni a los poderes perecederos que gobiernan este mundo; una sabiduría divina, misteriosa, escondida, destinada por Dios, desde antes de todos los tiempos, a constituir nuestra gloria… Pero según dice la Escritura: Lo que jamás vio ojo alguno, lo que ningún oído oyó, lo que nadie pudo imaginar que Dios tenía preparado para aquellos que lo aman, eso es lo que Dios nos ha revelado por medio del Espíritu. Pues el Espíritu todo lo sondea, incluso lo más profundo de Dios. ¿Quién, en efecto, conoce lo íntimo del ser humano, sino el mismo espíritu humano que habita en su interior? Lo mismo pasa con las cosas de Dios: solo el Espíritu divino las conoce.”

Existen cientos de disciplinas y ramas del conocimiento que se despliegan ante los ojos del ser humano: medicina, geografía, sicología, derecho, filosofía, zoología, etc. Sin embargo, cada una de estas materias se convierte en nada cuando no hay un deseo de aplicarse con ahínco en la asignatura pendiente de la vida: el conocimiento de Dios. Podemos ser excelentes médicos, abogados, sicólogos y filósofos, y no obstante, permanecer en la inopia de Dios. Es posible ser un grandísimo erudito en todas las parcelas de la ciencia, y sin embargo, ser un completo ignorante en cuanto al entendimiento de la voluntad de Dios para con este mundo.

Si nuestro conocimiento y percepción de Dios en los tiempos de nuestra juventud no es nuestra prioridad en la búsqueda de la sabiduría que se perpetúa en la eternidad, todos nuestros pensamientos carnales seguirán apresados bajo el yugo del pecado, y aunque fuésemos los más doctos y sabios de los hombres en cualquier asunto, de nada nos serviría para alcanzar la salvación. El ser humano necesita ser un alumno aventajado en el conocimiento de la verdadera sabiduría, esto es, del carácter y persona de nuestro Dios.

Esta sabiduría solo es accesible para aquellos que ya han confesado a Cristo, previa convicción de pecado y arrepentimiento impulsada por el poder del Espíritu Santo. Se trata de una sabiduría que el Espíritu divino está dispuesto a impartir a cada uno de los discípulos de Cristo a fin de santificarlos, conformarlos a la imagen de Jesús y conducirlos a la verdadera adoración de Dios Padre.

Las lecciones del Espíritu Santo, nuestro maestro en estas lides, contemplan el conocimiento de Dios en su máxima expresión, en sus atributos y en sus dones para con el ser humano. Es una sabiduría que va a describir una completa imagen de lo que seremos cuando nos hallemos ante la presencia de Dios en Su gloria. Es un conocimiento exclusivo de aquellos que le aman y que es destilado a través de Su Espíritu Santo, de tal manera que podamos ya gustar y deleitarnos en la esperanza del galardón que Dios ya ha preparado de antemano para nosotros en los cielos. El Espíritu Santo es el mismo Dios, y Pablo lo remacha incidiendo en que el Espíritu que opera como maestro de la sabiduría de lo alto conoce de primera mano todo aquello que es Dios y todo aquello que Dios demanda de cada uno de nosotros.

Haríamos bien en prestar atención a las clases diarias que el Espíritu Santo desea inculcarnos. No cabe duda de que cuando nos concentramos en aquello que el Espíritu nos quiere enseñar, nuestras vidas van a estar más llenas del apetito por cumplir la voluntad de Dios. Es un privilegio poder contar con la inagotable ayuda del Espíritu de Dios en nuestro anhelo por alcanzar un mayor entendimiento de Dios y de su propósito sabio y perfecto para cada uno de nosotros.

El Espíritu Santo nos auxilia a la hora de tomar las decisiones correctas (vv. 8, 12-16)

“Ninguno entre los poderosos de este mundo ha llegado a conocer tal sabiduría, pues, de haberla conocido, no habrían crucificado al Señor de la gloria… En cuanto a nosotros, no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, para poder así reconocer los dones que Dios nos ha otorgado. Esto es precisamente lo que expresamos con palabras que no están inspiradas por el saber humano, sino por el Espíritu. La persona mundana es incapaz de captar lo que procede del Espíritu de Dios; lo considera un absurdo y no alcanza a comprenderlo, porque solo a la luz del Espíritu pueden ser valoradas estas cosas. En cambio, la persona animada por el Espíritu puede emitir juicio sobre todo, sin que ella esté sujeta al juicio de nadie. Porque ¿quién conoce el modo de pensar del Señor hasta el punto de poder darle lecciones? ¡Ahora bien, nosotros estamos en posesión del modo de pensar de Cristo!”

Siempre he creído que el mayor regalo que Dios dio al ser humano cuando fue creado, fue el libre albedrío. Esta capacidad para decidir y elegir era algo bueno en gran manera. Lamentablemente, cuando el pecado comenzó a habitar el corazón del hombre, esa facultad bendita fue trastornada. La humanidad comenzó a tomar decisiones erradas y a elegir el mal como su estilo de vida. Sus elecciones iban siempre encaminadas a cometer atrocidades contra el prójimo y a maldecir el nombre de Dios.

Esta dinámica no ha cambiado desde los tiempos del Edén, y es precisamente esta dinámica de las malas elecciones la que trae dolor, amargura y caos al mundo. Por ello, la humanidad cometió el más abyecto de los crímenes habidos y por haber: el asesinato del inocente, la muerte alevosa y premeditada de Cristo, la crucifixión vergonzosa del Hijo de Dios, aquel que no vino a condenar, sino a salvar al pecador.

El ser humano que solo piensa en sí mismo nunca va a entender el amor de Dios por él. Es incapaz de percibir el precio tan alto de su redención, es incompetente para asimilar la verdad del evangelio, y qué podríamos decir de su incapacidad de reconocer su pecado y necesidad de Dios. Para esta clase de personas, el evangelio es un absurdo, es una locura, es la fe de una serie de fanáticos, de crédulos y de locos. En su empleo de la lógica y de la razón, dones también dados por Dios para que administrase correctamente el hombre, se han olvidado de que la esfera de lo espiritual también es un hecho. La sed y el hambre del ser humano por llenar el vacío existencial de su alma es una realidad comprobable que todos y cada uno de nosotros hemos experimentado hasta que el Espíritu Santo de Dios nos persuadió de nuestra insensatez y ceguera espiritual.

El Espíritu Santo, a través de su intervención milagrosa y efectiva en el alma humana, pretende desterrar esta manera de vivir pecaminosa y mundanal. Intenta que apreciemos en su justo valor el don de la salvación por medio de Cristo, que valoremos con mayor énfasis el regalo del perdón y de la santificación. Quiere que dejemos atrás aquellas malas decisiones que solo nos acarrearon problemas, desgracias y consecuencias funestas.

El Espíritu de Dios alberga la intención de que, como jóvenes, vayamos desprendiéndonos paulatinamente de nuestras elecciones egoístas para fundamentar nuestro libre albedrío en la mente de Cristo. La luz que nos da continuamente el Espíritu de Vida nos ayuda a ver la ingente cantidad de bendiciones con que nuestro Dios nos colma. Una vez llenos del Espíritu Santo, nada ni nadie podrá echarnos nada en cara, puesto que cada una de nuestras elecciones tiene su punto de apoyo en aquel que no cometió pecado y que en obediencia a Dios, entregó su vida en sacrificio por nuestra dureza de cerviz.

CONCLUSIÓN

Ahora, nuestra meta como jóvenes es ser llenos del Espíritu Santo, dejando que su voz siga convenciéndonos de aquellas cosas que hacemos desastrosamente mal, que su enseñanza eficaz nos muestre la grandeza y magnificencia de Dios en todo su esplendor, y que su presencia diaria y su sabiduría superior impregnen cada decisión que vayamos a tomar de ahora en adelante.

Da gracias a Dios por enviar al Espíritu Santo, por medio del cual, sabemos con certeza que Dios está con nosotros y en nosotros.

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO: RECORDANDO AL MESÍAS ESPERADO

TEXTO BÍBLICO: LUCAS 3:15-18

Estas fechas navideñas en las que nos veos inmersos en un trajín de compras, preparativos y adornos parece que Jesús ya no ocupa el lugar que antaño tuvo en las mentes, corazones y costumbres de los hombres y mujeres. Desplazado por otras corrientes folklóricas de allende los mares por la figura cocacolizada de un mito nórdico personificada en la figura de Santa Claus o Papa Noel, el niño que reposa en el pesebre de un humilde refugio de animales resulta poco atractivo. Papa Noel resurge en los anuncios propagandísticos a través de productos típicos de la mercadotecnia más materialista y por medio de una idea simplona y simplista de su papel en el devenir de la existencia humana.

Papa Noel solo aparece una vez al año para traernos muchos regalos, y aunque supuestamente se ampara en un juicio bastante suave de los que han hecho cosas buenas y cosas no tan buenas, al final todos reciben su presente con un lacito de color llamativo. Papa Noel no apela a nuestra conciencia sino más bien a las emociones y sentimientos, elementos que parecen rebrotar en estas fechas en forma de amabilidad y ternura sentimentaloides.

Papa Noel no nos juzga ni demanda de nosotros un cambio radical de vida, sino que se presenta como un venerable ancianito que sonríe jocosamente sobre un trineo tirado por renos sin dejarnos una moraleja o unas directrices de cómo encarar el año nuevo que está por comenzar. No, Papa Noel es bastante más atrayente y más asequible para las almas que buscan redención por medio de sus propias buenas obras y para las conciencias que durante todo el año se vieron cauterizadas por la maldad y el pecado.

Sin embargo, Jesús, en comparación con este barbado santurrón de rojo y blanco, es un personaje muy incómodo. Tal vez en la representación que se hace de su nacimiento pueda contemplarse un soplo de beatitud y paz, pero no es eso lo que encontramos cuando de verdad sabemos, comprendemos y asimilamos la misión de este pequeño recién nacido en Belén. El niño Dios que con su rostro calmado y tierno del que se ha hecho un culto paralelo en determinadas instancias religiosas del cristianismo, no es el mismo Jesús crucificado y resucitado cubierto de sangre y heridas que culmina el plan salvífico de Dios para el ser humano. Pero si sabemos interpretar correctamente la amplitud y profundidad de la vida de Jesús descrita en los evangelios, hallaremos que este niño era más de lo que parecía y que demanda de nosotros más de lo que nos suele pedir Santa Claus.

Con el transcurso de su historia, Jesús ya es un joven que deja su hogar para consumar el propósito para el que nació entre nosotros. Su primo Juan, conocido como el Bautista, ya hace tiempo que tomó la responsabilidad de dejar expedito el camino a Jesús a través de su predicación espinosa que solicitaba un compromiso de arrepentimiento y confesión de pecados. Ante sus palabras, muy distintas de las que los rabinos y maestros de la ley enseñaban en las sinagogas de sus aldeas y ciudades, las multitudes acudían para tratar de reconocer en él a aquel que había sido profetizado como el Mesías que liberaría a Israel del yugo de sus opresores.

Juan, conocedor de los rumores y comentarios de esta muchedumbre que acudía a él para recibir el bautismo de arrepentimiento en el Jordán, no se eleva para arrogarse el mérito de un poder que no le corresponde, y por lo tanto, decide sacar de dudas a aquellos que ya estaban ideando un plan revolucionario que lo alzase como liberador de los judíos de la bota romana: “Como el pueblo estaba en expectativa, preguntándose todos en sus corazones si acaso sería Juan el Cristo, respondió Juan, diciendo a todos.” (vv. 15-16).

En este domingo de Adviento en el que recordamos a Jesucristo como centro de estas fechas y de nuestras prioridades vitales, es preciso exponer el alcance mesiánico que Jesús tiene al encarnarse y habitar entre la raza humana.

RECORDAMOS QUE JESÚS NACIÓ PARA SER RECIBIDO POR AQUELLOS QUE SE ARREPIENTEN Y PARA JUZGAR A AQUELLOS QUE SE RESISTEN A SU SALVACIÓN

Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego.” (v. 16)

Juan el Bautista, en un despliegue de humildad y honestidad, no desea engañar a nadie, y para ello describe su labor como preparatoria e iniciadora para la obra salvadora de Jesús. Él no es el Mesías esperado, sino que es un profeta enviado y elegido por Dios para allanar el camino a Jesús en la inauguración del Reino de Dios: “Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Éste vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz.” (Juan 1:6-8).

Jesús no duda en ensalzar el trabajo abnegado y sacrificado de Juan cuando lo considera una persona excepcional: “Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista.” (Mateo 11:11). La meta de Juan el Bautista, tal y como él mismo señala, es la de bautizar en agua a aquellas personas, las cuales, conscientes de su necesidad de perdón y del pecado que ennegrece sus almas, deciden manifestar públicamente su compromiso con la obediencia a Dios, la enmienda de sus actos malvados y la purificación de sus corazones. Juan no está perdonando o limpiando los pecados a nadie a través de este acto acuático, sino que solo es aquel que ayuda a los arrepentidos a mostrar sus deseos de ser transformados por el poder restaurador que proviene de Dios.

En la magnífica declaración de su lugar secundario en el orden de cosas del plan de salvación de Dios, Juan se hace nada ante el poder, autoridad y juicio de Jesús, el verdadero Mesías, el esperado y ansiado autor de la redención y liberación de la opresión del pecado. Se rebaja al nivel de un siervo, del esclavo más bajo que ha de tocar los pies encallecidos, sucios y sudorosos de su señor después de caminar por las polvorientas calles de la ciudad. Su misión no es nada comparada con lo que es capaz de hacer Jesús. De Juan no puede surgir la dispensación del Espíritu Santo que convierta los corazones, que renueve lo enfermo y muerto en el alma y que guíe al creyente en una vida santificada del agrado de Dios.

Sin embargo, de Jesús, el Mesías, el Espíritu Santo de vida será infundido en aquellos que se arrepienten de sus malas obras, que confiesan su necesidad absoluta del perdón de sus pecados y que están dispuestos a caminar según los estatutos de Dios para gloria de Dios Padre y beneficio de su prójimo. Ezequiel ya profetizó este rol mesiánico: “Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:27).

Del mismo modo, Jesús será como un fuego que juzgará las acciones de aquellos que creen que no necesitan ser salvados de nada, que piensan que son dueños de su voluntad para hacer lo que mejor les parece y que, en su insensatez han determinado convertirse en enemigos de Dios y esclavos del pecado: “Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho el Señor de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama” (Malaquías 4:1); “En llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tesalonicenses 1:8).

La imagen que Juan el Bautista emplea para ilustrar esta realidad espiritual de los dos destinos eternos del ser humano, es la de un agricultor que decide separar el grano de la paja en una era: “Su aventador está en su mano, y limpiará su era, y recogerá el trigo en su granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará” (v. 17). La doble función del aventador era, por un lado permitir que el peso del grano lo hiciese caer en tierra, y por otro, que el tamo y la paja, fuesen arrastrados por el viento. De este modo, el grano estaba limpio de polvo y paja y podía ser almacenado en el granero. La paja, ya inservible para el consumo humano, sería quemada rápidamente junto con los rastrojos.

Del mismo modo, Jesús nace para juzgar a vivos y a muertos en el día postrero, para separar a los creyentes de aquellos que no lo son. El trigo es la iglesia de Cristo que es reunida en el granero del cielo, mientras que la paja de los que no se arrepienten de sus pecados, los cuales sufrirán bajo el fuego eterno del infierno.

Es preciso hacer un breve inciso para considerar el peligro de un arrepentimiento falso y superficial que no es considerado por Dios para salvación. Existen personas que se arrepienten más por las consecuencias y efectos que provienen del castigo de Dios sobre los impíos que por el deseo de servir a Dios por amor y ser librados de la culpa del pecado. Esta clase de arrepentimiento solo redunda en vidas hipócritas que solo buscan su autojusticia, en existencias basadas en una falsa seguridad de salvación, en un endurecimiento del corazón y en una progresiva cauterización de la conciencia. Jesús nació para erradicar esta clase de “conversión” que solo conduce al apoltronamiento espiritual y a la indiferencia práctica.

Ni el bautismo salva, ni lo hace una trayectoria familiar de generaciones de creyentes, ni una vida repleta de buenas obras, ni una sensación de que al final Dios va a ser misericordioso y va a perdonar a todo el mundo. Solo el Mesías esperado, Jesús, es el indicado, suficiente y absoluto salvador del ser humano, y el único que lee los corazones de tal manera que no puede ser burlado.

Juan, como precursor del Mesías que hoy recordamos, entiende que el arrepentimiento es el primer paso para considerar que el nacimiento y misión de Jesús es una buena noticia: “Con estas y otras muchas exhortaciones anunciaba las buenas nuevas al pueblo” (v. 18). Las buenas noticias que celebramos en el nacimiento de Jesús hace más de dos mil años no lo son tanto si no son acogidas por vidas completamente entregadas a él, por corazones contritos y arrepentidos por sus pecados y por espíritus necesitados del mayor regalo que él nos ofrece: el perdón y la salvación.

Las buenas nuevas aún resuenan en el tiempo a través de las voces de aquellos cristianos que entienden que la Navidad es el advenimiento del Mesías de salvación y liberación, algo que no puede dejarse en el baúl de los recuerdos navideños, sino que debe ser experimentado día tras día, jornada tras jornada.

La Navidad no es solo el tiempo para recibir regalos o para demostrar mayor o menor aprecio por los demás. La Navidad es sobre todo la época que mejor nos trae a la memoria lo que Cristo ha hecho por nosotros, perdonando nuestras deudas y lavando nuestras inmundicias tras habernos arrepentido de nuestras malas artes y obras. Papa Noel no podrá darte esto por mucho que se lo pidas.

Aunque pueda resultar simpaticón y afable, nunca murió en una cruz llevando sobre sí mismo el peso de todas nuestras transgresiones. Papa Noel tendrá la capacidad de regalarte algo que se romperá, gastará, olvidará, cambiará o perderá, pero solo Jesús, el Mesías de Dios, podrá regalarte por gracia la redención y toda una vida eterna a su lado.

FRIENDSHIP: FORJANDO UNA VERDADERA AMISTAD

FORJANDO UNA VERDADERA AMISTAD 

 
TEXTO BÍBLICO: 1 SAMUEL 18:1-4; 19:4-7; 20:10-13 

INTRODUCCIÓN 

       ¡Amistad! ¡Qué bella y hermosa palabra cuando se hace carne en los afectos de una persona hacia otra! ¡Pero qué añorada resulta cuando quien creías que era tu amigo te ha traicionado y decepcionado! La amistad, esa relación interpersonal que sugiere una comunión más que fraternal entre dos seres humanos que no están unidos por la sangre y la genética, es sin duda, uno de los bienes que menos se encuentra en este mundo. De hecho, cuando hablamos de redes sociales como Facebook, el hecho de que alguien te pida amistad se resume en simplemente saber qué se cuece en la vida de cada cual, en compartir insulsos comentarios más protocolarios que otra cosa, en ofrecer una imagen preparada y cosmética de la vida propia, o en seleccionar lo que se quiere ver de cada supuesto amigo.

Alguien que conozco dudaba en llamar amigos a todos aquellos que aceptaban solicitudes de amistad, puesto que cuando las cosas se ponían feas y tirando a negro betún en su vida, nadie podía abrazarlo, sosegarlo con palabras de consuelo susurradas al oído o brindarle un apoyo real y concreto. Si tuviésemos que hacer un barrido selectivo de aquellos que de verdad pueden considerarse amigos leales, de verdad, sinceros y dispuestos al sacrificio, posiblemente nuestra lista sería más escueta de lo que pensamos. Tal y como dijo Henry Adams, escritor norteamericano, “un amigo en la vida es mucho. Dos son demasiados. Tres son imposibles.” 

        Y es que la amistad, tal y como la define, por ejemplo, Aristóteles, filósofo clásico griego, esto es, como “un alma que habita en dos cuerpos; un corazón que habita en dos almas”, hace que podamos contar con los dedos de una mano quiénes son nuestros auténticos amigos. No confundamos la amistad con compañerismo, camaradería o conocidos. Tener amigos supone ser afortunadísimos en la vida, aunque para llegar a tenerlos sea necesario tener que sufrir muchos desengaños y no pocas desilusiones.

Ser tú mismo en compañía de alguien que te escucha sin aburrirse, tener la certeza de la discreción de alguien que te comprende sin elaborar un juicio condenatorio, poder pasar tiempo en silencio, pero disfrutando de la presencia de alguien que a pesar de saberlo todo de ti, te sigue amando, eso es amistad genuina. La amistad hace más llevadera la vida, los tránsitos críticos se hacen más breves, los problemas se dividen por dos y las alegrías se multiplican el doble y el amor fraternal hace que los sinsabores de nuestra existencia sepan más dulces de lo esperado.  

      En la experiencia narrativa bíblica acerca de la amistad verdadera, sobre cómo forjar una relación amistosa exitosa y perdurable, la historia de Jonatán y David se erige como un faro que alumbra nuestras dudas, que disipa la oscuridad de nuestras vivencias negativas en el campo de lo afectivo y que nos descubre el refugio de una relación amistosa auténtica.

Más allá de las interpretaciones que se hayan querido elaborar desde los lobbys homosexuales en torno a la clase de relación existente entre estos dos amigos del alma, lo cierto es que podemos aprender varias lecciones de cómo es posible afirmar y edificar una relación de amistad fructífera, bendita y feliz. 

A.     LA VERDADERA AMISTAD DA SIN ESPERAR NADA A CAMBIO 

“Aconteció que cuando él hubo acabado de hablar con Saúl, el alma de Jonatán quedó ligada con la de David, y lo amó Jonatán como a sí mismo. Y Saúl le tomó aquel día, y no le dejó volver a casa de su padre. E hicieron pacto Jonatán y David, porque él le amaba como a sí mismo. Y Jonatán se quitó el manto que llevaba, y se lo dio a David, y otras ropas suyas, hasta su espada, su arco y su talabarte.” (1 Samuel 18:1-4) 

       Después de una victoria rotunda sobre los filisteos y de la derrota de uno de sus adalides más poderosos llamado Goliat, David comparece ante el rey Saúl. Allí, uno de los hijos del soberano, Jonatán, tan joven como David, escucha atentamente el relato del triunfante y desigual combate con el gigante. Admirado por el arrojo y la valentía de este pastor de ovejas, el cual ha dejado boquiabiertos a todos los estamentos militares israelitas, Jonatán siente que David puede convertirse en un gran amigo.

El desparpajo, la confianza y la seguridad con la que habla David le ha convencido de que es una persona en la que puede encontrar una amistad duradera, leal e inquebrantable. De ahí que la expresión que usa el escritor bíblico sea tan penetrante e ilustrativa: dos almas ligadas, unidas, conectadas e inseparables. El alma, como soporte y base de las emociones, los sentimientos y las sensaciones, como esencia del ser humano, como el don de vida de Dios, está tan apegada a otra que casi es imposible discernir dónde empieza una y dónde acaba otra. Podríamos decir que esta relación de amistad fundía ambas esencias individuales para convertirlas en una sola.  

       Este estrecho y entrañable nexo de amistad lleva a Jonatán a amar a David como a sí mismo. Todo lo suyo es de David, y viceversa. Este joven pastorcillo ahora es parte de su ser, y por ello vela porque no le falte absolutamente nada para la batalla que está a punto de iniciarse. La verdadera amistad se forja desde el darse al otro sin considerar un interés beneficioso en éste. Supone amar sin cortapisas, cuidándose mutuamente sin sopesar los peligros, las necesidades o los prejuicios. La amistad de la que disfrutaban estos dos jóvenes era tan proverbial que llegan a acordar que nunca se separarían, que serían más que hermanos, que no dudarían en dar sus propias vidas para lograr la felicidad del otro.

Cuando se es amigo de verdad, nada de lo que antes era importante sigue siéndolo, ya que ahora dejan de ser nuestros para ofrecerlos con ternura al amigo. No podemos ser amigos de otros si no estamos dispuestos a negarnos a nosotros mismos en favor de los demás. Si restringimos nuestra disponibilidad, si nos guardamos secretos, si ocultamos la verdad, aunque duela, o si decidimos parcelar esa amistad, más temprano que tarde este lazo irá deteriorándose hasta desaparecer con el tiempo. Ser amigos, es decir: “Lo mío es tuyo, y lo tuyo, mío.” 

B.     LA VERDADERA AMISTAD SUPERA CUALQUIER RIESGO 

“Y Jonatán habló bien de David a Saúl su padre, y le dijo: No peque el rey contra su siervo David, porque ninguna cosa ha cometido contra ti, y porque sus obras han sido muy buenas para contigo; pues él tomó su vida en su mano, y mató al filisteo, y Jehová dio gran salvación a todo Israel. Tú lo viste, y te alegraste; ¿por qué, pues, pecarás contra la sangre inocente, matando a David sin causa? Y escuchó Saúl la voz de Jonatán, y juró Saúl: Vive Jehová, que no morirá. Y llamó Jonatán a David, y le declaró todas estas palabras; y él mismo trajo a David a Saúl, y estuvo delante de él como antes.” (1 Samuel 19:4-7) 

       La historia de la amistad entre David y Jonatán no está exenta de pruebas y peligros que sortear. Las amistades no se valoran en los tiempos de vino y rosas, en aquellos momentos en los que la paz y la alegría brillan sobre el cielo de una relación amistosa. El amigo es probado cuando se ensombrecen los horizontes y las amenazas surgen para tambalear los afectos. Mientras todo va bien en palacio, todo es tranquilidad, pero cuando el rey Saúl enferma de envidia al comprobar como el pueblo ensalza los triunfos de David sobre los suyos, la tragedia se masca en el ambiente. Las tensiones comienzan a hacer irrespirable el entorno palaciego hasta que, en una sesión musical de David, la atormentada psique del rey toma represalias contra el joven lanzándole en varias ocasiones una lanza.

David no dejó de atender a sus obligaciones para con su rey a pesar de estos envites ponzoñosos y desquiciados que podían llegar a ser letales, y esto hacía que la envidia tiñosa continuase elevando el nivel de locura y desvarío de Saúl. En este estado de cosas, Jonatán se hallaba en una encrucijada de caminos: le debía lealtad a su padre, pero, por otro lado, el pacto de amistad con David seguía estando más fuerte que nunca. Debía tomar cartas en el asunto y solventar esta relación de amor-odio que existía entre su padre y David. Elegir entre su familia y su amigo no iba a ser cosa fácil. 

       Sin embargo, Jonatán aprecia de tal modo su amistad con David que decide interceder por él ante su padre, un espectro de lo que fue, un enfermo mental capaz de cometer una locura envidiosa. Habla en favor de David a su padre, preparado para un nuevo estallido de ira y violencia. Saúl podría haber espetado a su hijo que de qué lado estaba, del de su padre, el cual lo había engendrado y criado, o del de David, un simple y humilde pastor de ovejas, un advenedizo que había puesto en entredicho su poder, su autoridad y su llamamiento divino. Sin embargo, al exponer Jonatán todas las buenas acciones con que David había prodigado al rey, Saúl entra en razón, al menos por un instante, y jura que no tocará un pelo de la cabeza de David.

David, al conocer de boca de Jonatán que le garantizaba que las aguas habían vuelto a su cauce, confía en sus palabras y retoma sus deberes y tareas en el entorno palaciego hasta un nuevo episodio de tirria incontenible del rey. Como aquí vemos, el amigo es capaz de enfrentarse a todo y todos para ayudar a aquel al que estima como a sí mismo. No deja pasar la oportunidad para resolver cualquier asunto que amenace una relación tan auténtica y verdadera como su amistad. A riesgo de recibir el rechazo incluso de su propia sangre y carne, sabe que su deber para con su amigo es indiscutible. Así es como se prueban las amistades, en los momentos críticos y controvertidos, en las desgracias y necesidades, en la miseria y el sufrimiento: “En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia.” (Proverbios 17:17) 

C.     LA VERDADERA AMISTAD ES LEAL HASTA EL FIN 

“Dijo entonces David a Jonatán: ¿Quién me dará aviso si tu padre te respondiere ásperamente? Y Jonatán dijo a David: Ven, salgamos al campo. Y salieron ambos al campo. Entonces dijo Jonatán a David: ¡Jehová Dios de Israel, sea testigo! Cuando le haya preguntado a mi padre mañana a esta hora, o el día tercero, si resultare bien para con David, entonces enviaré a ti para hacértelo saber. Pero si mi padre intentare hacerte mal, Jehová haga así a Jonatán, y aun le añada, si no te lo hiciere saber y te enviare para que te vayas en paz. Y esté Jehová contigo, como estuvo con mi padre.” (1 Samuel 20:10-13) 

       Como ya dijimos en el punto anterior, aunque las aguas parecían retornar a su mansedumbre y calma tras la intercesión sabia y eficaz de Jonatán ante su padre, lo cierto es que solo iba a ser un compás de espera hasta un nuevo intento del rey por ensartar a David con su lanza a la menor oportunidad. A David no le queda más remedio que huir de las garras de Saúl y marcharse a Naiot en Ramá junto a Samuel para refugiarse en su autoridad y prestigio. Incluso en la distancia que podía separar a los dos buenos amigos, buscan el modo de volverse a encontrar para elaborar una estrategia que les permitiese seguir disfrutando de su relación fraternal.

El diálogo que entre ellos se entabla en esos momentos de incertidumbre es una manifestación formidable y esclarecedora de la amistad que sentían mutuamente. David le comenta a Jonatán que su padre ya sabe de lo profunda que es su amistad, y que ya no confía en él como antes. Jonatán, en un arrebato de comprensión y emoción ante esta revelación, le dice a David: “Lo que deseare tu alma, haré por ti.” (v. 4)

David plantea un plan por medio del cual él sabrá cuáles son las verdaderas intenciones del rey para con él. Jonatán, mostrando una lealtad y fidelidad a prueba de flechas y lanzas, se muestra conforme y promete a David que le avisará del resultado de su consulta al rey. Si la respuesta del rey fuese negativa, Jonatán tiene la fuerza de voluntad suficiente como para dejar que David se marche, aún con pena y tristeza en su corazón. 

      La lealtad es fundamental para entender la amistad humana. Ser fieles a la palabra dada, al pacto de amistad establecido entre dos personas que se estiman y quieren sin dobleces ni intereses ocultos, es uno de los indicadores más claros de que esa amistad es verdadera. Además, si le añadimos la idea de que a veces debemos separarnos de nuestros amigos por su bien, sin dejar de amarlos y reconocerlos como amigos para siempre, entenderemos que la amistad no es algo puntual, pasajero o sujeto a las circunstancias y situaciones de la vida. David tendría que marcharse lejos de Jonatán, pero incluso la muerte de este no dejaría de marcar la importancia de su amistad cuando David asciende al trono de Israel, bendiciendo y ayudando a uno de sus hijos, Mefi-boset.

Las palabras teñidas de llanto y luto de David cuando se entera de la muerte de su gran amigo nos lo dicen todo acerca de su relación de amistad: “¡Cómo han caído los valientes en medio de la batalla! ¡Jonatán, muerto en tus alturas! Angustia tengo por ti, hermano mío Jonatán, que me fuiste muy dulce. Más maravilloso me fue tu amor que el amor de las mujeres.” (2 Samuel 1:25, 26). Saber que un amigo cumplirá con su palabra cuando ésta sea dada, es la mayor de las fortunas en un mundo en el que nadie muere por nadie. 

CONCLUSIÓN 

      El ejemplo de esta amistad tan hermosa y deseable entre David y Jonatán debe impulsarnos a encontrar en nuestros amigos estas tres cosas: afecto sincero, sacrificio total y lealtad absoluta.

Mide tus amistades por este baremo y constatarás, para bien o para mal, que no todo el monte es orégano, pero también llegarás a apreciar a los verdaderos amigos, a aquellos que ponen su vida por ti, que se anticipan a tus necesidades y que nunca te dejan en la estacada cuando las cosas van mal dadas.

Recuerda que “un hermano puede no ser un amigo, pero un amigo siempre será un hermano”, Demetrio de Faleno dixit. 

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO: RECORDANDO LA CANCIÓN MÁS HERMOSA JAMÁS CANTADA

TEXTO BÍBLICO: LUCAS 2:8-20

INTRODUCCIÓN

El acontecimiento que celebramos en las fechas navideñas es muy especial para mí. Fue precisamente en Navidad cuando entendí el evangelio de mano de mi profesora de Escuela Dominical, y comprendí mi necesidad de recibir la salvación de parte de Dios. Hasta ese momento la Navidad solo era un periodo vacacional en el que nos reuníamos como familia para cenar juntos, ver los típicos programas de Nochebuena, y recibir los regalos tan esperados durante todo el año.

Ningún otro pensamiento mío abarcaba la realidad espiritual que se hallaba tras la conmemoración del nacimiento de Jesucristo. Nunca se me ocurrió preguntar sobre el significado exacto de estas festividades hasta que el Señor puso en mi corazón la inquietud adolescente de saber algo más de la Navidad. Nuestra maestra de Escuela Dominical, con su habitual ternura y sencillez me explicó grosso modo la esencia de la encarnación de Dios en Cristo, un ser de carne y hueso, con el objetivo de rescatar de las garras del pecado y de Satanás el alma del ser humano.

Una luz brillante se apoderó de mi mente curiosa y decidí saber mucho más de esta dimensión espiritual que nunca había entrado en mis cálculos y preocupaciones. De ahí en adelante, con la ayuda de mi pastor y otros hermanos, pude articular, aunque fuese de manera simple y sin pulir, esa necesidad que yo tenía de confesar mis pecados ante Dios, de solicitar de Él su misericordia y de comprometerme con Jesucristo como mi Señor y Salvador.

La encarnación de Dios en Cristo, dentro del misterio que supone, y que con la ayuda del Espíritu Santo en mi vida, he podido ir desentrañando, es el punto más alto e importante del plan de salvación de Dios. Dios nos ha revelado a través de su Palabra el crucial evento en la historia que atañe a toda la humanidad, y esto ha sido posible en tanto en cuanto hemos elegido escuchar y cantar una canción de salvación.

El hecho de que Dios mismo tuviese a bien caminar entre nosotros ya es de por sí una admirable cantata que entonar por los siglos de los siglos cada vez que sentimos en el corazón el peso de una redención que demandó una solución definitiva y repleta de gracia y amor: “Se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres.” (Filipenses 2:7). Nuestros salmos y cánticos a Dios son el producto precisamente de este acontecimiento cósmico: Dios dejando su majestad y gloria eternas para amar y salvar a aquellos que desean ser salvados en un mundo finito y anclado en lo frágil del tiempo.

Es tiempo en estos días de Adviento de recordar la canción de salvación que se inspira en el advenimiento de nuestro Salvador. Desde el cielo no se enviaba a un modelo de nobleza e integridad, ni a un maestro ducho en enseñar moralidad y buenas costumbres, ni a un iluminado revolucionario que quisiera transformar el mundo desde una estrategia social de la no violencia. Desde el trono refulgente de las moradas celestiales es Dios mismo el que desciende para convertirse en el corazón del evangelio que nosotros hoy predicamos: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él crea no se pierda mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16).

El Salvador al que hemos de agradecer que haya puesto un nuevo cántico en nuestra boca es aquel que dijo de sí mismo lo siguiente: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.” (Lucas 19:10), y cuyo nombre, Jesús, es el resumen perfecto de su labor en la tierra: “Porque él salvará a su pueblo de sus pecados.” (Mateo 1:21).

A. UNA CANCIÓN PARA LOS HUMILDES

Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor.” (vv. 8-9)

Todavía la canción de unos ángeles resuena en el eco de los tiempos para seguir recordándonos que un Salvador llegó a este planeta para liberar a los cautivos del pecado y para sanar las heridas que éste había infligido en el corazón del ser humano. Todavía podemos escuchar la historia de aquellos pastores, hombres que se hallaban en la parte más baja de la escala social de aquellos días, personas que no eran consideradas precisamente como los baluartes de la educación, la pureza ritual, la fiabilidad y los buenos hábitos. Aún podemos recordar a través del relato bíblico cómo un ángel del Señor se hace presente ante los más humildes del pueblo en vez de ante las más encumbradas autoridades religiosas y políticas del país. Las buenas noticias encuentran su primer oído en individuos de dudosa catadura y fama.

¿Y es que acaso no es esa nuestra situación cuando recibimos la revelación divina de su misericordia y salvación? ¿No es así como Dios se acercó a nosotros, indignos mortales y perpetradores de los pecados más perversos y tenebrosos? Dios, al igual que los pastores, se aproxima a aquellos que más necesitan de su obra de redención, para que de este modo, cualquier testimonio futuro de pecadores en apariencia irredentos, pueda ser un faro brillante para otros barcos que navegan ciegamente por las costas rocosas de un mundo sin Dios.

Nuestra garganta antes reseca por la sed de justicia y enronquecida por la multitud de palabras e ideas contrarias a la voluntad perfecta de Dios, ahora se aclara gracias a la miel que mana del panal de la gracia soberana de Dios en Cristo. Los pastores en su humildad y modestia poseían una receptividad especial para el mensaje del ángel, mientras que, como puede constatarse en el resto de la historia de los evangelios, los adalides de la pureza religiosa dedicaron todos sus esfuerzos en rechazar la verdad que canta la propia vida de Jesús. La alegría y el gozo son características propias e inseparables de unas buenas noticias como las que traía el mensajero celestial.

B. UNA CANCIÓN UNIVERSAL

Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo.” (v. 10)

¿Eran esas noticias únicamente para los pastores? Por supuesto que no. Ellos solo eran la punta de lanza o la avanzadilla de lo que estaba por ocurrir en el futuro. El ángel deja claro que las buenas noticias son para todo el pueblo, que son universales. Dios desea que todos sean salvos, que todos puedan cantar a pleno pulmón la grandeza y maravillosa regeneración del alma humana, pasando de la más miserable condenación a la más excelsa condición redentora.

Éste cántico es un cántico que debe ser interpretado por todos aquellos que reciben con alegría y fe el mensaje del evangelio creyendo en Jesucristo como su Señor y Salvador. Ya no es la voz áspera del pecado la que habla por nosotros, sino que es la melodiosa y armoniosa voz de la salvación en Cristo la que surge potente y clara para adorar al que vive y hace vivir por los siglos de los siglos.

Esta canción universal es una canción que también tuvo a bien cantar Simeón, aquel anciano que esperaba la consolación de Israel a través del nacimiento del Mesías, y que se conoce como el “Nunc Dimitis”: “Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel.” (Lucas 2:28-32).

C. UNA CANCIÓN MESIÁNICA

Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre.” (vv. 11-12)

El niño que estaba a punto de nacer reunía todas y cada una de las características que se esperaban de aquel que inauguraría la era de la gracia. Era el Salvador, aquel que nos ha rescatado de nuestra vana manera de vivir, de la tiranía del pecado y de los vicios, de la culpa que lastra nuestros pensamientos. Era el Cristo, el ungido de Dios que aunaría en sí mismo las tres facetas fundamentales del enviado de Dios: Señor de señores y Rey de reyes nacido en la ciudad de David que vencerá a la muerte (Apocalipsis 17:144), apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión (Hebreos 3:1), y profeta que nos revela la verdad y extensión de las profecías del Antiguo Testamento (Hebreos 1:1-2).

Era el Señor, poderoso en su autoridad y señorío sobre las vidas de aquellos que hemos fiado nuestro destino y ser a su voluntad santa y sabia. Era ciento por ciento Dios y ciento por ciento hombre, demostrando con el misterio de su encarnación el amor más inmenso del que jamás seremos objeto. La evidencia de todos estos gloriosos y magnificentes títulos sería el contraste inigualable de la humildad de su nacimiento en la cuna que un pesebre donde se alimentaba el ganado le acogió. Jesús no era un escogido de las castas más encumbradas, ni de las instancias más adineradas, ni de las estirpes más laureadas. Así debía ser: de la gloria deslumbrante a la humildad anónima.

D. UNA CANCIÓN CELESTIAL

Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (vv. 13-14)

En un alarde impresionante e inimaginable de adoración y alabanza genial, miríadas de ángeles entonan el coro magnífico y emocionante de las buenas nuevas de salvación para el mundo: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (v. 14). Esta visión sin precedentes en las Escrituras es el mejor modo en el que dar la bienvenida a la tierra a aquel que iba a ofrecernos la paz y la reconciliación con Dios. Los ángeles, exultantes de gozo y júbilo, emplean sus cristalinas voces para expresar la satisfacción que rebosa en sus corazones al ser portadores de las buenas nuevas de salvación de los perdidos.

Del mismo modo en el que se regocijan en este instante culminante de los propósitos de Dios, así harán cada vez que una nueva alma se entregue a Cristo: “Hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.” (Lucas 15:10). La paz se une al coro de la alegría para entregarnos el regalo de la reconciliación con Dios: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida.” (Romanos 5:10); “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados.” (2 Corintios 5:18-19). Esta reconciliación cuyo fundamento es Cristo en su vida, muerte y resurrección tiene lugar, no por nuestros merecimientos o nuestras buenas obras, sino que es ofrecida voluntaria y misericordiosamente por Dios a aquellos sobre los que reposa el favor soberano de Dios.

E. UNA CANCIÓN QUE HAY QUE COMPARTIR

Sucedió que cuando los ángeles se fueron de ellos al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado. Vinieron, pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Y al verlo, dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño. Y todos los que oyeron, se maravillaron de lo que los pastores les decían. Pero María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho.” (vv. 15-20)

Tras esta revelación inolvidable y asombrosa, los pastores siguen el proceso de todo aquel que ha recibido la Palabra de Dios. Sin muchos aspavientos y con entusiasmo desbordante, dejan sus rebaños al cuidado de unos pocos de sus compañeros para asistir al mejor concierto musical que hayan podido presenciar: el niño envuelto en pañales junto a sus padres. La fe inefable que colma sus corazones les lleva a actuar y a comprobar la autenticidad del anuncio angélico. Aceptan la invitación de Dios y acuden al encuentro de su Salvador y Señor, el cual aliviará sus cargas: “Venid a mí todos los trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.” (Mateo 11:28-30).

Cuando por fin comprueban la verdad de la canción celestial, y miran con ojos impresionados la fidelidad de la profecía, todos, tanto pastores como José y María ven confirmadas sus esperanzas y su fe. Mientras los pastores corren alborozados a proclamar el nacimiento del Mesías a todos cuantos se encontraban por su camino, con los corazones ardiendo de amor y perdón, María guarda en lo más profundo de su ser todas estas cosas, meditando acerca de toda una vida que se abre ante la inocente sonrisa de su retoño. Los pastores prorrumpen en un cántico de gratitud, de gozo y de esperanza mientras vuelven a sus aldeas, sabiendo que nada será igual para ellos tras escuchar la canción de las buenas nuevas de salvación.

CONCLUSIÓN

Queridos jóvenes, ¿seguís recordando y escuchando el himno que Dios ha compuesto para nuestra salvación en estos días de Navidad? Si es así, no dejemos de cantarla y disfrutarla, puesto que gracias a la compasión de Dios en Cristo somos librados del pecado y de una vida condenada a la perdición eterna.

Tal vez lees estas líneas, pero todavía no has tomado una decisión firme de seguir a Cristo como tu Señor y Salvador. ¿No querríais cantar con muchos jóvenes como nosotros en este día una canción que cambiará vuestras vidas de arriba abajo, que os reconciliará con Dios perdonándoos vuestros pecados y que os abrirá las puertas del cielo para ser amados y queridos por toda la eternidad?

Si es así, no pienses si cantas bien o mal. Solo deja que el Espíritu Santo de Dios cambie tus cuerdas vocales maltrechas por el dolor y la desesperación por otras que interpreten con dulzura y poder la letra de una nueva vida en Cristo Jesús, Señor nuestro.

UN GRAN CREADOR DE UNA GRAN CREACIÓN

Parque Nacional del Telde

UN GRAN CREADOR

TEXTO BÍBLICO: SALMO 33:6-9, 13-15

INTRODUCCIÓN

En estos días en los que se está celebrando la Cumbre sobre el Clima en Madrid, es oportuno poder hablar sobre el origen de nuestra creación, y así aproximarnos a la teología tan poderosa que surge del conocimiento de un Dios que hizo todo bueno en gran manera, pero que ha sido malogrado y distorisionado a causa del pecado del ser humano. Atendiendo al mandato cultural y ecológico que Dios ha dejado revelado en su Palabra, haríamos bien en comprender en primer término a la fuente y dador de este regalo magnífico que es el mundo y el universo: Dios.

Todos aquellos que han tenido la oportunidad de divisar al menos parte del espectáculo que las Perseidas han exhibido en los cielos de todo el mundo, también habrán apreciado la vasta e inmensa cantidad de estrellas y constelaciones que se despliegan en el firmamento. Al salir de la influencia de la contaminación lumínica que no nos deja observar el majestuoso tapiz del universo que nos rodea, muchos siguen quedándose asombrados ante la maravillosa y estremecedora creación de Dios.

Cada vez que nos dedicamos por un instante a desconectar del trajín diario para mirar con curioso detenimiento la gran variedad de fenómenos naturales que suceden a nuestro alrededor, suele aparecer en nuestra mente la idea de que es imposible que las cosas existan por sí mismas o que carezcan de un propósito y finalidad definidos. Cuando las galaxias nos sobrecogen con su distancia y belleza, nos sentimos pequeños, y cuando vemos cómo las hormigas trabajan sin desmayo acarreando su alimento para subsistir en el invierno, reconocemos nuestra grandeza y nuestra capacidad para reflexionar sobre todo lo que percibimos con nuestros cinco sentidos. Es poco creíble que alguien nos diga que en un momento dado de su existencia nunca tuvo un pensamiento para este tipo de preguntas y observaciones sobre la creación.

Algunas personas van más allá del pasmo y de la admiración, y desean conocer los entresijos de esta gloriosa creación. De ahí que existan disciplinas académicas como la zoología, la antropología, la astronomía o la botánica, las cuales buscan descubrir los enigmas que motivan la vida y la realidad por medios científicos y tecnológicos. Hay una inquietud en el alma humana por saber cómo fue creado el mundo, si algún ser superior lo creó directamente o evolutivamente, o si su hechura fue rápida o duró millones y millones de años.

A pesar de que la Palabra de Dios es considerada por determinadas personas como una fábula o un relato mítico y simbólico para explicar que Dios ha ideado y creado el universo, lo cierto es que las Escrituras no cesan de darnos señales y evidencias claras de esto. De hecho, la doctrina de la creación, en su enunciado más básico y rudimentario, afirma que el universo fue creado de la nada (ex nihilo) por Dios, que este universo era bueno en gran manera cuando fue creado, y que su finalidad última y primordial es el de dar gloria a Dios que lo creó. Si tenemos clara esta breve afirmación, nuestra visión de todo lo que existe cambiará también nuestros hábitos y actitudes para con el cosmos.

A. UN GRAN CREADOR QUE CREA EL UNIVERSO DE LA NADA

Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca… Porque él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió.” (vv. 6, 9)

Desde el libro de Génesis queda absolutamente nítida la idea de que todo lo que existe fue creado por Dios de la nada: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra.” (Génesis 1:1). Dios no tuvo que recurrir a materia preformada ni a materia preexistente. Es su palabra de poder la que ejecuta cada una de las ideas que surgen en la mente de Dios. La palabra se convierte en el método creativo de Dios, y ésta se une al aliento de vida que la boca de Dios respira. Es voluntad y vida, entrelazados en el poder y la magnificencia de un genio relojero que no deja nada al azar, aunque a algunos pudiera parecerles esto.

La realidad es producto del corazón de un Dios que se deleita en su potestad y soberano deseo, y por ello, sus órdenes dieron existencia a lo que no la tenía. Este misterioso trabajo de Dios, trabajo que el ser humano es incapaz de reproducir, surge de las entrañas de la nada para crear los cielos y todo el ejército de ellos con un propósito excelso.

El universo adquiere su verdadero valor cuando entendemos que su existencia tiene su origen en el deseo de un Dios trino: “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.” (Juan 1:3); “Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él.” (Colosenses 1:16).

No podemos demostrar científicamente este hecho irrepetible y propio de Dios, pero sí podemos creerlo de todo corazón en virtud de su revelación especial: “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios.” (Hebreos 11:3). Dentro de este esquema creador, el ser humano fue a su vez creado desde la materia directa y especialmente por la mano de Dios, marcando la distinción que habría entre nosotros y cualquier otro ser vivo de la creación: “Entonces el Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.” (Génesis 2:7).

Dios da una particular y privilegiada atención al ser humano como corona de su creación: “Desde los cielos miró el Señor; vio a todos los hijos de los hombres; desde el lugar de su morada miró sobre todos los moradores de la tierra. Él formó el corazón de todos ellos; atento está a todas sus obras.” (Salmo 33:13-15).

B. UN GRAN CREADOR QUE ES DISTINTO E INDEPENDIENTE DE SU CREACIÓN

La Biblia continuamente nos habla de Dios como un ser trascendente que es mayor e independiente de su creación. Es mayor por cuanto es capaz de crear algo nuevo de la nada y es independiente porque Él no creó el universo como resultado de alguna clase de necesidad que pudiera tener: “No es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas… Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos.” (Hechos 17: 25, 28).

Sin embargo, el universo sí necesita de Dios, no solo para su existencia, sino también para su supervivencia. A esto podríamos llamarlo inmanencia, es decir, que Dios no solamente crea, sino que no deja en manos del azar esa creación. El cosmos sigue existiendo porque Dios permanece en él e interviene decisivamente para que el orden y el propósito sean una realidad, y para que la vida se dé dentro del marco establecido por Dios desde el principio.

El universo, y nosotros como parte del mismo, necesitamos y dependemos de Dios: “En su mano está el alma de todo viviente, y el hálito de todo el género humano.” (Job 12:10). Si Dios no influyese con su poder, justicia, amor y sabiduría en el mundo, el caos se desataría hasta el colapso destructivo. Menos mal que como decía Pablo a los colosenses: “Él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten.” (Colosenses 1:17).

Es preciso aquí hacer referencia a una serie de pensamientos, filosofías y enfoques ideológicos que son diametralmente opuestos a la perspectiva bíblica de la doctrina de la creación. En primer lugar, el materialismo propugna que no hay Dios y que todo lo que existe es el universo material. La dimensión espiritual queda anulada completamente por la idea de que solo se puede creer en aquellas cosas que son susceptibles de ser percibidas por nuestra capacidad sensorial.

En segundo lugar, aparece el panteísmo y su creencia en que todo el universo es Dios, o al menos parte de Dios. Aboga por destruir la santidad de Dios al asimilar que el mal forma parte de la divinidad y por derrocar la inmutabilidad de Dios al asumir que el universo se halla en permanente y eterno cambio. Además, esta visión panteísta anula de pleno la identidad personal, tanto de Dios como del ser humano, dado que se apuesta por la asimilación y la nadificación del individuo.

En tercer lugar, tenemos el dualismo. Esta corriente de pensamiento enfrenta dos fuerzas superiores que coexisten en el universo, y que mantienen una batalla perpetua por lograr su primacía: Dios y la materia. Un ejemplo muy cinematográfico e ilustrativo son las películas de “La guerra de las galaxias”, en las que existe una Fuerza universal que tiene dos lados confrontados: el lado oscuro y el lado de la luz. Esto supone que Dios no es soberano de toda la creación, sino de una parte de ella, la buena, o que Dios puede ser parte del lado oscuro que crea un mundo inherentemente malvado. Por último, el deísmo, el cual tiene una apariencia más “cristiana”, nos habla de que Dios es creador pero que no interviene en absoluto en la historia de la creación y de la humanidad. Es como si Dios se hubiese desentendido por completo de todo lo que su genial y gloriosa mente ha creado, cuestión que acentúa más si cabe el concepto de sufrimiento y de catastróficas desdichas naturales.

C. UN GRAN CREADOR QUE QUIERE DEMOSTRAR SU GLORIA

¿Cuál es el propósito de la creación según la Biblia? Fundamentalmente, el que ya habíamos suscrito al comienzo del estudio: glorificar a Dios y mostrar su gloria. El universo es un libro abierto para todos los seres humanos sobre quién es Dios y cuál es el alcance de su poder: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría.” (Salmo 19:1-2).

En la consumación de los tiempos la canción que resonará por los siglos de los siglos, es una canción que versa sobre el propósito fiel y constante de la creación del universo: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas.” (Apocalipsis 4:11). En la creación de Dios somos capaces, si ponemos concentración y sinceridad de corazón al hacerlo, de dejarnos asombrar por el poder y la sabiduría que existe tras cada cosa o ser vivo creado: “El que hizo la tierra con su poder, el que puso en orden el mundo con su saber, y extendió los cielos con su sabiduría.” (Jeremías 10:12).

Ya dijimos antes que Dios no necesitaba crear el universo como si tuviese alguna carencia afectiva que demandase idear una realidad con la que relacionarse. Más bien se trata de un acto plenamente voluntario en el que el deleite por su creación y su espectacular habilidad creativa fuesen un placer del que disfrutar. De este modo podemos agradecer a Dios el hecho de habernos hecho a su imagen y semejanza, dado que nosotros también podemos deleitarnos en todo lo creado y podemos imitar, salvando las distancias, los actos creativos y artísticos de Dios.

D. UN GRAN CREADOR QUE SABE LO QUE HACE

El universo creado por nuestro gran Dios fue un universo perfecto en todos sus detalles y bueno en esencia hasta que el pecado entró en escena para distorsionar y retorcer la misión ecológica del ser humano. Con cada paso creativo de Dios, la frase que siempre se repite en el Génesis es “y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera.” (Génesis 1:31).

Tras contemplar y disfrutar la hechura de sus manos y su voz, el Señor da el visto bueno a este mundo. La tierra es un buen lugar para vivir, ser feliz y aprender de la grandeza de Dios: “Porque todo lo que Dios creó es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias.” (1 Timoteo 4:4). Provee de alimento y agua, de trabajo y de una misión vital, de gozo y de un lienzo blanco en el que poder pintar un futuro con mil colores.

El ser humano es llamado a una misión cultural que se enfoca principalmente a seguir reproduciéndose y a administrar correctamente los dones y bienes que el Señor ha colocado en la tierra. Este llamamiento que Dios hace al ser humano se sujeta al correcto entendimiento de la mayordomía en la que es preciso promover el desarrollo industrial, agrícola y tecnológico sostenible, cuidando del medio ambiente y disfrutando con gozo y gratitud a Dios los maravillosos y abundantes frutos del universo.

Dios sabía lo que hacía al idear y proyectar el cosmos en el que nos hallamos hoy, y por eso, aparte de ser bueno en gran manera, también se habla del diseño fino, en el que todas las leyes de la naturaleza se conjugan y entrelazan de una manera tan específica y minuciosa que propician la vida en todas sus expresiones. Dios sabía lo que hacía y por ello no podemos por más que hablar de Él en términos de genialidad superior y de amor creativo.

Dado que la materia creada por Dios de la nada es buena, dada la calidad bondadosa de su artífice, no podemos caer en el error de considerarla mala o malvada, en una especie de ascetismo falsificado en el que la materia oprime al mundo espiritual. El problema no radica en las cosas o en la materia en sí, sino en el uso fraudulento, en el abuso sistemático y en el valor subjetivo que damos a los objetos, conceptos y situaciones.

De este modo no podemos considerar mala a la planta de coca por el hecho de que el ser humano haya refinado tanto su perversión convirtiendo uno de los alcaloides de la planta en una sustancia estupefaciente que destruye vidas y familias. Lo mismo sucede con el dinero, con el sexo, con los alimentos o con otras sustancias, que tomadas con mesura y sensatez, no provocan en el ser humano modificaciones peligrosas de conducta que afectan al prójimo.

CONCLUSIÓN

Como creyentes hemos de sentirnos orgullosos de estar en las manos de un gran creador como es Dios. Nos sabemos sus criaturas, y entendemos que todo lo que existe, lo que podemos y no podemos percibir con nuestros sentidos, es parte de un diseño magnífico y glorioso.

Esta creación tiene un propósito que es el de glorificar a Dios, y nosotros, insignificantes creaciones suyas, hemos de aportar nuestro granito de arena en esa adoración constante que fluye de las montañas, los animales, las estrellas y los ríos hacia el trono de Dios.

Debe estar presente cada día de nuestras existencias mortales el versículo de Nehemías que exalta la soberanía y el cuidado de Dios de su mundo, que reza: “Tú solo eres el Señor; tú hiciste los cielos, y los cielos de los cielos, con todo su ejército, la tierra y todo lo que está en ella, los mares y todo lo que hay en ellos; y tú vivificas todas estas cosas, y los ejércitos de los cielos te adoran.” (Nehemías 9:6)

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO: RECORDANDO EL ANUNCIO MÁS SORPRENDENTE DE LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD

TEXTO BÍBLICO: LUCAS 1:26-33

INTRODUCCIÓN

En los tiempos de la información en los que nos ha tocado vivir un mensaje lo es todo. Necesitamos estar interconectados a través de redes sociales, aplicaciones de mensajería instantánea y vías electrónicas para comunicarnos. Ya las cartas escritas han sido destronadas por los correos electrónicos, las palomas mensajeras por twits, la llamada telefónica casual por whatsapps, y las largas conferencias que antes se mantenían entre lugares distantes y que duraban meses y años, se han acortado por medio de videoconferencias en las que podemos hablar en tiempo real con alguien mientras lo vemos en pantalla. La ingente cantidad de información de la que disponemos hoy día es tan apabullante que resulta muy difícil estar al tanto de todos los trending topics, modas, noticias y curiosidades que suceden a lo largo y ancho de este mundo.

La facilidad que el mundo globalizado tiene de recurrir a métodos tecnológicos que acerquen a las personas a pesar de las distancias ha perdido el calor, la cercanía y la relevancia que tenían los mensajes de viva voz. Hoy, si no nos interesa la conversación en un chat, nos salimos de él o nos hacemos el sueco hasta que la otra parte se cansa y abandona la charla. Si una persona que forma parte de nuestra intrincada vida social en las redes como Facebook o Instagram, queremos tenerla ahí para observar sus ocurrencias sin involucrarnos personalmente en sus opiniones y tendencias, no estamos obligados a ver todas y cada una de sus publicaciones en el muro. Desconectar es fácil cuando existe un canal a través del cual poder excusarnos con frialdad y displicencia.

Sin embargo, cuando un mensaje o anuncio es entregado en mano, cuando las palabras se unen a las miradas y el sonido de la voz provoca sentimientos y emociones en el interpelado, todo es diferente. No podemos desconectar de la conversación así como así, sin menospreciar al que nos habla o sin desdeñar el asunto que le trae y que a él le parece importante. Toca escuchar con mayor o menor atención. Es el momento de dialogar si algo no nos gusta y no podemos hacer caso omiso a cualquier petición. Cuando alguien desea hablar con nosotros mirándonos al rostro, sabemos que se trata de algo relevante y crucial. ¿O no hemos pasado por angustias y nerviosismo cuando nuestro novio o novia nos ha dicho las temibles palabras: “tenemos que hablar”? El caso que nos ocupa en el texto bíblico se refiere a un anuncio o mensaje tan importante y relevante, que no solo incumbe a María o José como primeros afectados, sino que adquiere un significado nuclear para toda la humanidad entre la que nos incluimos.

A. UN MENSAJERO ASOMBROSO

Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David, y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres. Más ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta.” (vv. 26-29)

Normalmente no damos mucha importancia a aquel que nos trae un mensaje. El cartero no suele recibir propinas, o ser agasajado con una invitación a almorzar, o llegar con las manos llenas de regalos a su casa tras su jornada laboral, por lo menos que yo sepa. Tratamos al mensajero como a un simple instrumento del que alguien se vale para transmitir un anuncio sin darle mayor trascendencia a su papel en la entrega de una noticia. También depende un poco de la clase de mensaje que traiga, claro. Todos conocemos anécdotas en las que alguien trae una noticia buena y otra mala. ¿Por qué noticia decantarnos? ¿Por saber primero la buena o por dejarla al final para tener mejor sabor de boca? ¿Y si la mala es tan mala que la buena no es tan buena? Si es una buena noticia podríamos incluso abrazar al mensajero, pero si es mala, tal vez lo que recibiríamos son las palmadas o el abrazo del que nos ha hecho entrega de la misiva.

El mensajero que aquí aparece en escena, no es ni más ni menos que un mensajero de Dios llamado Gabriel. La palabra ángel, que proviene del griego angelos, significa esencialmente mensajero o portador de nuevas. Dios suele enviar mensajeros de su parte cuando se trata de comunicar el anuncio de grandes cosas. Por ejemplo, tenemos a dos ángeles advirtiendo a Lot y su familia de la destrucción de Sodoma y Gomorra, a otro ángel socorriendo a Agar e Ismael en el desierto, a un ángel en medio del fuego llamando a Moisés a liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto, o a un ser celestial animando a Elías en medio de su depresión. A veces, el Señor recurre a sus siervos más directos para que sus promesas y palabras penetren tan profundamente en el corazón y así lograr que sus planes se cumplan sin vacilaciones ni miedos.

La misión que Dios encomienda a Gabriel es una de tal calibre que todo el mundo va a sentir el efecto intenso y maravilloso de su mensaje. Dios no envía a otro ser humano como hizo en tiempos pasados en forma de profetas, los cuales ya vislumbraron el cumplimiento de las promesas de Dios en el futuro. No habla directamente a esta temerosa doncella a través de sueños. Dios envía a un ángel, a uno de sus mayores y más fieles servidores para que no quepa duda de que aquello que se le iba a decir iba a ocurrir con total y absoluta seguridad. Por supuesto, la visión de un ser resplandeciente apareciendo de la nada en su aposento, no deja de ser aterradora. No todos los días se ve a un ángel de Dios mientras te saluda con abrumadora sencillez. No todos los días un ser celestial te manifiesta el favor de Dios. No todos los días puedes, con la boca y los ojos muy abiertos, escuchar de labios sobrenaturales que Dios te ama y que te bendice de manera especial.

B. UNA ELECCIÓN SORPRENDENTE

Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios.” (v. 30)

María, como no podría ser de otro modo, estaría completamente apurada y sorprendida. Mucho más que eso. Estaría totalmente desbordada por un millón de sensaciones, emociones y sentimientos cuando la voz suave y profunda del ángel da los buenos días y brota una bendición de su boca. Ella, una humilde joven a punto de casarse con José, no entendía cómo podía ser que ella fuese el recipiente de este anuncio tan extraño. No era una princesa, ni una mujer noble o acaudalada, ni tenía méritos que exhibir ante el mensajero de Dios. ¿Cómo era posible que Dios tuviese interés en querer hablar con ella a través de este ser resplandeciente? Como bien sabemos, el Señor no envía mensajeros tan especiales sino hay un propósito específico de por medio.

La lógica del mundo vuelve a hacerse añicos con la elección de María como recipiente humano del Mesías. Podría pensarse que Dios escogería a alguien más preparado intelectualmente o más experimentado en la vida. Podría pensarse que el Señor elegiría a alguien de alta alcurnia o con un nivel adquisitivo alto que pudiese abrir mil puertas al futuro Salvador. Sin embargo, Dios escoge lo humilde, aquello que se abre sin resistencia ante sus designios, el alma que está dispuesta a creer sin temores ni dudas. María estaba lista y su comportamiento para con todos y especialmente para con Dios la hacían la persona más adecuada y oportuna para cumplir los deseos eternos del Señor. Nadie iba a lograr lo que María logró: hallar gracia ante los ojos del Creador, el cual la contemplaba desde la gloria como la madre perfecta para el futuro mediador entre Él y los hombres. Dios, cuando escoge a alguien para llevar a cabo sus propósitos sabios y soberanos, no mira lo que nosotros miramos, sino que, escudriñando el corazón sabe a ciencia cierta quién puede colmar sus mandamientos y directrices: “Porque el Señor no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón.” (1 Samuel 16:7).

C. UN NIÑO SORPRENDENTE

Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.” (vv. 31-33)

Después del susto inicial, de las palabras enigmáticas del ángel y de haber escuchado que había sido elegida por Dios para una tarea muy especial e increíble, María recibe el anuncio más formidable y maravilloso que nunca un ser humano haya oído. Iba a convertirse en la madre de un niño sin haber conocido varón. Esto era algo inaudito. ¿Cómo iba Dios a apañárselas para que pudiese quedar embarazada de un hijo sin haberse casado con José? Desde su mente finita y limitada, no se da cuenta de que Dios tiene poder más que suficiente para hacer que lo imposible sea una realidad: “Porque nada hay imposible para Dios.” (v. 37). Dios ya ha establecido desde la eternidad este momento para poder encarnarse en un ser de carne y hueso y así caminar junto a la corona de su creación: la raza humana. Su nacimiento sería como el de cualquier otro niño, sin prebendas ni privilegios. Su vida estaría rodeada de las mismas necesidades, alegrías y aventuras que la de cualquier otro ser humano. Sin embargo, su nombre es un nombre que Dios ya ha anticipado y que lo significa todo para su futura misión en la tierra. Jesús es el nombre de un Dios que se acerca piel con piel con el resto de los mortales. Es la esperanza para los marginados y menesterosos, y la salvación para los perdidos.

A pesar de que la sangre circula por sus venas, que pasa frío y calor en las estaciones del año y que el estómago le gruñe cuando tiene hambre, Jesús también es Dios mismo, es el Autor de la realidad, es la eternidad en un puñado de polvo y barro. Será grande, no por su poder político, o por sus hazañas bélicas, o por construir los más fastuosos monumentos de la historia, sino por inaugurar el reino de los cielos en este mundo, permitiendo la oportunidad de que cada persona de esta tierra pueda ser redimido de sus pecados y beber el agua de vida de la salvación. Será grande, no por ser un filósofo seguido por miles de discípulos, o por ser un orador impresionante y conmovedor, sino por mostrar en su humildad la gracia de Dios desplegada ante los ojos de todos los hombres. Será grande porque a pesar de las torturas que tuvo que soportar, la muerte vergonzosa que tuvo que arrostrar y la injusticia que se cometió contra él, se convertiría en el centro vital de millones de personas a lo largo de la historia que creerían en él como Señor y Salvador de sus existencias.

Será el rey soberano de un pueblo que es capaz de reconocer su señorío y reinado. Su reino no tiene fronteras ni aduanas, sino que abarca el tiempo y el espacio sin límites. Su reino no es terrenal, perecedero y efímero, como el de emperadores, dirigentes y dictadores que han pasado al olvido tras ver como sus imperios y reinos desaparecían en la memoria de las crónicas humanas. Su reino es dulce y hermoso, pues su autoridad y dominio no son gravosos ni forzados, sino que por el contrario, es un reino de amor y misericordia perpetuos. Este niño que habría de nacer sería el dueño de toda una nación de corazones y espíritus que entregarán todo su ser a su servicio como muestra de gratitud y gozo por el perdón de los pecados.

CONCLUSIÓN

Este sorprendente anuncio debe ser recordado en este día para volver a recuperar de nuestra memoria aquel día en el que también recibimos un mensaje que cambió y transformó completamente nuestras vidas. Ese bienaventurado día, tal vez no fue un ser refulgente y esplendoroso el que descendió de la gloria de Dios para transmitirnos un mensaje, pero sí fue un siervo del Señor el que nos comunicó que habíamos sido elegidos por Dios para ser salvos y ser lavados de toda nuestra maldad. Al igual que María, cuando escuchamos el evangelio de Cristo, tal vez nos sentimos intimidados ante lo que se esperaba de nosotros y ante las dificultades que comporta ser discípulos suyos. No obstante, cuando Dios nos habla con tanta claridad a nuestros corazones, la duda o el temor se esfuman para recibir el mensaje de salvación y perdón con los brazos abiertos y los oídos preparados.

Hagamos que ese niño del cual hacemos memoria hoy, siga siendo grande y rey en nuestras vidas para gozarnos con nuestros hermanos en estas celebraciones navideñas que ya casi comienzan.

Thanksgiving Day: Mucho por lo que estar agradecidos

TEXTO BÍBLICO: MATEO 7: 7-11

INTRODUCCIÓN

Hoy en lugares de otras latitudes celebran un día muy especial: el Día de Acción de Gracias. Más allá de idiosincrasias culturales o folklóricas, siempre es buena idea detenerse por un instante para valorar la provisión que Dios derrama sobre nosotros, en nuestra juventud. Por ello hemos de meditar el alcance de esta provisión divina a la luz de las palabras de Jesús en el Sermón del Monte.

Desde su caída en desgracia a causa de su desobediencia y orgullo insensato, el ser humano siempre ha sufrido necesidades y ha ido descubriendo carencias que evidenciaban el resultado nefasto y dramático de sus malas decisiones. Pasar de un entorno en el que la provisión divina se ajustaba perfectamente al alcance de su mano; en el que la perfección en la satisfacción de cualquier necesidad era absolutamente increíble; y sentir con disfrute la comunión y presencia de Dios, y así alegrar el alma y el espíritu, a otro medio ambiente hostil, donde era una verdadera tortura tener que hacer crecer y florecer el alimento con el sudor y el esfuerzo cotidiano; donde la tierra, si no era cultivada convenientemente solo produciría espinos y malas hierbas; y donde la ruptura espiritual y emocional con Dios iba a desembocar en el crimen, el asesinato y la mentira, fue tal vez el mayor error de la historia de la humanidad.

Mientras el ser humano se humillaba delante de Dios y reconocía su dependencia de la misericordiosa mano provisoria del Señor, nada había de faltar en cuanto a las necesidades más perentorias, e incluso abundaban las bendiciones no solicitadas como un regalo de gracia que alegraba el corazón. Pero cuando el mortal de turno pretendía lograr el éxito y la felicidad con la limitada agudeza de su intelecto y con las menguantes fuerzas de sus brazos, ignorando el amor y la compasión de Dios, y rechazando cualquier don que pudiese provenir de los cielos, la desgracia se declaraba hasta terminar dantescamente en miseria y muerte.

Nuestro ser, en todos los aspectos que lo conforman de manera fundamental, tiene necesidades, más allá de cualquier deseo o capricho que se quiera inventar ese veleidoso enemigo del ser humano que es su tendencia e inclinación a ansiar lo que no le conviene. Tenemos necesidades físicas básicas como la comida, el agua o el abrigo de las inclemencias meteorológicas. Tenemos necesidades intelectuales propias de la imagen de Dios a la que fuimos asemejados, queriendo conocer más y más de nuestro alrededor, de nuestras profundidades metafísicas, de lo desconocido. Tenemos necesidades afectivas o emocionales, en el sentido de sentir que nos falta algo si no nos relacionamos con otros seres humanos en distintos ámbitos como la familia, el matrimonio, las amistades, las uniones ideológicas y religiosas.

Y tenemos, como no, aunque queramos esconderlas u obviarlas, necesidades espirituales que resuenan como un eco ignoto en nuestras conciencias, en nuestra alma y en nuestro espíritu, demandando responder a cuestiones que se relacionan a nuestros orígenes, nuestro propósito de vida, el más allá tras el telón de la muerte, y la sensación de que existe algo o alguien que nos supera y que está más allá de nuestra finita imaginación. Todas estas necesidades deben ser cubiertas, pero la pregunta que nos hacemos al respecto es: ¿Quién o qué podría colmar y satisfacer de manera completa y plena cada una de estas necesidades?

Según el diccionario, una necesidad es “la expresión de lo que un ser vivo requiere indispensablemente para su conservación y desarrollo.” Es decir, que para poder sobrevivir en el inhóspito mundo en el que desarrollamos nuestra plenitud como personas y seres vivos, existen factores que deben ser provistos inmediatamente, ya que de otro modo, su falta de satisfacción produciría resultados negativos evidentes, como puede ser una disfunción o incluso el fallecimiento del individuo, tanto fisiológico como espiritual. Si en un arrebato humanista, queremos pensar erróneamente que el ser humano es capaz por sí mismo de satisfacer cada una de las necesidades que tiene, el desastre está servido a la vista de cómo funcionan nuestras sociedades supuestamente avanzadas y nuestras civilizaciones presuntamente civilizadas.

La historia y la experiencia más real y cruda nos demuestran cada día que el afán del ser humano por cumplir las expectativas de felicidad que alberga en su interior, solo es una quimera y una imposibilidad. Tal vez podamos saciar nuestros vientres con comida y nuestras gargantas con agua, al menos en la parte del mundo en el que nos ha tocado vivir, pero ¿qué hay de las miles y miles de personas que no tienen nada que llevarse a la boca y que fallecen a causa de la inanición y la sed en la otra cara mala del mundo?

Alguien externo a nosotros mismos debe mostrar compasión por nuestros inútiles e improbos esfuerzos por construir un sistema social justo, de bienestar y perfecto, donde las necesidades dejen de existir. Ese Alguien que supervisa el estado de cosas de todo el universo, ante el que se pliegan todas las circunstancias de la historia y todos los elementos creados visibles e invisibles, es Dios. Solamente Él puede cumplir con su Palabra de proveernos de todo lo necesario para nuestra conservación y desarrollo integral.

Por provisión, estamos hablando de “proporcionar lo necesario o conveniente para un fin determinado.” Esta palabra que tanto usamos los cristianos proviene del latín “providere”, que significa “ver con antelación” y que se relaciona con la otra palabra casi idéntica “prever”. Cuando Dios provee, además prevé, esto es, que examina con la suficiente antelación qué podemos necesitar y la solución a la necesidad ya se halla preparada en sus manos a la espera de ser dada en el instante debido y oportuno. Veamos qué dice Jesús sobre esta provisión de Dios.

  1. LA PROVISIÓN ES UNA SECUENCIA QUE EMPIEZA CON NOSOTROS Y TERMINA CON DIOS

Jesús, tras abordar la idoneidad de juzgar equilibrada y sensatamente al prójimo versículos antes, ahora opta por entregarnos una serie de promesas de parte de Dios en cuanto a la satisfacción de cualquier necesidad que nos pudiese acuciar en este plano de la existencia. Comienza enumerando tres acciones que el ser humano debe llevar a cabo para que en consecuencia pueda acceder a las bendiciones provisorias de Dios: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.” (vv. 7-8). Pedir, buscar y llamar son acciones que voluntaria y voluntariosamente debe realizar cada discípulo de Jesús para recabar de Dios el auxilio y socorro oportuno.

Esto nos da pie a comparar el modo en el que nuestros congéneres, menos generosos y cariñosos, nos dan cuando pedimos, nos ayudan a encontrar cuando buscamos algo, o nos abren cuando llamamos a sus puertas. Por lo general, cuando pedimos algo que necesitamos de verdad a alguien, suelen sucederse las típicas normas de devolución, porque la gente pocas veces da, y en la mayoría de las oportunidades, prestan, y con intereses. A menudo ya ni pedimos, a menos que estemos realmente desesperados y superados por las circunstancias adversas, porque tenemos miedo de la respuesta que provenga de labios del que se ha de convertir en acreedor.

Qué podemos decir de hacer un mínimo intento por buscar respuestas en la consulta de sesudos y sabihondos intelectuales y filósofos. En cuanto algunos interrogantes son suscitados en nuestro fuero interno, todo el mundo va a ayudarnos a pensar como ellos desde sus preferencias ideológicas, pero nunca darán pie a permitirnos buscar la verdad y la justicia por nosotros mismos. Lo mismo sucede con llamar a las puertas de otros en un momento de carestía. Es más fácil encontrarnos con puertas cerradas a cal y canto, en el sentido literal y metafórico del corazón, que con puertas abiertas a la compasión y la piedad.

No obstante, con Dios no es así. Cuando pedimos, no necesitamos cumplimentar mil documentos burocrácticos que nos permitan el acceso a la santidad y benevolencia de Dios, ni siquiera es procedimental ser una persona perfecta en todos los aspectos, lo cual es imposible se mire por donde se mire. Tenemos la posibilidad de pedir en oración a Dios, justo desde donde estamos, aquello de lo que tenemos necesidad, y sin falta esa petición será un hecho. A la experiencia personal me remito. Cuando buscamos paz, justicia y verdad en un mundo que se halla inmerso en guerras, terrorismo, desajustes brutales en la distribución de la riqueza, o relativismos morales, el único lugar en el que tras buscar sincera y auténticamente las encontraremos, es la presencia de Dios por medio de su Palabra viva.

Cuando llamamos a su puerta, una entrada franca para aquellos que creen en su poder, providencia y salvación, ésta se habrá de abrir sin problemas para que puedas recibir desbordadamente de su amor y su inagotable provisión, bien sea fisiológica, intelectual, emocional o espiritual. Contamos con la fidelidad inalterable de Dios de que siempre cumple su palabra, a diferencia de la infidelidad y la deslealtad propias del ser humano, la cual es suficiente garantía de que recibiremos a su debido tiempo y en su debida forma aquello que necesita nuestra vida para ser preservada y para crecer. Dios es consecuente con sus promesas, pero la secuencia siempre comenzará con nuestra iniciativa de confesión y reconocimiento dependiente del Soberano del universo.

  1. LA PROVISIÓN ES UNA CUESTIÓN PATERNAL Y CELESTIAL

Sabiendo que Dios espera con gozo y alegría que acudamos a Él para ser receptores de su gracia y provisión ilimitadas, Jesús quiere ilustrar esa realidad realizando una comparativa entre lo que significa ser un padre terrenal y lo que es Dios como Padre: “¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (vv. 9-11).

Todos aquellos que somos o hemos sido padres reconocemos que nuestra manera de criar a nuestros hijos ha sido imperfecta. Claro, hemos intentado hacer todo lo posible por educarlos desde el respeto por los demás, desde los mandamientos de Dios y desde los principios de conducta que nos parecían correctos e idóneos. En muchos casos nos hemos desvivido por inculcarles el temor de Dios y un estilo de vida ajustado a una moral cristiana definida por nuestra visión de lo que está bien o mal. Sin embargo, ¿en cuántas ocasiones hemos hecho lo contrario de lo que predicábamos a nuestros hijos y éstos han sido testigos de nuestra incoherencia? ¿En cuántas oportunidades creímos que estabamos haciendo algo en su beneficio, y en realidad lo que ansiábamos es que cumpliesen con nuestras expectativas personales? ¿Nos acordamos de instantes en los que salió lo peor de nosotros mismos a causa de circunstancias externas estresantes que pagamos con ellos? Querramos o no, hemos de reconocer nuestra incompetencia como padres terrenales en muchos momentos de la crianza de nuestros retoños.

Un atenuante a nuestra imperfecta manera de instruir a nuestros hijos, es que a pesar de ser malos y de ejercer injusta y desproporcionadamente nuestra disciplina sobre nuestros descendientes, nos hemos deslomado y sacrificado sin fisuras por que ellos recibieran incluso más y mejor que cuando nosotros eramos a nuestra vez hijos. A veces, hasta nos hemos pasados tres pueblos, y hemos contribuido a que ya no nos pidan para sus necesidades básicas, sino que nos imponen la obligación de que resolvamos su visión materialista de lo que para ellos ahora supone una necesidad. Pero eso ya es harina de otro costal.

Lo cierto es que ni hemos dado piedras ni serpientes a nuestros hijos, sino todo lo contrario, hemos removido cielo y tierra para cubrir sus necesidades más imperiosas. Pues imaginémonos lo que Dios como Padre celestial puede hacer por nosotros. Nuestro Padre con mayúsculas, que nos conoce de pies a cabeza, que es testigo de nuestras gamberradas, que vela para que nada nos suceda y que piensa en nosotros las veinticuatro horas del día, 365 días al año, 366 si es bisiesto, ¿cómo no va a mostrarse pronto para satisfacer cualquiera de nuestras necesidades? Él tiene el poder absoluto sobre todas las cosas, y no dudará en demostrarte su amor y cuidado de las maneras más milagrosas y alucinantes.

Solo hay que pedir con sabiduría, guiados por el Espíritu Santo, con humildad y reconocimiento de nuestra dependencia de su gracia abundante, y Él responderá como Padre amoroso y tierno que es desde la eternidad y hasta la eternidad. Ninguno de sus hijos ha sido defraudado o decepcionado por su auxilio y sostén.

CONCLUSIÓN

El seguidor de Cristo puede estar completamente seguro de que la solución a sus problemas de necesidad y carestía estarán perfectamente cubiertos por su Padre que está en los cielos. El propio Jesús pudo ser testigo de ello, precisamente en los momentos más críticos de su vida y ministerio. A diferencia de lo que nos pueda “dar” este mundo, Dios nos ofrece justo lo que necesitamos en el tiempo debido.

A diferencia de lo que podamos “buscar” en nuestro entorno humano, siempre encontraremos en Jesús el camino, la verdad y la vida, y a diferencia de la puerta a la que podamos llamar en este mundo mortal, la puerta al Padre solo es una y siempre estará abierta a causa de la cruz de Cristo. No tengamos temor, Dios suplirá nuestras necesidades cuando en oración y súplica fervientes acudamos confiadamente a su trono de gracia y salvación. Detengámonos por un instante en esta jornada para darle gracias por su ayuda y protección, y para darle la gloria que Él solo merece.

MALAS COMPAÑÍAS EN LA JUVENTUD


TEXTO BÍBLICO: PROVERBIOS 1:8-19


INTRODUCCIÓN


El apóstol Pablo sabía de qué hablaba cuando un día comentó que las malas compañías corrompen las buenas costumbres. Es una verdad como un templo. ¿A cuántas personas, que fueron educadas esmeradamente por sus padres, matriculadas en los mejores colegios, institutos y universidades, y rodeadas de todo lo necesario para vivir holgada y sosegadamente, no les ha pasado que, al juntarse con determinadas amistades, han echado a perder por completo su futuro? ¿Cuántos individuos no han dinamitado sus propias vidas a causa de abominar de los consejos familiares y entregarse en brazos de compañías dañinas, tóxicas y peligrosas? ¿Cuántos hijos e hijas no han caído en lo más profundo de las fosas de la autodestrucción y de la adicción por seguir la corriente de la presión grupal de sus iguales? ¿Cuántas vidas no se han truncado por andar con personajes de mala ralea y peores intenciones para con la sociedad?

Conocemos, seguro, a jóvenes impresionables que, con tal de no desentonar en el contexto de la pandilla, se han olvidado por completo de la seguridad y protección de la consejería paterna o materna, y han comenzado a juguetear con cosas ilegales, ponzoñosas y esclavizantes. Aquel chico o aquella chica que parecía que iba a llegar lejos, da con sus huesos en la cárcel, en un callejón oscuro repleto de drogadictos, en un basurero recogiendo algo con que seguir pagando su dosis, o en un internado para delincuentes psicológicamente antisociales.


Es lamentable tener que contemplar cómo un hijo o una hija se desliza peligrosamente hacia el lado oscuro de la vida, cómo opta por hacer caso de sus pares en lugar de obedecer las directrices de quienes más los aman, cómo hace oídos sordos a las reconvenciones y amonestaciones de personas sabias y experimentadas en quebrantos. Es preocupante observar que las relaciones familiares se quiebran en mil pedazos cuando el criterio de un imberbe e inexperto adolescente o joven se valora por encima del de los progenitores. Es triste comprobar cómo la juventud se deja llevar por energúmenos egoístas y hedonistas que se alegran de poder corromper la vida de otros de sus semejantes.

Los padres siempre tememos el momento en el que nuestros hijos e hijas comienzan a despuntar en la adolescencia, y rogamos al Señor que no se involucren relacionalmente con cuadrillas inmoralmente irresponsables y con juntas que pueden provocar daño a personas inocentes de nuestro entorno.

EL ROL DE LOS PADRES EN LA CRIANZA DE SUS HIJOS


Salomón también conocía los riesgos y amenazas que pueden surgir en los tiempos de la mocedad del ser humano. Sabía a ciencia cierta que muchas veces el potencial esplendoroso que se adivinaba en un muchacho o una muchacha podía desvanecerse a causa de una mala elección de compañías. Por eso, el rey sabio desea que todo ser humano entienda que no existe mejor lugar para aprender sabiduría y llenar el corazón de sensatez y prudencia que la familia. El papel de los padres en la educación y crianza de los hijos es fundamental aquí. Todo empieza en el hogar.

Si los padres se involucran plenamente en la construcción de unos cimientos firmes y asentados en la Palabra de Dios, y si se desviven por modelar para sus hijos vidas felices y consagradas al Señor, será mucho menos probable que los hijos caigan en las redes de compañías perniciosas para ellos. Si, por otra parte, los padres son negligentes a la hora de inculcarles principios rectores de la vida desde las Escrituras, la posibilidad de que éstos entren en barrena cuando el grupo de amistades les propongan realizar machadas de índole delictiva, es enorme.


Es interesante descubrir desde el texto que hoy nos ocupa, que Salomón cree necesario que, tanto el padre como la madre, se muestren unánimes en cuanto a la educación y consejo de sus criaturas. No es una función que solamente lleva a término uno de los dos. Para que la crianza según las estipulaciones bíblicas logre su objetivo de manera eficaz y óptima, ambos deben participar de esta labor nuclear: “Escucha, hijo mío, la instrucción de tu padre y no abandones la enseñanza de tu madre, porque adorno de gracia serán en tu cabeza, y collares en tu cuello.” (vv. 8-9)

El mejor consejo que un hijo o hija pueda recibir en la vida es que escuchen con atención y concentración la enseñanza de sus padres. Llega un momento en la adolescencia en la que nuestros hijos se desayunan con una realidad implacable: sus padres no son un modelo perfecto y no lo saben todo sobre todo. Comienzan a prestar oídos a lo que sus iguales les transmiten, a lo que los medios de comunicación les predican, y a lo que sus profesores les enseñan, y se dan cuenta de que ellos también pueden incluso dar lecciones a sus padres. Ahí es donde entra esa actitud chulesca que casi todos hemos tenido en nuestra adolescencia de creer que lo sabíamos todo, o que al menos teníamos un nivel de cultura superior al de aquellos que nos dieron la vida.


El problema de este talante ufano y presuntuoso de la adolescencia, es que cualquier conocimiento, dato o información recibidos, no se corresponde con una experiencia vital que solamente detentan los padres. Saber cosas no significa que sepamos qué hacer con ese conocimiento. Y ahí es donde muchos meten la pata y donde muchos jóvenes rompen definitivamente con el ejemplo y la asesoría vital de sus padres, para escuchar a otros como ellos, con ideas completamente distintas a las que había recibido en su hogar, y con perspectivas inmaduras que llevan a corto plazo a la miseria.

Justo cuando se dan el batacazo padre, cuando se ven frustrados y recapacitan sobre sus caminos errados, entonces comprenden que apenas han salido del cascarón, y que sus acciones no han ido acompañadas con una auténtica sabiduría que procede de Dios y que es canalizada a través de la piedad y la santidad de los padres.

Cuando un hijo o hija sigue la instrucción de sus padres desde la base de la Palabra de Dios, verá más pronto que tarde que todas esas enseñanzas tiernas y coherentes que ha recibido le permiten caminar por la vida con confianza y rectitud. Del mismo modo que los adornos, las joyas y los collares son hermosos, valiosos y deseados, así es la sabiduría que brota de los corazones de los padres, sin importar la edad que ellos tengan, sin importar la edad que nosotros tengamos.

ALERTA CONTRA LAS MALAS COMPAÑÍAS


El consejo de Salomón a cualquier hijo de vecino en cuanto a las compañías parte de la idea de que es inevitable que nuestros vástagos se relacionen con otras personas de forma social. Los muchachos y muchachas se encuentran para divertirse juntos, para compartir aficiones y gustos, para disfrutar de la compañía mutua y para construir lazos que, con el tiempo, pueden derivar en otros más férreos, comprometidos y duraderos, como la amistad o el noviazgo. En todo esto no hay nada malo, todo lo contrario. Todos hemos pasado por esta etapa y, en mayor o menor medida, hemos celebrado este tiempo de la mejor manera posible, y hemos intentado edificar una red de relaciones que duran incluso hasta el día de hoy.

Si todo esto se hace dentro de los parámetros de lo bíblicamente aceptable, nada hemos de temer al respecto. El auténtico problema aparece cuando esto no es así, y cuando un joven recibe la invitación de un grupo de amigotes para tramar hechos delictivos: “Hijo mío, si los pecadores intentan engañarte, no lo consientas. Si te dicen: “Ven con nosotros, pongamos asechanzas para derramar sangre, acechemos sin motivo al inocente; los tragaremos vivos, como el seol, y enteros, como los que caen en la fosa; hallaremos toda clase de riquezas, llenaremos nuestras casas con el botín. Ven, une tu suerte a la nuestra y hagamos una bolsa común entre todos”, tú, hijo mío, no vayas en el camino con ellos, sino aparta tu pie de sus veredas, porque sus pies corren hacia el mal, se apresuran a derramar sangre.” (vv. 10-16)


Lo primero que advierte el padre y la madre a un hijo o hija que comienza su andadura en términos sociales o de amistades es que tenga cuidado con determinadas personas, consideradas de dudosa catadura moral. Cuando era hijo mis padres lo hacían conmigo, y yo lo hago con mis hijas a riesgo de ser más pesado que un matrimonio a la fuerza. Un padre no se cansa nunca de repetir hasta la saciedad que cuando jóvenes de mala fama y peor suerte te propongan ser sus amigos, te niegues en redondo. “Pero es que son muy guays,” “pero es que tienen la cuadrilla más molona,” “pero es que, si quiero ser famoso o famosa en mi barrio, o en el insti, hay que juntarse con ellos porque la fiesta que montan es genial,” “pero es que…” Ni peros, ni nada.

El consejo, oh joven, es que cuando vengan a ti para reclutarte en su elitista grupo súperultramegachachi, digas no, no para ser un seco, o un soso, o un estrecho mental; es para la supervivencia de tu porvenir y para la paz de tu espíritu. “Venga, que te lo vas a pasar súperbien,” “Vamos, no te hagas de rogar, que no pasa nada, si tus viejos no se enteran,” “Va, no seas así, fluye con la corriente…” No es no. Lo que puede parecer un ofrecimiento incluso de carácter privilegiado se puede convertir en la tumba de tu futuro como persona.


Porque las intenciones de una pandilla tóxica no son las de involucrarse culturalmente en temas de música o arte, las de colaborar con la sociedad con un espíritu crítico y activista, o las de participar en competiciones deportivas. Las metas de estas bandas son las de hacer daño o herir a todo lo que se mueve, las de ir a las discotecas a armarla por cualquier chorrada, las de quedar para pegarse palizas con bates de beisbol o con navajas, y las de marcar el territorio para realizar sus chanchullos y negocios ilegales. Sus objetivos son las personas que solo pasan por ahí, sin saber que son la diana de las frustraciones personales de unos malnacidos.

Limpian los bolsillos y las carteras de los pobres trabajadores, esperan a las personas jubiladas que salen del banco tras cobrar sus pequeñas pensiones, violan a muchachas en cualquier portal para demostrar lo machotes que son, matan si es necesario para después enorgullecerse de sus sangrientas y abyectas hazañas. Solo buscan arrebatar, rapiñar y despojar a cualquiera para gastar ese dinero en drogas, alcohol, ropas y zapatillas caras, y demás utensilios que puedan emplearse para seguir esquilmando y atemorizando a sus conciudadanos. Se unen en una tropa porque saben que solos no son nadie, que pueden ser vencidos fácilmente, pero que si se alían pueden llegar a tener el poder sobre la vida o la muerte de cualquier viandante al que aborden violentamente.


Es incomprensible e inconcebible, al menos para mí, que todavía existan jóvenes y adolescentes que incluso sigan, alaben o glorifiquen a este tipo de grupos. La conciencia cauterizada que ya tienen muchos mozalbetes lleva a convertirse en ejemplares insensibles de la escoria humana. El otro día apalizan hasta la muerte a uno de sus compañeros de estudios, y en lugar de echar una mano, la echan, pero para grabar la agonía y la tortura a la que fue sometido este chico. Se citan después del instituto para golpearse y darse tundas barriobajeras por la mirada que me has tirado, porque no me has dejado el típex, porque me caes mal y punto, o porque soy un maltratador que disfruta de vapulear a otros que son más débiles que yo.

¿Dónde están los jóvenes de Dios que se sienten indignados ante estas circunstancias y prácticas? ¿En qué lugar podemos encontrar a muchachos y muchachas que busquen la armonía, la paz y los valores éticos del Reino de los cielos? Los padres, tras presentar la locura de entrar a formar parte de estos colectivos juveniles de baja estofa, conminan a sus hijos a que pasen de esta clase de personas. La idea es que no se ven inmiscuidos en problemas con la ley, con sustancias estupefacientes adictivas, con complicidades delictivas o con la frialdad de un corazón que considera a cualquier ser humano como alguien al que hay que amenazar y extorsionar.


No serás el más cool, el más guay, el que tenga más likes o el que más lo pete en las fiestas del pueblo o del barrio. Pero podrás transitar por la vida sin unas cargas que sí tendrán que acarrear aquellos que infligieron heridas a sus prójimos, que padecerán los resultados de sus desvaríos y abusos con el alcohol y las drogas, que arrastrarán un historial delictivo que no les permitirá ser considerados para trabajos y oficios, aunque se rediman ante la ley y la sociedad, y que vivirán, el tiempo que les deje vivir su venenosa trayectoria, con la culpa y los remordimientos de haber cometido crímenes de lesa humanidad.

El joven hoy no se da cuenta de lo feliz, tranquila y serenamente que se puede vivir al margen de grupúsculos vandálicos, de tropas agresivas y violentas, y de presuntas amistades que te pueden hundir la existencia. Escurre el bulto, aléjate de las malas compañías, huye de las tentaciones que puedan presentarte, y presenta tu vida delante de Dios para ver colmadas tus esperanzas y cumplidos tus sueños de un futuro equilibrado, controlado por el Señor y guiado por el Espíritu Santo.

EL DESTINO DE LAS MALAS COMPAÑÍAS


A veces, escucho por parte de pedagogos, psicólogos y demás estudiosos de cómo debemos criar a nuestros hijos, que los padres debemos evitar en lo posible traumatizar a nuestras criaturas con imágenes negativas de lo que supone tomar una serie de decisiones equivocadas. No podemos turbar la mente de nuestros pequeños con retratos de la miseria que conlleva seguir caminos tortuosos y malvados, porque si no, se traumatizan de por vida, y eso sí que no. Sin embargo, Salomón recomienda lo contrario. Tus hijos deben saber a qué se enfrentan si escogen abrazar la maldad, la violencia y la depravación: “En vano es tender una red ante los ojos del ave, pero ellos a su propia sangre ponen asechanzas, contra sí mismos tienden la trampa. Así son las sendas de todo el que es dado a la codicia, la cual quita la vida de sus poseedores.” (vv. 17-19)


Lo que ignoran todos aquellos que eligen formar parte del reducto de malhechores y delincuentes habituales que existe en medio de cualquier ciudad o localidad, es que ellos se están tendiendo la trampa contra sí mismos. Mucho jiji y mucho jaja, cuando despluman a alguien de sus pocos ahorros, o cuando van a trescientos por hora por la carretera con sus cochazos con riesgo de provocar un accidente mortal de necesidad, o cuando graban con sus móviles a una muchacha mientras la violentan, cuando matan a golpes a un mendigo que duerme en la calle, o cuando prenden fuego a un sintecho en un cajero bancario. Ahí se enorgullecen y presumen de sus asquerosos hechos, lo publican en las redes sociales y en Youtube, lo difunden entre el resto de sus afines, creyendo, en su estulticia e idiotez supina, que no recibirán el pago por sus acciones deleznables.

Pero justo es Dios, y breve es la vida terrenal, para que un día sea el lloro y crujir de dientes a causa de su sentencia de muerte eterna. Tal vez en esta vida algunos no lleguen a pagarlo, pero en el día del Juicio, a menos que se arrepientan y sienten la cabeza mientras piden perdón a Dios y a aquellos a los que amedrentaron y agraviaron, sufrirán la peor de las suertes y de los destinos habidos y por haber, el infierno que consumirá su ser perpetuamente.


Las cárceles están llenas de personas que en su juventud tomaron malas decisiones y que se juntaron con quienes no debían. La huella de sus perversas acciones quedarán grabadas a fuego en las mentes y memorias de la sociedad. El recuerdo de sus malignos hechos echará para atrás a cuantos se encuentren con ellos en el camino de la vida. Las repercusiones de juntarse con individuos e individuas tóxicos son más graves de lo que podemos llegar a imaginarnos.

Ya lo dice el refrán: “Dime con quién andas, y te diré quién eres.” Y aunque este adagio popular, producto de la experiencia tradicional, no siempre puede emplearse para generalizar, lo cierto es que uno debe cuidar qué clase de relaciones tiene con otras personas, y habilitar la capacidad de mantenerse al margen de cualquier actuación de perfil delictivo que pueda proponerse en un momento dado desde la presión grupal.


CONCLUSIÓN


Alguien podrá decir que Jesús se juntaba con pecadores y ladrones, para justificar su relación con bandas criminales o de tendencia agresiva. Jesús sí tuvo relación con estos grupos de personas marginalizadas, pero no para unirse a sus contubernios delictivos, o para ejercer de coartada para malhechores. Jesús no se unió a ellos, sino que trató por todos los medios sacarlos de esa realidad terrible y desastrosa en la que vivían, logrando en bastantes casos, que personas perversas cambiasen sus vidas y retornasen lo robado a los agraviados.

Una cosa es tener amistades que han equivocado su camino, y otra es colaborar en sus propuestas ilegales. Podemos socializar con personajes de corte violento o agresivo, pero solo desde la madurez espiritual, y para presentarles el evangelio de Cristo, y para ser ese paño de lágrimas cuando, tras consumar sus planes delictivos, está ahí para guiarlos al conocimiento de Jesús. Más allá de esto sería una imprudencia.


En nuestras manos está que nuestros adolescentes, niños y jóvenes escojan vivir de acuerdo a la voluntad de Dios. Con el paso del tiempo se va haciendo más difícil y complicado, pero fiel es el Señor que nos dará la sabiduría necesaria y oportuna para criar y conducir a nuestros hijos en las sendas de Cristo. Roguemos por su seguridad y porque, en el instante conveniente, sepan discriminar entre el bien y el mal en sus propias vidas.