PROPÓSITOS DE AÑO NUEVO


TEXTO BÍBLICO: COLOSENSES 3:12-14

Cuando terminamos un año y comenzamos a andar en el siguiente, surge en nosotros un espíritu de renovación, de empezar desde cero, de corregir nuestros errores, y de situar cronológicamente el momento desde el que haremos esa serie de ajustes que nos hagan mejores personas. Esta actitud, tal vez innata o tal vez generada por la costumbre social, hace que en estos primeros días del año nuevo expresemos un conjunto de deseos que poder hacer realidad en nuestras vidas: aprender nuevos idiomas, adelgazar, dejar algún vicio malsano, amar a nuestro prójimo con más énfasis en lo práctico, diezmar diligentemente… Lo cierto es que muchos de estos propósitos son muy legítimos. Somos conscientes de las torpezas que hemos cometido en el año anterior y pretendemos encauzar y arreglar nuestros hábitos para ser personas productivas y amables.

El problema surge cuando nuestros buenos deseos dependen de nuestras fuerzas, de nuestra voluntad y de nuestras energías. ¿Cuántos propósitos o cuántas promesas de principio de año se han quedado en agua de borrajas por causa de nuestra intemperancia? ¿Cuántos planes de dieta han sido dejados en el olvido en el transcurso del primer mes? ¿Cuántas metas se han dejado de incumplir al poner nuestra confianza en nuestro esfuerzo personal? El resultado tan pésimo de nuestra inoperancia ha llegado incluso a sentirnos frustrados y a comenzar a hablar de nosotros mismos como de auténticos desastres.

Todo esto sucede por una única razón, y es que cuando tomamos la determinación de llevar a cabo un ajuste en nuestras vidas, nos olvidamos de lo que Dios quiere para nosotros. Nuestros propósitos a menudo chocan con los propósitos de Dios porque nos afanamos en lograr objetivos en nuestras vidas a base de obras y acciones propias, sin contar con la buena voluntad de Dios.

Pablo, en su epístola a los Colosenses, deja muy claro que como hijos de Dios y como pueblo escogido del Señor, hemos de pretender ser parte de una serie de propósitos divinos que van a redundar en un año lleno de bendiciones por la gracia de Dios y para que el nombre de Cristo sea glorificado: “Sois elegidos de Dios; él os ha consagrado y os ha otorgado Su amor.” (v. 12). Esta lista de propósitos no solo tienen en cuenta nuestra capacidad volitiva, nuestra voluntad, sino que también aspira a que nos consideremos canales de los dones benditos de nuestro Padre celestial.

A. PRIMERA RESOLUCIÓN: TENDRÉ COMPASIÓN DE LOS DEMÁS

“Sed, pues, profundamente compasivos…” (v. 12)

La palabra compasión ha dejado de considerarse una virtud para convertirse en un vestigio del limosneo y de rostros tristes que con voz impostada dicen: “¡Ay,
pobrecillo, qué mal lo estará pasando!” Si nos detenemos a pensar en este hecho, nos
damos cuenta de que hoy día, la compasión se mide en términos de dinero. Es un modo
de aplacar las conciencias momentáneamente con una cantidad monetaria y de procurar sentirse bien ofreciendo, a menudo, las migajas de nuestras vidas. Esta no es la compasión o la misericordia que hemos de transmitir al mundo como creyentes.

No solo es dar; es darse. No solo es sentirnos compungidos por aquellos que sufren a nuestro alrededor o más allá de nuestras fronteras; es arremangarnos para llegar a ellos. No es simplemente echar una lagrimilla de emoción al ver las imágenes del escándalo del hambre y de las epidemias; es luchar a brazo partido por prevenir ese tipo de situaciones en nuestro contexto más inmediato.

Esta compasión surge del alma, no como una respuesta egoísta de autosatisfacción
por haber hecho el bien a otros, sino como una bendición genuina que brota de la fuente primigenia de esta misericordia: Dios. El ejemplo de Jesús debería acompañarnos en esta resolución de año nuevo. Cuando tocaba la llaga purulenta del leproso, cuando se acercaba al ciego, cuando sanaba paralíticos y expulsaba demonios de cuerpos maltrechos, no lo hacía para dárselas de gran hombre o de sanador internacional. Es más, en muchas ocasiones hallamos a Jesús diciendo a estos hombres y mujeres, restablecidos en su salud y dignidad, que nada dijeran o contaran a nadie.

Su misericordia le hizo derramar lágrimas ante Jerusalén y su compasión por la humanidad le llevó a morir vergonzosamente en la cruz fatídica. Su compasión no tenía límites, al igual que hoy. Su misericordia radicaba en colocarse en el pellejo de la persona necesitada y solventar su aflicción, llorando con los que lloraban, y riendo con los que estaban alegres. Esta es la compasión entrañable y profunda que debes manifestar al mundo: a tu familia, a tus hermanos en Cristo, a tus compañeros de trabajo, e incluso a tus enemigos.

Ama de modo tan sincero a cada alma que Dios colocará en tu camino en este año, que
puedas ver el milagro de vidas transformadas por esa piedad y esa clemencia que Dios
derrama en ti para compartirla con los demás.

B. SEGUNDA RESOLUCIÓN: SERÉ BONDADOSO CON LOS DEMÁS

“Sed, pues, benignos…” (v. 12)

Al igual que la compasión, la bondad ha sido arrinconada por este sistema social. Ser
bueno ha devenido en ser tonto de capirote. Hacer el bien supone tantos sinsabores,
tantas traiciones, tantas decepciones y tantos embrollos, que casi nadie hace el bien sin mirar a quién. Para hacer algo bueno por los demás, primero observamos su apariencia externa, olisqueamos a la persona por si es alguien que se lo va a gastar en bebida, sopesamos la cantidad oportuna de monedas que dar, y luego, pasamos a gran velocidad lanzando la limosna en el sombrero para que no se nos pegue algo.

¿No habéis escuchado a alguien decir a otra persona: “Es que eres demasiado buena. De tan buena, pareces tonta”? ¿Se puede ser demasiado bueno en este mundo?

Imaginaos a Dios. ¿Dios es demasiado bueno como parecer que le estamos tomando el pelo? La bondad verdadera no ha de tener límites y la auténtica generosidad no mirará
condiciones ni se arrepentirá de realizar actos benevolentes hacia los demás. Ser bondadosos no solo significa desear lo bueno para los demás. Eso es muy fácil de llevar a cabo. Esa es la forma más cómoda de decir: “Yo en mi casa, y Dios en la de
todos.” Ser benevolente implica actuar y vivir de acuerdo a todo lo bueno que
representa Dios.

De nuevo, Jesús es nuestro prototipo. Jesús no mandó a las grandes multitudes a sus hogares para que ellos mismos obtuviesen su propia comida. No le dijo al maestresala de las bodas de Caná que debería haber sido más avispado o prudente en su administración del vino. Ni siquiera rechazó a aquellos que pretendían echarle la zancadilla con sus comentarios ofensivos y perversos. Simplemente fue generoso con
ellos a pesar de que él no tenía la obligación de resolver sus desaguisados o de escuchar sus sandeces. Caminó por la vida repartiendo gracia, amor y bondad a manos llenas, de tal manera que nadie temía acercarse a él para solicitar un favor o una merced.

Esta es la bondad que hemos de manifestar al mundo en este año. Sé que cuesta hacer favores o prestar o dar algo a determinados individuos. Pero si quieres en este nuevo año ser más como Cristo, despójate de los prejuicios y de las malas experiencias pasadas, y sé bueno incluso con aquellos que no lo merecen.

C. TERCERA RESOLUCIÓN: SERÉ HUMILDE EN EL DÍA A DÍA

“Sed, pues, humildes…” (v. 12)

La humildad no es precisamente lo que más se predica desde los púlpitos de las empresas, los partidos políticos o la curia romana. La soberbia, el orgullo del lujo, la vanagloria y el autobombo, son algunas de las expresiones sociales que más calan en el
alma del ser humano. Ser humildes, para muchos, significa claudicar, bajar la cabeza,
dejarse pisotear por todos, someterse, ser cobarde… Y sin embargo, es uno de los
propósitos de año nuevo que hemos de anhelar que se cumpla en nosotros, ya que es lo que más se necesita en este mundo: personas humildes, honradas y gentiles.

Yo sigo pensando que la humildad es la que mueve el mundo. Personas que son capaces de entregarse por los demás sin esperar premios, recompensas y galardones;
seres humanos que no dan importancia al valor de sus actos y que no miden sus
acciones en términos de rangos o credenciales; todas ellas hacen que este mundo herido no muera por sobredosis de orgullo y prepotencia. Ser humilde implica reconocer que todo lo que somos y tenemos no es nuestro. Significa entender que somos lo que somos por la gracia de Dios.

No es dejarnos llevar por los caprichos de la gente, ni ser los tontos que no reclaman sus derechos. Ser humildes es ser como Jesús. Nació en un establo, trabajó junto a su padre en la carpintería, caminó entre los marginados de la sociedad, se acercó a la tan denostada figura femenina para romper moldes y barreras, y murió sin enviar legiones de ángeles para salvar su integridad física. ¿Quién hubo, hay o habrá tan humilde como Jesús? Dejó la gloria celestial que le correspondía para mezclarse con nosotros, malvados y orgullosos, y darnos una salvación que no merecíamos.

Sé, pues, humilde en este año nuevo que se presenta duro, aunque lleno de esperanza. Eres un hijo de Dios, elegido por el Altísimo, pero no uses este privilegio para menospreciar a nadie. Transita por las sendas de este año dando ejemplo de humildad, estimando todo lo que se presente en 2020 como un acicate para ser honrado, cabal y honesto con tu prójimo.

D. CUARTA RESOLUCIÓN: MOSTRARÉ PACIENCIA CON TODO EL MUNDO

“Sed, pues, pacientes y comprensivos…” (v. 12)

Qué difícil resulta cultivar la paciencia en este mundo instantáneo e inmediato. El stress y la ansiedad son males que acucian al ser humano por causa de su afán
desmedido por lograr las cosas” ya mismo”. Colas kilométricas para realizar gestiones
y trámites, horarios cerrados e inflexibles y vidas perfectamente programadas hacen de la existencia un mar de circunstancias verdaderamente asfixiantes. Esperar con
paciencia se ha convertido, por la inercia de la vorágine social, en una misión poco
menos que imposible.

Si esto sucede en las cuestiones más terrenales, qué podríamos decir de las espirituales. Deseamos respuestas concretas y rápidas de Dios en nuestras oraciones whatssap, pretendemos que el Señor nos conteste ipso facto y queremos ver el
fruto de nuestro trabajo en la iglesia inmediatamente. Incluso muchos cultos que se dan a Dios, se convierten en cultos express, en los que la adoración se circunscribe a un
horario tan inflexible, que a menudo la gente confunde ese tiempo tan especial con
cualquier otro tiempo de la semana.

Pablo nos dice qué hemos de hacer con esa paciencia: “Soportaos mutuamente y,
así como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros, cuando alguno tenga
quejas contra otro.” (v. 13) La paciencia ya no es lo que era. Antes se ejercitaba la
paciencia aguantando a los demás. Se soportaban, no como si de un infierno se tratara,
sino apelando a la puesta en práctica del amor. Con amabilidad y dulzura podías amonestar a un hermano que estaba yendo por mal camino; ahora ya tienes suerte si no te pega un bofetón, te pone una querella o te dice que te metas en tus asuntos.

En ese acto de soportar, eras capaz de darte cuenta de la riqueza y la diversidad de temperamentos y caracteres de las que Dios ha dotado a Su pueblo; ahora, si un hermano no comulga con tu manera de ver las cosas, dejas de hablarle. Dentro de esa
paciencia también está el hecho de perdonar. Y qué difíciles se tornan las cosas cuando
el perdón no es dado o recibido en el seno de la iglesia. La paciencia generará perdón en tanto en cuanto aceptemos que nosotros no estamos exentos de pecar, de herir o de maltratar a nuestro hermano.

Jesús tenía una paciencia a prueba de pesados. Siendo Dios encarnado y viendo tanta
injusticia, tanta maldad y tanta hipocresía, no dijo: “Esto lo arreglo yo en un periquete
mandando al infierno a todo quisque.” ¿Podía haber transformado un mundo podrido
en un vergel lleno de paz y amor? Podría. ¿Podía haberse sentado en el trono que le ofrecía Satanás para gobernar al mundo? Podría. Pero es que Jesús sabía que cada cosa tenía su tiempo, que no había que apresurar los acontecimientos. Debía ser paciente hasta la consumación de su misión entre nosotros.

Aguantó a Pedro y su carácter impetuoso e imprudente; soportó a Juan y a Santiago, y a su madre, por proponerlos como vicepresidentes del Reino de los cielos; enmudeció su boca ante los insultos y blasfemias de la multitud que lo acompañaban al monte Calvario para crucificarlo. Con paciencia, aún hoy, está demorando su segunda venida por amor de aquellos que todavía pueden aceptarle como Señor y Salvador de sus vidas.

En este nuevo año que abre sus puertas ante nosotros, debemos ser más como Cristo
en este sentido. Hemos de ser pacientes y contar hasta mil si es necesario antes de
airarnos con los demás. Debemos soportar a nuestros hermanos para que otros también nos soporten. Perdonemos a aquellos que nos hacen la pascua, a aquellos que nos quieren mal, a aquellos que sin querer nos hacen la vida un yogur. Pacientemente,
esperemos que Dios haga Su obra en nosotros a Su tiempo y no al nuestro, sin afanarnos ni enfermar de ansiedad y stress.

CONCLUSIÓN

Poder cumplir con estas resoluciones no es fácil, pero no es imposible. Si damos a Dios el lugar que le corresponde en nuestras vidas, podremos llevar a término todos y cada uno de los propósitos que la Palabra de Dios nos señala. Si somos fieles en lograrlos, podremos ser testigos de la mayor maravilla que pueda verse hoy en día: el amor de Dios que todo lo vuelve perfecto (v. 14)