CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO: RECORDANDO LA MISIÓN MÁS IMPORTANTE DE NUESTRAS VIDAS

TEXTO BÍBLICO: LUCAS 4:16-21

INTRODUCCIÓN

No podríamos concluir esta serie de posts de Adviento sin reconocer en el niño recién nacido de Belén, al Cristo que tiene una misión vital y suprema en el devenir de la historia y en la inauguración del Reino de los cielos. Tras haber recordado a Jesús como el enviado de Dios al mundo, como el que pone una nueva canción de salvación en el alma de todo ser humano que desea seguirle cada día como discípulo, y como aquel que trae perdón a los que se arrepienten de sus pecados y confiesan su necesidad de salvación, es necesario ampliar nuestra visión de la misión y propósitos del Salvador. ¿Cuál iba a ser el papel futuro de la criatura que apenas había abierto sus ojos a un mundo desolado por el pecado y la injusticia? ¿En qué proyecto eterno se habría de embarcar para dar contenido a la predicación bíblica y misionológica de su futura iglesia?

Todas estas preguntas y muchas otras más pueden resumirse en lo que ha venido en llamarse discurso programático de Jesús. En el texto evangélico al que nos vamos a referir seremos capaces de entender con absoluta nitidez el alcance de la labor terrenal de Cristo y hacia quienes iba a dirigir sus esfuerzos más importantes.

Después de ser bautizado por su primo Juan, y tras haber recibido la visita tentadora de Satanás en el desierto, Jesús da por iniciado su ministerio terrenal. A partir del capítulo 4 de Lucas podremos ver desplegados tanto su mensaje de salvación y arrepentimiento como sus actividades de sanidad, exorcismos y relaciones con el prójimo. La primera estación de su misión comienza en la aldea de Nazaret, lugar de adopción en el que transcurrirá gran parte de su niñez, adolescencia y juventud.

Lucas desea que todos aquellos que desean conocer el verdadero sentido de su narración asimilen que, precisamente las palabras que él leerá del libro de Isaías en la sinagoga de Nazaret, son un compendio resumido de todo lo que será en esencia su vida en los próximos tres años de trayectoria vital en medio de la humanidad: “Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer. Y se le dio el libro del profeta Isaías.” (vv. 16-17).

El pasaje del Antiguo Testamento que iba a leer con franqueza, contundencia y respeto a partes iguales, iba a convertirse en una profecía cumplida en su persona de manera fehaciente. A sabiendas que su declaración de intenciones final sería tachada de escandalosa y blasfema, no duda ni por un momento que las palabras leídas en ese instante se hacían carne en él mismo. ¿Qué decía la profecía de Isaías al respecto de su misión entre la raza humana, y de qué manera hoy puede afectar nuestra perspectiva de la misión de la iglesia?

A. LA UNCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO

Habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí.” (v. 17-18)

No cabe duda de que esta primera referencia al Espíritu Santo que hace Isaías en este texto profético era una realidad en Jesús. Ya en el bautismo que recibe de Juan el Bautista somos testigos de cómo Dios mismo confirma a Jesús como su Hijo en el que se complace y de cómo el Espíritu Santo en forma de paloma desciende sobre él. Dios estaba con él y en él, y por tanto había sido comisionado para comunicar el mensaje de salvación y perdón de su parte.

Jesús no iba a hablar de motu proprio, ni iba a seguir una estrategia distinta a la establecida desde el principio de los tiempos por su Padre, ni tomaría atajos para resolver situaciones de forma rápida y más eficaz. Su sujeción al Padre fue memorable y patente en sus actos, palabras y pensamientos. El Espíritu de Dios moraba en su corazón conectando todo su ser de manera misteriosa a los designios divinos para con el ser humano. Jesús sabía que se le había encomendado una misión difícil y dura, y aun así siempre se supeditó a la voluntad de Dios, llegando incluso a enfrentarse a la muerte de forma obediente.

Del mismo modo que Jesús fue comisionado por Dios para transmitir el anuncio de redención al ser humano, y de la misma forma en que el Espíritu de Dios fue derramado sobre él para llevar adelante esta misión titánica y desagradecida, los jóvenes que siguen a Cristo también ha sido escogidos por el Señor para predicar vida, arrepentimiento y perdón de los pecados a los cuatro vientos, sabiendo que no estamos solos en nuestro empeño evangelizador, sino que el Espíritu Santo nos guía en poder y capacitación carismática para superar los obstáculos y barreras que puedan presentarse en nuestra misión. Somos templos del Espíritu Santo, ungidos por su sabiduría y autoridad con el objetivo de llenar la tierra de la Palabra de Dios para salvación de los incrédulos.

B. CONSUELO DE POBRES Y EXCLUIDOS SOCIALES

Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón.” (v. 18)

Jesús vino al mundo en carne y hueso, no solo para recordar este hecho de la natividad como un evento significativo y feliz, sino que también lo hizo para convertirse en el consuelo de los pobres y excluidos sociales. En un mundo en el que el menesteroso, la viuda y el huérfano eran la carne de cañón de un sistema social injusto, en un mundo en el que el enfermo o discapacitado era rechazado y menospreciado, en un mundo en el que no se respetaba ni valoraba a la mujer como ser humano completo e indispensable para entender la familia y la sociedad, en un mundo en el que se arrinconaba de manera racista a aquellos que no comulgaban con las ideas religiosas establecidas, en un mundo en el que las apariencias eran más importantes que el contenido de un corazón, y en un mundo en el que el clasismo religioso menospreciaba a los menos letrados y preparados académicamente, Jesús nace para revolucionar un establishment sistémico que estaba a años luz de la voluntad y propósitos que Dios tenía para la humanidad.

Jesús aparece en la escena de la historia para cambiarla completa y radicalmente: los pobres reciben de él el consuelo que los soberbios no les dan, los enfermos son sanados milagrosamente para participar de la vida en toda su plenitud, las mujeres ocupan un lugar preeminente en su corazón e interés, los niños dejan de ser nada para ser el presente más valioso, los pecadores podían alcanzar misericordia y perdón tras comprobar la cercanía de Dios y la lejanía de los líderes religiosos, el cansado hallaba descanso y el humilde recibía amor y bendición sobre los altivos y orgullosos de la tierra.

Las palabras de vida de Jesús, predicando el evangelio de un Reino abierto para todos, sin clasismos, preferencias ni distinciones, es la puerta de salvación para los pobres y oprimidos que solo veían sus vidas como miserables existencias sin futuro ni luz. La sanidad que prodiga Jesús a leprosos, inválidos e incapacitados físicos solo es la muestra palpable de una realidad espiritual que se relaciona con el perdón de pecados y culpas, con el arrepentimiento de las transgresiones y con la reconciliación con Dios por intermedio de Jesús. Estas dos labores de predicación de la Palabra de vida y de la sanidad del corazón, también son empresas que la iglesia de Cristo ha de tener como suprema prioridad.

En nuestras manos está poder traer esperanza, consuelo y ánimo a los corazones rotos, a las almas heridas y a las conciencias llenas de culpabilidad. En nuestro seno, como juventud que trabaja en una comunidad de fe y amor, está la posibilidad poderosa de curar vidas y cuerpos a través de la oración de fe realizada en el nombre de Cristo. Nuestra misión es la misión de Cristo y por nada del mundo habremos de olvidarla si queremos ser obedientes a la vocación con que nos llamó el Señor de ser sal y luz al mundo quebrantado, dolorido y sufriente en el que vivimos.

C. LIBERTAD Y VISIÓN ESPIRITUALES

A pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos.” (v. 18)

Jesús nació en un pesebre en Belén, no para ser colocado como adorno del hogar en estas fechas, sino que Dios se encarnó para liberar al ser humano de la cautividad del pecado y para dar visión a los ojos muertos por causa de la tiranía de Satanás sobre todo mortal. Aunque Jesús abrió los ojos a ciegos de manera física, lo cierto es que la verdadera ceguera que sigue nublando la mirada del ser humano es la que provoca el egoísmo, la soberbia, la avaricia, el prejuicio y las malas intenciones del corazón.

Aquella cacareada libertad que cree el ser humano haber hallado siguiendo su propio camino a espaldas de Dios, solo es un signo inequívoco de la gran ceguera espiritual que sigue entenebreciendo las vidas de millones de jóvenes. Pensar que se puede vivir sin Dios ni Cristo es, sin duda alguna, una de las más erróneas evidencias de que las perspectivas y puntos de vista del hombre y la mujer de la actualidad están completamente oscurecidas por el pecado en sus múltiples manifestaciones. Creer que vivimos tiempos en los que hemos sido liberados de las ataduras de la fe y las creencias religiosas, es solo una mentira que sigue susurrando Satanás en los oídos mentales del ser humano, y que emplea arteramente para confundir la verdadera libertad en Cristo con ser capaces de hacer lo que mejor les place sin cortapisas ni una autoridad superior que regule sus actos, palabras e ideas.

Demasiados hoy día se encuentran en la cárcel de sus pecados y rebeldías, creyendo ser libres cuando en realidad sus ojos espirituales no les deja ver el panorama terrible y lamentable de estar atados y encadenados a sus propios deseos desordenados como mascotas de Satanás.

Del mismo modo en que Jesús, con sus palabras de verdad y vida quitó las cataratas de los ojos enceguecidos de muchas personas durante su ministerio terrenal, y de la misma forma en la que liberó de la prisión de sus pecados a millares a través de la misericordia, el perdón y el amor sin medida, así la iglesia de Cristo debe proclamar la verdad del evangelio para que los ciegos espirituales se den cuenta de que sus elecciones están dirigidas, no por su propia voluntad, sino por los engaños crueles del enemigo demoníaco.

Es nuestro placer y privilegio, como jóvenes, poder contemplar vidas antaño entregadas a las más absurdas y destructivas adicciones, como se entregan en alma y cuerpo a Cristo, siendo transformados y liberados de las garras de Satanás. Es nuestra misión, pues, ser como Jesús, liberadores de pecadores y agentes de Dios que abran los ojos de una sociedad inmersa en las tinieblas del pecado más negro.

D. LA GRACIA DE DIOS DISPONIBLE

A predicar el año agradable del Señor.” (v. 19)

No existe mayor manifestación y expresión de la gracia de Dios que dejar toda la gloria y esplendor del cielo para habitar en la tierra, siendo sujeto de las mismas necesidades del ser humano. Cuando recordamos la Navidad no podemos por menos que traer a la memoria que el regalo y la gracia más increíble de Dios para con todo nuestro mundo fue nacer, vivir y morir en medio nuestro. Jesús es gracia por excelencia. La era de la gracia comienza cuando el Espíritu Santo prende la vida en el vientre de María y culmina en la cruz del Calvario cuando Jesús da su vida en rescate por muchos.

La misericordia alcanza sus cotas más hermosas y poderosas en el preciso instante en el que Dios toma la iniciativa en el plan de salvación enviando a su Hijo unigénito para ofrecer la salvación a quien quisiera tomarla sincera y genuinamente. Jesús inaugura la edad de la gracia en su predicación, en sus hechos y en sus verdades. Todo es gracia y compasión para con el ser humano, todo es un regalo inmerecido para con los pecadores, y todo es un presente eterno para con aquellos que asumen su absoluta necesidad de perdón y redención a través de la obra de Cristo en su favor.

Nosotros, como jóvenes pertenecientes a comunidades de fe, también somos portadores de la gracia. Del mismo modo en el que nosotros recibimos de gracia la salvación, también debemos, en un acto de amor y piedad, regalar gracia a raudales a aquellos que la desean, e incluso a aquellos que no la merecen. Jesús dio su amor incondicionalmente, viniendo para salvar lo perdido y para arreglar lo estropeado, y del mismo modo, su iglesia, esto es, nosotros, hemos de dedicar nuestra vida a una misión de gracia para con los demás.

El perdón, la paciencia, la mansedumbre, la humildad y el respeto hacia los demás deben ser elementos irrenunciables que han de presidir nuestra actuación como cuerpo de Cristo y pueblo de Dios. Somos mensajeros de la gracia, algo que tanto se necesita en una sociedad en la que escasean las acciones de auxilio, ánimo y ternura.

CONCLUSIÓN

Y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.” (vv. 20-21)

El texto profético que había leído Jesús hace que todos contengan el aliento a la espera de su interpretación. Nadie se imaginaba que este pasaje sería el discurso programático de Jesús. En el mismo instante en el que pronuncia con firmeza y claridad que éste del que se habla en Isaías era él mismo, las cosas dejarán de ser como eran. Unos escandalizados y otros asombrados, unos incrédulos y otros creyentes, Jesús no deja a nadie indiferente.

La Navidad es un tiempo precioso en el que recordar el nacimiento, la canción celestial de salvación y la visión profética del Mesías anunciado. Pero esto no serviría de mucho sin recordar que la misión de Jesús es también nuestra misión. Unción, predicación de buenas noticias, sanidad, libertad, visión y gracia no son solo recuerdos de Jesús, sino que siguen siendo el objetivo y meta de nuestra juventud bautista hasta que el Señor así lo determine.

EL JOVEN Y EL ESPÍRITU SANTO (PRIMERA PARTE)

TEXTO BÍBLICO: 1 CORINTIOS 2:4-16; 3:16, 17; 6:17-20; 12:4-13

INTRODUCCIÓN

Cuando tratamos de hablar acerca del Espíritu Santo, nos damos cuenta de la gran cantidad de falacias que se han vertido en torno a su persona. Su enigmática labor y su etérea presencia lleva a muchas personas a interpretar su acción y su naturaleza en términos de una fuerza o energía espiritual que puede ser manejada, manipulada y utilizada para lograr una serie de intereses perversos en el seno de la iglesia. Mientras que un determinado grupo religioso ha arrinconado al Espíritu de Dios como si se tratase de una influencia susceptible de ser sometida a los dictados de confesiones, declaraciones y sortilegios varios, otro ha desequilibrado la balanza atribuyendo al Espíritu de Dios capacidades que no le corresponden o una eminencia excesiva en la adoración y en la oración.

El Espíritu Santo es Dios. Es una de las personas de la Trinidad, y por eso se le conoce por diferentes nombre que atestiguan esta realidad: Espíritu Santo, Espíritu de Dios, Espíritu de Cristo y Espíritu de verdad. Es uno con el Padre y con el Hijo, y por tanto, nuestra comunión con el Espíritu Santo debe ser identificada en ordena a reconocer en él la mismísima presencia de Dios.

Hemos de cultivar una relación estrecha con el Espíritu, pues este es exactamente un lazo inquebrantable e indivisible que nos une con el Dios Trino. Por eso Pablo, en su primera epístola a los corintios, cree necesario que la iglesia debe dar al Espíritu Santo el lugar que le corresponde, destruyendo la imagen parcial y utilitarista de éste y de sus dones. Este post es el primero de una serie de tres que tratará de acercarnos a un conocimiento más cercano y profundo del papel, obra y carácter del Espíritu Santo en la vida del joven.

A. EL ESPÍRITU SANTO NOS GUÍA A LA VERDADERA SABIDURÍA

El Espíritu Santo es poderoso para convencer al ser humano (vv. 4, 5)

“Mi predicación y mensaje no se apoyaban en una elocuencia inteligente y persuasiva; era el Espíritu con su poder quien os convencía, de modo que vuestra fe no es fruto de la sabiduría humana, sino del poder de Dios.”

Pablo no se enorgullecía de su oratoria y de su capacidad de convencimiento. No hacía como muchos hoy día, que se vanaglorian de su habilidad para reunir en torno a sí a multitudes. Estas multitudes se hallan hechizadas por una serie de técnicas demagógicas que han sido bien estudiadas para provocar la admiración de manera inmediata. El predicador se ocupa de poner por obra estrategias de dudoso origen para atraer al mayor número de personas con un mensaje atractivo y fácil de asimilar. Transforman la profundidad del evangelio en una serie de discursos superficiales y carentes de raíces y cimientos. Su empeño es agrandar su imagen a costa de un evangelio ligero y vacío de contenido.

En la actualidad, miles de estos charlatanes doran la píldora de la autoestima humana para llenarse los bolsillos de ganancias deshonestas. Sus peroratas, preñadas de
chistes e ilustraciones banales, e incluso de anécdotas de mal gusto, simplemente acarician el corazón del pecador, sin apelar a un arrepentimiento sincero delante de Dios.

El apóstol no pretendía imponer su altura teológica y su amplitud de conocimientos bíblicos. Simplemente deseaba que el Espíritu Santo hablase a través de él sin cortapisas ni obstáculos. Solamente anhelaba que el Espíritu de Dios colocase las palabras necesarias y oportunas, sin recurrir a las técnicas griegas de la retórica y la oratoria, sin matizar ni suavizar la verdad para que entrase sin herir susceptibilidades.

Pablo sabía que la verdad y la sabiduría no conocen de medias tintas, de subterfugios o de eufemismos. Por ello, su predicación y su mensaje evangélico no provenían de una pose afectada e hipócrita que subrayase sus dotes personales, sino que atribuía por completo su eficacia a la obra poderosa del Espíritu Santo.

Solo el Espíritu de Dios es capaz de convencer genuinamente al ser humano de su naturaleza pecadora. Nosotros podemos argumentar, afirmar y comunicar en el proceso de llevar a cabo nuestra misión como cristianos de anunciar el evangelio, pero no somos quienes para convencer a una persona de que tome una decisión tan importante y personal. Todos aquellos que ya hemos pasado por ese momento tan especial en el que el Espíritu Santo nos habló con claridad al corazón y nos persuadió de detenernos en el camino incorrecto por el que transitábamos, para continuar por la senda de la vida eterna en Cristo, sabemos que no fuimos engañados ni embaucados por otro ser humano.

El Espíritu de Dios manifestó su poder inmenso en nosotros de tal modo que, irresistiblemente, no nos quedó más remedio que aceptar la verdad de nuestra condición y el regalo de su salvación.

El Espíritu es nuestro maestro en la asignatura de Dios (vv. 6, 7, 9-11)

“Sin embargo, también nosotros disponemos de una sabiduría para los formados en la fe; una sabiduría que no pertenece a este mundo ni a los poderes perecederos que gobiernan este mundo; una sabiduría divina, misteriosa, escondida, destinada por Dios, desde antes de todos los tiempos, a constituir nuestra gloria… Pero según dice la Escritura: Lo que jamás vio ojo alguno, lo que ningún oído oyó, lo que nadie pudo imaginar que Dios tenía preparado para aquellos que lo aman, eso es lo que Dios nos ha revelado por medio del Espíritu. Pues el Espíritu todo lo sondea, incluso lo más profundo de Dios. ¿Quién, en efecto, conoce lo íntimo del ser humano, sino el mismo espíritu humano que habita en su interior? Lo mismo pasa con las cosas de Dios: solo el Espíritu divino las conoce.”

Existen cientos de disciplinas y ramas del conocimiento que se despliegan ante los ojos del ser humano: medicina, geografía, sicología, derecho, filosofía, zoología, etc. Sin embargo, cada una de estas materias se convierte en nada cuando no hay un deseo de aplicarse con ahínco en la asignatura pendiente de la vida: el conocimiento de Dios. Podemos ser excelentes médicos, abogados, sicólogos y filósofos, y no obstante, permanecer en la inopia de Dios. Es posible ser un grandísimo erudito en todas las parcelas de la ciencia, y sin embargo, ser un completo ignorante en cuanto al entendimiento de la voluntad de Dios para con este mundo.

Si nuestro conocimiento y percepción de Dios en los tiempos de nuestra juventud no es nuestra prioridad en la búsqueda de la sabiduría que se perpetúa en la eternidad, todos nuestros pensamientos carnales seguirán apresados bajo el yugo del pecado, y aunque fuésemos los más doctos y sabios de los hombres en cualquier asunto, de nada nos serviría para alcanzar la salvación. El ser humano necesita ser un alumno aventajado en el conocimiento de la verdadera sabiduría, esto es, del carácter y persona de nuestro Dios.

Esta sabiduría solo es accesible para aquellos que ya han confesado a Cristo, previa convicción de pecado y arrepentimiento impulsada por el poder del Espíritu Santo. Se trata de una sabiduría que el Espíritu divino está dispuesto a impartir a cada uno de los discípulos de Cristo a fin de santificarlos, conformarlos a la imagen de Jesús y conducirlos a la verdadera adoración de Dios Padre.

Las lecciones del Espíritu Santo, nuestro maestro en estas lides, contemplan el conocimiento de Dios en su máxima expresión, en sus atributos y en sus dones para con el ser humano. Es una sabiduría que va a describir una completa imagen de lo que seremos cuando nos hallemos ante la presencia de Dios en Su gloria. Es un conocimiento exclusivo de aquellos que le aman y que es destilado a través de Su Espíritu Santo, de tal manera que podamos ya gustar y deleitarnos en la esperanza del galardón que Dios ya ha preparado de antemano para nosotros en los cielos. El Espíritu Santo es el mismo Dios, y Pablo lo remacha incidiendo en que el Espíritu que opera como maestro de la sabiduría de lo alto conoce de primera mano todo aquello que es Dios y todo aquello que Dios demanda de cada uno de nosotros.

Haríamos bien en prestar atención a las clases diarias que el Espíritu Santo desea inculcarnos. No cabe duda de que cuando nos concentramos en aquello que el Espíritu nos quiere enseñar, nuestras vidas van a estar más llenas del apetito por cumplir la voluntad de Dios. Es un privilegio poder contar con la inagotable ayuda del Espíritu de Dios en nuestro anhelo por alcanzar un mayor entendimiento de Dios y de su propósito sabio y perfecto para cada uno de nosotros.

El Espíritu Santo nos auxilia a la hora de tomar las decisiones correctas (vv. 8, 12-16)

“Ninguno entre los poderosos de este mundo ha llegado a conocer tal sabiduría, pues, de haberla conocido, no habrían crucificado al Señor de la gloria… En cuanto a nosotros, no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, para poder así reconocer los dones que Dios nos ha otorgado. Esto es precisamente lo que expresamos con palabras que no están inspiradas por el saber humano, sino por el Espíritu. La persona mundana es incapaz de captar lo que procede del Espíritu de Dios; lo considera un absurdo y no alcanza a comprenderlo, porque solo a la luz del Espíritu pueden ser valoradas estas cosas. En cambio, la persona animada por el Espíritu puede emitir juicio sobre todo, sin que ella esté sujeta al juicio de nadie. Porque ¿quién conoce el modo de pensar del Señor hasta el punto de poder darle lecciones? ¡Ahora bien, nosotros estamos en posesión del modo de pensar de Cristo!”

Siempre he creído que el mayor regalo que Dios dio al ser humano cuando fue creado, fue el libre albedrío. Esta capacidad para decidir y elegir era algo bueno en gran manera. Lamentablemente, cuando el pecado comenzó a habitar el corazón del hombre, esa facultad bendita fue trastornada. La humanidad comenzó a tomar decisiones erradas y a elegir el mal como su estilo de vida. Sus elecciones iban siempre encaminadas a cometer atrocidades contra el prójimo y a maldecir el nombre de Dios.

Esta dinámica no ha cambiado desde los tiempos del Edén, y es precisamente esta dinámica de las malas elecciones la que trae dolor, amargura y caos al mundo. Por ello, la humanidad cometió el más abyecto de los crímenes habidos y por haber: el asesinato del inocente, la muerte alevosa y premeditada de Cristo, la crucifixión vergonzosa del Hijo de Dios, aquel que no vino a condenar, sino a salvar al pecador.

El ser humano que solo piensa en sí mismo nunca va a entender el amor de Dios por él. Es incapaz de percibir el precio tan alto de su redención, es incompetente para asimilar la verdad del evangelio, y qué podríamos decir de su incapacidad de reconocer su pecado y necesidad de Dios. Para esta clase de personas, el evangelio es un absurdo, es una locura, es la fe de una serie de fanáticos, de crédulos y de locos. En su empleo de la lógica y de la razón, dones también dados por Dios para que administrase correctamente el hombre, se han olvidado de que la esfera de lo espiritual también es un hecho. La sed y el hambre del ser humano por llenar el vacío existencial de su alma es una realidad comprobable que todos y cada uno de nosotros hemos experimentado hasta que el Espíritu Santo de Dios nos persuadió de nuestra insensatez y ceguera espiritual.

El Espíritu Santo, a través de su intervención milagrosa y efectiva en el alma humana, pretende desterrar esta manera de vivir pecaminosa y mundanal. Intenta que apreciemos en su justo valor el don de la salvación por medio de Cristo, que valoremos con mayor énfasis el regalo del perdón y de la santificación. Quiere que dejemos atrás aquellas malas decisiones que solo nos acarrearon problemas, desgracias y consecuencias funestas.

El Espíritu de Dios alberga la intención de que, como jóvenes, vayamos desprendiéndonos paulatinamente de nuestras elecciones egoístas para fundamentar nuestro libre albedrío en la mente de Cristo. La luz que nos da continuamente el Espíritu de Vida nos ayuda a ver la ingente cantidad de bendiciones con que nuestro Dios nos colma. Una vez llenos del Espíritu Santo, nada ni nadie podrá echarnos nada en cara, puesto que cada una de nuestras elecciones tiene su punto de apoyo en aquel que no cometió pecado y que en obediencia a Dios, entregó su vida en sacrificio por nuestra dureza de cerviz.

CONCLUSIÓN

Ahora, nuestra meta como jóvenes es ser llenos del Espíritu Santo, dejando que su voz siga convenciéndonos de aquellas cosas que hacemos desastrosamente mal, que su enseñanza eficaz nos muestre la grandeza y magnificencia de Dios en todo su esplendor, y que su presencia diaria y su sabiduría superior impregnen cada decisión que vayamos a tomar de ahora en adelante.

Da gracias a Dios por enviar al Espíritu Santo, por medio del cual, sabemos con certeza que Dios está con nosotros y en nosotros.