PROPÓSITOS DE AÑO NUEVO


TEXTO BÍBLICO: COLOSENSES 3:12-14

Cuando terminamos un año y comenzamos a andar en el siguiente, surge en nosotros un espíritu de renovación, de empezar desde cero, de corregir nuestros errores, y de situar cronológicamente el momento desde el que haremos esa serie de ajustes que nos hagan mejores personas. Esta actitud, tal vez innata o tal vez generada por la costumbre social, hace que en estos primeros días del año nuevo expresemos un conjunto de deseos que poder hacer realidad en nuestras vidas: aprender nuevos idiomas, adelgazar, dejar algún vicio malsano, amar a nuestro prójimo con más énfasis en lo práctico, diezmar diligentemente… Lo cierto es que muchos de estos propósitos son muy legítimos. Somos conscientes de las torpezas que hemos cometido en el año anterior y pretendemos encauzar y arreglar nuestros hábitos para ser personas productivas y amables.

El problema surge cuando nuestros buenos deseos dependen de nuestras fuerzas, de nuestra voluntad y de nuestras energías. ¿Cuántos propósitos o cuántas promesas de principio de año se han quedado en agua de borrajas por causa de nuestra intemperancia? ¿Cuántos planes de dieta han sido dejados en el olvido en el transcurso del primer mes? ¿Cuántas metas se han dejado de incumplir al poner nuestra confianza en nuestro esfuerzo personal? El resultado tan pésimo de nuestra inoperancia ha llegado incluso a sentirnos frustrados y a comenzar a hablar de nosotros mismos como de auténticos desastres.

Todo esto sucede por una única razón, y es que cuando tomamos la determinación de llevar a cabo un ajuste en nuestras vidas, nos olvidamos de lo que Dios quiere para nosotros. Nuestros propósitos a menudo chocan con los propósitos de Dios porque nos afanamos en lograr objetivos en nuestras vidas a base de obras y acciones propias, sin contar con la buena voluntad de Dios.

Pablo, en su epístola a los Colosenses, deja muy claro que como hijos de Dios y como pueblo escogido del Señor, hemos de pretender ser parte de una serie de propósitos divinos que van a redundar en un año lleno de bendiciones por la gracia de Dios y para que el nombre de Cristo sea glorificado: “Sois elegidos de Dios; él os ha consagrado y os ha otorgado Su amor.” (v. 12). Esta lista de propósitos no solo tienen en cuenta nuestra capacidad volitiva, nuestra voluntad, sino que también aspira a que nos consideremos canales de los dones benditos de nuestro Padre celestial.

A. PRIMERA RESOLUCIÓN: TENDRÉ COMPASIÓN DE LOS DEMÁS

“Sed, pues, profundamente compasivos…” (v. 12)

La palabra compasión ha dejado de considerarse una virtud para convertirse en un vestigio del limosneo y de rostros tristes que con voz impostada dicen: “¡Ay,
pobrecillo, qué mal lo estará pasando!” Si nos detenemos a pensar en este hecho, nos
damos cuenta de que hoy día, la compasión se mide en términos de dinero. Es un modo
de aplacar las conciencias momentáneamente con una cantidad monetaria y de procurar sentirse bien ofreciendo, a menudo, las migajas de nuestras vidas. Esta no es la compasión o la misericordia que hemos de transmitir al mundo como creyentes.

No solo es dar; es darse. No solo es sentirnos compungidos por aquellos que sufren a nuestro alrededor o más allá de nuestras fronteras; es arremangarnos para llegar a ellos. No es simplemente echar una lagrimilla de emoción al ver las imágenes del escándalo del hambre y de las epidemias; es luchar a brazo partido por prevenir ese tipo de situaciones en nuestro contexto más inmediato.

Esta compasión surge del alma, no como una respuesta egoísta de autosatisfacción
por haber hecho el bien a otros, sino como una bendición genuina que brota de la fuente primigenia de esta misericordia: Dios. El ejemplo de Jesús debería acompañarnos en esta resolución de año nuevo. Cuando tocaba la llaga purulenta del leproso, cuando se acercaba al ciego, cuando sanaba paralíticos y expulsaba demonios de cuerpos maltrechos, no lo hacía para dárselas de gran hombre o de sanador internacional. Es más, en muchas ocasiones hallamos a Jesús diciendo a estos hombres y mujeres, restablecidos en su salud y dignidad, que nada dijeran o contaran a nadie.

Su misericordia le hizo derramar lágrimas ante Jerusalén y su compasión por la humanidad le llevó a morir vergonzosamente en la cruz fatídica. Su compasión no tenía límites, al igual que hoy. Su misericordia radicaba en colocarse en el pellejo de la persona necesitada y solventar su aflicción, llorando con los que lloraban, y riendo con los que estaban alegres. Esta es la compasión entrañable y profunda que debes manifestar al mundo: a tu familia, a tus hermanos en Cristo, a tus compañeros de trabajo, e incluso a tus enemigos.

Ama de modo tan sincero a cada alma que Dios colocará en tu camino en este año, que
puedas ver el milagro de vidas transformadas por esa piedad y esa clemencia que Dios
derrama en ti para compartirla con los demás.

B. SEGUNDA RESOLUCIÓN: SERÉ BONDADOSO CON LOS DEMÁS

“Sed, pues, benignos…” (v. 12)

Al igual que la compasión, la bondad ha sido arrinconada por este sistema social. Ser
bueno ha devenido en ser tonto de capirote. Hacer el bien supone tantos sinsabores,
tantas traiciones, tantas decepciones y tantos embrollos, que casi nadie hace el bien sin mirar a quién. Para hacer algo bueno por los demás, primero observamos su apariencia externa, olisqueamos a la persona por si es alguien que se lo va a gastar en bebida, sopesamos la cantidad oportuna de monedas que dar, y luego, pasamos a gran velocidad lanzando la limosna en el sombrero para que no se nos pegue algo.

¿No habéis escuchado a alguien decir a otra persona: “Es que eres demasiado buena. De tan buena, pareces tonta”? ¿Se puede ser demasiado bueno en este mundo?

Imaginaos a Dios. ¿Dios es demasiado bueno como parecer que le estamos tomando el pelo? La bondad verdadera no ha de tener límites y la auténtica generosidad no mirará
condiciones ni se arrepentirá de realizar actos benevolentes hacia los demás. Ser bondadosos no solo significa desear lo bueno para los demás. Eso es muy fácil de llevar a cabo. Esa es la forma más cómoda de decir: “Yo en mi casa, y Dios en la de
todos.” Ser benevolente implica actuar y vivir de acuerdo a todo lo bueno que
representa Dios.

De nuevo, Jesús es nuestro prototipo. Jesús no mandó a las grandes multitudes a sus hogares para que ellos mismos obtuviesen su propia comida. No le dijo al maestresala de las bodas de Caná que debería haber sido más avispado o prudente en su administración del vino. Ni siquiera rechazó a aquellos que pretendían echarle la zancadilla con sus comentarios ofensivos y perversos. Simplemente fue generoso con
ellos a pesar de que él no tenía la obligación de resolver sus desaguisados o de escuchar sus sandeces. Caminó por la vida repartiendo gracia, amor y bondad a manos llenas, de tal manera que nadie temía acercarse a él para solicitar un favor o una merced.

Esta es la bondad que hemos de manifestar al mundo en este año. Sé que cuesta hacer favores o prestar o dar algo a determinados individuos. Pero si quieres en este nuevo año ser más como Cristo, despójate de los prejuicios y de las malas experiencias pasadas, y sé bueno incluso con aquellos que no lo merecen.

C. TERCERA RESOLUCIÓN: SERÉ HUMILDE EN EL DÍA A DÍA

“Sed, pues, humildes…” (v. 12)

La humildad no es precisamente lo que más se predica desde los púlpitos de las empresas, los partidos políticos o la curia romana. La soberbia, el orgullo del lujo, la vanagloria y el autobombo, son algunas de las expresiones sociales que más calan en el
alma del ser humano. Ser humildes, para muchos, significa claudicar, bajar la cabeza,
dejarse pisotear por todos, someterse, ser cobarde… Y sin embargo, es uno de los
propósitos de año nuevo que hemos de anhelar que se cumpla en nosotros, ya que es lo que más se necesita en este mundo: personas humildes, honradas y gentiles.

Yo sigo pensando que la humildad es la que mueve el mundo. Personas que son capaces de entregarse por los demás sin esperar premios, recompensas y galardones;
seres humanos que no dan importancia al valor de sus actos y que no miden sus
acciones en términos de rangos o credenciales; todas ellas hacen que este mundo herido no muera por sobredosis de orgullo y prepotencia. Ser humilde implica reconocer que todo lo que somos y tenemos no es nuestro. Significa entender que somos lo que somos por la gracia de Dios.

No es dejarnos llevar por los caprichos de la gente, ni ser los tontos que no reclaman sus derechos. Ser humildes es ser como Jesús. Nació en un establo, trabajó junto a su padre en la carpintería, caminó entre los marginados de la sociedad, se acercó a la tan denostada figura femenina para romper moldes y barreras, y murió sin enviar legiones de ángeles para salvar su integridad física. ¿Quién hubo, hay o habrá tan humilde como Jesús? Dejó la gloria celestial que le correspondía para mezclarse con nosotros, malvados y orgullosos, y darnos una salvación que no merecíamos.

Sé, pues, humilde en este año nuevo que se presenta duro, aunque lleno de esperanza. Eres un hijo de Dios, elegido por el Altísimo, pero no uses este privilegio para menospreciar a nadie. Transita por las sendas de este año dando ejemplo de humildad, estimando todo lo que se presente en 2020 como un acicate para ser honrado, cabal y honesto con tu prójimo.

D. CUARTA RESOLUCIÓN: MOSTRARÉ PACIENCIA CON TODO EL MUNDO

“Sed, pues, pacientes y comprensivos…” (v. 12)

Qué difícil resulta cultivar la paciencia en este mundo instantáneo e inmediato. El stress y la ansiedad son males que acucian al ser humano por causa de su afán
desmedido por lograr las cosas” ya mismo”. Colas kilométricas para realizar gestiones
y trámites, horarios cerrados e inflexibles y vidas perfectamente programadas hacen de la existencia un mar de circunstancias verdaderamente asfixiantes. Esperar con
paciencia se ha convertido, por la inercia de la vorágine social, en una misión poco
menos que imposible.

Si esto sucede en las cuestiones más terrenales, qué podríamos decir de las espirituales. Deseamos respuestas concretas y rápidas de Dios en nuestras oraciones whatssap, pretendemos que el Señor nos conteste ipso facto y queremos ver el
fruto de nuestro trabajo en la iglesia inmediatamente. Incluso muchos cultos que se dan a Dios, se convierten en cultos express, en los que la adoración se circunscribe a un
horario tan inflexible, que a menudo la gente confunde ese tiempo tan especial con
cualquier otro tiempo de la semana.

Pablo nos dice qué hemos de hacer con esa paciencia: “Soportaos mutuamente y,
así como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros, cuando alguno tenga
quejas contra otro.” (v. 13) La paciencia ya no es lo que era. Antes se ejercitaba la
paciencia aguantando a los demás. Se soportaban, no como si de un infierno se tratara,
sino apelando a la puesta en práctica del amor. Con amabilidad y dulzura podías amonestar a un hermano que estaba yendo por mal camino; ahora ya tienes suerte si no te pega un bofetón, te pone una querella o te dice que te metas en tus asuntos.

En ese acto de soportar, eras capaz de darte cuenta de la riqueza y la diversidad de temperamentos y caracteres de las que Dios ha dotado a Su pueblo; ahora, si un hermano no comulga con tu manera de ver las cosas, dejas de hablarle. Dentro de esa
paciencia también está el hecho de perdonar. Y qué difíciles se tornan las cosas cuando
el perdón no es dado o recibido en el seno de la iglesia. La paciencia generará perdón en tanto en cuanto aceptemos que nosotros no estamos exentos de pecar, de herir o de maltratar a nuestro hermano.

Jesús tenía una paciencia a prueba de pesados. Siendo Dios encarnado y viendo tanta
injusticia, tanta maldad y tanta hipocresía, no dijo: “Esto lo arreglo yo en un periquete
mandando al infierno a todo quisque.” ¿Podía haber transformado un mundo podrido
en un vergel lleno de paz y amor? Podría. ¿Podía haberse sentado en el trono que le ofrecía Satanás para gobernar al mundo? Podría. Pero es que Jesús sabía que cada cosa tenía su tiempo, que no había que apresurar los acontecimientos. Debía ser paciente hasta la consumación de su misión entre nosotros.

Aguantó a Pedro y su carácter impetuoso e imprudente; soportó a Juan y a Santiago, y a su madre, por proponerlos como vicepresidentes del Reino de los cielos; enmudeció su boca ante los insultos y blasfemias de la multitud que lo acompañaban al monte Calvario para crucificarlo. Con paciencia, aún hoy, está demorando su segunda venida por amor de aquellos que todavía pueden aceptarle como Señor y Salvador de sus vidas.

En este nuevo año que abre sus puertas ante nosotros, debemos ser más como Cristo
en este sentido. Hemos de ser pacientes y contar hasta mil si es necesario antes de
airarnos con los demás. Debemos soportar a nuestros hermanos para que otros también nos soporten. Perdonemos a aquellos que nos hacen la pascua, a aquellos que nos quieren mal, a aquellos que sin querer nos hacen la vida un yogur. Pacientemente,
esperemos que Dios haga Su obra en nosotros a Su tiempo y no al nuestro, sin afanarnos ni enfermar de ansiedad y stress.

CONCLUSIÓN

Poder cumplir con estas resoluciones no es fácil, pero no es imposible. Si damos a Dios el lugar que le corresponde en nuestras vidas, podremos llevar a término todos y cada uno de los propósitos que la Palabra de Dios nos señala. Si somos fieles en lograrlos, podremos ser testigos de la mayor maravilla que pueda verse hoy en día: el amor de Dios que todo lo vuelve perfecto (v. 14)

IGLESIAS INTERGENERACIONALES SOSTENIBLES Y RENOVABLES

Portrait of a diversity Mixed Age and Multi-generation Family embracing and standing together. [url=http://www.istockphoto.com/search/lightbox/9786738][img]http://dl.dropbox.com/u/40117171/group.jpg[/img][/url]

TEXTO BÍBLICO: 1 PEDRO 5:1-5, 10

INTRODUCCIÓN

Sostenibilidad, energías renovables, eficiencia energética o impacto ambiental son términos que, hoy más que nunca, se emplean para hablar de la lucha contra el calentamiento global o la conservación del medio ambiente. La ecología está siendo uno de los trending topics más empleados en los últimos tiempos, y más si cabe, cuando una nueva edición de la cumbre mundial del clima se está preparando en nuestro país. Más allá de Gretas Thunbergs surcando los mares en un catamarán para no dejar huella energética, de bulos y fake news sobre lo que piensan detractores y defensores acerca del cambio climático, y de intereses globalizadores que buscan hacer su agosto de los recursos naturales, ya bastante esquilmados y exhaustos en la actualidad, lo cierto es que vivimos tiempos en los que hemos de trasladar las inquietudes de las nuevas generaciones a las no tan nuevas a todos los niveles.

De manera más concreta y específica, y siempre con la mente puesta en la debida y saludable administración de la creación de Dios, en lo que atañe a la iglesia de Jesucristo, también hemos de prestar oídos a las sugerencias serias y argumentadas que muchos de nuestros jóvenes proponen a la comunidad de fe. Sin menoscabo de las estructuras ya fraguadas con el paso de los años y las décadas, sin minar la autoridad que brinda la experiencia y la madurez de los creyentes que llevan un bagaje reseñable a sus espaldas, y sin desdeñar la asesoría y los consejos de aquellos que han luchado a brazo partido para lograr ser lo que se es hoy, no cabe duda de que la voz de los jóvenes debe ser escuchada en orden a lograr una más excelente y contemporánea manera de entender el cuerpo de Cristo. Por supuesto, no hablamos de la reconversión de nuestra base doctrinal o de una reinterpretación actualizada de la Palabra de Dios que se ajuste y adapte a las tendencias culturales, sociales y políticas de nuestro entorno. Eso sería un terrible error por nuestra parte. Tal vez se trate más de una relectura litúrgica, de una revisión formal y ritual, o de una reorganización institucional en la que la visión de todos los creyentes, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, tamizada por la voluntad de Dios expresada en su revelación especial, impulse la misión evangelizadora, discipuladora y pedagógica de la iglesia.

1. SOMOS UNA IGLESIA INTERGENERACIONAL

Sé que puede sonar a Perogrullo, pero hemos de ser conscientes, hoy más que nunca, de que somos una iglesia intergeneracional. Nuestros jóvenes, más allá del grado de madurez espiritual, emocional y mental que posean, están más preparados que nunca para asumir un rol determinante que desemboque en un impulso motivador para toda la comunidad de fe. Del mismo modo que hablamos de sostenibilidad en términos energéticos, también hemos de hablar de sostenibilidad ministerial en la congregación de los santos. Una comunidad sostenible es aquella que coloca a la Palabra de Dios como centro de su cultura, de su práctica, de su exposición didáctica, de su evangelización y de su predicación. Y dentro de estas diversas áreas en las que las Escrituras son nucleares, nuestros jóvenes deben participar innovadora y creativamente. Mientras los adultos y ancianos de la iglesia contribuyen con su sabiduría, con su saber estar y hacer, y con su espíritu de lucha incansable, nuestros jóvenes pueden traer un renovado y fresco interés por emplear las nuevas tecnologías, redes sociales y mecanismos de comunicación modernos a fin de alcanzar a una nueva generación que no sabe nada, prácticamente nada, de Jesús, del evangelio o de la misión y propósito de la iglesia.

Yo sé que muchos adultos y ancianos de nuestras congregaciones se sienten jóvenes espiritualmente, que su ánimo es indestructible y que sus ansias de seguir trabajando para la causa de Cristo son inextinguibles. Me consta, y es un acicate ideal para que los que pertenecen a nuevas hornadas de creyentes más jóvenes se empleen a fondo. Pero también sabemos y conocemos de la energía y potencia que exhiben nuestros adolescentes y jóvenes. Tal vez necesiten ser encauzados, enseñados y capacitados para emplear esta energía y creatividad de forma adecuada y conformada a los estándares bíblicos, y es ahí donde, tanto unos como otros, podemos lograr, desde la preocupación y cuidado mutuos, desde la facultad de saber sobrellevarse los unos a los otros, y desde el consuelo y la exhortación saludables, renovar nuestras fuerzas y bríos, regenerar nuestro deseo de forjar un trabajo en equipo ejemplar, y ocupar nichos de actuación eclesial que se habían quedado en el olvido, pero que ofrecen nuevas oportunidades de servir y ministrar dentro y fuera de nuestra comunidad de fe.

La coordinación en los programas, una perspectiva transversal que permita el encuentro y la colaboración entre los diferentes ámbitos ministeriales en los que trabaja la iglesia, y la siempre necesaria comprensión, crítica constructiva y timing a la hora de asignar responsabilidades y tareas, proporcionarán a la iglesia un marco en el que, tanto jóvenes que desean implicarse y comprometerse lealmente al buen funcionamiento de los mecanismos eclesiales, como adultos y ancianos que llevan años y años batiéndose el cobre para sacar adelante a la iglesia, encontrarán la armonía y la unanimidad que les aproxime a la guía del Espíritu Santo y a la meta por excelencia de la iglesia: la misión.

En mi experiencia personal, yo mismo tuve la oportunidad y ocasión de formar parte de este tipo de estrategias de conexión intergeneracional y de transición generacional. El papel que juega el pastor es sumamente importante en la senda de preparar el relevo, sin descontar la relevancia de los responsables de ministerios y diaconías. En mis años mozos, concretamente en mis 16 años, tuve el magnífico y bendito placer de ser respaldado por mi pastor a la hora de acometer tareas, tanto en la enseñanza de los más pequeños, como en la predicación bíblica. Y cuando uno recibe un espaldarazo de confianza por parte de la iglesia para desarrollar sus dones y talentos, no cabe duda de que se empeña y esfuerza por ser parte de la renovación energética de tu comunidad de fe.

Ahora, si como hacen muchas congregaciones, vetamos, entorpecemos o demoramos la entrada de nuestros jóvenes en ministerios que tarde o temprano necesitarán energías renovadas e ilusionadas con el proyecto eclesial, estaremos disparándonos un tiro en el pie y perderemos la inestimable oportunidad de concebir la iglesia como una comunidad de fe que piensa a largo plazo. Yo sigo agradecido al que fue mi pastor, puesto que nuestra juventud necesita, sin lugar a dudas, un lugar en su iglesia, un rol que desarrollar para la gloria de Dios y para el servicio de sus semejantes.

2. UNA IGLESIA EN PLENO CALENTAMIENTO GLOBAL ESPIRITUAL

La iglesia ha de ser consciente de que existe un calentamiento global espiritual bastante evidente. El deterioro de la sociedad en la que se haya enclavada la iglesia es una realidad palpable y lamentable. El estallido de la violencia y de la agresividad, la carestía de valores morales, la relatividad en los principios rectores de la vida, la exaltación del hedonismo, la confusión ideológica y de género, la erosión paulatina del modelo familiar bíblico, y muchos otros más retos y desafíos que debe, y tiene, que enfrentar la iglesia en el día a día requiere que ésta disponga de todos sus efectivos bien pertrechados y equipados. Es menester que jóvenes y adultos se hallen unidos en esta batalla espiritual, así como que ambos rangos de edad se complementen para encontrar la mejor estrategia para capear temporales y vencer bajo la égida de Cristo. Conocer a la generación Y, o millennial, y a la generación Z, o iGeneration, es vital para dar a conocer el mensaje del evangelio a incipientes y futuros adultos caracterizados por atributos que cambian a la velocidad del rayo. La desactualización de nuestros métodos misioneros y evangelísticos precisamente aparece cuando nuestros jóvenes, los cuales saben de qué pie calza su generación, no son tenidos en cuenta para su administración, creación o planificación.

La paciencia debe ser aquí una virtud que cultivar. Paciencia de los más mayores hacia los más jóvenes, mientras éstos últimos ajustan y precisan sus conocimientos, dones, talentos y valores a la visión eclesial; y paciencia de los más jóvenes para con los más mayores, en orden a comprender que los cambios no siempre pueden ser llevados de forma radical, espontánea e inmediata. Conjugar estas dos paciencias, empastar estas dos voces, aunar experiencia con pasión, y compenetrar sabiduría con creatividad y apertura de mente, producirá en nuestras comunidades de fe el efecto imprescindible para salir al mundo y proclamar las buenas nuevas de salvación en Cristo. Soy sabedor de que estos buenos deseos y estas propuestas no son fáciles de implementar en muchas iglesias. Doy gracias a Dios porque en algunas de ellas ha sido posible cumplir esta estabilidad y este equilibrio intergeneracional a todos los niveles de servicio y ministerio eclesial. El fruto que están dando es generoso y relevante en medio de un medio ambiente hostil al evangelio.

3. SUJECIÓN, SOMETIMIENTO Y HUMILDAD INTERGENERACIONAL

El apóstol Pedro nos ofrece en su primera epístola universal un retrato de la clase de relaciones que deben imperar en la comunidad de fe cristiana, de tal modo que ésta pueda alcanzar su máximo potencial dentro de un escenario de humildad y unidad: Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo, anciano también con ellos y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria. Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad, porque «Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.»” (1 Pedro 5:1-5)

Sujeción y sometimiento mutuos. Dos vocablos que en la actualidad suenan para muchos idearios como una amenaza a la libertad individual. Sujetarse y someterse implican, para algunas personas, la renuncia a su capacidad decisoria y la desaparición del criterio propio. Nada más lejos de la realidad. No es posible apacentar, guiar o dirigir un grupo humano si no existe un compromiso mutuo de aceptación de la autoridad y del liderazgo, bien sea pastoral o presbiterial. No es posible gestionar un rebaño si no existe una motivación superior, como la es el señorío de Cristo, que impulse al anciano o al pastor a velar por las necesidades de cada oveja. Es absolutamente inviable considerar a la grey de Dios, entre la cual se hallan los jóvenes y adolescentes, si primero los más maduros en la fe, los que se supone que poseen una trayectoria testimonial de lealtad a Cristo, no provocan a sus hermanos a mimetizar su tesón, su entrega y su consagración a Dios.

El joven que asiste regularmente a la iglesia, tanto el que todavía no ha dado el paso de depositar su fe en Cristo, como el que lo ha hecho, pero todavía se lo piensa, como el que ya ha sido bautizado y está siendo discipulado, o como aquel que ya hace tiempo que entregó su vida al señorío salvador de Cristo, necesita posar sus ojos en el modelo de sus mayores. No nos damos cuenta, pero nuestros niños, adolescentes y jóvenes perciben mejor de lo que pensamos el clima que se genera dentro de la iglesia, observan con más interés del que nos imaginamos la conducta de unos y de otros en los tiempos comunitarios de adoración y enseñanza, y valoran y analizan si de verdad se encarnan los principios y valores del Reino de Dios de forma práctica en aquellos que presiden y sirven en las distintas áreas de la iglesia. Si existe una coherencia y una consistencia en el ejemplo y modelo de las personas que detentan las responsabilidades esenciales dentro de la congregación, entonces los jóvenes encuentran en estas personas el atractivo oportuno para desear dedicarse en cuerpo y alma en las diversas maneras de trabajar en el seno de la comunidad de fe cristiana.

Y algo muy importante, algo que nunca debe faltar en el entendimiento de una iglesia intergeneracional, es la humildad. Como bien dice el apóstol Pedro, la autoridad no debe supeditarse al “porque lo digo yo” o al “aquí mando yo.” La autoridad, dentro de la iglesia, es un privilegio, un placer, pero también una responsabilidad de la que se debe rendir cuentas delante de Dios. La humildad debe impregnar por completo las relaciones entre los ancianos y los jóvenes. La manera de hablar, de recibir las sugerencias, de asumir los roles, de proponer nuevas formas de mirar la realidad, de lograr consensos y compromisos intergeneracionales, ha de subordinarse inequívocamente a la humildad global de la iglesia. El empleo de argumentos válidos, el debate abierto dentro de un orden o la exposición de ideas en un marco de valoración, examen y análisis serio y detallado, propician un ambiente más proclive a poder sacar del cofre de la sabiduría, enfoques nuevos y prometedores en la evangelización, la educación, la obra social, la adoración musical, la oración y la exposición homilética, y enfoques ancestrales que templen y consoliden las renovadas concepciones de cómo trabajar en la iglesia y de cómo alcanzar a nuestros vecinos.

4. UNA META INTERGENERACIONAL GESTIONADA POR DIOS

Pedro termina su primera epístola con un anhelo en su corazón para con la iglesia universal y local: “Pero el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca. A él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.” (v.10) Hay innumerables maneras de entender la iglesia, pero concebirla sin prestar atención a todos los estratos de edad que en ella hay, dando participación a cada uno de ellos bajo el liderazgo de los ancianos y pastores, es un error gravísimo que es muy difícil de solventar más adelante. Conozco iglesias en las que, a causa de poner el énfasis en un grupo generacional concreto, y siendo negligentes en las demás líneas de edad, ha tenido que transitar por el desierto agrietado y seco de una generación desaparecida de sus atrios y capillas. Con el paso del tiempo, este lastre ha desembocado en la ausencia de liderazgo, en la carencia de referentes propios y autóctonos, y en la desesperación de importar modelos congregacionales de discutible factura para no tener que cerrar las puertas del templo. Dramáticos y trágicos finales para comunidades de fe antaño florecientes e influyentes. No vayamos por este camino, la senda de la decadencia y el declive de iglesias prácticamente en vías de desaparición.

Pedro aboga por el entendimiento y la comunión humilde entre hermanos, sean unos jóvenes y los otros ancianos. Y quiere que todos ellos busquen con todo su corazón que Dios sea el que vaya puliendo aristas, cincelando las imperfecciones, y modelando el corazón de cada creyente con independencia de su edad, género y extracción social y étnica. Desea con toda su alma que, en ese proceso, en el que habrá altibajos y diferencias de criterio secundarias, la iglesia sea afirmada sobre los cimientos de Cristo y de su evangelio, consolidando la armonía y sinfonía de toda la comunidad de fe. Pedro anhela que Dios fortalezca las voluntades, el fervor, el ánimo y las energías de un pueblo instalado en reforzar los lazos de amor intergeneracional. En definitiva, el apóstol espera que el Señor establezca en la constancia, la perseverancia y la permanencia esa humildad que cada creyente debe exhibir en sus interrelaciones eclesiales. Reconociéndonos todos como instrumentos santos y apartados para el servicio de Dios, hallaremos su favor y su bendición.

CONCLUSIÓN

Como hemos podido comprender, todos somos válidos delante de los ojos del Señor. Todos hemos de limar asperezas, de clarificar posiciones a la hora de servir a Dios y al prójimo, de erradicar prejuicios y preconceptos relacionados con las edades, y de ejercer un discernimiento espiritual que permita la edificación, fortalecimiento, establecimiento y perfeccionamiento de la iglesia. Desde Juventud UEBE, desde los diferentes campos que se abren en cada ministerio troncal de la UEBE, desde las representaciones regionales de nuestra juventud bautista, y desde las instancias formativas y pastorales, es nuestro deseo poder capacitar y habilitar a aquellos jóvenes que no se conforman con verlas pasar, que no se ciñen únicamente a criticar y comentar lo que se hace en su iglesia, sino que prefieren pasar a la acción y formar parte del cambio generacional que nuestras congregaciones van necesitando con cada vez mayor urgencia. Necesitamos sostenibilidad eclesial, energías renovables dentro del espectro de edad de nuestras iglesias, ser eficientes en la administración y gestión de estas energías apasionadas, y buscar impactar cristocéntricamente en nuestro medio ambiente social, político, religioso e ideológico.

Y todo esto, y mucho más que pueden ofrecer nuestros jóvenes y adolescentes, ha de realizarse, tal y como Pedro se encarga de enseñarnos, para la gloria y el imperio de nuestro Dios y Señor.