PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO: RECORDANDO EL ANUNCIO MÁS SORPRENDENTE DE LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD

TEXTO BÍBLICO: LUCAS 1:26-33

INTRODUCCIÓN

En los tiempos de la información en los que nos ha tocado vivir un mensaje lo es todo. Necesitamos estar interconectados a través de redes sociales, aplicaciones de mensajería instantánea y vías electrónicas para comunicarnos. Ya las cartas escritas han sido destronadas por los correos electrónicos, las palomas mensajeras por twits, la llamada telefónica casual por whatsapps, y las largas conferencias que antes se mantenían entre lugares distantes y que duraban meses y años, se han acortado por medio de videoconferencias en las que podemos hablar en tiempo real con alguien mientras lo vemos en pantalla. La ingente cantidad de información de la que disponemos hoy día es tan apabullante que resulta muy difícil estar al tanto de todos los trending topics, modas, noticias y curiosidades que suceden a lo largo y ancho de este mundo.

La facilidad que el mundo globalizado tiene de recurrir a métodos tecnológicos que acerquen a las personas a pesar de las distancias ha perdido el calor, la cercanía y la relevancia que tenían los mensajes de viva voz. Hoy, si no nos interesa la conversación en un chat, nos salimos de él o nos hacemos el sueco hasta que la otra parte se cansa y abandona la charla. Si una persona que forma parte de nuestra intrincada vida social en las redes como Facebook o Instagram, queremos tenerla ahí para observar sus ocurrencias sin involucrarnos personalmente en sus opiniones y tendencias, no estamos obligados a ver todas y cada una de sus publicaciones en el muro. Desconectar es fácil cuando existe un canal a través del cual poder excusarnos con frialdad y displicencia.

Sin embargo, cuando un mensaje o anuncio es entregado en mano, cuando las palabras se unen a las miradas y el sonido de la voz provoca sentimientos y emociones en el interpelado, todo es diferente. No podemos desconectar de la conversación así como así, sin menospreciar al que nos habla o sin desdeñar el asunto que le trae y que a él le parece importante. Toca escuchar con mayor o menor atención. Es el momento de dialogar si algo no nos gusta y no podemos hacer caso omiso a cualquier petición. Cuando alguien desea hablar con nosotros mirándonos al rostro, sabemos que se trata de algo relevante y crucial. ¿O no hemos pasado por angustias y nerviosismo cuando nuestro novio o novia nos ha dicho las temibles palabras: “tenemos que hablar”? El caso que nos ocupa en el texto bíblico se refiere a un anuncio o mensaje tan importante y relevante, que no solo incumbe a María o José como primeros afectados, sino que adquiere un significado nuclear para toda la humanidad entre la que nos incluimos.

A. UN MENSAJERO ASOMBROSO

Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David, y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres. Más ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta.” (vv. 26-29)

Normalmente no damos mucha importancia a aquel que nos trae un mensaje. El cartero no suele recibir propinas, o ser agasajado con una invitación a almorzar, o llegar con las manos llenas de regalos a su casa tras su jornada laboral, por lo menos que yo sepa. Tratamos al mensajero como a un simple instrumento del que alguien se vale para transmitir un anuncio sin darle mayor trascendencia a su papel en la entrega de una noticia. También depende un poco de la clase de mensaje que traiga, claro. Todos conocemos anécdotas en las que alguien trae una noticia buena y otra mala. ¿Por qué noticia decantarnos? ¿Por saber primero la buena o por dejarla al final para tener mejor sabor de boca? ¿Y si la mala es tan mala que la buena no es tan buena? Si es una buena noticia podríamos incluso abrazar al mensajero, pero si es mala, tal vez lo que recibiríamos son las palmadas o el abrazo del que nos ha hecho entrega de la misiva.

El mensajero que aquí aparece en escena, no es ni más ni menos que un mensajero de Dios llamado Gabriel. La palabra ángel, que proviene del griego angelos, significa esencialmente mensajero o portador de nuevas. Dios suele enviar mensajeros de su parte cuando se trata de comunicar el anuncio de grandes cosas. Por ejemplo, tenemos a dos ángeles advirtiendo a Lot y su familia de la destrucción de Sodoma y Gomorra, a otro ángel socorriendo a Agar e Ismael en el desierto, a un ángel en medio del fuego llamando a Moisés a liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto, o a un ser celestial animando a Elías en medio de su depresión. A veces, el Señor recurre a sus siervos más directos para que sus promesas y palabras penetren tan profundamente en el corazón y así lograr que sus planes se cumplan sin vacilaciones ni miedos.

La misión que Dios encomienda a Gabriel es una de tal calibre que todo el mundo va a sentir el efecto intenso y maravilloso de su mensaje. Dios no envía a otro ser humano como hizo en tiempos pasados en forma de profetas, los cuales ya vislumbraron el cumplimiento de las promesas de Dios en el futuro. No habla directamente a esta temerosa doncella a través de sueños. Dios envía a un ángel, a uno de sus mayores y más fieles servidores para que no quepa duda de que aquello que se le iba a decir iba a ocurrir con total y absoluta seguridad. Por supuesto, la visión de un ser resplandeciente apareciendo de la nada en su aposento, no deja de ser aterradora. No todos los días se ve a un ángel de Dios mientras te saluda con abrumadora sencillez. No todos los días un ser celestial te manifiesta el favor de Dios. No todos los días puedes, con la boca y los ojos muy abiertos, escuchar de labios sobrenaturales que Dios te ama y que te bendice de manera especial.

B. UNA ELECCIÓN SORPRENDENTE

Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios.” (v. 30)

María, como no podría ser de otro modo, estaría completamente apurada y sorprendida. Mucho más que eso. Estaría totalmente desbordada por un millón de sensaciones, emociones y sentimientos cuando la voz suave y profunda del ángel da los buenos días y brota una bendición de su boca. Ella, una humilde joven a punto de casarse con José, no entendía cómo podía ser que ella fuese el recipiente de este anuncio tan extraño. No era una princesa, ni una mujer noble o acaudalada, ni tenía méritos que exhibir ante el mensajero de Dios. ¿Cómo era posible que Dios tuviese interés en querer hablar con ella a través de este ser resplandeciente? Como bien sabemos, el Señor no envía mensajeros tan especiales sino hay un propósito específico de por medio.

La lógica del mundo vuelve a hacerse añicos con la elección de María como recipiente humano del Mesías. Podría pensarse que Dios escogería a alguien más preparado intelectualmente o más experimentado en la vida. Podría pensarse que el Señor elegiría a alguien de alta alcurnia o con un nivel adquisitivo alto que pudiese abrir mil puertas al futuro Salvador. Sin embargo, Dios escoge lo humilde, aquello que se abre sin resistencia ante sus designios, el alma que está dispuesta a creer sin temores ni dudas. María estaba lista y su comportamiento para con todos y especialmente para con Dios la hacían la persona más adecuada y oportuna para cumplir los deseos eternos del Señor. Nadie iba a lograr lo que María logró: hallar gracia ante los ojos del Creador, el cual la contemplaba desde la gloria como la madre perfecta para el futuro mediador entre Él y los hombres. Dios, cuando escoge a alguien para llevar a cabo sus propósitos sabios y soberanos, no mira lo que nosotros miramos, sino que, escudriñando el corazón sabe a ciencia cierta quién puede colmar sus mandamientos y directrices: “Porque el Señor no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón.” (1 Samuel 16:7).

C. UN NIÑO SORPRENDENTE

Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.” (vv. 31-33)

Después del susto inicial, de las palabras enigmáticas del ángel y de haber escuchado que había sido elegida por Dios para una tarea muy especial e increíble, María recibe el anuncio más formidable y maravilloso que nunca un ser humano haya oído. Iba a convertirse en la madre de un niño sin haber conocido varón. Esto era algo inaudito. ¿Cómo iba Dios a apañárselas para que pudiese quedar embarazada de un hijo sin haberse casado con José? Desde su mente finita y limitada, no se da cuenta de que Dios tiene poder más que suficiente para hacer que lo imposible sea una realidad: “Porque nada hay imposible para Dios.” (v. 37). Dios ya ha establecido desde la eternidad este momento para poder encarnarse en un ser de carne y hueso y así caminar junto a la corona de su creación: la raza humana. Su nacimiento sería como el de cualquier otro niño, sin prebendas ni privilegios. Su vida estaría rodeada de las mismas necesidades, alegrías y aventuras que la de cualquier otro ser humano. Sin embargo, su nombre es un nombre que Dios ya ha anticipado y que lo significa todo para su futura misión en la tierra. Jesús es el nombre de un Dios que se acerca piel con piel con el resto de los mortales. Es la esperanza para los marginados y menesterosos, y la salvación para los perdidos.

A pesar de que la sangre circula por sus venas, que pasa frío y calor en las estaciones del año y que el estómago le gruñe cuando tiene hambre, Jesús también es Dios mismo, es el Autor de la realidad, es la eternidad en un puñado de polvo y barro. Será grande, no por su poder político, o por sus hazañas bélicas, o por construir los más fastuosos monumentos de la historia, sino por inaugurar el reino de los cielos en este mundo, permitiendo la oportunidad de que cada persona de esta tierra pueda ser redimido de sus pecados y beber el agua de vida de la salvación. Será grande, no por ser un filósofo seguido por miles de discípulos, o por ser un orador impresionante y conmovedor, sino por mostrar en su humildad la gracia de Dios desplegada ante los ojos de todos los hombres. Será grande porque a pesar de las torturas que tuvo que soportar, la muerte vergonzosa que tuvo que arrostrar y la injusticia que se cometió contra él, se convertiría en el centro vital de millones de personas a lo largo de la historia que creerían en él como Señor y Salvador de sus existencias.

Será el rey soberano de un pueblo que es capaz de reconocer su señorío y reinado. Su reino no tiene fronteras ni aduanas, sino que abarca el tiempo y el espacio sin límites. Su reino no es terrenal, perecedero y efímero, como el de emperadores, dirigentes y dictadores que han pasado al olvido tras ver como sus imperios y reinos desaparecían en la memoria de las crónicas humanas. Su reino es dulce y hermoso, pues su autoridad y dominio no son gravosos ni forzados, sino que por el contrario, es un reino de amor y misericordia perpetuos. Este niño que habría de nacer sería el dueño de toda una nación de corazones y espíritus que entregarán todo su ser a su servicio como muestra de gratitud y gozo por el perdón de los pecados.

CONCLUSIÓN

Este sorprendente anuncio debe ser recordado en este día para volver a recuperar de nuestra memoria aquel día en el que también recibimos un mensaje que cambió y transformó completamente nuestras vidas. Ese bienaventurado día, tal vez no fue un ser refulgente y esplendoroso el que descendió de la gloria de Dios para transmitirnos un mensaje, pero sí fue un siervo del Señor el que nos comunicó que habíamos sido elegidos por Dios para ser salvos y ser lavados de toda nuestra maldad. Al igual que María, cuando escuchamos el evangelio de Cristo, tal vez nos sentimos intimidados ante lo que se esperaba de nosotros y ante las dificultades que comporta ser discípulos suyos. No obstante, cuando Dios nos habla con tanta claridad a nuestros corazones, la duda o el temor se esfuman para recibir el mensaje de salvación y perdón con los brazos abiertos y los oídos preparados.

Hagamos que ese niño del cual hacemos memoria hoy, siga siendo grande y rey en nuestras vidas para gozarnos con nuestros hermanos en estas celebraciones navideñas que ya casi comienzan.

SELFIE

Llegas a un lugar, te parece bonito y mecánicamente, casi por inercia, levantas el móvil para hacerte un “selfie” y postearlo en tus redes sociales.  Este acto que hoy es tan común, en el pasado era la excepción de la regla. Entonces solíamos pedirle a la persona más cercana que nos sacase una foto porque hacérsela uno mismo era la última opción, a la que casi nadie quería recurrir. Sin embargo, hoy los “selfies” están de moda, son tendencia. 

Así, podemos encontrar “selfies” de gente caminando, comiendo, compartiendo con sus amigos, mirando algo “interesante”, acabadas de levantar, a punto de irse a dormir… Y una infinita serie de puntos suspensivos… No obstante, ¿te has preguntado cómo los “selfies” pueden cambiar tu vida y qué dicen sobre ti? Debemos tener en cuenta que la tecnología no se limita a hacer las cosas por nosotros, hace las cosas en nuestro lugar y, como resultado, no solo cambia lo que hacemos sino también lo que somos.

Los “selfies”, al igual que cualquier otra foto, interrumpe la experiencia que estamos viviendo, sobre todo si empleamos un tiempo adicional para subirlos a las redes sociales. El “selfie” implica ponernos “en pausa” y a veces también significa poner en “stand by” a quienes nos rodean, por el afán de documentar nuestras vidas.

Por supuesto, el deseo de inmortalizar determinados momentos de nuestra existencia siempre ha existido. El problema radica en que ahora las cámaras digitales nos acompañan allá donde vamos, por lo que también son mucho más invasivas que antaño. Por eso, hay personas que han comenzado a ver el mundo a través del ojo digital, olvidando cómo se disfruta la experiencia.

Un estudio realizado recientemente por investigadores de la Universidad Estatal de Ohio ha desvelado que los que publican más “selfies” en sus redes sociales también tienen rasgos narcisistas y psicopáticos. Por supuesto, no es sorprendente que los que publican más “selfies” y pasan más tiempo editando sus imágenes tengan una vena narcisista, pero esta es la primera vez que se ha confirmado a través de un estudio científico. Y vale aclarar que, aunque la investigación se realizó en hombres, sus resultados bien podrían aplicarse a las mujeres.

En ese estudio también se pudo apreciar que editar las fotos estaba relacionado con elevados niveles de auto-objetivación, un concepto que hace referencia a aquellas personas que se valoran a sí mismas predominantemente por su apariencia física, más que por rasgos de su personalidad o por sus habilidades y logros. En otras palabras, muchas de las personas que solían publicar en sus redes sociales “selfies” editados, basaban su autoestima en su físico. En este punto se cierra un círculo vicioso que puede llegar a ser muy dañino. Las personas que tienen una tendencia a la auto-objetivación suben más “selfies” a las redes sociales y, al recibir comentarios positivos sobre su aspecto físico, estos refuerzan su conducta. A la larga, se trata de una autoestima artificialmente elevada, que no tiene en cuenta otros factores de su personalidad.

De hecho, otro estudio realizado en la Universidad de Buffalo desveló que las personas que más fotos comparten en sus redes sociales son aquellas cuya autoestima se basa principalmente en las opiniones de los demás. Esto significa que están muy expuestas a la valoración de los otros, que su estado emocional depende en gran medida del nivel de aceptación que tengan sus fotos.

Uno de los estudios más interesantes sobre el fenómeno de los “selfies” fue realizado en la Universidad de Birmingham. Estos psicólogos descubrieron que mientras más “selfies” se hacen, más se afectan las relaciones interpersonales. ¿Por qué? En primer lugar, porque las personas que están a tu alrededor pueden sentirse acomplejadas o relegadas a un segundo plano, mientras pones el énfasis en ti mismo. En segundo lugar, porque están sometidos a la tensión de tener que estar listos en todo momento para sonreír a la cámara pues no saben cuándo puede llegar el próximo flash. Esa tensión desemboca, irremediablemente, en irritabilidad. En tercer lugar, porque se genera una sensación de competencia entre amigos, que no es beneficiosa para ganar en intimidad.

No se trata de que los “selfies” sean malos en sí mismos. De hecho, existen desde hace varias décadas. El problema radica en que hoy son la expresión de una sociedad obsesionada con la imagen que ha abrazado el narcisismo. Por tanto, es importante aprender a disfrutar de cada uno de los momentos y dosificar el uso de la tecnología. Nos lo agradecerán las personas que se encuentran a nuestro alrededor y nuestro equilibrio psicológico se beneficiará. Recuerda que a veces es más importante disfrutar de la experiencia que inmortalizarla en una imagen. La imagen probablemente se perderá entre miles de fotos más, pero las experiencias y las emociones que vivas se quedarán para siempre en tu memoria.

Aunque Jesús no tenía un móvil con cámara o una aplicación social como Instagram, el hecho de identificarse a sí mismo de maneras muy ilustrativas y gráficas era algo recurrente durante su estancia en el planeta tierra como ser de carne y hueso. De algún modo, un “selfie” es un autorretrato en el que cada posado es una manera de comunicar al mundo quién es uno, al menos desde lo puramente aparente, físico y superficial. Sin embargo, los “selfies” que Jesús hacía de sí mismo, sin filtros ni ediciones posteriores, y sin palo “selfie” con que inmortalizar visualmente su aspecto físico, eran “selfies” que señalaban facetas de su vida interior, de su alma y de su propósito al aterrizar en nuestro mundo. La palabra “selfie” proviene del inglés que traducimos por “yo mismo”, y en varias ocasiones puntuales Jesús dejó conocer de sí mismo a los demás, características que hablaban a la perfección de su vida y de sus metas.

Por poner algunos ejemplos de “selfies” cristológicos, señalaremos tres de ellos que aparecen en el evangelio según Juan (Juan 14:6). La vida es un auténtico viaje que muchos de vosotros simplemente estáis iniciando. Es un viaje repleto de certezas e incertidumbres y lleno de paisajes hermosos así como de horizontes tenebrosos. Cuando vamos a planificar unas vacaciones o una escapada, es preciso escoger cuidadosamente la ruta por la que queremos conducir nuestro vehículo, salvando los atascos y carreteras problemáticas, y eligiendo las vías amplias y rápidas que nos lleven a nuestro lugar de destino lo antes posible y con el menor número de imprevistos. Metemos en el maletero aquellas cosas indispensables e imprescindibles para que nuestro tiempo de descanso sea lo más placentero posible, revisamos con detalle nuestro vehículo en previsión de averías y procuramos hacer que nuestro viaje sea lo más llevadero posible.

La vida también tiene un principio y un fin. El trayecto que queda entre nuestro nacimiento y nuestra muerte es un recorrido de tiempos y espacios en los que es preciso escoger la mejor ruta, en los que es necesario viajar ligeros de equipaje y en los que deberíamos prevenir antes que lamentar. Desgraciadamente, no todos los seres humanos de este mundo optan por la mejor ruta, aquella que puede salvarles de sinsabores y que es capaz de brindarles la oportunidad de vivir una vida auténticamente plena y satisfactoria.

El poeta Antonio Machado ya lo dijo con especiales y sencillas estrofas: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar.” Mientras andamos y transitamos por esta vida, las elecciones y las decisiones llenan cada uno de nuestros pasos. No hay metro de nuestro recorrido vital en el que no tengamos que escoger entre varias opciones. La cuestión entonces es saber decidir qué sendas son las que mejor nos convienen y qué caminos nos conducen al abismo de la desesperación. Nuestra ruta que es la vida está plagada de cruces, atajos y bifurcaciones, y si nos dejamos guiar por nuestro instinto, por nuestros deseos y por nuestra visión distorsionada de la realidad y de lo que es importante, lo más probable es que nos despeñemos por el acantilado de la ignorancia y el engaño. No todas las señales que aparezcan en la carretera por la que conducimos serán lo que parecen, sino que a menudo las promesas de atajos solo harán que nos perdamos más y más en los caminos de cabras de Satanás.

Cristo se convierte de este modo en aquel que puede marcarnos la ruta correcta que lleva a la salvación de nuestras almas, a la bendición en nuestras vidas y a la presencia eterna de Dios, la cual es nuestro destino deseado donde descansar de los sufrimientos, el desespero y el dolor que como seres humanos nos causamos mutuamente. ¿Deseas llegar a tu verdadero hogar siguiendo la ruta más segura y confiable? Entonces Cristo es la solución, porque no solo muestra el camino al Padre, sino que él mismo es ese camino de santidad. Tomás se hizo una pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez en la vida: ¿Cómo sabemos dónde está el camino de salvación que nos acerca a Dios?

A. CRISTO ES EL CAMINO

Jesús le dijo: Yo soy el camino… Nadie viene al Padre, sino por mí.”

¿Qué es un camino? La definición oficial de camino es la siguiente: “Franja de terreno utilizada o dispuesta para caminar o ir de un lugar a otro; en especial la que no está asfaltada.” De este concepto podemos entender que un camino surge para conectar a dos personas o seres que desean encontrarse en un momento dado. Los antiguos caminos solían aparecer en el terreno cuando el tránsito de personas apisonaba la tierra hasta crear un sendero reconocible. Con el paso del tiempo este camino era pavimentado, ensanchado, señalizado y asfaltado, a fin de que los viajes se hiciesen más cómodos y rápidos. Un camino no existe en tanto en cuanto no exista el deseo de que alguien quiera conectar con otro u otros, y por lo tanto, esta idea apunta, en términos vitales, al deseo de Dios porque el ser humano se relacione con Él. El camino que Dios ha provisto para que hagamos un viaje de descubrimiento y de experiencia es su Hijo Jesucristo. Cristo se convierte así en mediador entre Dios y los seres humanos, el camino necesario, excepcional y único que nos enlaza con Dios y con nuestra redención.

La declaración de Jesús de ser Dios mismo, que podemos ver recogida en el uso del “selfie” o del “Yo soy” propio del nombre de Dios, nos indica claramente que Jesús no era un maestro espiritual o un gurú profético que solo venía a marcar el camino a la plenitud humana en Dios. Jesús no era solamente alguien que con su mensaje y enseñanzas estaba revelando el camino a Dios. Él mismo era y es el Camino con mayúsculas. Es el camino y no un camino. Esto quiere decir que cualquier intento por proponer otros caminos a Dios son solo inútiles movimientos por construir autopistas engañosas que persigan alcanzar la salvación o a Dios a través de los esfuerzos humanos. A lo largo de la historia ha habido caminos que han tratado de ocupar el lugar de Cristo. Hoy mucha gente predica evangelios en los que “todos los caminos llevan a Roma”, y en los que se pregona que no importa a qué Dios adores, si Alá, la Madre Tierra o Maradona, o qué camino a la realización personal sigas, puesto que un día todos seremos salvados por amor.

Solo existe una ruta para la salvación y ésta es Cristo. Nadie puede llegar a relacionarse con el Padre si primeramente no se ha relacionado con el Hijo. No existen atajos ni vericuetos que acorten la ruta o que faciliten el viaje. De hecho, todos aquellos que hemos aceptado que Cristo es el único camino a Dios, sabemos por experiencia que el camino es angosto, estrecho y repleto de baches: “Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.” (Mateo 7:13-14). La vida cristiana no es una autovía espaciosa a la que ir a toda velocidad pagando con obras los peajes que nos encontremos hasta destino. La ruta de la vida para el creyente está erizada de inconvenientes, accidentes, incidentes y percances, y nuestro vehículo a veces se averiará por no cambiar el aceite cuando toca, se verá envuelto en situaciones rocambolescas que demandarán de nuestra pericia al volante y gastaremos mucho dinero en cambiar ruedas pinchadas. No podría ser de otro modo sabiendo que nuestra existencia, por causa del pecado y de nuestra mala cabeza, se va a ver afectada negativamente, aunque por fin lleguemos a puerto sanos y salvos. Conocer a Cristo por medio de este “selfie” es conocer a Dios, y transitar por el camino por excelencia que es Jesús solo puede darnos la seguridad de que seremos salvos por gracia y de que disfrutaremos de Dios por toda la eternidad.

B. CRISTO ES LA VERDAD

Yo soy… la verdad.”

¿Qué es la verdad?, se preguntaba Poncio Pilatos cuando vio a Jesús cara a cara durante su juicio. Esta es una pregunta que todo ser humano que se precie de ser mínimamente inteligente se ha hecho alguna vez en la vida. ¿Dónde puedo encontrar certezas y absoluta seguridad? En los tiempos que nos toca vivir la verdad ha dejado de existir en detrimento de las verdades. Lo que para mí es cierto, no tiene porqué serlo para ti y viceversa. La verdad se ha volatilizado y relativizado de tal manera que determinadas afirmaciones y aseveraciones son verdad únicamente por el hecho del efecto que causan en la persona. Una verdad es valiosa si aporta felicidad, libertad de acción y satisfacción a los sentidos. Hoy más que nunca recibiremos, si queremos hablar de las verdades absolutas reveladas en la Biblia a alguien, el comentario de que todo es del color del cristal con el que miras. He escuchado incluso que la mentira aporta más que la verdad cuando se dice en el contexto de evitar problemas y eludir responsabilidades futuras. Por lo tanto, esa pregunta de Poncio Pilatos ya está dejando de tener peso en la mentalidad del mundo en el que vivimos. Tu verdad, mi verdad, y lo importante es ser feliz con ellas.

Sin embargo, esta percepción de lo que es la verdad es lo que puede llevar a muchísima gente a caminar por rutas en las que prefiere ser dirigida por espejismos, promesas falsas y erróneas transcripciones de lo que es el bien y el mal. El respeto por la opinión y las presuntas experiencias de los demás siempre debe estar presente en nuestra predicación del verdadero camino que puede llevar a Dios al incrédulo. No podemos aporrear con la Biblia a todo aquel que no piensa como nosotros o que no comulga con nuestra fe e ideas. Solo hemos de exponer con extraordinaria sencillez y sinceridad que existe una verdad absoluta, superior y transformadora la cual es Cristo. Esta verdad “selfie” que está encarnada en Cristo y que revela a Dios Padre nos lleva a recibir una libertad auténtica y muy alejada de esa pretendida libertad que nos quieren vender de hacer lo que mejor nos plazca. Esta verdad ha sido manifestada en Jesús. “Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz.” (Juan 18:37).

C. CRISTO ES LA VIDA

Yo soy… la vida.”

¿Qué es la vida? ¿Es simplemente existir, respirar, pasarlo en grande sin pensar en las consecuencias, amar? La vida, tal y como la entiende este mundo, es aquel intervalo de tiempo que existe entre el nacimiento y la muerte y que debe ser exprimido y disfrutado a tope. Si preguntásemos a alguien qué es la vida, seguramente nos hablaría de trabajo, dinero, familia, diversión, descanso y un largo etcétera de actividades en las que emplear el tiempo de esa vida. No obstante, ese sueño que todo ser humano persigue de poder saborear la vida suele estar acompañado de una caprichosa visión de lo que es vivir realmente. De algún modo perverso, se ha estructurado una concepción de vida basada en el materialismo, de tal manera que vives en tanto en cuanto consumes y adquieres cosas para ser feliz. De ahí que las expresiones “vivir la vida”, “tú si que vives bien”, “vivir a todo tren” y “la dolce vita”, tengan más que ver con vivirla sin sobresaltos económicos y disfrutándola entre lujos y comodidades. ¿Pero eso es vivir plenamente? Lo dudo. Si existe una sola vida que merezca la pena vivirla y que sea digna de ser llamada vida, esa es la que Cristo nos regala si elegimos hacer nuestro su “selfie”. Tenerlo todo y perder el alma supone conducir el vehículo por la autopista de la condenación eterna, tal vez encontrando placer y diversión momentáneos durante el trayecto, pero que al final desembocarán en las fauces rugientes del infierno.

Cristo no ha venido solamente a traernos vida, sino que él mismo es la Vida. En él podemos encontrar el sentido y propósito de nuestra existencia, en él podemos saciar nuestra sed espiritual, en él adquirimos nuestra verdadera esencia: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” (Juan 10:10). Nuestra mera existencia física presente importa poco en comparación con toda una vida eterna que comienza en el preciso momento en el que nos detenemos en un área de descanso al lado de la carretera, y reflexionamos sobre nuestro destino final, y escogemos creer en Cristo como nuestro Señor y Salvador. Él se convierte desde ese instante en nuestro guía y maestro, en nuestro GPS espiritual que siempre tiene cobertura satelital y que nos re-direcciona cuando metemos la pata siguiendo la señalización mentirosa que Satanás coloca en nuestro camino. A veces es conveniente hacer un stop en nuestro camino para verificar si la vida que queremos es la que estamos viviendo o la que Cristo nos ofrece por medio de su sacrificio en la cruz del Calvario.

CONCLUSIÓN

Considerando y analizando estos “selfies” de Jesús, nos damos cuenta de que solo hay un camino que nos acerca a Dios para entablar una relación que nos transformará y salvará. Solo hay una senda, poco transitada por la juventud, que promete verdad, libertad y vida. Solo existe un camino a la felicidad, al perdón de tus pecados y a gozar de toda una fiesta en los cielos que celebra tu llegada. Ese camino de sentido único es Cristo, un “selfie” inolvidable que siempre recordarás. Dale al “Me gusta” de los “selfies” de Jesús que hoy hemos visto, y todo tu mundo cambiará para siempre.