En estos tiempos de confinamiento obligatorio a causa de la pandemia global de coronavirus, la juventud, y de manera especial, la juventud que ama y sigue a Cristo, debe dar la talla. Todos los esquemas anteriores en los que nos basábamos para vivir nuestros años de adolescencia y juventud se han ido resquebrajando hasta límites insospechados. La dinámica vital que cada uno de nosotros estábamos desarrollando en el contexto de la normalidad, si es que puede decirse de este modo, y de la cotidianidad, ha sido trastornada de una forma violenta y traumática.
Cualquier plan que tuviéramos en mente se ha volatilizado junto con nuestra necesidad de transitar libremente por este mundo. Nuevas formas de trabajar, estudiar y relacionarse han tenido que surgir de las cenizas de un futuro incierto y dramáticamente oscuro. Las costumbres ininterrumpidas que considerábamos parte de nuestra esencia e identidad están convirtiéndose en algo que parece que queda atrás, en tiempos más felices. No cabe duda de que nuestras vidas han sido afectadas virulentamente por una enfermedad que se contagia mucho más rápido de lo que nuestros gobernantes y científicos habían imaginado, y ahora debemos plantearnos nuestro rol social, espiritual y psicológico a la luz de esta nueva y enigmática coyuntura.
No sé si tú que me lees, eres víctima de esta epidemia, o conoces a personas que están en cuarentena, pasando el mal trago del contagio, ingresado en algún hospital o UCI, o si sabes de alguien que ha fallecido a causa de este terrible enemigo prácticamente invisible. Tal vez piensas que estar encerrado en tu casa sin poder dar un abrazo a tus amistades, sin pasar tiempo real con tu familia y sin la posibilidad de reunirte con tu comunidad de fe, es una auténtica tortura. Te subes por las paredes, te haces carne de “challenges,” intentas planificar las horas muertas haciendo papiroflexia, abdominales o leyendo esos libros que tenías cubiertos de polvo. Bailas todo el repertorio del Tiktok, duermes como un lirón en temporada de hibernación, y comienzas a tener mono de deporte televisado.
Consumes series y películas sin parar, te atiborras de chucherías, cupcakes y pizzas caseras, y tus hermanos pequeños o tus hijos han traspasado las fronteras de tu paciencia. Quizá has sido objeto de un ERTE, o te ha tocado bajar las persianas de tu negocio, o buscas la manera de teletrabajar sin que tu volumen de eficacia y eficiencia descienda a causa de las distracciones hogareñas. La frustración, la monotonía elevada al cuadrado, las complicaciones tecnológicas o una claustrofobia del quince te están agriando el carácter y te están influyendo negativamente en términos mentales…
No es una buena época para ser joven. Si ser joven es vivir a todo trapo la libertad de movimientos, de relaciones y de decidir qué hacer en cada momento, hoy ésta ha sido restringida sin que podamos rechistar. Podemos quejarnos, pero en el fondo sabemos que todo debe hacerse para ser solidarios y colaborar para preservar la salud de otros. Los tiempos de ese individualismo tan acendrado en el que vivíamos está desapareciendo en favor de la comunidad. Ahí tenemos videos de personajes que rompen el estado de alarma para desplegar su individualismo de pacotilla, sin la consideración y empatía necesaria en la actualidad, diciendo al mundo que le importa un bledo, que primero es él y sus circunstancias. Y ahí los vemos, trotando por un parque como si nada fuese con ellos, viajando a segundas viviendas, escalando montañas, celebrando botellones y desafiando la sensibilidad de sanitarios y cuerpos de seguridad del estado. La época en la que cada uno hacía lo que bien le parecía ha terminado, al menos hasta que este problema sanitario sea solventado.
Es la hora de la comunidad, de una comunidad espiritual que se comunica a través de las redes sociales, de los métodos tecnológicos, de los chats y de los videos en directo desde los hogares. Es la hora de la comunidad, de una comunidad en la que todos, jóvenes y ancianos, niños y adultos, hombres y mujeres, nos mostramos más agradecidos que nunca a aquellos que velan por nuestra seguridad y salud. Es la hora de la comunidad, de una comunidad recuperada en nuestros bloques, calles y urbanizaciones que se unen en torno a un mismo objetivo común: luchar a brazo partido contra este Covid-19 que está arrebatando el oxígeno a miles de personas. Es la hora de la comunidad, de una comunidad que ha dejado de lado las ideologías políticas y las comodidades que les brindaba su idiosincrasia personal, en favor de la solidaridad, de la colaboración, de la obediencia y del servicio mutuo. Es la hora de la comunidad, de aquella comunidad despreciada por el egoísmo y el orgullo personalista, que ahora brinda consuelo, esperanza y firmeza unida a aquellos que la conforman.
Como jóvenes, hemos de dar la talla dentro de nuestra comunidad recobrada a causa de un adversario común que se ceba precisamente con el individuo que asegura altivamente que no necesita la ayuda de nadie. Como jóvenes, tenemos un papel sumamente relevante que cumplir en nuestros hogares. Necesitamos reconectar con nuestras familias, especialmente con nuestros padres y abuelos. Hace mucho tiempo que dejamos de valorar a nuestros progenitores y mayores, y hoy tenemos la increíble oportunidad de beber de su sabiduría, de su historia y de sus consejos experienciales. Tenemos la posibilidad de recuperar la relación rota, desgastada o deshilachada que teníamos con nuestros padres, así como releer nuestra propia historia como jóvenes desde los recuerdos que éstos tienen de nosotros. Ya que vamos a pasar mucho tiempo juntos entre cuatro paredes, debemos dejar a un lado la automarginación de nuestro cuarto y de las redes sociales alienantes, y compartir tiempos de charla, diálogo y conversación que se habían olvidado tiempo atrás.
Otro de los roles importantísimos y nucleares de nuestra generación, debe ser el de promover la innovación de métodos y estrategias creativos que nos permitan construir una nueva manera de entender la comunidad. No hemos de perder la frescura, el descaro y el anhelo de progreso en el encierro. Todo lo contrario. Somos llamados a idear y crear espacios y contextos virtuales que traspasen las distancias impuestas, a involucrar a nuestros mayores en la readaptación digital y virtual, a aprovechar nichos de negocio desde el emprendimiento tecnológico, y a lograr contenidos devocionales que impacten e inspiren espiritualmente a un mundo, tan necesitado como el nuestro, de esperanza, fortaleza y fe.
Dios nos ha dado una serie de dones espectacularmente especiales, un conjunto de talentos formidables, y unos recursos sin precedentes con los que poder alcanzar con el evangelio a nuestros amigos, familiares y desconocidos. Diseñar, maquetar, dibujar, programar, componer, filmar, grabar, bailar, son solo algunos de los materiales de los que estamos hechos, y todos pueden ser empleados para la gloria de Dios incluso en medio de la situación tan lamentable que nos toca afrontar.
Jóvenes, es la hora de reaccionar a esta pesadilla que nos come la moral día tras día. Quedan tres semanas para que el estado de alarma termine, o por lo menos es lo que deseamos con todas nuestras fuerzas. Ansiamos recuperar nuestra vida anterior al coronavirus, y anhelamos volver a demostrar nuestro amor y cariño a nuestros seres queridos cuanto antes. Todo depende de ti y de mí. De nuestra obediencia civil, de nuestra fe en que esto podrá ser superado si remamos en el mismo barco, y de nuestra confianza en las promesas de Dios para sus hijos.
Que las cuatro paredes no te limiten ni te impidan ser quién eres. Sigues siendo libre en Cristo, y esta libertad no conoce ni de muros, ni de barrotes, ni de virus asesinos: “Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno.” (1 Juan 2:14)
El apóstol Pablo sabía de qué hablaba cuando un día comentó que las malas compañías corrompen las buenas costumbres. Es una verdad como un templo. ¿A cuántas personas, que fueron educadas esmeradamente por sus padres, matriculadas en los mejores colegios, institutos y universidades, y rodeadas de todo lo necesario para vivir holgada y sosegadamente, no les ha pasado que, al juntarse con determinadas amistades, han echado a perder por completo su futuro? ¿Cuántos individuos no han dinamitado sus propias vidas a causa de abominar de los consejos familiares y entregarse en brazos de compañías dañinas, tóxicas y peligrosas? ¿Cuántos hijos e hijas no han caído en lo más profundo de las fosas de la autodestrucción y de la adicción por seguir la corriente de la presión grupal de sus iguales? ¿Cuántas vidas no se han truncado por andar con personajes de mala ralea y peores intenciones para con la sociedad?
Conocemos, seguro, a jóvenes impresionables que, con tal de no desentonar en el contexto de la pandilla, se han olvidado por completo de la seguridad y protección de la consejería paterna o materna, y han comenzado a juguetear con cosas ilegales, ponzoñosas y esclavizantes. Aquel chico o aquella chica que parecía que iba a llegar lejos, da con sus huesos en la cárcel, en un callejón oscuro repleto de drogadictos, en un basurero recogiendo algo con que seguir pagando su dosis, o en un internado para delincuentes psicológicamente antisociales.
Es lamentable tener que contemplar cómo un hijo o una hija se desliza peligrosamente hacia el lado oscuro de la vida, cómo opta por hacer caso de sus pares en lugar de obedecer las directrices de quienes más los aman, cómo hace oídos sordos a las reconvenciones y amonestaciones de personas sabias y experimentadas en quebrantos. Es preocupante observar que las relaciones familiares se quiebran en mil pedazos cuando el criterio de un imberbe e inexperto adolescente o joven se valora por encima del de los progenitores. Es triste comprobar cómo la juventud se deja llevar por energúmenos egoístas y hedonistas que se alegran de poder corromper la vida de otros de sus semejantes.
Los padres siempre tememos el momento en el que nuestros hijos e hijas comienzan a despuntar en la adolescencia, y rogamos al Señor que no se involucren relacionalmente con cuadrillas inmoralmente irresponsables y con juntas que pueden provocar daño a personas inocentes de nuestro entorno.
EL ROL DE LOS PADRES EN LA CRIANZA DE SUS HIJOS
Salomón también conocía los riesgos y amenazas que pueden surgir en los tiempos de la mocedad del ser humano. Sabía a ciencia cierta que muchas veces el potencial esplendoroso que se adivinaba en un muchacho o una muchacha podía desvanecerse a causa de una mala elección de compañías. Por eso, el rey sabio desea que todo ser humano entienda que no existe mejor lugar para aprender sabiduría y llenar el corazón de sensatez y prudencia que la familia. El papel de los padres en la educación y crianza de los hijos es fundamental aquí. Todo empieza en el hogar.
Si los padres se involucran plenamente en la construcción de unos cimientos firmes y asentados en la Palabra de Dios, y si se desviven por modelar para sus hijos vidas felices y consagradas al Señor, será mucho menos probable que los hijos caigan en las redes de compañías perniciosas para ellos. Si, por otra parte, los padres son negligentes a la hora de inculcarles principios rectores de la vida desde las Escrituras, la posibilidad de que éstos entren en barrena cuando el grupo de amistades les propongan realizar machadas de índole delictiva, es enorme.
Es interesante descubrir desde el texto que hoy nos ocupa, que Salomón cree necesario que, tanto el padre como la madre, se muestren unánimes en cuanto a la educación y consejo de sus criaturas. No es una función que solamente lleva a término uno de los dos. Para que la crianza según las estipulaciones bíblicas logre su objetivo de manera eficaz y óptima, ambos deben participar de esta labor nuclear: “Escucha, hijo mío, la instrucción de tu padre y no abandones la enseñanza de tu madre, porque adorno de gracia serán en tu cabeza, y collares en tu cuello.” (vv. 8-9)
El mejor consejo que un hijo o hija pueda recibir en la vida es que escuchen con atención y concentración la enseñanza de sus padres. Llega un momento en la adolescencia en la que nuestros hijos se desayunan con una realidad implacable: sus padres no son un modelo perfecto y no lo saben todo sobre todo. Comienzan a prestar oídos a lo que sus iguales les transmiten, a lo que los medios de comunicación les predican, y a lo que sus profesores les enseñan, y se dan cuenta de que ellos también pueden incluso dar lecciones a sus padres. Ahí es donde entra esa actitud chulesca que casi todos hemos tenido en nuestra adolescencia de creer que lo sabíamos todo, o que al menos teníamos un nivel de cultura superior al de aquellos que nos dieron la vida.
El problema de este talante ufano y presuntuoso de la adolescencia, es que cualquier conocimiento, dato o información recibidos, no se corresponde con una experiencia vital que solamente detentan los padres. Saber cosas no significa que sepamos qué hacer con ese conocimiento. Y ahí es donde muchos meten la pata y donde muchos jóvenes rompen definitivamente con el ejemplo y la asesoría vital de sus padres, para escuchar a otros como ellos, con ideas completamente distintas a las que había recibido en su hogar, y con perspectivas inmaduras que llevan a corto plazo a la miseria.
Justo cuando se dan el batacazo padre, cuando se ven frustrados y recapacitan sobre sus caminos errados, entonces comprenden que apenas han salido del cascarón, y que sus acciones no han ido acompañadas con una auténtica sabiduría que procede de Dios y que es canalizada a través de la piedad y la santidad de los padres.
Cuando un hijo o hija sigue la instrucción de sus padres desde la base de la Palabra de Dios, verá más pronto que tarde que todas esas enseñanzas tiernas y coherentes que ha recibido le permiten caminar por la vida con confianza y rectitud. Del mismo modo que los adornos, las joyas y los collares son hermosos, valiosos y deseados, así es la sabiduría que brota de los corazones de los padres, sin importar la edad que ellos tengan, sin importar la edad que nosotros tengamos.
ALERTA CONTRA LAS MALAS COMPAÑÍAS
El consejo de Salomón a cualquier hijo de vecino en cuanto a las compañías parte de la idea de que es inevitable que nuestros vástagos se relacionen con otras personas de forma social. Los muchachos y muchachas se encuentran para divertirse juntos, para compartir aficiones y gustos, para disfrutar de la compañía mutua y para construir lazos que, con el tiempo, pueden derivar en otros más férreos, comprometidos y duraderos, como la amistad o el noviazgo. En todo esto no hay nada malo, todo lo contrario. Todos hemos pasado por esta etapa y, en mayor o menor medida, hemos celebrado este tiempo de la mejor manera posible, y hemos intentado edificar una red de relaciones que duran incluso hasta el día de hoy.
Si todo esto se hace dentro de los parámetros de lo bíblicamente aceptable, nada hemos de temer al respecto. El auténtico problema aparece cuando esto no es así, y cuando un joven recibe la invitación de un grupo de amigotes para tramar hechos delictivos: “Hijo mío, si los pecadores intentan engañarte, no lo consientas. Si te dicen: “Ven con nosotros, pongamos asechanzas para derramar sangre, acechemos sin motivo al inocente; los tragaremos vivos, como el seol, y enteros, como los que caen en la fosa; hallaremos toda clase de riquezas, llenaremos nuestras casas con el botín. Ven, une tu suerte a la nuestra y hagamos una bolsa común entre todos”, tú, hijo mío, no vayas en el camino con ellos, sino aparta tu pie de sus veredas, porque sus pies corren hacia el mal, se apresuran a derramar sangre.” (vv. 10-16)
Lo primero que advierte el padre y la madre a un hijo o hija que comienza su andadura en términos sociales o de amistades es que tenga cuidado con determinadas personas, consideradas de dudosa catadura moral. Cuando era hijo mis padres lo hacían conmigo, y yo lo hago con mis hijas a riesgo de ser más pesado que un matrimonio a la fuerza. Un padre no se cansa nunca de repetir hasta la saciedad que cuando jóvenes de mala fama y peor suerte te propongan ser sus amigos, te niegues en redondo. “Pero es que son muy guays,” “pero es que tienen la cuadrilla más molona,” “pero es que, si quiero ser famoso o famosa en mi barrio, o en el insti, hay que juntarse con ellos porque la fiesta que montan es genial,” “pero es que…” Ni peros, ni nada.
El consejo, oh joven, es que cuando vengan a ti para reclutarte en su elitista grupo súperultramegachachi, digas no, no para ser un seco, o un soso, o un estrecho mental; es para la supervivencia de tu porvenir y para la paz de tu espíritu. “Venga, que te lo vas a pasar súperbien,” “Vamos, no te hagas de rogar, que no pasa nada, si tus viejos no se enteran,” “Va, no seas así, fluye con la corriente…” No es no. Lo que puede parecer un ofrecimiento incluso de carácter privilegiado se puede convertir en la tumba de tu futuro como persona.
Porque las intenciones de una pandilla tóxica no son las de involucrarse culturalmente en temas de música o arte, las de colaborar con la sociedad con un espíritu crítico y activista, o las de participar en competiciones deportivas. Las metas de estas bandas son las de hacer daño o herir a todo lo que se mueve, las de ir a las discotecas a armarla por cualquier chorrada, las de quedar para pegarse palizas con bates de beisbol o con navajas, y las de marcar el territorio para realizar sus chanchullos y negocios ilegales. Sus objetivos son las personas que solo pasan por ahí, sin saber que son la diana de las frustraciones personales de unos malnacidos.
Limpian los bolsillos y las carteras de los pobres trabajadores, esperan a las personas jubiladas que salen del banco tras cobrar sus pequeñas pensiones, violan a muchachas en cualquier portal para demostrar lo machotes que son, matan si es necesario para después enorgullecerse de sus sangrientas y abyectas hazañas. Solo buscan arrebatar, rapiñar y despojar a cualquiera para gastar ese dinero en drogas, alcohol, ropas y zapatillas caras, y demás utensilios que puedan emplearse para seguir esquilmando y atemorizando a sus conciudadanos. Se unen en una tropa porque saben que solos no son nadie, que pueden ser vencidos fácilmente, pero que si se alían pueden llegar a tener el poder sobre la vida o la muerte de cualquier viandante al que aborden violentamente.
Es incomprensible e inconcebible, al menos para mí, que todavía existan jóvenes y adolescentes que incluso sigan, alaben o glorifiquen a este tipo de grupos. La conciencia cauterizada que ya tienen muchos mozalbetes lleva a convertirse en ejemplares insensibles de la escoria humana. El otro día apalizan hasta la muerte a uno de sus compañeros de estudios, y en lugar de echar una mano, la echan, pero para grabar la agonía y la tortura a la que fue sometido este chico. Se citan después del instituto para golpearse y darse tundas barriobajeras por la mirada que me has tirado, porque no me has dejado el típex, porque me caes mal y punto, o porque soy un maltratador que disfruta de vapulear a otros que son más débiles que yo.
¿Dónde están los jóvenes de Dios que se sienten indignados ante estas circunstancias y prácticas? ¿En qué lugar podemos encontrar a muchachos y muchachas que busquen la armonía, la paz y los valores éticos del Reino de los cielos? Los padres, tras presentar la locura de entrar a formar parte de estos colectivos juveniles de baja estofa, conminan a sus hijos a que pasen de esta clase de personas. La idea es que no se ven inmiscuidos en problemas con la ley, con sustancias estupefacientes adictivas, con complicidades delictivas o con la frialdad de un corazón que considera a cualquier ser humano como alguien al que hay que amenazar y extorsionar.
No serás el más cool, el más guay, el que tenga más likes o el que más lo pete en las fiestas del pueblo o del barrio. Pero podrás transitar por la vida sin unas cargas que sí tendrán que acarrear aquellos que infligieron heridas a sus prójimos, que padecerán los resultados de sus desvaríos y abusos con el alcohol y las drogas, que arrastrarán un historial delictivo que no les permitirá ser considerados para trabajos y oficios, aunque se rediman ante la ley y la sociedad, y que vivirán, el tiempo que les deje vivir su venenosa trayectoria, con la culpa y los remordimientos de haber cometido crímenes de lesa humanidad.
El joven hoy no se da cuenta de lo feliz, tranquila y serenamente que se puede vivir al margen de grupúsculos vandálicos, de tropas agresivas y violentas, y de presuntas amistades que te pueden hundir la existencia. Escurre el bulto, aléjate de las malas compañías, huye de las tentaciones que puedan presentarte, y presenta tu vida delante de Dios para ver colmadas tus esperanzas y cumplidos tus sueños de un futuro equilibrado, controlado por el Señor y guiado por el Espíritu Santo.
EL DESTINO DE LAS MALAS COMPAÑÍAS
A veces, escucho por parte de pedagogos, psicólogos y demás estudiosos de cómo debemos criar a nuestros hijos, que los padres debemos evitar en lo posible traumatizar a nuestras criaturas con imágenes negativas de lo que supone tomar una serie de decisiones equivocadas. No podemos turbar la mente de nuestros pequeños con retratos de la miseria que conlleva seguir caminos tortuosos y malvados, porque si no, se traumatizan de por vida, y eso sí que no. Sin embargo, Salomón recomienda lo contrario. Tus hijos deben saber a qué se enfrentan si escogen abrazar la maldad, la violencia y la depravación: “En vano es tender una red ante los ojos del ave, pero ellos a su propia sangre ponen asechanzas, contra sí mismos tienden la trampa. Así son las sendas de todo el que es dado a la codicia, la cual quita la vida de sus poseedores.” (vv. 17-19)
Lo que ignoran todos aquellos que eligen formar parte del reducto de malhechores y delincuentes habituales que existe en medio de cualquier ciudad o localidad, es que ellos se están tendiendo la trampa contra sí mismos. Mucho jiji y mucho jaja, cuando despluman a alguien de sus pocos ahorros, o cuando van a trescientos por hora por la carretera con sus cochazos con riesgo de provocar un accidente mortal de necesidad, o cuando graban con sus móviles a una muchacha mientras la violentan, cuando matan a golpes a un mendigo que duerme en la calle, o cuando prenden fuego a un sintecho en un cajero bancario. Ahí se enorgullecen y presumen de sus asquerosos hechos, lo publican en las redes sociales y en Youtube, lo difunden entre el resto de sus afines, creyendo, en su estulticia e idiotez supina, que no recibirán el pago por sus acciones deleznables.
Pero justo es Dios, y breve es la vida terrenal, para que un día sea el lloro y crujir de dientes a causa de su sentencia de muerte eterna. Tal vez en esta vida algunos no lleguen a pagarlo, pero en el día del Juicio, a menos que se arrepientan y sienten la cabeza mientras piden perdón a Dios y a aquellos a los que amedrentaron y agraviaron, sufrirán la peor de las suertes y de los destinos habidos y por haber, el infierno que consumirá su ser perpetuamente.
Las cárceles están llenas de personas que en su juventud tomaron malas decisiones y que se juntaron con quienes no debían. La huella de sus perversas acciones quedarán grabadas a fuego en las mentes y memorias de la sociedad. El recuerdo de sus malignos hechos echará para atrás a cuantos se encuentren con ellos en el camino de la vida. Las repercusiones de juntarse con individuos e individuas tóxicos son más graves de lo que podemos llegar a imaginarnos.
Ya lo dice el refrán: “Dime con quién andas, y te diré quién eres.” Y aunque este adagio popular, producto de la experiencia tradicional, no siempre puede emplearse para generalizar, lo cierto es que uno debe cuidar qué clase de relaciones tiene con otras personas, y habilitar la capacidad de mantenerse al margen de cualquier actuación de perfil delictivo que pueda proponerse en un momento dado desde la presión grupal.
CONCLUSIÓN
Alguien podrá decir que Jesús se juntaba con pecadores y ladrones, para justificar su relación con bandas criminales o de tendencia agresiva. Jesús sí tuvo relación con estos grupos de personas marginalizadas, pero no para unirse a sus contubernios delictivos, o para ejercer de coartada para malhechores. Jesús no se unió a ellos, sino que trató por todos los medios sacarlos de esa realidad terrible y desastrosa en la que vivían, logrando en bastantes casos, que personas perversas cambiasen sus vidas y retornasen lo robado a los agraviados.
Una cosa es tener amistades que han equivocado su camino, y otra es colaborar en sus propuestas ilegales. Podemos socializar con personajes de corte violento o agresivo, pero solo desde la madurez espiritual, y para presentarles el evangelio de Cristo, y para ser ese paño de lágrimas cuando, tras consumar sus planes delictivos, está ahí para guiarlos al conocimiento de Jesús. Más allá de esto sería una imprudencia.
En nuestras manos está que nuestros adolescentes, niños y jóvenes escojan vivir de acuerdo a la voluntad de Dios. Con el paso del tiempo se va haciendo más difícil y complicado, pero fiel es el Señor que nos dará la sabiduría necesaria y oportuna para criar y conducir a nuestros hijos en las sendas de Cristo. Roguemos por su seguridad y porque, en el instante conveniente, sepan discriminar entre el bien y el mal en sus propias vidas.
Sostenibilidad, energías
renovables, eficiencia energética o impacto ambiental son términos
que, hoy más que nunca, se emplean para hablar de la lucha contra el
calentamiento global o la conservación del medio ambiente. La
ecología está siendo uno de los trending topics más empleados en
los últimos tiempos, y más si cabe, cuando una nueva edición de la
cumbre mundial del clima se está preparando en nuestro país. Más
allá de Gretas Thunbergs surcando los mares en un catamarán para no
dejar huella energética, de bulos y fake news sobre lo que piensan
detractores y defensores acerca del cambio climático, y de intereses
globalizadores que buscan hacer su agosto de los recursos naturales,
ya bastante esquilmados y exhaustos en la actualidad, lo cierto es
que vivimos tiempos en los que hemos de trasladar las inquietudes de
las nuevas generaciones a las no tan nuevas a todos los niveles.
De
manera más concreta y específica, y siempre con la mente puesta en
la debida y saludable administración de la creación de Dios, en lo
que atañe a la iglesia de Jesucristo, también hemos de prestar
oídos a las sugerencias serias y argumentadas que muchos de nuestros
jóvenes proponen a la comunidad de fe. Sin menoscabo de las
estructuras ya fraguadas con el paso de los años y las décadas, sin
minar la autoridad que brinda la experiencia y la madurez de los
creyentes que llevan un bagaje reseñable a sus espaldas, y sin
desdeñar la asesoría y los consejos de aquellos que han luchado a
brazo partido para lograr ser lo que se es hoy, no cabe duda de que
la voz de los jóvenes debe ser escuchada en orden a lograr una más
excelente y contemporánea manera de entender el cuerpo de Cristo.
Por supuesto, no hablamos de la reconversión de nuestra base
doctrinal o de una reinterpretación actualizada de la Palabra de
Dios que se ajuste y adapte a las tendencias culturales, sociales y
políticas de nuestro entorno. Eso sería un terrible error por
nuestra parte. Tal vez se trate más de una relectura litúrgica, de
una revisión formal y ritual, o de una reorganización institucional
en la que la visión de todos los creyentes, jóvenes y ancianos,
hombres y mujeres, tamizada por la voluntad de Dios expresada en su
revelación especial, impulse la misión evangelizadora,
discipuladora y pedagógica de la iglesia.
1.
SOMOS UNA IGLESIA INTERGENERACIONAL
Sé
que puede sonar a Perogrullo, pero hemos de ser conscientes, hoy más
que nunca, de que somos una iglesia intergeneracional. Nuestros
jóvenes, más allá del grado de madurez espiritual, emocional y
mental que posean, están más preparados que nunca para asumir un
rol determinante que desemboque en un impulso motivador para toda la
comunidad de fe. Del mismo modo que hablamos de sostenibilidad en
términos energéticos, también hemos de hablar de sostenibilidad
ministerial en la congregación de los santos. Una comunidad
sostenible es aquella que coloca a la Palabra de Dios como centro de
su cultura, de su práctica, de su exposición didáctica, de su
evangelización y de su predicación. Y dentro de estas diversas
áreas en las que las Escrituras son nucleares, nuestros jóvenes
deben participar innovadora y creativamente. Mientras los adultos y
ancianos de la iglesia contribuyen con su sabiduría, con su saber
estar y hacer, y con su espíritu de lucha incansable, nuestros
jóvenes pueden traer un renovado y fresco interés por emplear las
nuevas tecnologías, redes sociales y mecanismos de comunicación
modernos a fin de alcanzar a una nueva generación que no sabe nada,
prácticamente nada, de Jesús, del evangelio o de la misión y
propósito de la iglesia.
Yo
sé que muchos adultos y ancianos de nuestras congregaciones se
sienten jóvenes espiritualmente, que su ánimo es indestructible y
que sus ansias de seguir trabajando para la causa de Cristo son
inextinguibles. Me consta, y es un acicate ideal para que los que
pertenecen a nuevas hornadas de creyentes más jóvenes se empleen a
fondo. Pero también sabemos y conocemos de la energía y potencia
que exhiben nuestros adolescentes y jóvenes. Tal vez necesiten ser
encauzados, enseñados y capacitados para emplear esta energía y
creatividad de forma adecuada y conformada a los estándares
bíblicos, y es ahí donde, tanto unos como otros, podemos lograr,
desde la preocupación y cuidado mutuos, desde la facultad de saber
sobrellevarse los unos a los otros, y desde el consuelo y la
exhortación saludables, renovar nuestras fuerzas y bríos, regenerar
nuestro deseo de forjar un trabajo en equipo ejemplar, y ocupar
nichos de actuación eclesial que se habían quedado en el olvido,
pero que ofrecen nuevas oportunidades de servir y ministrar dentro y
fuera de nuestra comunidad de fe.
La
coordinación en los programas, una perspectiva transversal que
permita el encuentro y la colaboración entre los diferentes ámbitos
ministeriales en los que trabaja la iglesia, y la siempre necesaria
comprensión, crítica constructiva y timing a la hora de asignar
responsabilidades y tareas, proporcionarán a la iglesia un marco en
el que, tanto jóvenes que desean implicarse y comprometerse
lealmente al buen funcionamiento de los mecanismos eclesiales, como
adultos y ancianos que llevan años y años batiéndose el cobre para
sacar adelante a la iglesia, encontrarán la armonía y la unanimidad
que les aproxime a la guía del Espíritu Santo y a la meta por
excelencia de la iglesia: la misión.
En
mi experiencia personal, yo mismo tuve la oportunidad y ocasión de
formar parte de este tipo de estrategias de conexión
intergeneracional y de transición generacional. El papel que juega
el pastor es sumamente importante en la senda de preparar el relevo,
sin descontar la relevancia de los responsables de ministerios y
diaconías. En mis años mozos, concretamente en mis 16 años, tuve
el magnífico y bendito placer de ser respaldado por mi pastor a la
hora de acometer tareas, tanto en la enseñanza de los más pequeños,
como en la predicación bíblica. Y cuando uno recibe un espaldarazo
de confianza por parte de la iglesia para desarrollar sus dones y
talentos, no cabe duda de que se empeña y esfuerza por ser parte de
la renovación energética de tu comunidad de fe.
Ahora,
si como hacen muchas congregaciones, vetamos, entorpecemos o
demoramos la entrada de nuestros jóvenes en ministerios que tarde o
temprano necesitarán energías renovadas e ilusionadas con el
proyecto eclesial, estaremos disparándonos un tiro en el pie y
perderemos la inestimable oportunidad de concebir la iglesia como una
comunidad de fe que piensa a largo plazo. Yo sigo agradecido al que
fue mi pastor, puesto que nuestra juventud necesita, sin lugar a
dudas, un lugar en su iglesia, un rol que desarrollar para la gloria
de Dios y para el servicio de sus semejantes.
2.
UNA IGLESIA EN PLENO CALENTAMIENTO GLOBAL ESPIRITUAL
La
iglesia ha de ser consciente de que existe un calentamiento global
espiritual bastante evidente. El deterioro de la sociedad en la que
se haya enclavada la iglesia es una realidad palpable y lamentable.
El estallido de la violencia y de la agresividad, la carestía de
valores morales, la relatividad en los principios rectores de la
vida, la exaltación del hedonismo, la confusión ideológica y de
género, la erosión paulatina del modelo familiar bíblico, y muchos
otros más retos y desafíos que debe, y tiene, que enfrentar la
iglesia en el día a día requiere que ésta disponga de todos sus
efectivos bien pertrechados y equipados. Es menester que jóvenes y
adultos se hallen unidos en esta batalla espiritual, así como que
ambos rangos de edad se complementen para encontrar la mejor
estrategia para capear temporales y vencer bajo la égida de Cristo.
Conocer a la generación Y, o millennial, y a la generación Z, o
iGeneration, es vital para dar a conocer el mensaje del evangelio a
incipientes y futuros adultos caracterizados por atributos que
cambian a la velocidad del rayo. La desactualización de nuestros
métodos misioneros y evangelísticos precisamente aparece cuando
nuestros jóvenes, los cuales saben de qué pie calza su generación,
no son tenidos en cuenta para su administración, creación o
planificación.
La
paciencia debe ser aquí una virtud que cultivar. Paciencia de los
más mayores hacia los más jóvenes, mientras éstos últimos
ajustan y precisan sus conocimientos, dones, talentos y valores a la
visión eclesial; y paciencia de los más jóvenes para con los más
mayores, en orden a comprender que los cambios no siempre pueden ser
llevados de forma radical, espontánea e inmediata. Conjugar estas
dos paciencias, empastar estas dos voces, aunar experiencia con
pasión, y compenetrar sabiduría con creatividad y apertura de
mente, producirá en nuestras comunidades de fe el efecto
imprescindible para salir al mundo y proclamar las buenas nuevas de
salvación en Cristo. Soy sabedor de que estos buenos deseos y estas
propuestas no son fáciles de implementar en muchas iglesias. Doy
gracias a Dios porque en algunas de ellas ha sido posible cumplir
esta estabilidad y este equilibrio intergeneracional a todos los
niveles de servicio y ministerio eclesial. El fruto que están dando
es generoso y relevante en medio de un medio ambiente hostil al
evangelio.
3.
SUJECIÓN, SOMETIMIENTO Y HUMILDAD INTERGENERACIONAL
El
apóstol Pedro nos ofrece en su primera epístola universal un
retrato de la clase de relaciones que deben imperar en la comunidad
de fe cristiana, de tal modo que ésta pueda alcanzar su máximo
potencial dentro de un escenario de humildad y unidad: “Ruego
a los ancianos que están entre vosotros, yo, anciano también con
ellos y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también
participante de la gloria que será revelada: apacentad la grey de
Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino
voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto;
no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado,
sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de
los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria.
Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos; y todos, sumisos
unos a otros, revestíos de humildad, porque «Dios resiste a los
soberbios, y da gracia a los humildes.»” (1 Pedro 5:1-5)
Sujeción
y sometimiento mutuos. Dos vocablos que en la actualidad suenan para
muchos idearios como una amenaza a la libertad individual. Sujetarse
y someterse implican, para algunas personas, la renuncia a su
capacidad decisoria y la desaparición del criterio propio. Nada más
lejos de la realidad. No es posible apacentar, guiar o dirigir un
grupo humano si no existe un compromiso mutuo de aceptación de la
autoridad y del liderazgo, bien sea pastoral o presbiterial. No es
posible gestionar un rebaño si no existe una motivación superior,
como la es el señorío de Cristo, que impulse al anciano o al pastor
a velar por las necesidades de cada oveja. Es absolutamente inviable
considerar a la grey de Dios, entre la cual se hallan los jóvenes y
adolescentes, si primero los más maduros en la fe, los que se supone
que poseen una trayectoria testimonial de lealtad a Cristo, no
provocan a sus hermanos a mimetizar su tesón, su entrega y su
consagración a Dios.
El
joven que asiste regularmente a la iglesia, tanto el que todavía no
ha dado el paso de depositar su fe en Cristo, como el que lo ha
hecho, pero todavía se lo piensa, como el que ya ha sido bautizado y
está siendo discipulado, o como aquel que ya hace tiempo que entregó
su vida al señorío salvador de Cristo, necesita posar sus ojos en
el modelo de sus mayores. No nos damos cuenta, pero nuestros niños,
adolescentes y jóvenes perciben mejor de lo que pensamos el clima
que se genera dentro de la iglesia, observan con más interés del
que nos imaginamos la conducta de unos y de otros en los tiempos
comunitarios de adoración y enseñanza, y valoran y analizan si de
verdad se encarnan los principios y valores del Reino de Dios de
forma práctica en aquellos que presiden y sirven en las distintas
áreas de la iglesia. Si existe una coherencia y una consistencia en
el ejemplo y modelo de las personas que detentan las
responsabilidades esenciales dentro de la congregación, entonces los
jóvenes encuentran en estas personas el atractivo oportuno para
desear dedicarse en cuerpo y alma en las diversas maneras de trabajar
en el seno de la comunidad de fe cristiana.
Y
algo muy importante, algo que nunca debe faltar en el entendimiento
de una iglesia intergeneracional, es la humildad. Como bien dice el
apóstol Pedro, la autoridad no debe supeditarse al “porque lo digo
yo” o al “aquí mando yo.” La autoridad, dentro de la iglesia,
es un privilegio, un placer, pero también una responsabilidad de la
que se debe rendir cuentas delante de Dios. La humildad debe
impregnar por completo las relaciones entre los ancianos y los
jóvenes. La manera de hablar, de recibir las sugerencias, de asumir
los roles, de proponer nuevas formas de mirar la realidad, de lograr
consensos y compromisos intergeneracionales, ha de subordinarse
inequívocamente a la humildad global de la iglesia. El empleo de
argumentos válidos, el debate abierto dentro de un orden o la
exposición de ideas en un marco de valoración, examen y análisis
serio y detallado, propician un ambiente más proclive a poder sacar
del cofre de la sabiduría, enfoques nuevos y prometedores en la
evangelización, la educación, la obra social, la adoración
musical, la oración y la exposición homilética, y enfoques
ancestrales que templen y consoliden las renovadas concepciones de
cómo trabajar en la iglesia y de cómo alcanzar a nuestros vecinos.
4.
UNA META INTERGENERACIONAL GESTIONADA POR DIOS
Pedro
termina su primera epístola con un anhelo en su corazón para con la
iglesia universal y local: “Pero
el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en
Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él
mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca. A él sea la
gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.” (v.10)
Hay
innumerables maneras de entender la iglesia, pero concebirla sin
prestar atención a todos los estratos de edad que en ella hay, dando
participación a cada uno de ellos bajo el liderazgo de los ancianos
y pastores, es un error gravísimo que es muy difícil de solventar
más adelante. Conozco iglesias en las que, a causa de poner el
énfasis en un grupo generacional concreto, y siendo negligentes en
las demás líneas de edad, ha tenido que transitar por el desierto
agrietado y seco de una generación desaparecida de sus atrios y
capillas. Con el paso del tiempo, este lastre ha desembocado en la
ausencia de liderazgo, en la carencia de referentes propios y
autóctonos, y en la desesperación de importar modelos
congregacionales de discutible factura para no tener que cerrar las
puertas del templo. Dramáticos y trágicos finales para comunidades
de fe antaño florecientes e influyentes. No vayamos por este camino,
la senda de la decadencia y el declive de iglesias prácticamente en
vías de desaparición.
Pedro
aboga por el entendimiento y la comunión humilde entre hermanos,
sean unos jóvenes y los otros ancianos. Y quiere que todos ellos
busquen con todo su corazón que Dios sea el que vaya puliendo
aristas, cincelando las imperfecciones, y modelando el corazón de
cada creyente con independencia de su edad, género y extracción
social y étnica. Desea con toda su alma que, en ese proceso, en el
que habrá altibajos y diferencias de criterio secundarias, la
iglesia sea afirmada sobre los cimientos de Cristo y de su evangelio,
consolidando la armonía y sinfonía de toda la comunidad de fe.
Pedro anhela que Dios fortalezca las voluntades, el fervor, el ánimo
y las energías de un pueblo instalado en reforzar los lazos de amor
intergeneracional. En definitiva, el apóstol espera que el Señor
establezca en la constancia, la perseverancia y la permanencia esa
humildad que cada creyente debe exhibir en sus interrelaciones
eclesiales. Reconociéndonos todos como instrumentos santos y
apartados para el servicio de Dios, hallaremos su favor y su
bendición.
CONCLUSIÓN
Como
hemos podido comprender, todos somos válidos delante de los ojos del
Señor. Todos hemos de limar asperezas, de clarificar posiciones a la
hora de servir a Dios y al prójimo, de erradicar prejuicios y
preconceptos relacionados con las edades, y de ejercer un
discernimiento espiritual que permita la edificación,
fortalecimiento, establecimiento y perfeccionamiento de la iglesia.
Desde Juventud UEBE, desde los diferentes campos que se abren en cada
ministerio troncal de la UEBE, desde las representaciones regionales
de nuestra juventud bautista, y desde las instancias formativas y
pastorales, es nuestro deseo poder capacitar y habilitar a aquellos
jóvenes que no se conforman con verlas pasar, que no se ciñen
únicamente a criticar y comentar lo que se hace en su iglesia, sino
que prefieren pasar a la acción y formar parte del cambio
generacional que nuestras congregaciones van necesitando con cada vez
mayor urgencia. Necesitamos sostenibilidad eclesial, energías
renovables dentro del espectro de edad de nuestras iglesias, ser
eficientes en la administración y gestión de estas energías
apasionadas, y buscar impactar cristocéntricamente en nuestro medio
ambiente social, político, religioso e ideológico.
Y
todo esto, y mucho más que pueden ofrecer nuestros jóvenes y
adolescentes, ha de realizarse, tal y como Pedro se encarga de
enseñarnos, para la gloria y el imperio de nuestro Dios y Señor.