LA ALEGRÍA CORRECTA

TEXTO: LUCAS 10:1,17-20

Es curiosa la forma en que los seres humanos solemos apropiarnos del mérito de otros. Atribuimos a nuestra lúcida y clarividente inteligencia, ocurrencias e ideas que ya habían sido expuestas en otros foros más desconocidos y recónditos. Personas se hacen ricas a costa del trabajo y la investigación de otros, aprovechándose de la humildad y la inocencia ajenas. Escritores se hacen de oro mientras los mal llamados “negros” se encargan de recabar datos y de pulir las aristas de la obra en bruto. Cuando algo nos parece fantástico y maravilloso, deseamos en lo más profundo de nuestro corazón que se nos hubiese ocurrido antes que al inventor.

En el texto de Lucas, la alegría que rebosaba de los rostros cansados de los discípulos comisionados por Jesús para predicar la venida del Reino de los cielos, era el distintivo del gran éxito de la empresa misionera a la que habían sido invitados. Mientras se acercaban a su maestro, sus gestos dejaban asomar el fruto dulce de formidables hechos y hazañas. Sus conversaciones y palabras estaban impregnadas de una alegría tal, que hacía que sus pasos se apresurasen para traer un informe magnífico de la tarea encomendada. Sin duda alguna, el hecho de haber podido ejercer el poder de echar demonios y de sanar enfermedades, era uno de los motivos principales de su alborozo.

Tal era su éxtasis. que la primera frase que brota de sus labios cortados y resecos por el viento, es una oración llena de asombro y felicidad: “¡Señor, hasta los demonios se nos sujetan en tu nombre!” Es natural que para personas que nunca habían visto milagros de tanta magnitud, su primera reacción fuese la de señalar lo increíble de poder exorcizar a gente que había sido cautiva de las huestes satánicas. No hablan de la respuesta de las personas al evangelio del Reino, ni se refieren a los resultados de su misión. Tal vez esperaban un comentario sorpresivo de parte de Jesús que siguiese aumentando su gozo. Sin embargo, más que unas palmaditas de parte de Jesús que les diesen mayor importancia de la debida, les enseña tres lecciones que para nosotros, como jóvenes cristianos, también tienen su miga y aplicación:

A. LA ALEGRÍA CORRECTA ANTICIPA LA DERROTA CONTUNDENTE DE SATANÁS (v. 18)

“Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.”

Que nos hallamos inmersos en una batalla espiritual de dimensiones cósmicas, es algo que el joven creyente sabe de sobra. Los continuos desencuentros que existen entre los deseos carnales y los anhelos de obediencia a Dios forman parte de ese conflicto diario. Las tentaciones y atractivos que Satanás suele poner en nuestro camino para desviar nuestra mirada de Cristo, son claros ataques ante los cuales hemos de reaccionar con sabiduría y sensatez cristianas. El sistema opresor y en franca decadencia de una sociedad atea y materialista intenta infiltrarse en nuestros principios éticos para hacer un trabajo de zapa que desmorone nuestra fe en Dios.

Ante este panorama de guerra, no podemos optar por ser neutrales. O bien empuñamos con fervor y denuedo la Palabra de Dios y nos vestimos de la armadura espiritual que nos ha sido concedida, o por el contrario, nos dejamos arrastrar por nuestro egoísmo y la corriente de este mundo para dar con nuestros huesos en los calabozos de la perdición eterna. Si tú eres un verdadero soldado de Cristo, lucharás con ahínco y destreza contra las asechanzas satánicas: «Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo. Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado.» (2 Timoteo 2:3,4)

Y es precisamente, en medio del dolor y el sufrimiento que comporta pelear la buena batalla de la fe, donde la alegría puede ser hallada. Esta alegría no se halla tanto en las victorias diarias que logremos con la ayuda del Espíritu Santo, en las cuales hay verdadero gozo y alivio, sino que podemos encontrarla con mayor intensidad en el triunfo definitivo que Cristo logró contra Satanás en la cruz del Calvario. Es precisamente en este pensamiento en el que encontramos la fortaleza y la energía necesarias para seguir lidiando contra nuestros adversarios con el cuchillo entre los dientes.

Los discípulos de Jesús estaban contentos y gozosos por batallas ganadas, por vidas liberadas del poder de los demonios, y por la restauración de la integridad del prójimo necesitado. Sin embargo, Jesús, sin quitar sentido y relevancia a la acción de sus seguidores, apunta proféticamente hacia un triunfo definitivo y consumador del Reino de los Cielos. Es en esa alegría correcta en la que hemos de plantear nuestra estrategia contra los enemigos del evangelio. Sangre, sudor y lágrimas costarán nuestros esfuerzos amparados por Dios, pero al final sabemos henchidos de felicidad que «antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.» (Romanos 8:37)

B. LA ALEGRÍA CORRECTA SUPONE DAR EL LUGAR CORRECTO A LA PRÁCTICA DE LA AUTORIDAD DE DIOS SOBRE EL MAL (v. 19,20a)

«Os doy potestad de pisotear serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará. Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan…»

Esta no es una autoridad que pueda darse a cualquiera, ya que entablar un combate feroz cara a cara con las artimañas demoníacas, no es apto para enclenques y bebés espirituales. Pablo entendía que esto se escapaba del control de algunos miembros de la iglesia en Corinto: «De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, no alimento sólido, porque aún no erais capaces; ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales. En efecto, habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales y andáis como hombres?» (1 Corintios 3:1-3) La presencia de ánimo y el arrojo deben caracterizar a aquellos hijos de Dios que se involucren en luchas intensas y duras. Las serpientes y escorpiones, simbolos de la venenosa actividad de Satanás en contra de nuestras almas, paralizan miembros y detienen el pulso de aquellos que no han sido inmunizados gracias al antídoto que suponen las Escrituras.

Hay alegría y regocijo al ver cómo los estandartes de las huestes demoníacas son quebrados y pisoteados. Existe una inenarrable alegría cuando las tentaciones que nos asediaban se baten en retirada ante el rugido del León de Judá. Sentimos en nuestros huesos un fuego gozoso cuando el Reino de los Cielos avanza a pesar de los embates del secularismo y el relativismo moral. Saber que no existe adversario que pueda hacer frente al poder desatado de Dios, que las apariencias engañan, ya que el Señor continúa arrebatando de las zarpas de Satanás a miles de almas cada día, y que nada de lo que planee el diablo puede infligirnos una herida mortal, aunque nuestro escudo sea golpeado una y otra vez, llena nuestras bocas de alabanzas y adoración sin fin.

Jesús no desea que sus discípulos caigan en el desaliento que aparece en nuestros corazones cuando la lucha es diaria y constante. Hoy podremos vencer un vicio o un deseo desordenado, pero tal vez mañana sucumbiremos ante una trampa artera que nos lleve a pecar contra Dios. Es la triste realidad de nuestra inclinación a hacer lo malo o a desobedecer las consignas de nuestro Gran Comandante. Es por lo mismo que pasaron los discípulos de Jesús en Getsemaní: “Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.” (Mateo 26:41)

Por ello, les advierte de que aunque cualquier victoria momentánea contra el mundo, contra Satanás o contra nuestro viejo hombre, es digna de ser celebrada y vitoreada, hay algo que es mucho más merecedor de entonar un himno de victoria y triunfo: la salvación de nuestras almas.

C. LA ALEGRÍA CORRECTA PROVIENE DE SABERNOS SALVOS (v. 20b)

“… sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos.”

Sin lugar a dudas, Jesús desea que nuestra alegría resulte de la obra salvadora que llevó a cabo a través de su sacrificio, derramando su sangre para derrocar la tiranía del pecado y la transgresión de una vez y para siempre. Las escaramuzas y guerra de guerrillas en las que participamos con la ayuda y auxilio de Dios, nos brindan instantes espirituales suculentos y repletos de ánimo y coraje. Conocer proféticamente que Satanás ha sido abatido definitivamente, aunque siga dando coletazos peligrosos y venenosos, provoca en nosotros vivir seguros y alegres cuando hallamos nuestro escondedero en Cristo.

Pero lo que más nos ha de permitir seguir con mayor confianza y pasión a Cristo, lo que más debe inundar nuestros corazones de la luz de su gozo y lo que más ha de motivar nuestro servicio fiel en el empeño de colaborar en la extensión del Reino de Dios como jóvenes discipulos, es sabernos justificados por la fe, es constatar que hemos sido purificados de nuestra pecaminosa manera de conducirnos en la vida, y que estamos inscritos en el libro de la vida que solo el Cordero inmolado abrirá en los postreros días.

El sello que imprime el Espíritu Santo en cada uno de aquellos corazones que han entendido y asumido el evangelio de Cristo, es una marca que nunca podrá ser borrada o quitada de las páginas eternas del libro de la vida: “Dios, el cual también nos ha sellado y nos ha dado, como garantía, el Espíritu en nuestros corazones.” (2 Corintios 1:22)

Sin esta garantía inamovible no sirven de nada las señales, los prodigios y los exorcismos. Ya el mismo Señor Jesucristo nos hace entender esto cuando narra la escena sobrecogedora del juicio final. Muchos apelarán a sus grandilocuentes hechos, a sus profecías y sanidades, y a su predicación fabulosa, y sin embargo, nuestro Padre celestial sentenciará sus méritos aportados con un “nunca os conocí”, apartándolos de Su santa presencia por sus malvadas intenciones tras tan fantásticos actos (Mateo 7:21-23)

Joven, una es la alegría que sobrepasa a toda expresión de felicidad y satisfacción personal y universal: tener la seguridad de una salvación que de ningún modo merecemos, pero que ha sido ofrecida de gracia por el Padre en Cristo.

Regocíjate en todo aquello que redunde para bendición y para la extensión del Reino de los cielos, pero nunca olvides ni descuides una salvación tan compasiva y misericordiosa, ocupándote en ella con temor y temblor. (Filipenses 2:12)

Sigue perseverando en esta redención para que puedas contagiar a muchos de aquellos que se hallan a tu alrededor y aún no han decidido seguir a Cristo, y cuyos nombres aún no han sido añadidos al ejército de santos que ya nos precedieron.

CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO: RECORDANDO LA MISIÓN MÁS IMPORTANTE DE NUESTRAS VIDAS

TEXTO BÍBLICO: LUCAS 4:16-21

INTRODUCCIÓN

No podríamos concluir esta serie de posts de Adviento sin reconocer en el niño recién nacido de Belén, al Cristo que tiene una misión vital y suprema en el devenir de la historia y en la inauguración del Reino de los cielos. Tras haber recordado a Jesús como el enviado de Dios al mundo, como el que pone una nueva canción de salvación en el alma de todo ser humano que desea seguirle cada día como discípulo, y como aquel que trae perdón a los que se arrepienten de sus pecados y confiesan su necesidad de salvación, es necesario ampliar nuestra visión de la misión y propósitos del Salvador. ¿Cuál iba a ser el papel futuro de la criatura que apenas había abierto sus ojos a un mundo desolado por el pecado y la injusticia? ¿En qué proyecto eterno se habría de embarcar para dar contenido a la predicación bíblica y misionológica de su futura iglesia?

Todas estas preguntas y muchas otras más pueden resumirse en lo que ha venido en llamarse discurso programático de Jesús. En el texto evangélico al que nos vamos a referir seremos capaces de entender con absoluta nitidez el alcance de la labor terrenal de Cristo y hacia quienes iba a dirigir sus esfuerzos más importantes.

Después de ser bautizado por su primo Juan, y tras haber recibido la visita tentadora de Satanás en el desierto, Jesús da por iniciado su ministerio terrenal. A partir del capítulo 4 de Lucas podremos ver desplegados tanto su mensaje de salvación y arrepentimiento como sus actividades de sanidad, exorcismos y relaciones con el prójimo. La primera estación de su misión comienza en la aldea de Nazaret, lugar de adopción en el que transcurrirá gran parte de su niñez, adolescencia y juventud.

Lucas desea que todos aquellos que desean conocer el verdadero sentido de su narración asimilen que, precisamente las palabras que él leerá del libro de Isaías en la sinagoga de Nazaret, son un compendio resumido de todo lo que será en esencia su vida en los próximos tres años de trayectoria vital en medio de la humanidad: “Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró en la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer. Y se le dio el libro del profeta Isaías.” (vv. 16-17).

El pasaje del Antiguo Testamento que iba a leer con franqueza, contundencia y respeto a partes iguales, iba a convertirse en una profecía cumplida en su persona de manera fehaciente. A sabiendas que su declaración de intenciones final sería tachada de escandalosa y blasfema, no duda ni por un momento que las palabras leídas en ese instante se hacían carne en él mismo. ¿Qué decía la profecía de Isaías al respecto de su misión entre la raza humana, y de qué manera hoy puede afectar nuestra perspectiva de la misión de la iglesia?

A. LA UNCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO

Habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí.” (v. 17-18)

No cabe duda de que esta primera referencia al Espíritu Santo que hace Isaías en este texto profético era una realidad en Jesús. Ya en el bautismo que recibe de Juan el Bautista somos testigos de cómo Dios mismo confirma a Jesús como su Hijo en el que se complace y de cómo el Espíritu Santo en forma de paloma desciende sobre él. Dios estaba con él y en él, y por tanto había sido comisionado para comunicar el mensaje de salvación y perdón de su parte.

Jesús no iba a hablar de motu proprio, ni iba a seguir una estrategia distinta a la establecida desde el principio de los tiempos por su Padre, ni tomaría atajos para resolver situaciones de forma rápida y más eficaz. Su sujeción al Padre fue memorable y patente en sus actos, palabras y pensamientos. El Espíritu de Dios moraba en su corazón conectando todo su ser de manera misteriosa a los designios divinos para con el ser humano. Jesús sabía que se le había encomendado una misión difícil y dura, y aun así siempre se supeditó a la voluntad de Dios, llegando incluso a enfrentarse a la muerte de forma obediente.

Del mismo modo que Jesús fue comisionado por Dios para transmitir el anuncio de redención al ser humano, y de la misma forma en que el Espíritu de Dios fue derramado sobre él para llevar adelante esta misión titánica y desagradecida, los jóvenes que siguen a Cristo también ha sido escogidos por el Señor para predicar vida, arrepentimiento y perdón de los pecados a los cuatro vientos, sabiendo que no estamos solos en nuestro empeño evangelizador, sino que el Espíritu Santo nos guía en poder y capacitación carismática para superar los obstáculos y barreras que puedan presentarse en nuestra misión. Somos templos del Espíritu Santo, ungidos por su sabiduría y autoridad con el objetivo de llenar la tierra de la Palabra de Dios para salvación de los incrédulos.

B. CONSUELO DE POBRES Y EXCLUIDOS SOCIALES

Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón.” (v. 18)

Jesús vino al mundo en carne y hueso, no solo para recordar este hecho de la natividad como un evento significativo y feliz, sino que también lo hizo para convertirse en el consuelo de los pobres y excluidos sociales. En un mundo en el que el menesteroso, la viuda y el huérfano eran la carne de cañón de un sistema social injusto, en un mundo en el que el enfermo o discapacitado era rechazado y menospreciado, en un mundo en el que no se respetaba ni valoraba a la mujer como ser humano completo e indispensable para entender la familia y la sociedad, en un mundo en el que se arrinconaba de manera racista a aquellos que no comulgaban con las ideas religiosas establecidas, en un mundo en el que las apariencias eran más importantes que el contenido de un corazón, y en un mundo en el que el clasismo religioso menospreciaba a los menos letrados y preparados académicamente, Jesús nace para revolucionar un establishment sistémico que estaba a años luz de la voluntad y propósitos que Dios tenía para la humanidad.

Jesús aparece en la escena de la historia para cambiarla completa y radicalmente: los pobres reciben de él el consuelo que los soberbios no les dan, los enfermos son sanados milagrosamente para participar de la vida en toda su plenitud, las mujeres ocupan un lugar preeminente en su corazón e interés, los niños dejan de ser nada para ser el presente más valioso, los pecadores podían alcanzar misericordia y perdón tras comprobar la cercanía de Dios y la lejanía de los líderes religiosos, el cansado hallaba descanso y el humilde recibía amor y bendición sobre los altivos y orgullosos de la tierra.

Las palabras de vida de Jesús, predicando el evangelio de un Reino abierto para todos, sin clasismos, preferencias ni distinciones, es la puerta de salvación para los pobres y oprimidos que solo veían sus vidas como miserables existencias sin futuro ni luz. La sanidad que prodiga Jesús a leprosos, inválidos e incapacitados físicos solo es la muestra palpable de una realidad espiritual que se relaciona con el perdón de pecados y culpas, con el arrepentimiento de las transgresiones y con la reconciliación con Dios por intermedio de Jesús. Estas dos labores de predicación de la Palabra de vida y de la sanidad del corazón, también son empresas que la iglesia de Cristo ha de tener como suprema prioridad.

En nuestras manos está poder traer esperanza, consuelo y ánimo a los corazones rotos, a las almas heridas y a las conciencias llenas de culpabilidad. En nuestro seno, como juventud que trabaja en una comunidad de fe y amor, está la posibilidad poderosa de curar vidas y cuerpos a través de la oración de fe realizada en el nombre de Cristo. Nuestra misión es la misión de Cristo y por nada del mundo habremos de olvidarla si queremos ser obedientes a la vocación con que nos llamó el Señor de ser sal y luz al mundo quebrantado, dolorido y sufriente en el que vivimos.

C. LIBERTAD Y VISIÓN ESPIRITUALES

A pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos.” (v. 18)

Jesús nació en un pesebre en Belén, no para ser colocado como adorno del hogar en estas fechas, sino que Dios se encarnó para liberar al ser humano de la cautividad del pecado y para dar visión a los ojos muertos por causa de la tiranía de Satanás sobre todo mortal. Aunque Jesús abrió los ojos a ciegos de manera física, lo cierto es que la verdadera ceguera que sigue nublando la mirada del ser humano es la que provoca el egoísmo, la soberbia, la avaricia, el prejuicio y las malas intenciones del corazón.

Aquella cacareada libertad que cree el ser humano haber hallado siguiendo su propio camino a espaldas de Dios, solo es un signo inequívoco de la gran ceguera espiritual que sigue entenebreciendo las vidas de millones de jóvenes. Pensar que se puede vivir sin Dios ni Cristo es, sin duda alguna, una de las más erróneas evidencias de que las perspectivas y puntos de vista del hombre y la mujer de la actualidad están completamente oscurecidas por el pecado en sus múltiples manifestaciones. Creer que vivimos tiempos en los que hemos sido liberados de las ataduras de la fe y las creencias religiosas, es solo una mentira que sigue susurrando Satanás en los oídos mentales del ser humano, y que emplea arteramente para confundir la verdadera libertad en Cristo con ser capaces de hacer lo que mejor les place sin cortapisas ni una autoridad superior que regule sus actos, palabras e ideas.

Demasiados hoy día se encuentran en la cárcel de sus pecados y rebeldías, creyendo ser libres cuando en realidad sus ojos espirituales no les deja ver el panorama terrible y lamentable de estar atados y encadenados a sus propios deseos desordenados como mascotas de Satanás.

Del mismo modo en que Jesús, con sus palabras de verdad y vida quitó las cataratas de los ojos enceguecidos de muchas personas durante su ministerio terrenal, y de la misma forma en la que liberó de la prisión de sus pecados a millares a través de la misericordia, el perdón y el amor sin medida, así la iglesia de Cristo debe proclamar la verdad del evangelio para que los ciegos espirituales se den cuenta de que sus elecciones están dirigidas, no por su propia voluntad, sino por los engaños crueles del enemigo demoníaco.

Es nuestro placer y privilegio, como jóvenes, poder contemplar vidas antaño entregadas a las más absurdas y destructivas adicciones, como se entregan en alma y cuerpo a Cristo, siendo transformados y liberados de las garras de Satanás. Es nuestra misión, pues, ser como Jesús, liberadores de pecadores y agentes de Dios que abran los ojos de una sociedad inmersa en las tinieblas del pecado más negro.

D. LA GRACIA DE DIOS DISPONIBLE

A predicar el año agradable del Señor.” (v. 19)

No existe mayor manifestación y expresión de la gracia de Dios que dejar toda la gloria y esplendor del cielo para habitar en la tierra, siendo sujeto de las mismas necesidades del ser humano. Cuando recordamos la Navidad no podemos por menos que traer a la memoria que el regalo y la gracia más increíble de Dios para con todo nuestro mundo fue nacer, vivir y morir en medio nuestro. Jesús es gracia por excelencia. La era de la gracia comienza cuando el Espíritu Santo prende la vida en el vientre de María y culmina en la cruz del Calvario cuando Jesús da su vida en rescate por muchos.

La misericordia alcanza sus cotas más hermosas y poderosas en el preciso instante en el que Dios toma la iniciativa en el plan de salvación enviando a su Hijo unigénito para ofrecer la salvación a quien quisiera tomarla sincera y genuinamente. Jesús inaugura la edad de la gracia en su predicación, en sus hechos y en sus verdades. Todo es gracia y compasión para con el ser humano, todo es un regalo inmerecido para con los pecadores, y todo es un presente eterno para con aquellos que asumen su absoluta necesidad de perdón y redención a través de la obra de Cristo en su favor.

Nosotros, como jóvenes pertenecientes a comunidades de fe, también somos portadores de la gracia. Del mismo modo en el que nosotros recibimos de gracia la salvación, también debemos, en un acto de amor y piedad, regalar gracia a raudales a aquellos que la desean, e incluso a aquellos que no la merecen. Jesús dio su amor incondicionalmente, viniendo para salvar lo perdido y para arreglar lo estropeado, y del mismo modo, su iglesia, esto es, nosotros, hemos de dedicar nuestra vida a una misión de gracia para con los demás.

El perdón, la paciencia, la mansedumbre, la humildad y el respeto hacia los demás deben ser elementos irrenunciables que han de presidir nuestra actuación como cuerpo de Cristo y pueblo de Dios. Somos mensajeros de la gracia, algo que tanto se necesita en una sociedad en la que escasean las acciones de auxilio, ánimo y ternura.

CONCLUSIÓN

Y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.” (vv. 20-21)

El texto profético que había leído Jesús hace que todos contengan el aliento a la espera de su interpretación. Nadie se imaginaba que este pasaje sería el discurso programático de Jesús. En el mismo instante en el que pronuncia con firmeza y claridad que éste del que se habla en Isaías era él mismo, las cosas dejarán de ser como eran. Unos escandalizados y otros asombrados, unos incrédulos y otros creyentes, Jesús no deja a nadie indiferente.

La Navidad es un tiempo precioso en el que recordar el nacimiento, la canción celestial de salvación y la visión profética del Mesías anunciado. Pero esto no serviría de mucho sin recordar que la misión de Jesús es también nuestra misión. Unción, predicación de buenas noticias, sanidad, libertad, visión y gracia no son solo recuerdos de Jesús, sino que siguen siendo el objetivo y meta de nuestra juventud bautista hasta que el Señor así lo determine.

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO: RECORDANDO AL MESÍAS ESPERADO

TEXTO BÍBLICO: LUCAS 3:15-18

Estas fechas navideñas en las que nos veos inmersos en un trajín de compras, preparativos y adornos parece que Jesús ya no ocupa el lugar que antaño tuvo en las mentes, corazones y costumbres de los hombres y mujeres. Desplazado por otras corrientes folklóricas de allende los mares por la figura cocacolizada de un mito nórdico personificada en la figura de Santa Claus o Papa Noel, el niño que reposa en el pesebre de un humilde refugio de animales resulta poco atractivo. Papa Noel resurge en los anuncios propagandísticos a través de productos típicos de la mercadotecnia más materialista y por medio de una idea simplona y simplista de su papel en el devenir de la existencia humana.

Papa Noel solo aparece una vez al año para traernos muchos regalos, y aunque supuestamente se ampara en un juicio bastante suave de los que han hecho cosas buenas y cosas no tan buenas, al final todos reciben su presente con un lacito de color llamativo. Papa Noel no apela a nuestra conciencia sino más bien a las emociones y sentimientos, elementos que parecen rebrotar en estas fechas en forma de amabilidad y ternura sentimentaloides.

Papa Noel no nos juzga ni demanda de nosotros un cambio radical de vida, sino que se presenta como un venerable ancianito que sonríe jocosamente sobre un trineo tirado por renos sin dejarnos una moraleja o unas directrices de cómo encarar el año nuevo que está por comenzar. No, Papa Noel es bastante más atrayente y más asequible para las almas que buscan redención por medio de sus propias buenas obras y para las conciencias que durante todo el año se vieron cauterizadas por la maldad y el pecado.

Sin embargo, Jesús, en comparación con este barbado santurrón de rojo y blanco, es un personaje muy incómodo. Tal vez en la representación que se hace de su nacimiento pueda contemplarse un soplo de beatitud y paz, pero no es eso lo que encontramos cuando de verdad sabemos, comprendemos y asimilamos la misión de este pequeño recién nacido en Belén. El niño Dios que con su rostro calmado y tierno del que se ha hecho un culto paralelo en determinadas instancias religiosas del cristianismo, no es el mismo Jesús crucificado y resucitado cubierto de sangre y heridas que culmina el plan salvífico de Dios para el ser humano. Pero si sabemos interpretar correctamente la amplitud y profundidad de la vida de Jesús descrita en los evangelios, hallaremos que este niño era más de lo que parecía y que demanda de nosotros más de lo que nos suele pedir Santa Claus.

Con el transcurso de su historia, Jesús ya es un joven que deja su hogar para consumar el propósito para el que nació entre nosotros. Su primo Juan, conocido como el Bautista, ya hace tiempo que tomó la responsabilidad de dejar expedito el camino a Jesús a través de su predicación espinosa que solicitaba un compromiso de arrepentimiento y confesión de pecados. Ante sus palabras, muy distintas de las que los rabinos y maestros de la ley enseñaban en las sinagogas de sus aldeas y ciudades, las multitudes acudían para tratar de reconocer en él a aquel que había sido profetizado como el Mesías que liberaría a Israel del yugo de sus opresores.

Juan, conocedor de los rumores y comentarios de esta muchedumbre que acudía a él para recibir el bautismo de arrepentimiento en el Jordán, no se eleva para arrogarse el mérito de un poder que no le corresponde, y por lo tanto, decide sacar de dudas a aquellos que ya estaban ideando un plan revolucionario que lo alzase como liberador de los judíos de la bota romana: “Como el pueblo estaba en expectativa, preguntándose todos en sus corazones si acaso sería Juan el Cristo, respondió Juan, diciendo a todos.” (vv. 15-16).

En este domingo de Adviento en el que recordamos a Jesucristo como centro de estas fechas y de nuestras prioridades vitales, es preciso exponer el alcance mesiánico que Jesús tiene al encarnarse y habitar entre la raza humana.

RECORDAMOS QUE JESÚS NACIÓ PARA SER RECIBIDO POR AQUELLOS QUE SE ARREPIENTEN Y PARA JUZGAR A AQUELLOS QUE SE RESISTEN A SU SALVACIÓN

Yo a la verdad os bautizo en agua; pero viene uno más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de su calzado; él os bautizará en Espíritu Santo y fuego.” (v. 16)

Juan el Bautista, en un despliegue de humildad y honestidad, no desea engañar a nadie, y para ello describe su labor como preparatoria e iniciadora para la obra salvadora de Jesús. Él no es el Mesías esperado, sino que es un profeta enviado y elegido por Dios para allanar el camino a Jesús en la inauguración del Reino de Dios: “Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Éste vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz.” (Juan 1:6-8).

Jesús no duda en ensalzar el trabajo abnegado y sacrificado de Juan cuando lo considera una persona excepcional: “Entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista.” (Mateo 11:11). La meta de Juan el Bautista, tal y como él mismo señala, es la de bautizar en agua a aquellas personas, las cuales, conscientes de su necesidad de perdón y del pecado que ennegrece sus almas, deciden manifestar públicamente su compromiso con la obediencia a Dios, la enmienda de sus actos malvados y la purificación de sus corazones. Juan no está perdonando o limpiando los pecados a nadie a través de este acto acuático, sino que solo es aquel que ayuda a los arrepentidos a mostrar sus deseos de ser transformados por el poder restaurador que proviene de Dios.

En la magnífica declaración de su lugar secundario en el orden de cosas del plan de salvación de Dios, Juan se hace nada ante el poder, autoridad y juicio de Jesús, el verdadero Mesías, el esperado y ansiado autor de la redención y liberación de la opresión del pecado. Se rebaja al nivel de un siervo, del esclavo más bajo que ha de tocar los pies encallecidos, sucios y sudorosos de su señor después de caminar por las polvorientas calles de la ciudad. Su misión no es nada comparada con lo que es capaz de hacer Jesús. De Juan no puede surgir la dispensación del Espíritu Santo que convierta los corazones, que renueve lo enfermo y muerto en el alma y que guíe al creyente en una vida santificada del agrado de Dios.

Sin embargo, de Jesús, el Mesías, el Espíritu Santo de vida será infundido en aquellos que se arrepienten de sus malas obras, que confiesan su necesidad absoluta del perdón de sus pecados y que están dispuestos a caminar según los estatutos de Dios para gloria de Dios Padre y beneficio de su prójimo. Ezequiel ya profetizó este rol mesiánico: “Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra” (Ezequiel 36:27).

Del mismo modo, Jesús será como un fuego que juzgará las acciones de aquellos que creen que no necesitan ser salvados de nada, que piensan que son dueños de su voluntad para hacer lo que mejor les parece y que, en su insensatez han determinado convertirse en enemigos de Dios y esclavos del pecado: “Porque he aquí, viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa; aquel día que vendrá los abrasará, ha dicho el Señor de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama” (Malaquías 4:1); “En llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tesalonicenses 1:8).

La imagen que Juan el Bautista emplea para ilustrar esta realidad espiritual de los dos destinos eternos del ser humano, es la de un agricultor que decide separar el grano de la paja en una era: “Su aventador está en su mano, y limpiará su era, y recogerá el trigo en su granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará” (v. 17). La doble función del aventador era, por un lado permitir que el peso del grano lo hiciese caer en tierra, y por otro, que el tamo y la paja, fuesen arrastrados por el viento. De este modo, el grano estaba limpio de polvo y paja y podía ser almacenado en el granero. La paja, ya inservible para el consumo humano, sería quemada rápidamente junto con los rastrojos.

Del mismo modo, Jesús nace para juzgar a vivos y a muertos en el día postrero, para separar a los creyentes de aquellos que no lo son. El trigo es la iglesia de Cristo que es reunida en el granero del cielo, mientras que la paja de los que no se arrepienten de sus pecados, los cuales sufrirán bajo el fuego eterno del infierno.

Es preciso hacer un breve inciso para considerar el peligro de un arrepentimiento falso y superficial que no es considerado por Dios para salvación. Existen personas que se arrepienten más por las consecuencias y efectos que provienen del castigo de Dios sobre los impíos que por el deseo de servir a Dios por amor y ser librados de la culpa del pecado. Esta clase de arrepentimiento solo redunda en vidas hipócritas que solo buscan su autojusticia, en existencias basadas en una falsa seguridad de salvación, en un endurecimiento del corazón y en una progresiva cauterización de la conciencia. Jesús nació para erradicar esta clase de “conversión” que solo conduce al apoltronamiento espiritual y a la indiferencia práctica.

Ni el bautismo salva, ni lo hace una trayectoria familiar de generaciones de creyentes, ni una vida repleta de buenas obras, ni una sensación de que al final Dios va a ser misericordioso y va a perdonar a todo el mundo. Solo el Mesías esperado, Jesús, es el indicado, suficiente y absoluto salvador del ser humano, y el único que lee los corazones de tal manera que no puede ser burlado.

Juan, como precursor del Mesías que hoy recordamos, entiende que el arrepentimiento es el primer paso para considerar que el nacimiento y misión de Jesús es una buena noticia: “Con estas y otras muchas exhortaciones anunciaba las buenas nuevas al pueblo” (v. 18). Las buenas noticias que celebramos en el nacimiento de Jesús hace más de dos mil años no lo son tanto si no son acogidas por vidas completamente entregadas a él, por corazones contritos y arrepentidos por sus pecados y por espíritus necesitados del mayor regalo que él nos ofrece: el perdón y la salvación.

Las buenas nuevas aún resuenan en el tiempo a través de las voces de aquellos cristianos que entienden que la Navidad es el advenimiento del Mesías de salvación y liberación, algo que no puede dejarse en el baúl de los recuerdos navideños, sino que debe ser experimentado día tras día, jornada tras jornada.

La Navidad no es solo el tiempo para recibir regalos o para demostrar mayor o menor aprecio por los demás. La Navidad es sobre todo la época que mejor nos trae a la memoria lo que Cristo ha hecho por nosotros, perdonando nuestras deudas y lavando nuestras inmundicias tras habernos arrepentido de nuestras malas artes y obras. Papa Noel no podrá darte esto por mucho que se lo pidas.

Aunque pueda resultar simpaticón y afable, nunca murió en una cruz llevando sobre sí mismo el peso de todas nuestras transgresiones. Papa Noel tendrá la capacidad de regalarte algo que se romperá, gastará, olvidará, cambiará o perderá, pero solo Jesús, el Mesías de Dios, podrá regalarte por gracia la redención y toda una vida eterna a su lado.

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO: RECORDANDO LA CANCIÓN MÁS HERMOSA JAMÁS CANTADA

TEXTO BÍBLICO: LUCAS 2:8-20

INTRODUCCIÓN

El acontecimiento que celebramos en las fechas navideñas es muy especial para mí. Fue precisamente en Navidad cuando entendí el evangelio de mano de mi profesora de Escuela Dominical, y comprendí mi necesidad de recibir la salvación de parte de Dios. Hasta ese momento la Navidad solo era un periodo vacacional en el que nos reuníamos como familia para cenar juntos, ver los típicos programas de Nochebuena, y recibir los regalos tan esperados durante todo el año.

Ningún otro pensamiento mío abarcaba la realidad espiritual que se hallaba tras la conmemoración del nacimiento de Jesucristo. Nunca se me ocurrió preguntar sobre el significado exacto de estas festividades hasta que el Señor puso en mi corazón la inquietud adolescente de saber algo más de la Navidad. Nuestra maestra de Escuela Dominical, con su habitual ternura y sencillez me explicó grosso modo la esencia de la encarnación de Dios en Cristo, un ser de carne y hueso, con el objetivo de rescatar de las garras del pecado y de Satanás el alma del ser humano.

Una luz brillante se apoderó de mi mente curiosa y decidí saber mucho más de esta dimensión espiritual que nunca había entrado en mis cálculos y preocupaciones. De ahí en adelante, con la ayuda de mi pastor y otros hermanos, pude articular, aunque fuese de manera simple y sin pulir, esa necesidad que yo tenía de confesar mis pecados ante Dios, de solicitar de Él su misericordia y de comprometerme con Jesucristo como mi Señor y Salvador.

La encarnación de Dios en Cristo, dentro del misterio que supone, y que con la ayuda del Espíritu Santo en mi vida, he podido ir desentrañando, es el punto más alto e importante del plan de salvación de Dios. Dios nos ha revelado a través de su Palabra el crucial evento en la historia que atañe a toda la humanidad, y esto ha sido posible en tanto en cuanto hemos elegido escuchar y cantar una canción de salvación.

El hecho de que Dios mismo tuviese a bien caminar entre nosotros ya es de por sí una admirable cantata que entonar por los siglos de los siglos cada vez que sentimos en el corazón el peso de una redención que demandó una solución definitiva y repleta de gracia y amor: “Se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres.” (Filipenses 2:7). Nuestros salmos y cánticos a Dios son el producto precisamente de este acontecimiento cósmico: Dios dejando su majestad y gloria eternas para amar y salvar a aquellos que desean ser salvados en un mundo finito y anclado en lo frágil del tiempo.

Es tiempo en estos días de Adviento de recordar la canción de salvación que se inspira en el advenimiento de nuestro Salvador. Desde el cielo no se enviaba a un modelo de nobleza e integridad, ni a un maestro ducho en enseñar moralidad y buenas costumbres, ni a un iluminado revolucionario que quisiera transformar el mundo desde una estrategia social de la no violencia. Desde el trono refulgente de las moradas celestiales es Dios mismo el que desciende para convertirse en el corazón del evangelio que nosotros hoy predicamos: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él crea no se pierda mas tenga vida eterna.” (Juan 3:16).

El Salvador al que hemos de agradecer que haya puesto un nuevo cántico en nuestra boca es aquel que dijo de sí mismo lo siguiente: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.” (Lucas 19:10), y cuyo nombre, Jesús, es el resumen perfecto de su labor en la tierra: “Porque él salvará a su pueblo de sus pecados.” (Mateo 1:21).

A. UNA CANCIÓN PARA LOS HUMILDES

Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor.” (vv. 8-9)

Todavía la canción de unos ángeles resuena en el eco de los tiempos para seguir recordándonos que un Salvador llegó a este planeta para liberar a los cautivos del pecado y para sanar las heridas que éste había infligido en el corazón del ser humano. Todavía podemos escuchar la historia de aquellos pastores, hombres que se hallaban en la parte más baja de la escala social de aquellos días, personas que no eran consideradas precisamente como los baluartes de la educación, la pureza ritual, la fiabilidad y los buenos hábitos. Aún podemos recordar a través del relato bíblico cómo un ángel del Señor se hace presente ante los más humildes del pueblo en vez de ante las más encumbradas autoridades religiosas y políticas del país. Las buenas noticias encuentran su primer oído en individuos de dudosa catadura y fama.

¿Y es que acaso no es esa nuestra situación cuando recibimos la revelación divina de su misericordia y salvación? ¿No es así como Dios se acercó a nosotros, indignos mortales y perpetradores de los pecados más perversos y tenebrosos? Dios, al igual que los pastores, se aproxima a aquellos que más necesitan de su obra de redención, para que de este modo, cualquier testimonio futuro de pecadores en apariencia irredentos, pueda ser un faro brillante para otros barcos que navegan ciegamente por las costas rocosas de un mundo sin Dios.

Nuestra garganta antes reseca por la sed de justicia y enronquecida por la multitud de palabras e ideas contrarias a la voluntad perfecta de Dios, ahora se aclara gracias a la miel que mana del panal de la gracia soberana de Dios en Cristo. Los pastores en su humildad y modestia poseían una receptividad especial para el mensaje del ángel, mientras que, como puede constatarse en el resto de la historia de los evangelios, los adalides de la pureza religiosa dedicaron todos sus esfuerzos en rechazar la verdad que canta la propia vida de Jesús. La alegría y el gozo son características propias e inseparables de unas buenas noticias como las que traía el mensajero celestial.

B. UNA CANCIÓN UNIVERSAL

Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo.” (v. 10)

¿Eran esas noticias únicamente para los pastores? Por supuesto que no. Ellos solo eran la punta de lanza o la avanzadilla de lo que estaba por ocurrir en el futuro. El ángel deja claro que las buenas noticias son para todo el pueblo, que son universales. Dios desea que todos sean salvos, que todos puedan cantar a pleno pulmón la grandeza y maravillosa regeneración del alma humana, pasando de la más miserable condenación a la más excelsa condición redentora.

Éste cántico es un cántico que debe ser interpretado por todos aquellos que reciben con alegría y fe el mensaje del evangelio creyendo en Jesucristo como su Señor y Salvador. Ya no es la voz áspera del pecado la que habla por nosotros, sino que es la melodiosa y armoniosa voz de la salvación en Cristo la que surge potente y clara para adorar al que vive y hace vivir por los siglos de los siglos.

Esta canción universal es una canción que también tuvo a bien cantar Simeón, aquel anciano que esperaba la consolación de Israel a través del nacimiento del Mesías, y que se conoce como el “Nunc Dimitis”: “Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; luz para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel.” (Lucas 2:28-32).

C. UNA CANCIÓN MESIÁNICA

Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre.” (vv. 11-12)

El niño que estaba a punto de nacer reunía todas y cada una de las características que se esperaban de aquel que inauguraría la era de la gracia. Era el Salvador, aquel que nos ha rescatado de nuestra vana manera de vivir, de la tiranía del pecado y de los vicios, de la culpa que lastra nuestros pensamientos. Era el Cristo, el ungido de Dios que aunaría en sí mismo las tres facetas fundamentales del enviado de Dios: Señor de señores y Rey de reyes nacido en la ciudad de David que vencerá a la muerte (Apocalipsis 17:144), apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión (Hebreos 3:1), y profeta que nos revela la verdad y extensión de las profecías del Antiguo Testamento (Hebreos 1:1-2).

Era el Señor, poderoso en su autoridad y señorío sobre las vidas de aquellos que hemos fiado nuestro destino y ser a su voluntad santa y sabia. Era ciento por ciento Dios y ciento por ciento hombre, demostrando con el misterio de su encarnación el amor más inmenso del que jamás seremos objeto. La evidencia de todos estos gloriosos y magnificentes títulos sería el contraste inigualable de la humildad de su nacimiento en la cuna que un pesebre donde se alimentaba el ganado le acogió. Jesús no era un escogido de las castas más encumbradas, ni de las instancias más adineradas, ni de las estirpes más laureadas. Así debía ser: de la gloria deslumbrante a la humildad anónima.

D. UNA CANCIÓN CELESTIAL

Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (vv. 13-14)

En un alarde impresionante e inimaginable de adoración y alabanza genial, miríadas de ángeles entonan el coro magnífico y emocionante de las buenas nuevas de salvación para el mundo: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (v. 14). Esta visión sin precedentes en las Escrituras es el mejor modo en el que dar la bienvenida a la tierra a aquel que iba a ofrecernos la paz y la reconciliación con Dios. Los ángeles, exultantes de gozo y júbilo, emplean sus cristalinas voces para expresar la satisfacción que rebosa en sus corazones al ser portadores de las buenas nuevas de salvación de los perdidos.

Del mismo modo en el que se regocijan en este instante culminante de los propósitos de Dios, así harán cada vez que una nueva alma se entregue a Cristo: “Hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.” (Lucas 15:10). La paz se une al coro de la alegría para entregarnos el regalo de la reconciliación con Dios: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida.” (Romanos 5:10); “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados.” (2 Corintios 5:18-19). Esta reconciliación cuyo fundamento es Cristo en su vida, muerte y resurrección tiene lugar, no por nuestros merecimientos o nuestras buenas obras, sino que es ofrecida voluntaria y misericordiosamente por Dios a aquellos sobre los que reposa el favor soberano de Dios.

E. UNA CANCIÓN QUE HAY QUE COMPARTIR

Sucedió que cuando los ángeles se fueron de ellos al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado. Vinieron, pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Y al verlo, dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del niño. Y todos los que oyeron, se maravillaron de lo que los pastores les decían. Pero María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho.” (vv. 15-20)

Tras esta revelación inolvidable y asombrosa, los pastores siguen el proceso de todo aquel que ha recibido la Palabra de Dios. Sin muchos aspavientos y con entusiasmo desbordante, dejan sus rebaños al cuidado de unos pocos de sus compañeros para asistir al mejor concierto musical que hayan podido presenciar: el niño envuelto en pañales junto a sus padres. La fe inefable que colma sus corazones les lleva a actuar y a comprobar la autenticidad del anuncio angélico. Aceptan la invitación de Dios y acuden al encuentro de su Salvador y Señor, el cual aliviará sus cargas: “Venid a mí todos los trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.” (Mateo 11:28-30).

Cuando por fin comprueban la verdad de la canción celestial, y miran con ojos impresionados la fidelidad de la profecía, todos, tanto pastores como José y María ven confirmadas sus esperanzas y su fe. Mientras los pastores corren alborozados a proclamar el nacimiento del Mesías a todos cuantos se encontraban por su camino, con los corazones ardiendo de amor y perdón, María guarda en lo más profundo de su ser todas estas cosas, meditando acerca de toda una vida que se abre ante la inocente sonrisa de su retoño. Los pastores prorrumpen en un cántico de gratitud, de gozo y de esperanza mientras vuelven a sus aldeas, sabiendo que nada será igual para ellos tras escuchar la canción de las buenas nuevas de salvación.

CONCLUSIÓN

Queridos jóvenes, ¿seguís recordando y escuchando el himno que Dios ha compuesto para nuestra salvación en estos días de Navidad? Si es así, no dejemos de cantarla y disfrutarla, puesto que gracias a la compasión de Dios en Cristo somos librados del pecado y de una vida condenada a la perdición eterna.

Tal vez lees estas líneas, pero todavía no has tomado una decisión firme de seguir a Cristo como tu Señor y Salvador. ¿No querríais cantar con muchos jóvenes como nosotros en este día una canción que cambiará vuestras vidas de arriba abajo, que os reconciliará con Dios perdonándoos vuestros pecados y que os abrirá las puertas del cielo para ser amados y queridos por toda la eternidad?

Si es así, no pienses si cantas bien o mal. Solo deja que el Espíritu Santo de Dios cambie tus cuerdas vocales maltrechas por el dolor y la desesperación por otras que interpreten con dulzura y poder la letra de una nueva vida en Cristo Jesús, Señor nuestro.

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO: RECORDANDO EL ANUNCIO MÁS SORPRENDENTE DE LA HISTORIA DE LA HUMANIDAD

TEXTO BÍBLICO: LUCAS 1:26-33

INTRODUCCIÓN

En los tiempos de la información en los que nos ha tocado vivir un mensaje lo es todo. Necesitamos estar interconectados a través de redes sociales, aplicaciones de mensajería instantánea y vías electrónicas para comunicarnos. Ya las cartas escritas han sido destronadas por los correos electrónicos, las palomas mensajeras por twits, la llamada telefónica casual por whatsapps, y las largas conferencias que antes se mantenían entre lugares distantes y que duraban meses y años, se han acortado por medio de videoconferencias en las que podemos hablar en tiempo real con alguien mientras lo vemos en pantalla. La ingente cantidad de información de la que disponemos hoy día es tan apabullante que resulta muy difícil estar al tanto de todos los trending topics, modas, noticias y curiosidades que suceden a lo largo y ancho de este mundo.

La facilidad que el mundo globalizado tiene de recurrir a métodos tecnológicos que acerquen a las personas a pesar de las distancias ha perdido el calor, la cercanía y la relevancia que tenían los mensajes de viva voz. Hoy, si no nos interesa la conversación en un chat, nos salimos de él o nos hacemos el sueco hasta que la otra parte se cansa y abandona la charla. Si una persona que forma parte de nuestra intrincada vida social en las redes como Facebook o Instagram, queremos tenerla ahí para observar sus ocurrencias sin involucrarnos personalmente en sus opiniones y tendencias, no estamos obligados a ver todas y cada una de sus publicaciones en el muro. Desconectar es fácil cuando existe un canal a través del cual poder excusarnos con frialdad y displicencia.

Sin embargo, cuando un mensaje o anuncio es entregado en mano, cuando las palabras se unen a las miradas y el sonido de la voz provoca sentimientos y emociones en el interpelado, todo es diferente. No podemos desconectar de la conversación así como así, sin menospreciar al que nos habla o sin desdeñar el asunto que le trae y que a él le parece importante. Toca escuchar con mayor o menor atención. Es el momento de dialogar si algo no nos gusta y no podemos hacer caso omiso a cualquier petición. Cuando alguien desea hablar con nosotros mirándonos al rostro, sabemos que se trata de algo relevante y crucial. ¿O no hemos pasado por angustias y nerviosismo cuando nuestro novio o novia nos ha dicho las temibles palabras: “tenemos que hablar”? El caso que nos ocupa en el texto bíblico se refiere a un anuncio o mensaje tan importante y relevante, que no solo incumbe a María o José como primeros afectados, sino que adquiere un significado nuclear para toda la humanidad entre la que nos incluimos.

A. UN MENSAJERO ASOMBROSO

Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David, y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres. Más ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras, y pensaba qué salutación sería esta.” (vv. 26-29)

Normalmente no damos mucha importancia a aquel que nos trae un mensaje. El cartero no suele recibir propinas, o ser agasajado con una invitación a almorzar, o llegar con las manos llenas de regalos a su casa tras su jornada laboral, por lo menos que yo sepa. Tratamos al mensajero como a un simple instrumento del que alguien se vale para transmitir un anuncio sin darle mayor trascendencia a su papel en la entrega de una noticia. También depende un poco de la clase de mensaje que traiga, claro. Todos conocemos anécdotas en las que alguien trae una noticia buena y otra mala. ¿Por qué noticia decantarnos? ¿Por saber primero la buena o por dejarla al final para tener mejor sabor de boca? ¿Y si la mala es tan mala que la buena no es tan buena? Si es una buena noticia podríamos incluso abrazar al mensajero, pero si es mala, tal vez lo que recibiríamos son las palmadas o el abrazo del que nos ha hecho entrega de la misiva.

El mensajero que aquí aparece en escena, no es ni más ni menos que un mensajero de Dios llamado Gabriel. La palabra ángel, que proviene del griego angelos, significa esencialmente mensajero o portador de nuevas. Dios suele enviar mensajeros de su parte cuando se trata de comunicar el anuncio de grandes cosas. Por ejemplo, tenemos a dos ángeles advirtiendo a Lot y su familia de la destrucción de Sodoma y Gomorra, a otro ángel socorriendo a Agar e Ismael en el desierto, a un ángel en medio del fuego llamando a Moisés a liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto, o a un ser celestial animando a Elías en medio de su depresión. A veces, el Señor recurre a sus siervos más directos para que sus promesas y palabras penetren tan profundamente en el corazón y así lograr que sus planes se cumplan sin vacilaciones ni miedos.

La misión que Dios encomienda a Gabriel es una de tal calibre que todo el mundo va a sentir el efecto intenso y maravilloso de su mensaje. Dios no envía a otro ser humano como hizo en tiempos pasados en forma de profetas, los cuales ya vislumbraron el cumplimiento de las promesas de Dios en el futuro. No habla directamente a esta temerosa doncella a través de sueños. Dios envía a un ángel, a uno de sus mayores y más fieles servidores para que no quepa duda de que aquello que se le iba a decir iba a ocurrir con total y absoluta seguridad. Por supuesto, la visión de un ser resplandeciente apareciendo de la nada en su aposento, no deja de ser aterradora. No todos los días se ve a un ángel de Dios mientras te saluda con abrumadora sencillez. No todos los días un ser celestial te manifiesta el favor de Dios. No todos los días puedes, con la boca y los ojos muy abiertos, escuchar de labios sobrenaturales que Dios te ama y que te bendice de manera especial.

B. UNA ELECCIÓN SORPRENDENTE

Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios.” (v. 30)

María, como no podría ser de otro modo, estaría completamente apurada y sorprendida. Mucho más que eso. Estaría totalmente desbordada por un millón de sensaciones, emociones y sentimientos cuando la voz suave y profunda del ángel da los buenos días y brota una bendición de su boca. Ella, una humilde joven a punto de casarse con José, no entendía cómo podía ser que ella fuese el recipiente de este anuncio tan extraño. No era una princesa, ni una mujer noble o acaudalada, ni tenía méritos que exhibir ante el mensajero de Dios. ¿Cómo era posible que Dios tuviese interés en querer hablar con ella a través de este ser resplandeciente? Como bien sabemos, el Señor no envía mensajeros tan especiales sino hay un propósito específico de por medio.

La lógica del mundo vuelve a hacerse añicos con la elección de María como recipiente humano del Mesías. Podría pensarse que Dios escogería a alguien más preparado intelectualmente o más experimentado en la vida. Podría pensarse que el Señor elegiría a alguien de alta alcurnia o con un nivel adquisitivo alto que pudiese abrir mil puertas al futuro Salvador. Sin embargo, Dios escoge lo humilde, aquello que se abre sin resistencia ante sus designios, el alma que está dispuesta a creer sin temores ni dudas. María estaba lista y su comportamiento para con todos y especialmente para con Dios la hacían la persona más adecuada y oportuna para cumplir los deseos eternos del Señor. Nadie iba a lograr lo que María logró: hallar gracia ante los ojos del Creador, el cual la contemplaba desde la gloria como la madre perfecta para el futuro mediador entre Él y los hombres. Dios, cuando escoge a alguien para llevar a cabo sus propósitos sabios y soberanos, no mira lo que nosotros miramos, sino que, escudriñando el corazón sabe a ciencia cierta quién puede colmar sus mandamientos y directrices: “Porque el Señor no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón.” (1 Samuel 16:7).

C. UN NIÑO SORPRENDENTE

Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.” (vv. 31-33)

Después del susto inicial, de las palabras enigmáticas del ángel y de haber escuchado que había sido elegida por Dios para una tarea muy especial e increíble, María recibe el anuncio más formidable y maravilloso que nunca un ser humano haya oído. Iba a convertirse en la madre de un niño sin haber conocido varón. Esto era algo inaudito. ¿Cómo iba Dios a apañárselas para que pudiese quedar embarazada de un hijo sin haberse casado con José? Desde su mente finita y limitada, no se da cuenta de que Dios tiene poder más que suficiente para hacer que lo imposible sea una realidad: “Porque nada hay imposible para Dios.” (v. 37). Dios ya ha establecido desde la eternidad este momento para poder encarnarse en un ser de carne y hueso y así caminar junto a la corona de su creación: la raza humana. Su nacimiento sería como el de cualquier otro niño, sin prebendas ni privilegios. Su vida estaría rodeada de las mismas necesidades, alegrías y aventuras que la de cualquier otro ser humano. Sin embargo, su nombre es un nombre que Dios ya ha anticipado y que lo significa todo para su futura misión en la tierra. Jesús es el nombre de un Dios que se acerca piel con piel con el resto de los mortales. Es la esperanza para los marginados y menesterosos, y la salvación para los perdidos.

A pesar de que la sangre circula por sus venas, que pasa frío y calor en las estaciones del año y que el estómago le gruñe cuando tiene hambre, Jesús también es Dios mismo, es el Autor de la realidad, es la eternidad en un puñado de polvo y barro. Será grande, no por su poder político, o por sus hazañas bélicas, o por construir los más fastuosos monumentos de la historia, sino por inaugurar el reino de los cielos en este mundo, permitiendo la oportunidad de que cada persona de esta tierra pueda ser redimido de sus pecados y beber el agua de vida de la salvación. Será grande, no por ser un filósofo seguido por miles de discípulos, o por ser un orador impresionante y conmovedor, sino por mostrar en su humildad la gracia de Dios desplegada ante los ojos de todos los hombres. Será grande porque a pesar de las torturas que tuvo que soportar, la muerte vergonzosa que tuvo que arrostrar y la injusticia que se cometió contra él, se convertiría en el centro vital de millones de personas a lo largo de la historia que creerían en él como Señor y Salvador de sus existencias.

Será el rey soberano de un pueblo que es capaz de reconocer su señorío y reinado. Su reino no tiene fronteras ni aduanas, sino que abarca el tiempo y el espacio sin límites. Su reino no es terrenal, perecedero y efímero, como el de emperadores, dirigentes y dictadores que han pasado al olvido tras ver como sus imperios y reinos desaparecían en la memoria de las crónicas humanas. Su reino es dulce y hermoso, pues su autoridad y dominio no son gravosos ni forzados, sino que por el contrario, es un reino de amor y misericordia perpetuos. Este niño que habría de nacer sería el dueño de toda una nación de corazones y espíritus que entregarán todo su ser a su servicio como muestra de gratitud y gozo por el perdón de los pecados.

CONCLUSIÓN

Este sorprendente anuncio debe ser recordado en este día para volver a recuperar de nuestra memoria aquel día en el que también recibimos un mensaje que cambió y transformó completamente nuestras vidas. Ese bienaventurado día, tal vez no fue un ser refulgente y esplendoroso el que descendió de la gloria de Dios para transmitirnos un mensaje, pero sí fue un siervo del Señor el que nos comunicó que habíamos sido elegidos por Dios para ser salvos y ser lavados de toda nuestra maldad. Al igual que María, cuando escuchamos el evangelio de Cristo, tal vez nos sentimos intimidados ante lo que se esperaba de nosotros y ante las dificultades que comporta ser discípulos suyos. No obstante, cuando Dios nos habla con tanta claridad a nuestros corazones, la duda o el temor se esfuman para recibir el mensaje de salvación y perdón con los brazos abiertos y los oídos preparados.

Hagamos que ese niño del cual hacemos memoria hoy, siga siendo grande y rey en nuestras vidas para gozarnos con nuestros hermanos en estas celebraciones navideñas que ya casi comienzan.