SALVADAS POR EL ACEITE

TEXTO BÍBLICO: MATEO 25:1-13

A lo largo de la historia, muchos han sido los grupos que han proclamado y profetizado el fin del mundo. Todos y cada uno de ellos han intentado advertir de manera patética y vociferante que en una determinada fecha todo se acabaría para dar paso al Juicio Final. En sus discursos apocalípticos se han señalado días y años en los que se produciría la consumación cósmica y cataclísmica de la historia, interpretando las evidencias que se derivan de la política, la economía, las catástrofes naturales y las guerras y rumores de guerras. Sectas peligrosas han ido cambiando sus previsiones conforme sus revelaciones de la segunda venida de Cristo se han visto contradichas por un día más de vida y realidad.

En definitiva, todo lo que tiene que ver con los últimos días o con lecturas escatológicas de los acontecimientos pasados y presentes, sigue adquiriendo su interés en publicaciones, vaticinios y teorías de la conspiración.

Para los jóvenes creyentes este interés ha ido menguando con el paso del tiempo. En muy contadas ocasiones se nos habla, enseña y predica sobre la segunda venida de Cristo, sobre los destinos eternos y sobre aquellos indicios que nos llevan a pensar en el fin del mundo tal y como lo conocemos. Vivimos como si nunca fuese a regresar Cristo y decidimos comportarnos como si fuese un asunto demasiado confuso o difuso como para asentar sobre este hecho nuestro estilo de vida. Solamente nos acordamos de pasada de este tema cuando tomamos la Santa Cena o cuando contemplamos horrorizados el estado lamentable y depravado de este mundo. Entonces entonamos un maranatha, más producto de la indignación que nos provoca la maldad humana, que de un verdadero deseo.

Muchos denominados cristianos se han aferrado tanto a este mundo y lo que este les ofrece, que ante la pregunta de si anhela el regreso de Cristo, seguramente respondería con un “todavía no, que me quedan muchas cosas que hacer, experimentar y ver en esta vida” o con un “prefiero que tarde aún un poco más porque no he disfrutado de aquello por lo que he luchado y trabajado”. Otros se escudan erróneamente en pensar que el cielo es posible hallarlo en este plano de la realidad, que la prosperidad verdadera Dios la da aquí y ahora, y que la segunda venida de Cristo solo es un modo que Dios tiene de mantenernos firmes en el evangelio, pero que nunca sucederá realmente.

Ante todo este conjunto de pensamientos, ¿qué nos dice Jesús acerca de ese día final? ¿Llegará o no llegará? ¿Cuáles son los signos que nos permiten conocer este acontecimiento? ¿Cómo debemos vivir mientras tanto desde nuestra juventud?

Jesús también era consciente de que este asunto tenía una gran importancia en el pensamiento judío. En un contexto de sometimiento bajo la bota romana, muchos deseaban fervientemente que Dios enviase a su Mesías para acabar con tamaña injusticia. Otros preferían ayudar a que el hecho del juicio final se llevase a cabo lo antes posible como buscaban los zelotes. Sin embargo, Jesús marca tres pautas fundamentales para entender su segundo advenimiento en gloria y juicio. Esto lo lleva a cabo a través de una parábola muy sencilla y repleta de lógica que esclarecería lo tocante a nuestra visión de su segunda venida.

A. LA CERTEZA DEL REGRESO DE CRISTO

“El reino de los cielos puede compararse a diez muchachas que en una boda tomaron
sendas lámparas de aceite y salieron a recibir al novio… A eso de la medianoche se oyó
gritar: ¡Ya viene el novio! ¡Salid a recibirlo!… Llegó el novio… Estad, pues, muy atentos
porque no sabéis ni el día ni la hora de la venida del Hijo del hombre.” (vv. 1, 6, 10, 13).

La historia de estas diez muchachas es también nuestra historia. Es la historia de una
certeza, de una seguridad. El papel que cumplen estas doncellas es el de recibir al novio antes de contraer matrimonio con su consorte. Su labor y sus acciones dependen en gran medida de un hecho real y seguro: el novio había de venir. No hay dudas al respecto en estas muchachas, y por ello toman las lámparas de aceite en previsión de que la llegada de tan importante personaje llegase más tarde de lo esperado. Mientras esperan deseosas a que esto ocurra, no dejan su puesto para dedicarse a otras labores. Simplemente esperan con una confianza fuera de toda vacilación a que el novio haga acto de presencia.

Cuando comienzan a escuchar los gritos que anuncian la llegada del novio, son
conscientes de que no es una falsa alarma, o que están burlándose de ellas para que se
mantengan despiertas. Los heraldos que preceden a la comitiva que acompaña al novio no suelen bromear con una ceremonia tan especial y solemne. Por eso, se ponen en pie y tratan de prepararse del mejor modo posible para este encuentro. Por fin llega el novio y toda su comitiva y entra en el aposento en el que se ha de celebrar la boda. El nerviosismo causado por la espera se ve recompensado por su llegada. Todos son testigos de una realidad y todos se gozan de este momento tan feliz.

El creyente no debe nunca dudar ni por asomo del hecho del regreso de Cristo, el novio
de la iglesia. Otro cantar es saber en qué momento lo hará, o en qué forma se manifestará o de qué modo seremos capaces de saber que ha vuelto. Pero que volverá, eso está más claro que el agua. La Palabra de Dios nos da una y mil seguridades al respecto. Mateo nos clarifica esta certeza con una pregunta que los discípulos hacían a Jesús: “Dinos, ¿cuándo sucederá esto? ¿Cómo sabremos que tu venida está cerca y que el fin del mundo se aproxima?… Pues como un relámpago brilla en oriente y su resplandor se deja ver hasta occidente, así será la venida del Hijo del hombre.” (Mateo 24:3, 27).

Si los discípulos no supiesen que Jesús iba a regresar, no sería muy lógico que le preguntasen esto. Santiago habla a la iglesia primitiva con esta misma claridad: “Tened paciencia y buen ánimo, porque está próxima la venida gloriosa del Señor.” (Santiago 5:8).

B. CÓMO NO HEMOS DE VIVIR HASTA ENTONCES

“Cinco de aquellas muchachas eran descuidadas… y sucedió que las descuidadas llevaron sus lámparas, pero olvidaron tomar el aceite necesario… Las descuidadas, dirigiéndose a las previsoras, les dijeron: Nuestras lámparas se están apagando. Dadnos un poco de vuestro aceite… mientras estaban comprándolo (el aceite), llegó el novio, y la puerta se cerró. Más tarde llegaron las otras muchachas y se pusieron a llamar: ¡Señor, señor, ábrenos! Pero él les contestó: Os aseguro que no sé quiénes sois.” (vv. 2, 3, 8, 10-12).

Ya dijimos que todas las muchachas estaban advertidas de la llegada del novio. No sabían la hora exacta de su llegada, pero sabían que cuando se trataba de viajar muchos percances e imprevistos podían darse para la comitiva nupcial. Todas iban provistas de su lámpara de aceite, pero el contraste que presenta Jesús en su historia es el de dos clases de muchachas: descuidadas y prudentes.

Las descuidadas creyeron que el novio no se demoraría demasiado, por lo que creyeron que iba a ser un despilfarro tener que comprar más aceite para sus lámparas. Se fiaron de su conocimiento de estas festividades y determinaron tener solo lo justo e imprescindible para unas pocas horas. Confiaron en su buen hacer, sin pensar en que el novio pudiese demorarse por el camino. El tiempo pasaba y el aceite se iba consumiendo en las lámparas. El atardecer dio paso al anochecer, y este a la oscura noche, y el aceite de las lámparas se fue acabando entre los ronquidos cansados de todas las doncellas.

Repentinamente, unas voces alertan a todos de la llegada del novio. Las muchachas sobresaltadas se levantan de su letargo y se dan cuenta de que ya es medianoche y que en sus lámparas ya no brilla la luz que ha de acompañar al novio hasta el lugar en el que se celebrará la ceremonia matrimonial. Las descuidadas comprueban con gran desconcierto que el aceite de sus lámparas se ha acabado y ruegan a sus compañeras más avezadas que les presten un poco de aceite para poder participar de la
fiesta.

La respuesta es un no rotundo, puesto que a las prudentes nada les sobraba del aceite que en previsión de una espera larga habían guardado. A sugerencia de las muchachas más sensatas, las cinco doncellas descuidadas vuelan a buscar aceite donde sea, porque no entra en sus cálculos no participar de esta boda. Cuando, tras mucho correr y suplicar, logran el aceite necesario, ya es demasiado tarde. Las puertas de la boda están cerradas a cal y a canto. Desesperadas, llaman al novio hasta la extenuación y entre lágrimas lamentan su falta de sensatez. Cuando por fin el novio se asoma por la cancela de la puerta, la extrañeza se adueña de su rostro y recrimina a estas muchachas que dejen de alborotar, que ellas no son parte invitada de la gran ceremonia porque no sabe quiénes son.

Muchos pretendidos cristianos se hallarán en esta tesitura tan dramática y terrible. Aquellos que viven la vida de manera hedonista, entregándose a los placeres que nublan la mente y el espíritu, dejarán que la gracia y el tiempo que se les ha dado para aceptar la invitación a las bodas del Cordero, se agote. Entonces ya no habrá más oportunidades ni más justificaciones. Por más que llamen a la puerta de la salvación, en el día del juicio de Dios, serán contados como condenados al infierno. Por más que muestren sus candiles apagados o que enseñen sus ropajes de boda, Cristo no los conocerá.

Dejaron que el mundo los enredase en sus atractivos y encantos, se permitieron el lujo de rechazar la vida eterna y abundante para cultivar su culto a ídolos muertos, y pensaron que lo tenían todo controlado, que con decir una oración de fe o con asistir los domingos al servicio religioso sería suficiente. Son como el mal criado que piensa en su interior que el Señor se demora y comienza a golpear y maltratar a sus colegas y se une en botellones y borracheras con los malvados. En el instante en el que Cristo venga en poder y victoria, de manera instantánea y repentina, se darán cuenta de que les falta el aceite del Espíritu Santo, y que ni sus obras caritativas ni sus acciones piadosas podrán franquearles el paso a la fiesta eterna del enlace entre Cristo y su iglesia.

Serán castigados severamente dándoles un lugar entre los hipócritas mientras el sonido de sus sollozos se une al rechinar de sus dientes (Mateo 24:48-51). Son seres humanos descuidados que tendrán que hacer frente a su responsabilidad personal, ya que nadie, ni siquiera los sensatos podrán transferir esa salvación a los que fueron negligentes con la oportunidad de recibir a Cristo como su Señor y Salvador.

C. CÓMO HEMOS DE VIVIR HASTA ENTONCES

“Las otras eran previsoras… Las previsoras, junto con sus lámparas, llevaron también llevaron alcuzas de aceite… Las previsoras contestaron (a las descuidadas): No podemos, porque entonces tampoco nosotras tendríamos bastante. Mejor es que acudáis a quienes lo venden y lo compréis… Las que lo tenían todo a punto entraron con él (con el novio) a la fiesta nupcial, y luego la puerta se cerró.” (vv. 2, 4, 9, 10)

Las muchachas precavidas son aquellas que hacen honor al refrán “persona prevenida,
vale por dos”. Saben que su misión es estar listas cuando llegue el novio. No les importa
comprar aceite demás, porque saben que el gasto lo vale, ya que serán recompensadas con la inclusión y participación de un gran honor en la boda. Su concentración está colocada completamente en cumplir con su objetivo: escoltar al novio al lugar en el que se celebraría la ceremonia. No les duele tener que cargar con una alcuza ahora, para después tener que alabar su buen sentido cuando la emergencia surge.

En la tardanza del novio, ellas duermen por efecto del cansancio de la espera al igual que las descuidadas, pero lo hacen con el conocimiento de que el toro no les va a pillar. El aceite podrá consumirse, pero siempre tendrán un suministro inmediato para paliar esta circunstancia. Cuando el novio llega, sin prisas pero sin pausa, las sensatas preparan sus lámparas, dando gracias al cielo por su acertada decisión de ser previsoras.

De repente, las otras cinco muchachas descuidadas les piden algo de aceite. Algunos piensan que las sensatas fueron poco misericordiosas o poco generosas. Nada de eso. Simplemente estaban constatando un hecho, y es que su salvación era intransferible y que cada uno debe apechugar con sus propios errores de cálculo. ¡Qué injusto hubiese sido dejar que las insensatas hubiesen entrado a la boda después de la ligereza y desidia de sus decisiones! ¡Qué injusto hubiese sido que por culpa de ellas, tampoco las prudentes hubiesen podido tener suficiente aceite! Lo único que pueden hacer es aconsejarlas para que se busquen la vida, ya que no están dispuestas a renunciar a acompañar al séquito nupcial por su culpa. Una vez el novio llega, un suspiro de alivio y de felicidad surge de las doncellas sensatas, puesto que hicieron precisamente aquello que se esperaba de ellas.

El verdadero cristiano sabe que Dios se ha hecho presente en su vida a través del Espíritu Santo. Sabe que su lámpara debe estar llena de este aceite santo, y para ello debe ser consciente de que esperar al novio no es cualquier cosa, sino que es un privilegio, un deber y un placer. Pablo exhorta al cristiano al respecto: “Vosotros, hermanos, no vivís en las tinieblas. Por eso, el día del Señor no debe sorprenderos como si fuera un ladrón. Todos vosotros, en efecto, pertenecéis a la luz y al día, no a las tinieblas o a la noche. Por lo tanto, no estemos dormidos, como están otros; vigilemos y vivamos sobriamente.” (1 Tesalonicenses 5:4-6). Podrá dormitar en el transcurso de su vida por el efecto de mil vicisitudes y circunstancias, pero siempre estará preparado para ser recibido en la presencia de Dios sin temor ni miedo.

Nada puede el creyente hacer para facilitar la entrada en el Reino de los cielos a terceros. Podemos predicarles, asesorarles y aconsejarles, pero nunca podemos infundirles el aceite de la unción del Espíritu Santo. Eso es cosa de ellos, ya que deben confesar y aceptar de motu proprio su deseo de servir a Cristo y de participar del banquete de la vida eterna. El cristiano debe velar en su estilo de vida para que no tenga de qué avergonzarse cuando Cristo regrese, ya que el novio puede volver en cualquier instante de nuestras vidas: “Estad, pues, vigilantes ya que no sabéis en qué día vendrá nuestro Señor… Así, pues, estad también vosotros preparados, porque
cuando menos penséis, vendrá el hijo del hombre.” (Mateo 24:42, 44).

Esta espera y expectación no debe ser vivida con miedo, sino con la esperanza y el anhelo de que este regreso sea lo más pronto posible mientras clamamos “Maranatha”, “Cristo vuelve pronto”.

El novio está en camino aun cuando no sepamos cuándo llegará. A todos nos ha sido dada una lámpara de aceite de gracia. ¿Apreciarás esta lámpara y su aceite como aquello que simboliza tu salvación? ¿O despreciarás la utilidad de este candil siendo rácano y descuidado con su suministro? Procura que cuando Cristo vuelva terrible y glorioso a la vez, te halle con una resplandeciente lámpara que ilumine tu camino a las bodas del Cordero de Dios.

Thanksgiving Day: Mucho por lo que estar agradecidos

TEXTO BÍBLICO: MATEO 7: 7-11

INTRODUCCIÓN

Hoy en lugares de otras latitudes celebran un día muy especial: el Día de Acción de Gracias. Más allá de idiosincrasias culturales o folklóricas, siempre es buena idea detenerse por un instante para valorar la provisión que Dios derrama sobre nosotros, en nuestra juventud. Por ello hemos de meditar el alcance de esta provisión divina a la luz de las palabras de Jesús en el Sermón del Monte.

Desde su caída en desgracia a causa de su desobediencia y orgullo insensato, el ser humano siempre ha sufrido necesidades y ha ido descubriendo carencias que evidenciaban el resultado nefasto y dramático de sus malas decisiones. Pasar de un entorno en el que la provisión divina se ajustaba perfectamente al alcance de su mano; en el que la perfección en la satisfacción de cualquier necesidad era absolutamente increíble; y sentir con disfrute la comunión y presencia de Dios, y así alegrar el alma y el espíritu, a otro medio ambiente hostil, donde era una verdadera tortura tener que hacer crecer y florecer el alimento con el sudor y el esfuerzo cotidiano; donde la tierra, si no era cultivada convenientemente solo produciría espinos y malas hierbas; y donde la ruptura espiritual y emocional con Dios iba a desembocar en el crimen, el asesinato y la mentira, fue tal vez el mayor error de la historia de la humanidad.

Mientras el ser humano se humillaba delante de Dios y reconocía su dependencia de la misericordiosa mano provisoria del Señor, nada había de faltar en cuanto a las necesidades más perentorias, e incluso abundaban las bendiciones no solicitadas como un regalo de gracia que alegraba el corazón. Pero cuando el mortal de turno pretendía lograr el éxito y la felicidad con la limitada agudeza de su intelecto y con las menguantes fuerzas de sus brazos, ignorando el amor y la compasión de Dios, y rechazando cualquier don que pudiese provenir de los cielos, la desgracia se declaraba hasta terminar dantescamente en miseria y muerte.

Nuestro ser, en todos los aspectos que lo conforman de manera fundamental, tiene necesidades, más allá de cualquier deseo o capricho que se quiera inventar ese veleidoso enemigo del ser humano que es su tendencia e inclinación a ansiar lo que no le conviene. Tenemos necesidades físicas básicas como la comida, el agua o el abrigo de las inclemencias meteorológicas. Tenemos necesidades intelectuales propias de la imagen de Dios a la que fuimos asemejados, queriendo conocer más y más de nuestro alrededor, de nuestras profundidades metafísicas, de lo desconocido. Tenemos necesidades afectivas o emocionales, en el sentido de sentir que nos falta algo si no nos relacionamos con otros seres humanos en distintos ámbitos como la familia, el matrimonio, las amistades, las uniones ideológicas y religiosas.

Y tenemos, como no, aunque queramos esconderlas u obviarlas, necesidades espirituales que resuenan como un eco ignoto en nuestras conciencias, en nuestra alma y en nuestro espíritu, demandando responder a cuestiones que se relacionan a nuestros orígenes, nuestro propósito de vida, el más allá tras el telón de la muerte, y la sensación de que existe algo o alguien que nos supera y que está más allá de nuestra finita imaginación. Todas estas necesidades deben ser cubiertas, pero la pregunta que nos hacemos al respecto es: ¿Quién o qué podría colmar y satisfacer de manera completa y plena cada una de estas necesidades?

Según el diccionario, una necesidad es “la expresión de lo que un ser vivo requiere indispensablemente para su conservación y desarrollo.” Es decir, que para poder sobrevivir en el inhóspito mundo en el que desarrollamos nuestra plenitud como personas y seres vivos, existen factores que deben ser provistos inmediatamente, ya que de otro modo, su falta de satisfacción produciría resultados negativos evidentes, como puede ser una disfunción o incluso el fallecimiento del individuo, tanto fisiológico como espiritual. Si en un arrebato humanista, queremos pensar erróneamente que el ser humano es capaz por sí mismo de satisfacer cada una de las necesidades que tiene, el desastre está servido a la vista de cómo funcionan nuestras sociedades supuestamente avanzadas y nuestras civilizaciones presuntamente civilizadas.

La historia y la experiencia más real y cruda nos demuestran cada día que el afán del ser humano por cumplir las expectativas de felicidad que alberga en su interior, solo es una quimera y una imposibilidad. Tal vez podamos saciar nuestros vientres con comida y nuestras gargantas con agua, al menos en la parte del mundo en el que nos ha tocado vivir, pero ¿qué hay de las miles y miles de personas que no tienen nada que llevarse a la boca y que fallecen a causa de la inanición y la sed en la otra cara mala del mundo?

Alguien externo a nosotros mismos debe mostrar compasión por nuestros inútiles e improbos esfuerzos por construir un sistema social justo, de bienestar y perfecto, donde las necesidades dejen de existir. Ese Alguien que supervisa el estado de cosas de todo el universo, ante el que se pliegan todas las circunstancias de la historia y todos los elementos creados visibles e invisibles, es Dios. Solamente Él puede cumplir con su Palabra de proveernos de todo lo necesario para nuestra conservación y desarrollo integral.

Por provisión, estamos hablando de “proporcionar lo necesario o conveniente para un fin determinado.” Esta palabra que tanto usamos los cristianos proviene del latín “providere”, que significa “ver con antelación” y que se relaciona con la otra palabra casi idéntica “prever”. Cuando Dios provee, además prevé, esto es, que examina con la suficiente antelación qué podemos necesitar y la solución a la necesidad ya se halla preparada en sus manos a la espera de ser dada en el instante debido y oportuno. Veamos qué dice Jesús sobre esta provisión de Dios.

  1. LA PROVISIÓN ES UNA SECUENCIA QUE EMPIEZA CON NOSOTROS Y TERMINA CON DIOS

Jesús, tras abordar la idoneidad de juzgar equilibrada y sensatamente al prójimo versículos antes, ahora opta por entregarnos una serie de promesas de parte de Dios en cuanto a la satisfacción de cualquier necesidad que nos pudiese acuciar en este plano de la existencia. Comienza enumerando tres acciones que el ser humano debe llevar a cabo para que en consecuencia pueda acceder a las bendiciones provisorias de Dios: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.” (vv. 7-8). Pedir, buscar y llamar son acciones que voluntaria y voluntariosamente debe realizar cada discípulo de Jesús para recabar de Dios el auxilio y socorro oportuno.

Esto nos da pie a comparar el modo en el que nuestros congéneres, menos generosos y cariñosos, nos dan cuando pedimos, nos ayudan a encontrar cuando buscamos algo, o nos abren cuando llamamos a sus puertas. Por lo general, cuando pedimos algo que necesitamos de verdad a alguien, suelen sucederse las típicas normas de devolución, porque la gente pocas veces da, y en la mayoría de las oportunidades, prestan, y con intereses. A menudo ya ni pedimos, a menos que estemos realmente desesperados y superados por las circunstancias adversas, porque tenemos miedo de la respuesta que provenga de labios del que se ha de convertir en acreedor.

Qué podemos decir de hacer un mínimo intento por buscar respuestas en la consulta de sesudos y sabihondos intelectuales y filósofos. En cuanto algunos interrogantes son suscitados en nuestro fuero interno, todo el mundo va a ayudarnos a pensar como ellos desde sus preferencias ideológicas, pero nunca darán pie a permitirnos buscar la verdad y la justicia por nosotros mismos. Lo mismo sucede con llamar a las puertas de otros en un momento de carestía. Es más fácil encontrarnos con puertas cerradas a cal y canto, en el sentido literal y metafórico del corazón, que con puertas abiertas a la compasión y la piedad.

No obstante, con Dios no es así. Cuando pedimos, no necesitamos cumplimentar mil documentos burocrácticos que nos permitan el acceso a la santidad y benevolencia de Dios, ni siquiera es procedimental ser una persona perfecta en todos los aspectos, lo cual es imposible se mire por donde se mire. Tenemos la posibilidad de pedir en oración a Dios, justo desde donde estamos, aquello de lo que tenemos necesidad, y sin falta esa petición será un hecho. A la experiencia personal me remito. Cuando buscamos paz, justicia y verdad en un mundo que se halla inmerso en guerras, terrorismo, desajustes brutales en la distribución de la riqueza, o relativismos morales, el único lugar en el que tras buscar sincera y auténticamente las encontraremos, es la presencia de Dios por medio de su Palabra viva.

Cuando llamamos a su puerta, una entrada franca para aquellos que creen en su poder, providencia y salvación, ésta se habrá de abrir sin problemas para que puedas recibir desbordadamente de su amor y su inagotable provisión, bien sea fisiológica, intelectual, emocional o espiritual. Contamos con la fidelidad inalterable de Dios de que siempre cumple su palabra, a diferencia de la infidelidad y la deslealtad propias del ser humano, la cual es suficiente garantía de que recibiremos a su debido tiempo y en su debida forma aquello que necesita nuestra vida para ser preservada y para crecer. Dios es consecuente con sus promesas, pero la secuencia siempre comenzará con nuestra iniciativa de confesión y reconocimiento dependiente del Soberano del universo.

  1. LA PROVISIÓN ES UNA CUESTIÓN PATERNAL Y CELESTIAL

Sabiendo que Dios espera con gozo y alegría que acudamos a Él para ser receptores de su gracia y provisión ilimitadas, Jesús quiere ilustrar esa realidad realizando una comparativa entre lo que significa ser un padre terrenal y lo que es Dios como Padre: “¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (vv. 9-11).

Todos aquellos que somos o hemos sido padres reconocemos que nuestra manera de criar a nuestros hijos ha sido imperfecta. Claro, hemos intentado hacer todo lo posible por educarlos desde el respeto por los demás, desde los mandamientos de Dios y desde los principios de conducta que nos parecían correctos e idóneos. En muchos casos nos hemos desvivido por inculcarles el temor de Dios y un estilo de vida ajustado a una moral cristiana definida por nuestra visión de lo que está bien o mal. Sin embargo, ¿en cuántas ocasiones hemos hecho lo contrario de lo que predicábamos a nuestros hijos y éstos han sido testigos de nuestra incoherencia? ¿En cuántas oportunidades creímos que estabamos haciendo algo en su beneficio, y en realidad lo que ansiábamos es que cumpliesen con nuestras expectativas personales? ¿Nos acordamos de instantes en los que salió lo peor de nosotros mismos a causa de circunstancias externas estresantes que pagamos con ellos? Querramos o no, hemos de reconocer nuestra incompetencia como padres terrenales en muchos momentos de la crianza de nuestros retoños.

Un atenuante a nuestra imperfecta manera de instruir a nuestros hijos, es que a pesar de ser malos y de ejercer injusta y desproporcionadamente nuestra disciplina sobre nuestros descendientes, nos hemos deslomado y sacrificado sin fisuras por que ellos recibieran incluso más y mejor que cuando nosotros eramos a nuestra vez hijos. A veces, hasta nos hemos pasados tres pueblos, y hemos contribuido a que ya no nos pidan para sus necesidades básicas, sino que nos imponen la obligación de que resolvamos su visión materialista de lo que para ellos ahora supone una necesidad. Pero eso ya es harina de otro costal.

Lo cierto es que ni hemos dado piedras ni serpientes a nuestros hijos, sino todo lo contrario, hemos removido cielo y tierra para cubrir sus necesidades más imperiosas. Pues imaginémonos lo que Dios como Padre celestial puede hacer por nosotros. Nuestro Padre con mayúsculas, que nos conoce de pies a cabeza, que es testigo de nuestras gamberradas, que vela para que nada nos suceda y que piensa en nosotros las veinticuatro horas del día, 365 días al año, 366 si es bisiesto, ¿cómo no va a mostrarse pronto para satisfacer cualquiera de nuestras necesidades? Él tiene el poder absoluto sobre todas las cosas, y no dudará en demostrarte su amor y cuidado de las maneras más milagrosas y alucinantes.

Solo hay que pedir con sabiduría, guiados por el Espíritu Santo, con humildad y reconocimiento de nuestra dependencia de su gracia abundante, y Él responderá como Padre amoroso y tierno que es desde la eternidad y hasta la eternidad. Ninguno de sus hijos ha sido defraudado o decepcionado por su auxilio y sostén.

CONCLUSIÓN

El seguidor de Cristo puede estar completamente seguro de que la solución a sus problemas de necesidad y carestía estarán perfectamente cubiertos por su Padre que está en los cielos. El propio Jesús pudo ser testigo de ello, precisamente en los momentos más críticos de su vida y ministerio. A diferencia de lo que nos pueda “dar” este mundo, Dios nos ofrece justo lo que necesitamos en el tiempo debido.

A diferencia de lo que podamos “buscar” en nuestro entorno humano, siempre encontraremos en Jesús el camino, la verdad y la vida, y a diferencia de la puerta a la que podamos llamar en este mundo mortal, la puerta al Padre solo es una y siempre estará abierta a causa de la cruz de Cristo. No tengamos temor, Dios suplirá nuestras necesidades cuando en oración y súplica fervientes acudamos confiadamente a su trono de gracia y salvación. Detengámonos por un instante en esta jornada para darle gracias por su ayuda y protección, y para darle la gloria que Él solo merece.

Liga de la Justicia vs. Vengadores

TEXTO BÍBLICO: MATEO 5:38-42

INTRODUCCIÓN

Lo reconozco. Sí, yo fui un friki de los cómics y los tebeos. Sí, guardaba la paga que me daban mis padres para ir semanalmente al kiosko de mi ciudad para ver si ya había llegado el nuevo número de mis superhéroes favoritos. Sí, confieso que me encantaba Marvel, pero que tampoco le hacía ascos a leer algún que otro ejemplar de DC Comics. Y sí, habéis acertado, también creaba mis propios comics y mis propios personajes. Lo que pasa es que, aquello que en los años 90 era propio de “nerds” y de “frikis,” ahora es lo más de lo más. Taquillazos y éxitos, ventas de merchandising, productos relacionados con los superhéroes más famosos de las dos franquicias hasta en las galletas y la perfumería, son solo algunos ejemplos de cómo se ha sabido sacar partido a unas historietas fantásticas y coloridas que casi nadie leía en España hace solo unas décadas.

Dos grupos de superhéroes sobresalen por encima del resto, y que reúnen lo mejorcito de cada casa: Los Vengadores de Marvel y La Liga de la Justicia de DC Comics. Los Vengadores fueron creados en 1963 por los recientemente fallecidos Stan Lee y Jack Kirby. Sus primeros miembros fueron Ant-Man, Hulk, Iron Man, Thor y La Avispa, aunque cuatro números después todos ellos descubren a un Capitán América congelado y criogenizado dentro de un témpano de hielo desde la época de la Segunda Guerra Mundial, lo reviven y entra a engrosar las filas de Los Vengadores. Siempre me pregunté el por qué de este nombre. Y aunque he intentado averiguar la razón por la que sus creadores los llamaron así, al final entendí que solamente obedecía a una cuestión puramente estética y de márketing. El caso es que este equipo de superhéroes apareció para poder enfrentarse a enemigos de la Tierra y del bienestar de la humanidad contra los que no podían luchar de manera independiente.

¿Y La Liga de la Justicia? La Liga de la Justicia fue creada tres años antes que Los Vengadores, en 1960, por Gardner Fox, con la finalidad de repeler coordinadamente y uniendo sus fuerzas, la invasión alienígena de un tal Starro, al cual era imposible vencer si no era a través de una coalición de superpoderes. A este grupo de seres sobrehumanos pertenecieron originalmente Aquaman, Batman, Flash, Linterna Verde, el Detective Marciano, Superman y Wonder Woman. De igual manera que Los Vengadores, su misión era la de proteger y liberar a la humanidad de seres malvados y perversos que intentaban quebrantar la justicia y el orden establecido por las leyes humanas.

Si tuvieras que escoger, más allá de lo espectaculares que son sus trajes y poderes, ¿qué serías? ¿Un justiciero o un vengador? O pongámoslo de otra manera: ¿Qué diferencia existe entre hacer justicia y vengarse? Hacer justicia implica “reconocer lo que corresponde a una persona por sus méritos o valores”, sean estos positivos o negativos, mientras que vengarse o tomarse la justicia por su mano es “aplicar, una persona, un castigo a alguien que considera culpable de una acción, sin recurrir a la justicia ordinaria”. En principio, puede parecer que no existe mucha diferencia entre ambas definiciones y acciones. Al fin y al cabo, la distinción “solamente” estriba en los cauces en los que se lleva a cabo dar el merecido a una persona que ha cometido un abuso, un crimen o un delito. “¿Solamente?,” podrías preguntarte. Si existe una realidad que a lo largo de la historia se ha podido constatar es que no es lo mismo establecer un castigo o pena contra un criminal desde las instancias judiciales y legales que desde la fiereza, el odio y el ensañamiento del agraviado.

Normalmente, si dejamos que una persona ejerza la justicia sobre otro individuo, ésta se verá distorsionada y pervertida por la ira ciega y el ansia de sangre, provocando que la violencia engendre mayor violencia. Si dejamos que sea el juez y los funcionarios judiciales elaboren un juicio con todas las garantías, será mucho más fácil conocer la responsabilidad y las medidas de castigo que serán ejercidas sobre el infractor o el delincuente. Por supuesto, no olvidemos que la justicia humana fue, es y seguirá siendo imperfecta, y que, en muchos casos, el agresor se ha ido de rositas, y que el agraviado ha visto decepcionado e impotente cómo el peso de la ley ha sido demasiado ligero con el que ha provocado dolor y aflicción en su vida. Estoy seguro que la primera reacción de muchos de nosotros ante un delito flagrante y espantoso contra nuestra integridad física o psicológica, o contra la de nuestros seres queridos, sería la de destruir y fulminar completamente al bribón que nos ha roto la existencia. Veremos que ese no es el camino del evangelio, la senda del seguidor de Jesús.

Jesús no quiere quitar hierro al asunto de la venganza o de la reacción puramente humana ante el agravio criminal que puede padecer cualquier ser humano. De hecho, el maestro de Nazaret vuelve a remachar la idea recurrente de que no ha venido al mundo a rechazar, cambiar o trastocar la ley de Dios dada a sus antepasados: “Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente.” (v. 38). Esta normativa contra la venganza personal que regulaba el ejercicio de la justicia real y pública en medio del pueblo de Israel, evitando males mayores y episodios de vendettas interminables entre familias y tribus, se encuentra en Éxodo 21:23-25: “Mas si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe.”

¿Es esto verdadera justicia? Pudiera parecer que sí, pero como conocemos la imperfecta naturaleza, tanto de acusados, como de acusadores y de jueces, la verdad es que la justicia perfecta se convierte en algo prácticamente imposible. ¿Quién, aun en nuestros días, podría asegurar que la administración judicial es absolutamente perfecta en sus sentencias, penas y resoluciones? Esta era la ley del talión, la del que la hace, la paga, la de la represalia vengativa. Era el modo en el que Dios decía al ser humano que no les estaba permitido cebarse en el agresor, que se les prohibía ser presa de un acceso visceral de ira y de odio cuando de dar el merecido a otra persona se trataba.

Dios mismo nos muestra en su Palabra que la venganza solo es cosa suya. Lo que pasa es que nosotros queremos erigirnos en jueces que sentencien al infractor con el veredicto de culpabilidad, sin saber, ni de lejos, que la justicia de Dios es perfecta y que conoce todas las motivaciones, circunstancias y situaciones que rodean un caso de agresión criminal. Ya nos lo advierten las Escrituras al adjudicar a Dios el poder de la venganza y la justicia total: “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, el Señor.” (Levítico 19:18). No está ni en ti ni en mí poder ser equitativos y perfectos a la hora de ejercer la justicia, pero sí puede estar en nosotros el deseo de amar al prójimo, incluso al enemigo, al que nos ha hecho daño, tal como nos amamos a nosotros mismos. Esta es la vía de la pacificación del corazón, del dominio propio de nuestras reacciones y emociones, de la soberanía de Cristo sobre cada uno de nuestros deseos de venganza a causa de una injusticia.

Los judíos de la época de Jesús empleaban esta ley del talión de manera tendenciosa e interesada, juzgando y sentenciando según lo que les iba en el asunto. No hay nada nuevo bajo el sol. Pero lo que Jesús propone a sus discípulos sí que marca un punto diferencial en el mensaje de odio y venganza que se predicaba y se practicaba en la sociedad judía. A los ojos de los escribas, maestros de la ley o los fariseos, Jesús estaba hablando en chino cuando comienza su comparación entre la reacción furiosa y despiadada del corazón encendido por el resarcimiento a base de sangre, y la reacción pacífica y amorosa del espíritu cristiano inflamado por el ejemplo de Jesús y la personalidad misericordiosa de Dios: “Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra…” (v. 39).

Jesús, ¿qué me estás contando? Vamos a ver, ¿de verdad crees lo que dices? ¿Es que no sabes cómo es el ser humano cuando se encabezona? ¿Poner la otra mejilla después de pegarte un bofetón de campeonato? Eso solo es síntoma y evidencia de ser un pusilánime, un cobarde, un débil de carácter. A mí me sueltan un guantazo, y el otro no se va a ir a casa con frío. ¿Cómo voy a dejar que me humillen públicamente? ¿Cómo voy a permitir que me escupan a la cara, que me insulten, que mancillen mi nombre y reputación, y encima que les anime a que me crucen la otra mejilla? Que no, que no, que a mí, si me dan, yo devuelvo, y con creces.” ¿Te suena esta reflexión y este razonamiento?

La primera reacción que sale de nuestras entrañas cuando nos insultan gravemente, porque eso era que te dieran un manoplazo en la cara en la cultura judía, no es plantarnos como pasmarotes esperando el segundo golpe. Reconozcámoslo. Si nos dan, nosotros damos, y si podemos aprovechar para acabar con el agresor, mejor que mejor, porque muerto el perro, se acabó la rabia. Sin embargo, Jesús opta por predicar en palabra y obra no recurrir a la violencia cuando somos violentados de algún modo. Él mismo fue avergonzado, insultado, menospreciado, azotado y malherido en su pasión, y no deseó con rabia e indignación que todos sus detractores fuesen fulminados y destruidos en un abrir y cerrar de ojos, cosa que podía hacer con un chasquido de dedos. Sus palabras fueron de amor y perdón, en vez de enojo y furia.

Reprimir nuestras ganas de zurrarle la pandereta al matón de turno, que es parte de nuestra naturaleza descontrolada e inclinada a hacer el mal, es lo que nos pide Jesús. ¿Esto es fácil, sencillo, simple? Por supuesto que no. Pero es que, pensémoslo bien: si nos enzarzamos en una trifulca, ¿las cosas van a ir a mejor? ¿Vamos a solucionar algo dándonos una tunda en medio de la calle? ¿Nos vamos a sentir de maravilla perdiendo los papeles y perpetrando algo más que un moratón y un número indefinido de puntos de sutura? Jesús decide que la violencia termina con la no agresión. Y que el Espíritu Santo es el que nos da la fuerza y la firmeza necesarias como para no caer en el juego de la provocación. Hemos de solicitar a Dios que nos permita cambiar nuestro odio y rencor en amor y reconciliación, porque como alguien dijo: “Ojo por ojo, y todo el mundo se quedó tuerto.”

Pero esto no se queda simplemente aquí. Jesús sigue aconsejando a sus seguidores sobre sus reacciones ante la injusticia que pudiesen recibir en un momento dado: “Y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa.” (v. 40)

Pero bueno, Jesús, lo de antes ya era una absoluta locura, ¿y sigues insistiendo en que ahora tenemos que permanecer tranquilos cuando alguien pretende despojarnos hasta de la camisa, y que encima, debemos darle la capa con la que nos abrigamos en las noches frías de Palestina? Si nos lo quitan todo, si nos dejan con una mano delante y otra detrás, si nos arrebatan hasta el sustento, ¿cómo sobreviviremos? Yo para seguir tirando adelante, no me voy a dejar acobardar por pleitos y demandas judiciales. Antes soy yo, que la avaricia del enemigo o del acreedor.”

Que nos lo quiten todo, casa, propiedades, ropa, sueldo, comida, familia, no es la mejor sensación que podamos experimentar en la vida. Nos resistimos a ver comprometido todo lo que es nuestro y nos aferramos a lo que consideramos que es nuestro, aun a pesar de que sabemos que debemos algo a alguien. No obstante, Jesús nos llama a entregarlo todo para saldar la deuda, y aún ofrecer lo único que en buena ley no nos pueden quitar del todo, nuestra capa, el último vestigio de propiedad del pobre. Enfrentarse a un juicio supone en la mayoría de los casos perder mucho más que unas propiedades, ya que implica también perder la dignidad, la honorabilidad y la coherencia responsable por los actos cometidos. Además, el Señor nos promete que nunca dejará a un justo desamparado, ya que su provisión se hará entonces real y su gracia nos ayudará a empezar desde cero, pero ya con la deuda saldada y la conciencia tranquila. No vale la pena enredarse en litigios y procesos judiciales costosos que no podremos pagar.

Para rizar el rizo, Jesús ya no solo habla de nuestros amigachos, de nuestros vecinos o de nuestros compañeros en términos de cómo afrontar situaciones agresivas y conflictivas. Ahora, toca la fibra sensible del judío, al proponer a sus discípulos lo siguiente: “Y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos.” (v. 41)

¡Vamos, vamos! Eso no se lo cree nadie. Jesús reconociendo el poder y el gobierno de nuestros opresores… Lo que nos faltaba. Ahora resulta que, si un soldado romano nos exige llevar un fardo pesado durante un kilómetro y medio, no solo hemos de obedecer sin rechistar, sino que, además, debemos llevar ese pesado equipaje otro kilómetro y medio más. ¡Para morirse! Pero si son nuestros más acérrimos enemigos, unos paganos de tomo y lomo, unos abusones de categoría suprema… Que no, que no. Mejor me hago zelote, que esos sí que son unos patriotas, luchando contra la dominación romana.”

Si había alguien en la sociedad judía al que más rencor y odio se les tenía, era a los romanos. Éstos tenían carta blanca para obligar a cualquier judío a realizar servicios de transporte durante una distancia estipulada, en su caso, una milla. Simón de Cirene, el que portó por un intervalo de tiempo la cruz de Jesús camino al Gólgota, es un ejemplo muy claro de ello. Y este deber era bastante enojoso y humillante para el que le tocaba la china. Lo normal solía ser hacer de mala gana la distancia establecida legalmente y luego marcharse. Pero Jesús amplía la distancia a recorrer al doble, y con una sonrisa en la cara. No es fácil tener que acatar una orden producto de la imposición y de la dictadura de otros, pero incluso en estos casos, Jesús nos anima a manifestar nuestro amor para con el prójimo en un buen y excelente trabajo que dé testimonio de nuestra fe.

Por último, Jesús ofrece dos consejos sobre el hecho de dar y prestar al que necesita de nosotros: “Al que te pida, dale, y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.” (v. 42) Este versículo es una especie de conclusión final que nos ayuda a comprender que si entregamos nuestra vida a servir y obedecer a Jesús, todos nuestros actos, nuestras palabras y nuestras actitudes deben beber del amor y la gracia, antes que de la fuente del odio, la violencia o el egoísmo. Mucha gente da para después poder recibir, y mucha gente presta, para lograr después intereses usureros por ese préstamo. Pocas personas dan desinteresadamente, de manera generosa y desprendida. Pocas instituciones prestan sin requerir a cambio lo prestado más una cantidad en concepto de intereses. Dar y darse es la práctica activa de amar. Sacar partido de los demás y despojarles de todo es la práctica activa del egoísmo. Nuestra recompensa no estará en recibir un favor por el favor prestado, ni en acumular intereses en el préstamo dado, sino en hacer la voluntad de Dios según el ejemplo y la motivación pura que nos mostró Jesús mientras anduvo entre los hombres. Como dijo Jesús una vez: “Mas bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35).

CONCLUSIÓN

A pesar de lo difícil que es reaccionar de manera distinta a como nos pide el cuerpo cuando somos dañados, heridos, atacados y acosados vergonzosamente, el creyente no debe darse por vencido, ya que las fuerzas para vivir por encima de la norma en este sentido, no proceden de nosotros, sino del Espíritu Santo, el cual nos permite vivir en paz y en armonía, incluso con aquellos que nos provocan y buscan nuestro mal.

Ni ser justiciero como Batman, ni ser vengador como Iron Man, es la solución a los problemas de injusticia de nuestra sociedad. El amor es el camino, y ese camino es Jesús, el único que entiende lo que es la auténtica y genuina justicia. Imitadle aunque sepas que es duro tener que ir en contra de la tendencia que nos marca el resto.