LA ALEGRÍA CORRECTA

TEXTO: LUCAS 10:1,17-20

Es curiosa la forma en que los seres humanos solemos apropiarnos del mérito de otros. Atribuimos a nuestra lúcida y clarividente inteligencia, ocurrencias e ideas que ya habían sido expuestas en otros foros más desconocidos y recónditos. Personas se hacen ricas a costa del trabajo y la investigación de otros, aprovechándose de la humildad y la inocencia ajenas. Escritores se hacen de oro mientras los mal llamados “negros” se encargan de recabar datos y de pulir las aristas de la obra en bruto. Cuando algo nos parece fantástico y maravilloso, deseamos en lo más profundo de nuestro corazón que se nos hubiese ocurrido antes que al inventor.

En el texto de Lucas, la alegría que rebosaba de los rostros cansados de los discípulos comisionados por Jesús para predicar la venida del Reino de los cielos, era el distintivo del gran éxito de la empresa misionera a la que habían sido invitados. Mientras se acercaban a su maestro, sus gestos dejaban asomar el fruto dulce de formidables hechos y hazañas. Sus conversaciones y palabras estaban impregnadas de una alegría tal, que hacía que sus pasos se apresurasen para traer un informe magnífico de la tarea encomendada. Sin duda alguna, el hecho de haber podido ejercer el poder de echar demonios y de sanar enfermedades, era uno de los motivos principales de su alborozo.

Tal era su éxtasis. que la primera frase que brota de sus labios cortados y resecos por el viento, es una oración llena de asombro y felicidad: “¡Señor, hasta los demonios se nos sujetan en tu nombre!” Es natural que para personas que nunca habían visto milagros de tanta magnitud, su primera reacción fuese la de señalar lo increíble de poder exorcizar a gente que había sido cautiva de las huestes satánicas. No hablan de la respuesta de las personas al evangelio del Reino, ni se refieren a los resultados de su misión. Tal vez esperaban un comentario sorpresivo de parte de Jesús que siguiese aumentando su gozo. Sin embargo, más que unas palmaditas de parte de Jesús que les diesen mayor importancia de la debida, les enseña tres lecciones que para nosotros, como jóvenes cristianos, también tienen su miga y aplicación:

A. LA ALEGRÍA CORRECTA ANTICIPA LA DERROTA CONTUNDENTE DE SATANÁS (v. 18)

“Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.”

Que nos hallamos inmersos en una batalla espiritual de dimensiones cósmicas, es algo que el joven creyente sabe de sobra. Los continuos desencuentros que existen entre los deseos carnales y los anhelos de obediencia a Dios forman parte de ese conflicto diario. Las tentaciones y atractivos que Satanás suele poner en nuestro camino para desviar nuestra mirada de Cristo, son claros ataques ante los cuales hemos de reaccionar con sabiduría y sensatez cristianas. El sistema opresor y en franca decadencia de una sociedad atea y materialista intenta infiltrarse en nuestros principios éticos para hacer un trabajo de zapa que desmorone nuestra fe en Dios.

Ante este panorama de guerra, no podemos optar por ser neutrales. O bien empuñamos con fervor y denuedo la Palabra de Dios y nos vestimos de la armadura espiritual que nos ha sido concedida, o por el contrario, nos dejamos arrastrar por nuestro egoísmo y la corriente de este mundo para dar con nuestros huesos en los calabozos de la perdición eterna. Si tú eres un verdadero soldado de Cristo, lucharás con ahínco y destreza contra las asechanzas satánicas: «Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo. Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado.» (2 Timoteo 2:3,4)

Y es precisamente, en medio del dolor y el sufrimiento que comporta pelear la buena batalla de la fe, donde la alegría puede ser hallada. Esta alegría no se halla tanto en las victorias diarias que logremos con la ayuda del Espíritu Santo, en las cuales hay verdadero gozo y alivio, sino que podemos encontrarla con mayor intensidad en el triunfo definitivo que Cristo logró contra Satanás en la cruz del Calvario. Es precisamente en este pensamiento en el que encontramos la fortaleza y la energía necesarias para seguir lidiando contra nuestros adversarios con el cuchillo entre los dientes.

Los discípulos de Jesús estaban contentos y gozosos por batallas ganadas, por vidas liberadas del poder de los demonios, y por la restauración de la integridad del prójimo necesitado. Sin embargo, Jesús, sin quitar sentido y relevancia a la acción de sus seguidores, apunta proféticamente hacia un triunfo definitivo y consumador del Reino de los Cielos. Es en esa alegría correcta en la que hemos de plantear nuestra estrategia contra los enemigos del evangelio. Sangre, sudor y lágrimas costarán nuestros esfuerzos amparados por Dios, pero al final sabemos henchidos de felicidad que «antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.» (Romanos 8:37)

B. LA ALEGRÍA CORRECTA SUPONE DAR EL LUGAR CORRECTO A LA PRÁCTICA DE LA AUTORIDAD DE DIOS SOBRE EL MAL (v. 19,20a)

«Os doy potestad de pisotear serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará. Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan…»

Esta no es una autoridad que pueda darse a cualquiera, ya que entablar un combate feroz cara a cara con las artimañas demoníacas, no es apto para enclenques y bebés espirituales. Pablo entendía que esto se escapaba del control de algunos miembros de la iglesia en Corinto: «De manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo. Os di a beber leche, no alimento sólido, porque aún no erais capaces; ni sois capaces todavía, porque aún sois carnales. En efecto, habiendo entre vosotros celos, contiendas y disensiones, ¿no sois carnales y andáis como hombres?» (1 Corintios 3:1-3) La presencia de ánimo y el arrojo deben caracterizar a aquellos hijos de Dios que se involucren en luchas intensas y duras. Las serpientes y escorpiones, simbolos de la venenosa actividad de Satanás en contra de nuestras almas, paralizan miembros y detienen el pulso de aquellos que no han sido inmunizados gracias al antídoto que suponen las Escrituras.

Hay alegría y regocijo al ver cómo los estandartes de las huestes demoníacas son quebrados y pisoteados. Existe una inenarrable alegría cuando las tentaciones que nos asediaban se baten en retirada ante el rugido del León de Judá. Sentimos en nuestros huesos un fuego gozoso cuando el Reino de los Cielos avanza a pesar de los embates del secularismo y el relativismo moral. Saber que no existe adversario que pueda hacer frente al poder desatado de Dios, que las apariencias engañan, ya que el Señor continúa arrebatando de las zarpas de Satanás a miles de almas cada día, y que nada de lo que planee el diablo puede infligirnos una herida mortal, aunque nuestro escudo sea golpeado una y otra vez, llena nuestras bocas de alabanzas y adoración sin fin.

Jesús no desea que sus discípulos caigan en el desaliento que aparece en nuestros corazones cuando la lucha es diaria y constante. Hoy podremos vencer un vicio o un deseo desordenado, pero tal vez mañana sucumbiremos ante una trampa artera que nos lleve a pecar contra Dios. Es la triste realidad de nuestra inclinación a hacer lo malo o a desobedecer las consignas de nuestro Gran Comandante. Es por lo mismo que pasaron los discípulos de Jesús en Getsemaní: “Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.” (Mateo 26:41)

Por ello, les advierte de que aunque cualquier victoria momentánea contra el mundo, contra Satanás o contra nuestro viejo hombre, es digna de ser celebrada y vitoreada, hay algo que es mucho más merecedor de entonar un himno de victoria y triunfo: la salvación de nuestras almas.

C. LA ALEGRÍA CORRECTA PROVIENE DE SABERNOS SALVOS (v. 20b)

“… sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos.”

Sin lugar a dudas, Jesús desea que nuestra alegría resulte de la obra salvadora que llevó a cabo a través de su sacrificio, derramando su sangre para derrocar la tiranía del pecado y la transgresión de una vez y para siempre. Las escaramuzas y guerra de guerrillas en las que participamos con la ayuda y auxilio de Dios, nos brindan instantes espirituales suculentos y repletos de ánimo y coraje. Conocer proféticamente que Satanás ha sido abatido definitivamente, aunque siga dando coletazos peligrosos y venenosos, provoca en nosotros vivir seguros y alegres cuando hallamos nuestro escondedero en Cristo.

Pero lo que más nos ha de permitir seguir con mayor confianza y pasión a Cristo, lo que más debe inundar nuestros corazones de la luz de su gozo y lo que más ha de motivar nuestro servicio fiel en el empeño de colaborar en la extensión del Reino de Dios como jóvenes discipulos, es sabernos justificados por la fe, es constatar que hemos sido purificados de nuestra pecaminosa manera de conducirnos en la vida, y que estamos inscritos en el libro de la vida que solo el Cordero inmolado abrirá en los postreros días.

El sello que imprime el Espíritu Santo en cada uno de aquellos corazones que han entendido y asumido el evangelio de Cristo, es una marca que nunca podrá ser borrada o quitada de las páginas eternas del libro de la vida: “Dios, el cual también nos ha sellado y nos ha dado, como garantía, el Espíritu en nuestros corazones.” (2 Corintios 1:22)

Sin esta garantía inamovible no sirven de nada las señales, los prodigios y los exorcismos. Ya el mismo Señor Jesucristo nos hace entender esto cuando narra la escena sobrecogedora del juicio final. Muchos apelarán a sus grandilocuentes hechos, a sus profecías y sanidades, y a su predicación fabulosa, y sin embargo, nuestro Padre celestial sentenciará sus méritos aportados con un “nunca os conocí”, apartándolos de Su santa presencia por sus malvadas intenciones tras tan fantásticos actos (Mateo 7:21-23)

Joven, una es la alegría que sobrepasa a toda expresión de felicidad y satisfacción personal y universal: tener la seguridad de una salvación que de ningún modo merecemos, pero que ha sido ofrecida de gracia por el Padre en Cristo.

Regocíjate en todo aquello que redunde para bendición y para la extensión del Reino de los cielos, pero nunca olvides ni descuides una salvación tan compasiva y misericordiosa, ocupándote en ella con temor y temblor. (Filipenses 2:12)

Sigue perseverando en esta redención para que puedas contagiar a muchos de aquellos que se hallan a tu alrededor y aún no han decidido seguir a Cristo, y cuyos nombres aún no han sido añadidos al ejército de santos que ya nos precedieron.