SALVADAS POR EL ACEITE

TEXTO BÍBLICO: MATEO 25:1-13

A lo largo de la historia, muchos han sido los grupos que han proclamado y profetizado el fin del mundo. Todos y cada uno de ellos han intentado advertir de manera patética y vociferante que en una determinada fecha todo se acabaría para dar paso al Juicio Final. En sus discursos apocalípticos se han señalado días y años en los que se produciría la consumación cósmica y cataclísmica de la historia, interpretando las evidencias que se derivan de la política, la economía, las catástrofes naturales y las guerras y rumores de guerras. Sectas peligrosas han ido cambiando sus previsiones conforme sus revelaciones de la segunda venida de Cristo se han visto contradichas por un día más de vida y realidad.

En definitiva, todo lo que tiene que ver con los últimos días o con lecturas escatológicas de los acontecimientos pasados y presentes, sigue adquiriendo su interés en publicaciones, vaticinios y teorías de la conspiración.

Para los jóvenes creyentes este interés ha ido menguando con el paso del tiempo. En muy contadas ocasiones se nos habla, enseña y predica sobre la segunda venida de Cristo, sobre los destinos eternos y sobre aquellos indicios que nos llevan a pensar en el fin del mundo tal y como lo conocemos. Vivimos como si nunca fuese a regresar Cristo y decidimos comportarnos como si fuese un asunto demasiado confuso o difuso como para asentar sobre este hecho nuestro estilo de vida. Solamente nos acordamos de pasada de este tema cuando tomamos la Santa Cena o cuando contemplamos horrorizados el estado lamentable y depravado de este mundo. Entonces entonamos un maranatha, más producto de la indignación que nos provoca la maldad humana, que de un verdadero deseo.

Muchos denominados cristianos se han aferrado tanto a este mundo y lo que este les ofrece, que ante la pregunta de si anhela el regreso de Cristo, seguramente respondería con un “todavía no, que me quedan muchas cosas que hacer, experimentar y ver en esta vida” o con un “prefiero que tarde aún un poco más porque no he disfrutado de aquello por lo que he luchado y trabajado”. Otros se escudan erróneamente en pensar que el cielo es posible hallarlo en este plano de la realidad, que la prosperidad verdadera Dios la da aquí y ahora, y que la segunda venida de Cristo solo es un modo que Dios tiene de mantenernos firmes en el evangelio, pero que nunca sucederá realmente.

Ante todo este conjunto de pensamientos, ¿qué nos dice Jesús acerca de ese día final? ¿Llegará o no llegará? ¿Cuáles son los signos que nos permiten conocer este acontecimiento? ¿Cómo debemos vivir mientras tanto desde nuestra juventud?

Jesús también era consciente de que este asunto tenía una gran importancia en el pensamiento judío. En un contexto de sometimiento bajo la bota romana, muchos deseaban fervientemente que Dios enviase a su Mesías para acabar con tamaña injusticia. Otros preferían ayudar a que el hecho del juicio final se llevase a cabo lo antes posible como buscaban los zelotes. Sin embargo, Jesús marca tres pautas fundamentales para entender su segundo advenimiento en gloria y juicio. Esto lo lleva a cabo a través de una parábola muy sencilla y repleta de lógica que esclarecería lo tocante a nuestra visión de su segunda venida.

A. LA CERTEZA DEL REGRESO DE CRISTO

“El reino de los cielos puede compararse a diez muchachas que en una boda tomaron
sendas lámparas de aceite y salieron a recibir al novio… A eso de la medianoche se oyó
gritar: ¡Ya viene el novio! ¡Salid a recibirlo!… Llegó el novio… Estad, pues, muy atentos
porque no sabéis ni el día ni la hora de la venida del Hijo del hombre.” (vv. 1, 6, 10, 13).

La historia de estas diez muchachas es también nuestra historia. Es la historia de una
certeza, de una seguridad. El papel que cumplen estas doncellas es el de recibir al novio antes de contraer matrimonio con su consorte. Su labor y sus acciones dependen en gran medida de un hecho real y seguro: el novio había de venir. No hay dudas al respecto en estas muchachas, y por ello toman las lámparas de aceite en previsión de que la llegada de tan importante personaje llegase más tarde de lo esperado. Mientras esperan deseosas a que esto ocurra, no dejan su puesto para dedicarse a otras labores. Simplemente esperan con una confianza fuera de toda vacilación a que el novio haga acto de presencia.

Cuando comienzan a escuchar los gritos que anuncian la llegada del novio, son
conscientes de que no es una falsa alarma, o que están burlándose de ellas para que se
mantengan despiertas. Los heraldos que preceden a la comitiva que acompaña al novio no suelen bromear con una ceremonia tan especial y solemne. Por eso, se ponen en pie y tratan de prepararse del mejor modo posible para este encuentro. Por fin llega el novio y toda su comitiva y entra en el aposento en el que se ha de celebrar la boda. El nerviosismo causado por la espera se ve recompensado por su llegada. Todos son testigos de una realidad y todos se gozan de este momento tan feliz.

El creyente no debe nunca dudar ni por asomo del hecho del regreso de Cristo, el novio
de la iglesia. Otro cantar es saber en qué momento lo hará, o en qué forma se manifestará o de qué modo seremos capaces de saber que ha vuelto. Pero que volverá, eso está más claro que el agua. La Palabra de Dios nos da una y mil seguridades al respecto. Mateo nos clarifica esta certeza con una pregunta que los discípulos hacían a Jesús: “Dinos, ¿cuándo sucederá esto? ¿Cómo sabremos que tu venida está cerca y que el fin del mundo se aproxima?… Pues como un relámpago brilla en oriente y su resplandor se deja ver hasta occidente, así será la venida del Hijo del hombre.” (Mateo 24:3, 27).

Si los discípulos no supiesen que Jesús iba a regresar, no sería muy lógico que le preguntasen esto. Santiago habla a la iglesia primitiva con esta misma claridad: “Tened paciencia y buen ánimo, porque está próxima la venida gloriosa del Señor.” (Santiago 5:8).

B. CÓMO NO HEMOS DE VIVIR HASTA ENTONCES

“Cinco de aquellas muchachas eran descuidadas… y sucedió que las descuidadas llevaron sus lámparas, pero olvidaron tomar el aceite necesario… Las descuidadas, dirigiéndose a las previsoras, les dijeron: Nuestras lámparas se están apagando. Dadnos un poco de vuestro aceite… mientras estaban comprándolo (el aceite), llegó el novio, y la puerta se cerró. Más tarde llegaron las otras muchachas y se pusieron a llamar: ¡Señor, señor, ábrenos! Pero él les contestó: Os aseguro que no sé quiénes sois.” (vv. 2, 3, 8, 10-12).

Ya dijimos que todas las muchachas estaban advertidas de la llegada del novio. No sabían la hora exacta de su llegada, pero sabían que cuando se trataba de viajar muchos percances e imprevistos podían darse para la comitiva nupcial. Todas iban provistas de su lámpara de aceite, pero el contraste que presenta Jesús en su historia es el de dos clases de muchachas: descuidadas y prudentes.

Las descuidadas creyeron que el novio no se demoraría demasiado, por lo que creyeron que iba a ser un despilfarro tener que comprar más aceite para sus lámparas. Se fiaron de su conocimiento de estas festividades y determinaron tener solo lo justo e imprescindible para unas pocas horas. Confiaron en su buen hacer, sin pensar en que el novio pudiese demorarse por el camino. El tiempo pasaba y el aceite se iba consumiendo en las lámparas. El atardecer dio paso al anochecer, y este a la oscura noche, y el aceite de las lámparas se fue acabando entre los ronquidos cansados de todas las doncellas.

Repentinamente, unas voces alertan a todos de la llegada del novio. Las muchachas sobresaltadas se levantan de su letargo y se dan cuenta de que ya es medianoche y que en sus lámparas ya no brilla la luz que ha de acompañar al novio hasta el lugar en el que se celebrará la ceremonia matrimonial. Las descuidadas comprueban con gran desconcierto que el aceite de sus lámparas se ha acabado y ruegan a sus compañeras más avezadas que les presten un poco de aceite para poder participar de la
fiesta.

La respuesta es un no rotundo, puesto que a las prudentes nada les sobraba del aceite que en previsión de una espera larga habían guardado. A sugerencia de las muchachas más sensatas, las cinco doncellas descuidadas vuelan a buscar aceite donde sea, porque no entra en sus cálculos no participar de esta boda. Cuando, tras mucho correr y suplicar, logran el aceite necesario, ya es demasiado tarde. Las puertas de la boda están cerradas a cal y a canto. Desesperadas, llaman al novio hasta la extenuación y entre lágrimas lamentan su falta de sensatez. Cuando por fin el novio se asoma por la cancela de la puerta, la extrañeza se adueña de su rostro y recrimina a estas muchachas que dejen de alborotar, que ellas no son parte invitada de la gran ceremonia porque no sabe quiénes son.

Muchos pretendidos cristianos se hallarán en esta tesitura tan dramática y terrible. Aquellos que viven la vida de manera hedonista, entregándose a los placeres que nublan la mente y el espíritu, dejarán que la gracia y el tiempo que se les ha dado para aceptar la invitación a las bodas del Cordero, se agote. Entonces ya no habrá más oportunidades ni más justificaciones. Por más que llamen a la puerta de la salvación, en el día del juicio de Dios, serán contados como condenados al infierno. Por más que muestren sus candiles apagados o que enseñen sus ropajes de boda, Cristo no los conocerá.

Dejaron que el mundo los enredase en sus atractivos y encantos, se permitieron el lujo de rechazar la vida eterna y abundante para cultivar su culto a ídolos muertos, y pensaron que lo tenían todo controlado, que con decir una oración de fe o con asistir los domingos al servicio religioso sería suficiente. Son como el mal criado que piensa en su interior que el Señor se demora y comienza a golpear y maltratar a sus colegas y se une en botellones y borracheras con los malvados. En el instante en el que Cristo venga en poder y victoria, de manera instantánea y repentina, se darán cuenta de que les falta el aceite del Espíritu Santo, y que ni sus obras caritativas ni sus acciones piadosas podrán franquearles el paso a la fiesta eterna del enlace entre Cristo y su iglesia.

Serán castigados severamente dándoles un lugar entre los hipócritas mientras el sonido de sus sollozos se une al rechinar de sus dientes (Mateo 24:48-51). Son seres humanos descuidados que tendrán que hacer frente a su responsabilidad personal, ya que nadie, ni siquiera los sensatos podrán transferir esa salvación a los que fueron negligentes con la oportunidad de recibir a Cristo como su Señor y Salvador.

C. CÓMO HEMOS DE VIVIR HASTA ENTONCES

“Las otras eran previsoras… Las previsoras, junto con sus lámparas, llevaron también llevaron alcuzas de aceite… Las previsoras contestaron (a las descuidadas): No podemos, porque entonces tampoco nosotras tendríamos bastante. Mejor es que acudáis a quienes lo venden y lo compréis… Las que lo tenían todo a punto entraron con él (con el novio) a la fiesta nupcial, y luego la puerta se cerró.” (vv. 2, 4, 9, 10)

Las muchachas precavidas son aquellas que hacen honor al refrán “persona prevenida,
vale por dos”. Saben que su misión es estar listas cuando llegue el novio. No les importa
comprar aceite demás, porque saben que el gasto lo vale, ya que serán recompensadas con la inclusión y participación de un gran honor en la boda. Su concentración está colocada completamente en cumplir con su objetivo: escoltar al novio al lugar en el que se celebraría la ceremonia. No les duele tener que cargar con una alcuza ahora, para después tener que alabar su buen sentido cuando la emergencia surge.

En la tardanza del novio, ellas duermen por efecto del cansancio de la espera al igual que las descuidadas, pero lo hacen con el conocimiento de que el toro no les va a pillar. El aceite podrá consumirse, pero siempre tendrán un suministro inmediato para paliar esta circunstancia. Cuando el novio llega, sin prisas pero sin pausa, las sensatas preparan sus lámparas, dando gracias al cielo por su acertada decisión de ser previsoras.

De repente, las otras cinco muchachas descuidadas les piden algo de aceite. Algunos piensan que las sensatas fueron poco misericordiosas o poco generosas. Nada de eso. Simplemente estaban constatando un hecho, y es que su salvación era intransferible y que cada uno debe apechugar con sus propios errores de cálculo. ¡Qué injusto hubiese sido dejar que las insensatas hubiesen entrado a la boda después de la ligereza y desidia de sus decisiones! ¡Qué injusto hubiese sido que por culpa de ellas, tampoco las prudentes hubiesen podido tener suficiente aceite! Lo único que pueden hacer es aconsejarlas para que se busquen la vida, ya que no están dispuestas a renunciar a acompañar al séquito nupcial por su culpa. Una vez el novio llega, un suspiro de alivio y de felicidad surge de las doncellas sensatas, puesto que hicieron precisamente aquello que se esperaba de ellas.

El verdadero cristiano sabe que Dios se ha hecho presente en su vida a través del Espíritu Santo. Sabe que su lámpara debe estar llena de este aceite santo, y para ello debe ser consciente de que esperar al novio no es cualquier cosa, sino que es un privilegio, un deber y un placer. Pablo exhorta al cristiano al respecto: “Vosotros, hermanos, no vivís en las tinieblas. Por eso, el día del Señor no debe sorprenderos como si fuera un ladrón. Todos vosotros, en efecto, pertenecéis a la luz y al día, no a las tinieblas o a la noche. Por lo tanto, no estemos dormidos, como están otros; vigilemos y vivamos sobriamente.” (1 Tesalonicenses 5:4-6). Podrá dormitar en el transcurso de su vida por el efecto de mil vicisitudes y circunstancias, pero siempre estará preparado para ser recibido en la presencia de Dios sin temor ni miedo.

Nada puede el creyente hacer para facilitar la entrada en el Reino de los cielos a terceros. Podemos predicarles, asesorarles y aconsejarles, pero nunca podemos infundirles el aceite de la unción del Espíritu Santo. Eso es cosa de ellos, ya que deben confesar y aceptar de motu proprio su deseo de servir a Cristo y de participar del banquete de la vida eterna. El cristiano debe velar en su estilo de vida para que no tenga de qué avergonzarse cuando Cristo regrese, ya que el novio puede volver en cualquier instante de nuestras vidas: “Estad, pues, vigilantes ya que no sabéis en qué día vendrá nuestro Señor… Así, pues, estad también vosotros preparados, porque
cuando menos penséis, vendrá el hijo del hombre.” (Mateo 24:42, 44).

Esta espera y expectación no debe ser vivida con miedo, sino con la esperanza y el anhelo de que este regreso sea lo más pronto posible mientras clamamos “Maranatha”, “Cristo vuelve pronto”.

El novio está en camino aun cuando no sepamos cuándo llegará. A todos nos ha sido dada una lámpara de aceite de gracia. ¿Apreciarás esta lámpara y su aceite como aquello que simboliza tu salvación? ¿O despreciarás la utilidad de este candil siendo rácano y descuidado con su suministro? Procura que cuando Cristo vuelva terrible y glorioso a la vez, te halle con una resplandeciente lámpara que ilumine tu camino a las bodas del Cordero de Dios.