SELFIE

Llegas a un lugar, te parece bonito y mecánicamente, casi por inercia, levantas el móvil para hacerte un “selfie” y postearlo en tus redes sociales.  Este acto que hoy es tan común, en el pasado era la excepción de la regla. Entonces solíamos pedirle a la persona más cercana que nos sacase una foto porque hacérsela uno mismo era la última opción, a la que casi nadie quería recurrir. Sin embargo, hoy los “selfies” están de moda, son tendencia. 

Así, podemos encontrar “selfies” de gente caminando, comiendo, compartiendo con sus amigos, mirando algo “interesante”, acabadas de levantar, a punto de irse a dormir… Y una infinita serie de puntos suspensivos… No obstante, ¿te has preguntado cómo los “selfies” pueden cambiar tu vida y qué dicen sobre ti? Debemos tener en cuenta que la tecnología no se limita a hacer las cosas por nosotros, hace las cosas en nuestro lugar y, como resultado, no solo cambia lo que hacemos sino también lo que somos.

Los “selfies”, al igual que cualquier otra foto, interrumpe la experiencia que estamos viviendo, sobre todo si empleamos un tiempo adicional para subirlos a las redes sociales. El “selfie” implica ponernos “en pausa” y a veces también significa poner en “stand by” a quienes nos rodean, por el afán de documentar nuestras vidas.

Por supuesto, el deseo de inmortalizar determinados momentos de nuestra existencia siempre ha existido. El problema radica en que ahora las cámaras digitales nos acompañan allá donde vamos, por lo que también son mucho más invasivas que antaño. Por eso, hay personas que han comenzado a ver el mundo a través del ojo digital, olvidando cómo se disfruta la experiencia.

Un estudio realizado recientemente por investigadores de la Universidad Estatal de Ohio ha desvelado que los que publican más “selfies” en sus redes sociales también tienen rasgos narcisistas y psicopáticos. Por supuesto, no es sorprendente que los que publican más “selfies” y pasan más tiempo editando sus imágenes tengan una vena narcisista, pero esta es la primera vez que se ha confirmado a través de un estudio científico. Y vale aclarar que, aunque la investigación se realizó en hombres, sus resultados bien podrían aplicarse a las mujeres.

En ese estudio también se pudo apreciar que editar las fotos estaba relacionado con elevados niveles de auto-objetivación, un concepto que hace referencia a aquellas personas que se valoran a sí mismas predominantemente por su apariencia física, más que por rasgos de su personalidad o por sus habilidades y logros. En otras palabras, muchas de las personas que solían publicar en sus redes sociales “selfies” editados, basaban su autoestima en su físico. En este punto se cierra un círculo vicioso que puede llegar a ser muy dañino. Las personas que tienen una tendencia a la auto-objetivación suben más “selfies” a las redes sociales y, al recibir comentarios positivos sobre su aspecto físico, estos refuerzan su conducta. A la larga, se trata de una autoestima artificialmente elevada, que no tiene en cuenta otros factores de su personalidad.

De hecho, otro estudio realizado en la Universidad de Buffalo desveló que las personas que más fotos comparten en sus redes sociales son aquellas cuya autoestima se basa principalmente en las opiniones de los demás. Esto significa que están muy expuestas a la valoración de los otros, que su estado emocional depende en gran medida del nivel de aceptación que tengan sus fotos.

Uno de los estudios más interesantes sobre el fenómeno de los “selfies” fue realizado en la Universidad de Birmingham. Estos psicólogos descubrieron que mientras más “selfies” se hacen, más se afectan las relaciones interpersonales. ¿Por qué? En primer lugar, porque las personas que están a tu alrededor pueden sentirse acomplejadas o relegadas a un segundo plano, mientras pones el énfasis en ti mismo. En segundo lugar, porque están sometidos a la tensión de tener que estar listos en todo momento para sonreír a la cámara pues no saben cuándo puede llegar el próximo flash. Esa tensión desemboca, irremediablemente, en irritabilidad. En tercer lugar, porque se genera una sensación de competencia entre amigos, que no es beneficiosa para ganar en intimidad.

No se trata de que los “selfies” sean malos en sí mismos. De hecho, existen desde hace varias décadas. El problema radica en que hoy son la expresión de una sociedad obsesionada con la imagen que ha abrazado el narcisismo. Por tanto, es importante aprender a disfrutar de cada uno de los momentos y dosificar el uso de la tecnología. Nos lo agradecerán las personas que se encuentran a nuestro alrededor y nuestro equilibrio psicológico se beneficiará. Recuerda que a veces es más importante disfrutar de la experiencia que inmortalizarla en una imagen. La imagen probablemente se perderá entre miles de fotos más, pero las experiencias y las emociones que vivas se quedarán para siempre en tu memoria.

Aunque Jesús no tenía un móvil con cámara o una aplicación social como Instagram, el hecho de identificarse a sí mismo de maneras muy ilustrativas y gráficas era algo recurrente durante su estancia en el planeta tierra como ser de carne y hueso. De algún modo, un “selfie” es un autorretrato en el que cada posado es una manera de comunicar al mundo quién es uno, al menos desde lo puramente aparente, físico y superficial. Sin embargo, los “selfies” que Jesús hacía de sí mismo, sin filtros ni ediciones posteriores, y sin palo “selfie” con que inmortalizar visualmente su aspecto físico, eran “selfies” que señalaban facetas de su vida interior, de su alma y de su propósito al aterrizar en nuestro mundo. La palabra “selfie” proviene del inglés que traducimos por “yo mismo”, y en varias ocasiones puntuales Jesús dejó conocer de sí mismo a los demás, características que hablaban a la perfección de su vida y de sus metas.

Por poner algunos ejemplos de “selfies” cristológicos, señalaremos tres de ellos que aparecen en el evangelio según Juan (Juan 14:6). La vida es un auténtico viaje que muchos de vosotros simplemente estáis iniciando. Es un viaje repleto de certezas e incertidumbres y lleno de paisajes hermosos así como de horizontes tenebrosos. Cuando vamos a planificar unas vacaciones o una escapada, es preciso escoger cuidadosamente la ruta por la que queremos conducir nuestro vehículo, salvando los atascos y carreteras problemáticas, y eligiendo las vías amplias y rápidas que nos lleven a nuestro lugar de destino lo antes posible y con el menor número de imprevistos. Metemos en el maletero aquellas cosas indispensables e imprescindibles para que nuestro tiempo de descanso sea lo más placentero posible, revisamos con detalle nuestro vehículo en previsión de averías y procuramos hacer que nuestro viaje sea lo más llevadero posible.

La vida también tiene un principio y un fin. El trayecto que queda entre nuestro nacimiento y nuestra muerte es un recorrido de tiempos y espacios en los que es preciso escoger la mejor ruta, en los que es necesario viajar ligeros de equipaje y en los que deberíamos prevenir antes que lamentar. Desgraciadamente, no todos los seres humanos de este mundo optan por la mejor ruta, aquella que puede salvarles de sinsabores y que es capaz de brindarles la oportunidad de vivir una vida auténticamente plena y satisfactoria.

El poeta Antonio Machado ya lo dijo con especiales y sencillas estrofas: “Caminante, no hay camino, se hace camino al andar.” Mientras andamos y transitamos por esta vida, las elecciones y las decisiones llenan cada uno de nuestros pasos. No hay metro de nuestro recorrido vital en el que no tengamos que escoger entre varias opciones. La cuestión entonces es saber decidir qué sendas son las que mejor nos convienen y qué caminos nos conducen al abismo de la desesperación. Nuestra ruta que es la vida está plagada de cruces, atajos y bifurcaciones, y si nos dejamos guiar por nuestro instinto, por nuestros deseos y por nuestra visión distorsionada de la realidad y de lo que es importante, lo más probable es que nos despeñemos por el acantilado de la ignorancia y el engaño. No todas las señales que aparezcan en la carretera por la que conducimos serán lo que parecen, sino que a menudo las promesas de atajos solo harán que nos perdamos más y más en los caminos de cabras de Satanás.

Cristo se convierte de este modo en aquel que puede marcarnos la ruta correcta que lleva a la salvación de nuestras almas, a la bendición en nuestras vidas y a la presencia eterna de Dios, la cual es nuestro destino deseado donde descansar de los sufrimientos, el desespero y el dolor que como seres humanos nos causamos mutuamente. ¿Deseas llegar a tu verdadero hogar siguiendo la ruta más segura y confiable? Entonces Cristo es la solución, porque no solo muestra el camino al Padre, sino que él mismo es ese camino de santidad. Tomás se hizo una pregunta que todos nos hemos hecho alguna vez en la vida: ¿Cómo sabemos dónde está el camino de salvación que nos acerca a Dios?

A. CRISTO ES EL CAMINO

Jesús le dijo: Yo soy el camino… Nadie viene al Padre, sino por mí.”

¿Qué es un camino? La definición oficial de camino es la siguiente: “Franja de terreno utilizada o dispuesta para caminar o ir de un lugar a otro; en especial la que no está asfaltada.” De este concepto podemos entender que un camino surge para conectar a dos personas o seres que desean encontrarse en un momento dado. Los antiguos caminos solían aparecer en el terreno cuando el tránsito de personas apisonaba la tierra hasta crear un sendero reconocible. Con el paso del tiempo este camino era pavimentado, ensanchado, señalizado y asfaltado, a fin de que los viajes se hiciesen más cómodos y rápidos. Un camino no existe en tanto en cuanto no exista el deseo de que alguien quiera conectar con otro u otros, y por lo tanto, esta idea apunta, en términos vitales, al deseo de Dios porque el ser humano se relacione con Él. El camino que Dios ha provisto para que hagamos un viaje de descubrimiento y de experiencia es su Hijo Jesucristo. Cristo se convierte así en mediador entre Dios y los seres humanos, el camino necesario, excepcional y único que nos enlaza con Dios y con nuestra redención.

La declaración de Jesús de ser Dios mismo, que podemos ver recogida en el uso del “selfie” o del “Yo soy” propio del nombre de Dios, nos indica claramente que Jesús no era un maestro espiritual o un gurú profético que solo venía a marcar el camino a la plenitud humana en Dios. Jesús no era solamente alguien que con su mensaje y enseñanzas estaba revelando el camino a Dios. Él mismo era y es el Camino con mayúsculas. Es el camino y no un camino. Esto quiere decir que cualquier intento por proponer otros caminos a Dios son solo inútiles movimientos por construir autopistas engañosas que persigan alcanzar la salvación o a Dios a través de los esfuerzos humanos. A lo largo de la historia ha habido caminos que han tratado de ocupar el lugar de Cristo. Hoy mucha gente predica evangelios en los que “todos los caminos llevan a Roma”, y en los que se pregona que no importa a qué Dios adores, si Alá, la Madre Tierra o Maradona, o qué camino a la realización personal sigas, puesto que un día todos seremos salvados por amor.

Solo existe una ruta para la salvación y ésta es Cristo. Nadie puede llegar a relacionarse con el Padre si primeramente no se ha relacionado con el Hijo. No existen atajos ni vericuetos que acorten la ruta o que faciliten el viaje. De hecho, todos aquellos que hemos aceptado que Cristo es el único camino a Dios, sabemos por experiencia que el camino es angosto, estrecho y repleto de baches: “Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.” (Mateo 7:13-14). La vida cristiana no es una autovía espaciosa a la que ir a toda velocidad pagando con obras los peajes que nos encontremos hasta destino. La ruta de la vida para el creyente está erizada de inconvenientes, accidentes, incidentes y percances, y nuestro vehículo a veces se averiará por no cambiar el aceite cuando toca, se verá envuelto en situaciones rocambolescas que demandarán de nuestra pericia al volante y gastaremos mucho dinero en cambiar ruedas pinchadas. No podría ser de otro modo sabiendo que nuestra existencia, por causa del pecado y de nuestra mala cabeza, se va a ver afectada negativamente, aunque por fin lleguemos a puerto sanos y salvos. Conocer a Cristo por medio de este “selfie” es conocer a Dios, y transitar por el camino por excelencia que es Jesús solo puede darnos la seguridad de que seremos salvos por gracia y de que disfrutaremos de Dios por toda la eternidad.

B. CRISTO ES LA VERDAD

Yo soy… la verdad.”

¿Qué es la verdad?, se preguntaba Poncio Pilatos cuando vio a Jesús cara a cara durante su juicio. Esta es una pregunta que todo ser humano que se precie de ser mínimamente inteligente se ha hecho alguna vez en la vida. ¿Dónde puedo encontrar certezas y absoluta seguridad? En los tiempos que nos toca vivir la verdad ha dejado de existir en detrimento de las verdades. Lo que para mí es cierto, no tiene porqué serlo para ti y viceversa. La verdad se ha volatilizado y relativizado de tal manera que determinadas afirmaciones y aseveraciones son verdad únicamente por el hecho del efecto que causan en la persona. Una verdad es valiosa si aporta felicidad, libertad de acción y satisfacción a los sentidos. Hoy más que nunca recibiremos, si queremos hablar de las verdades absolutas reveladas en la Biblia a alguien, el comentario de que todo es del color del cristal con el que miras. He escuchado incluso que la mentira aporta más que la verdad cuando se dice en el contexto de evitar problemas y eludir responsabilidades futuras. Por lo tanto, esa pregunta de Poncio Pilatos ya está dejando de tener peso en la mentalidad del mundo en el que vivimos. Tu verdad, mi verdad, y lo importante es ser feliz con ellas.

Sin embargo, esta percepción de lo que es la verdad es lo que puede llevar a muchísima gente a caminar por rutas en las que prefiere ser dirigida por espejismos, promesas falsas y erróneas transcripciones de lo que es el bien y el mal. El respeto por la opinión y las presuntas experiencias de los demás siempre debe estar presente en nuestra predicación del verdadero camino que puede llevar a Dios al incrédulo. No podemos aporrear con la Biblia a todo aquel que no piensa como nosotros o que no comulga con nuestra fe e ideas. Solo hemos de exponer con extraordinaria sencillez y sinceridad que existe una verdad absoluta, superior y transformadora la cual es Cristo. Esta verdad “selfie” que está encarnada en Cristo y que revela a Dios Padre nos lleva a recibir una libertad auténtica y muy alejada de esa pretendida libertad que nos quieren vender de hacer lo que mejor nos plazca. Esta verdad ha sido manifestada en Jesús. “Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz.” (Juan 18:37).

C. CRISTO ES LA VIDA

Yo soy… la vida.”

¿Qué es la vida? ¿Es simplemente existir, respirar, pasarlo en grande sin pensar en las consecuencias, amar? La vida, tal y como la entiende este mundo, es aquel intervalo de tiempo que existe entre el nacimiento y la muerte y que debe ser exprimido y disfrutado a tope. Si preguntásemos a alguien qué es la vida, seguramente nos hablaría de trabajo, dinero, familia, diversión, descanso y un largo etcétera de actividades en las que emplear el tiempo de esa vida. No obstante, ese sueño que todo ser humano persigue de poder saborear la vida suele estar acompañado de una caprichosa visión de lo que es vivir realmente. De algún modo perverso, se ha estructurado una concepción de vida basada en el materialismo, de tal manera que vives en tanto en cuanto consumes y adquieres cosas para ser feliz. De ahí que las expresiones “vivir la vida”, “tú si que vives bien”, “vivir a todo tren” y “la dolce vita”, tengan más que ver con vivirla sin sobresaltos económicos y disfrutándola entre lujos y comodidades. ¿Pero eso es vivir plenamente? Lo dudo. Si existe una sola vida que merezca la pena vivirla y que sea digna de ser llamada vida, esa es la que Cristo nos regala si elegimos hacer nuestro su “selfie”. Tenerlo todo y perder el alma supone conducir el vehículo por la autopista de la condenación eterna, tal vez encontrando placer y diversión momentáneos durante el trayecto, pero que al final desembocarán en las fauces rugientes del infierno.

Cristo no ha venido solamente a traernos vida, sino que él mismo es la Vida. En él podemos encontrar el sentido y propósito de nuestra existencia, en él podemos saciar nuestra sed espiritual, en él adquirimos nuestra verdadera esencia: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.” (Juan 10:10). Nuestra mera existencia física presente importa poco en comparación con toda una vida eterna que comienza en el preciso momento en el que nos detenemos en un área de descanso al lado de la carretera, y reflexionamos sobre nuestro destino final, y escogemos creer en Cristo como nuestro Señor y Salvador. Él se convierte desde ese instante en nuestro guía y maestro, en nuestro GPS espiritual que siempre tiene cobertura satelital y que nos re-direcciona cuando metemos la pata siguiendo la señalización mentirosa que Satanás coloca en nuestro camino. A veces es conveniente hacer un stop en nuestro camino para verificar si la vida que queremos es la que estamos viviendo o la que Cristo nos ofrece por medio de su sacrificio en la cruz del Calvario.

CONCLUSIÓN

Considerando y analizando estos “selfies” de Jesús, nos damos cuenta de que solo hay un camino que nos acerca a Dios para entablar una relación que nos transformará y salvará. Solo hay una senda, poco transitada por la juventud, que promete verdad, libertad y vida. Solo existe un camino a la felicidad, al perdón de tus pecados y a gozar de toda una fiesta en los cielos que celebra tu llegada. Ese camino de sentido único es Cristo, un “selfie” inolvidable que siempre recordarás. Dale al “Me gusta” de los “selfies” de Jesús que hoy hemos visto, y todo tu mundo cambiará para siempre.